jueves, 8 de agosto de 2013

Hablar por hablar

En una conversación oída al azar una señora, a propósito de comidas, ha comentado en voz alta lo que había desayunado. Bien, nada que objetar, pero me ha hecho pensar. ¿A quién le importa lo que haya desayunado esa señora o yo mismo?. No conozco las circunstancias exactas y puede que la declaración fuera totalmente necesaria, pero mi conclusión es que nunca diré lo que he desayunado; a no ser que alguien me lo pregunte. Un recuerdo: Con siete u ocho años en nuestra casa sin ascensor la chavalería bajaba las escaleras saltando y armando bulla... menos yo que procuraba hacer el menor ruido posible. La vecina del segundo comentó una vez a mi paso "este chico va para obispo". Nada más lejos de la realidad, yo era tímido y quería pasar inadvertido. Ahora también (pero menos) y será por eso que cuanto más hablo, más tengo la sensación de que no me expreso bien, no acierto a transmitir lo que quiero y a menudo pienso que he hablado demasiado. Tal vez nunca debería decir nada a no ser que alguien me lo preguntara, y entonces podría pasar que no volviera a abrir la boca jamás. No se perdería mucho. Corrijo, no se perdería nada. Amén.