miércoles, 22 de octubre de 2014

De la biblioteca infinita

Una palabra: aprensión. No me salía y me la apuntaron, pero no era esa la que estaba buscando. Yo me refería a cuando alguien, al conocer cuales son los síntomas de una enfermedad, pasa a sentir que él mismo la padece. Tenía la idea y me faltaba la palabra. Y pensaba, tranquilo, ya me vendrá. Y me vino, dos días más tarde pero me vino: hipocondríaco. ¿Obsesión por las palabras?. No, solo vanos intentos de entender. De entender algo, lo que sea. Necesitamos las palabras, y las coleccionamos. O las coleccionan unos señores. En una academia. Y publican la lista en un libro. Y en la última edición han metido nueve mil nuevas. Y aún así hay muchas más. Y estoy empezando a sospechar que nosotros no tenemos las palabras, sino que ellas nos tienen a nosotros. Que Dios es las palabras, todas las palabras de todos los idiomas. La inteligencia absoluta nos utiliza, como si cada uno de nosotros fuera una especie de neurona que contribuye al todo, a aquella biblioteca infinita de Borges,  balbuceando, o escribiendo, ristras de palabras. Combinándolas con más o menos gracia sin sospechar que la suma de todas las formulaciones, de todas las palabras, en todas sus formas y alfabetos, de todas las palabras pronunciadas y por pronunciar; esa suma es el Universo.

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