martes, 19 de mayo de 2015

Sobre las cosas

En nuestras relaciones con el mundo, con la vida, libramos una eterna batalla con las cosas. Los objetos, nacidos del ingenio del hombre, pugnan desde nuestra edad más temprana por imponernos su ley, apoyándose casi siempre en otra ley, la de la gravedad; es una lucha que se rige más por la física que por la ética, aunque personalmente no descarto que exista algún tipo de inteligencia moviendo sus hilos en un segundo plano. La mano de un bebé blandiendo un sonajero podría representar ese primer choque, esa primera puesta a prueba, esa primera lección inflingida por un objeto sobre un ser humano, cuando al hacerlo sonar el bebé se golpea a sí mismo. A lo largo de la vida, detrás de la trama de relaciones humanas que urdamos, estará siempre esa otra trama soterrada de nuestras relaciones con las cosas. El lugar del inocente sonajero lo ocupará un ejército de objetos, desde los más simples, un vaso, un lapicero, una alfombrilla, hasta los más sofisticados, un coche, un ordenador, un teléfono móvil. La única forma de enfrentarse a este ejército es no menospreciándolo y dedicando nuestra inteligencia y nuestro tiempo a mantener el tipo dignamente frente a él. Mantener el tipo, porque la guerra nunca la ganaremos, eso por descontado. Así debemos poner exquisito cuidado en las pequeñas tareas y tratar con esmero cada objeto. Las prisas y la falta de atención nos acarrearán penosas consecuencias. Así se derrama café sobre la camisa limpia, o se nos pierde una llave o golpeamos el coche contra una columna del garaje. De nada vale achacarlo a la mala suerte, a que todo nos sale mal, a una conjura en nuestra contra; nada más lejos de la realidad, ésa que muchas veces no queremos ver. Somos nosotros y solo nosotros los que con nuestro descuido y vagancia, o dejándonos llevar por el mal genio, las (estúpidas) prisas o la arrogancia de creernos infalibles provocamos un desastre tras otro. Aunque las cosas, en principio, no sientan ni piensen, afrontemos cada tarea con mimo, tomándonos el tiempo preciso, dejando a un lado otras preocupaciones, en un estado de ánimo apropiado y, me atrevo a decir, demostrando respeto y cariño hacia cada pequeña cosa. Como si cada una fuera un preciado recuerdo familiar. Solo así conseguiremos una (nada desdeñable) armonía con los objetos que nos hará más fácil la vida.

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