sábado, 5 de septiembre de 2015

La teoría es cosa de estudiar

Ayer me puse un calcetín del revés, con las costuras hacia afuera. Aunque en verano la gente suele ir sin calcetines, a mí me cuesta prescindir de ellos. Los necesito como intermediarios entre mis pies y mis zapatos (estos dos "mis" tienen la misma apariencia pero un valor muy distinto, obviamente mis pies son mucho más míos que mis zapatos). Los calcetines (mis calcetines) cumplen dos, o tal vez tres funciones. Me abrigan, me protegen de rozaduras y, tal vez, me dan seguridad en mi mismo (ya que sin calcetines me siento desnudo de pies). Bueno, me quedaba corto, cumplen también una cuarta función (y no descarto que haya una quinta), su función estética; para la que hay división de opiniones. La mía es que no hacen daño a la vista e incluso pueden resultar agradables y armónicos, aunque soy consciente de que su visión horroriza a muchos (de los que me asombra lo fácilmente impresionables que resultan ser). Ayer, insisto, me puse uno al revés (o del revés, yo admitiría las dos formas de decirlo). Es curioso que las costuras (¡y las etiquetas!) de los calcetines y de la ropa en general queden para adentro, en contacto con la piel en las prendas que cubren nuestra desnudez en primera instancia. El lado "limpio", más agradable al tacto, lo llevamos hacia afuera (¿se puede sacar alguna enseñanza filosófica?). Me estoy desviando, como casi siempre. Lo que yo quería hacer es un símil a partir de mi calcetín del revés (un símil poco original, sí) en el sentido de que cualquier situación, razonamiento, actitud ante la vida tiene su otra cara, y que es muy posible que esa otra cara sea "mejor" que la que habitualmente elegimos o preferimos (o la sociedad ha elegido o preferido) a saber por qué razones de  modas, gustos o puro egoísmo. Pondré un ejemplo (algo en lo que he ido cayendo con el tiempo, una caña y leyendo y escuchando a los demás). Suele pasar que en nuestra relación con otras personas y respecto a esas facetas suyas que a nosotros no nos gustan, esperemos que cambien, e incluso nos sintamos bien, ya que estamos deseando lo mejor para ellos y les queremos ayudar con nuestros (sabios) consejos. ¿Y no será, vengo pensando (vengo aprendiendo), que los que tienen que cambiar somos más bien nosotros? (o más bien yo, no quería decirlo). Claro que uno no puede cambiar con la misma facilidad con que se da la vuelta a un calcetín (y ayer ni siquiera hice eso).

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