viernes, 27 de mayo de 2016

My true self

Decía Emmanuel Carrère en su último libro que todo texto que había guardado en formato digital a lo largo de los últimos veinte años había acabado perdiéndose (y los cuadernos que había emborronado seguían por ahí, en cajas de cartón, cajones, trasteros). Bueno, debe ser lo normal, aunque "mi texto" (que es este blog) aún sigue por ahí flotando. Y también quizás sigan por ahí todos los correos electrónicos que he enviado y recibido en estos últimos quince años (más o menos, antes no tenía ordenador); aunque aquí, a mi alcance, ya no están. Los he ido perdiendo en colapsos informáticos, cambios de sistema operativo y otras desgracias cibernéticas. La última puñalada trapera me la acaba de dar Microsoft al pasarme graciosamente de Windows 8 a Windows 10. La aplicación de correo ha copiado los mensajes que estaban en las bandejas de "entrada" y "enviados", pero ha desdeñado olímpicamente los de la carpeta "borradores". En esa carpeta tenía yo cuatro mensajes; tres de ellos con letras de canciones en inglés y la cuarta con una lista de una veintena de nombres de usuario y claves de acceso a diversos servicios y sitios web. La factura de la luz, la biblioteca, el banco etc. Bueno, nada grave en realidad; las de uso frecuente me las sé de memoria y las demás se pueden renovar (ya que olvidarse de una clave es lo habitual). En todo caso llueve sobre mojado y estoy con Carrère, todo lo digital (lo virtual) es etéreo, efímero, fugaz y acabará difuminado cual polvo de estrellas. Incluído este blog. Ésto me sirve de recordatorio de quién soy yo en realidad: ese tipo que se mete en la ducha después de quitarse las gafas y dejarlas sobre el lavabo.

jueves, 5 de mayo de 2016

Don Quijote y yo (selfie)

Hace poco me ha salido al paso una cita que me parece de lo más apropiada a la hora de definir al ser humano: "cada uno es como Dios le hizo, y aún peor muchas veces". Advierto cierta retranca. Esta frase la puso Cervantes en boca de Sancho en el capítulo 4 de la segunda parte del Quijote. Don Quijote y yo nos conocemos de antiguo pero no hemos acabado de coger confianza. Vamos, que no he leído el libro. Quiero decir entero, ya que lo he empezado un par de veces. Leer el Quijote se me antoja una pequeña hazaña digna de un caballero lector. Adquirí un ejemplar de una edición popular en 2004 y desde entonces me está esperando (acechante) en su esquina del mueble de la sala. Este selfie por escrito que me hago aquí puede servir de acicate a un nuevo intento de lectura. Ya tengo pensada la estrategia. Visto que el ataque directo (la acometida en términos cervantinos) no ha dado sus frutos, usaré el procedimiento más sutil de leer unas pocas páginas cada día. Si leo diez de media  en menos de cuatro meses caerá el gigante (o puede que sea un molino). Habré leído (y olvidado debidamente) el Quijote. Luego quedará un eco, una sensación; la sombra de una certeza si me pongo estupendo.