lunes, 24 de octubre de 2011

Sucedió en el desayuno

Sucedió en el desayuno. Se podría considerar como un incidente de baja intensidad o un acontecimiento de perfil modesto. El caso es que desayuno habitualmente ocho galletas María, ocho; unidas de dos en dos con un poco de margarina de la que cuida mi corazón. Esta mañana quedaban cinco galletas redondas del paquete anterior. Un pequeño inconveniente ya que esas solitarias galletas, especialmente la de arriba, era muy posible que estuvieran algo reblandecidas; bueno es un detalle menor. Me faltaban pues tres galletas para completar mi ración. Y tenía la nueva caja de galletas sin abrir. Una caja de galletas María cuadradas. He procedido a la apertura y he depositado sobre la mesa las tres galletas cuadradas que necesitaba. Cinco redondas y tres cuadradas, números impares. He experimentado una cierta excitación. Ligera, no quisiera exagerar. No iba a haber más remedio que "casar" una galleta redonda con otra cuadrada. Toda una revolución de formas en la mesa. Diría que he usado el cuchillo y la margarina con ilusión. Primero las redondas. Como suele pasar a menudo una se había roto al sacarla del plástico o celofán. Afortunadamente era un corte limpio en dos trozos, así que la margarina aplicada a su pareja entera ha sellado la ruptura sin mayor problema. Mecánica y pulcramente he seguido con la segunda pareja, también redondas. Cojo la quinta galleta, emoción, y la unto de margarina. Vuelvo una cuadrada y las uno con precisión. Tomo el resultado con dos dedos, lo elevo y contemplo la silueta recortada contra la claridad que entra por la ventana de la cocina. Tengo la pareja híbrida, mixta, con sus cuatro puntas de una galleta sobresaliendo y entre ellas los arcos de circunferencia de la otra. Novedad, diseño, belleza que rompe el ayuno. Deposito las dos galletas en el pequeño montón ya preparado y termino la operación con el acople de las otras dos galletas cuadradas. Me doy cuenta, tarde, de que podía haber combinado tres veces las dos formas de galletas. Siempre hay posibilidades que a uno se le escapan. Sucedió en el desayuno.

lunes, 3 de octubre de 2011

Sucedáneo

Se me ha pasado septiembre sin escribir, será porque ha hecho tan bueno. Y hoy he recordado un sueño. La impresión que tengo es que he estado soñando lo mismo toda la noche, al menos tres veces. Hay un preámbulo confuso en el que me movía por unas ramificaciones o túneles y pensaba que tenía que recordar el camino para poder regresar con los sueños del final. Parece que lo he conseguido. El sueño era que estaba en un bar sentado en una mesa junto a la puerta de cara a la barra y entraban dos hombres, dos hombretones, y uno de ellos, de rasgos algo achinados y con una pequeña coleta, se acercaba al dueño que estaba tras la barra y le tiraba encima el contenido del vaso que llevaba en la mano. En las versiones previas del sueño lo que le tiraba era un vaso de whisky u otra bebida alcohólica, pero en el último sueño (el corte del director del sueño recurrente de esta noche) era un refresco de naranja. No zumo exactamente como se verá en seguida. Y es que los dos tipos salían del bar y el barman hacía el ademán de seguirles. Pero yo mismo u otros presentes le decíamos o le gritábamos en silencio (ya que no se pronunciaba palabra) que no fuera tras ellos, que no pidiera explicaciones, ya que intuíamos que eso sería contraproducente, que originaría más violencia, que resultaría herido. Yo estaba asustado y me daba cuenta de que tenía miedo, de que en ese momento resultaría de lo más conveniente ser invisible. Entonces el hombre del vaso entraba de nuevo y le decía al barman (que era el dueño): "Queríamos beber zumo de naranja, no esta puta mierda". Caramba, pensaba yo, si que le ha sentado mal que le dieran ese sucedáneo. Es que esos refrescos dulzones baratos, de naranja no tienen más que el color.