jueves, 19 de enero de 2012

Visita al cuartelillo

Una vez me llevaron al cuartelillo. Fue en mis tiempos de estudiante. Nunca fui un estudiante tunante. Más bien fui un estudiante que por regla general no estudiaba. Vamos que era algo vago. Volviendo a mi detención; fue un día en el que a media mañana en vez de coger el autobús de vuelta de clase, decidí volver andando. Era un paseo de una hora, unos cinco kilómetros, yendo derecho; esto es, por el camino más corto, por una carretera nacional. Mucho tráfico, así que me metí por una desviación, hasta que a la vuelta de una curva topé con un guardia civil de guardia en la puerta de una finca. Una finca que era la residencia de un alto cargo del gobierno. No doy más detalles porque no me gusta alardear. O por lo menos no me gusta alardear de merodeador de residencias oficiales. Sorprendido por la presencia del guardia me quedé indeciso y medio escondido tras la curva. El guardia civil me vio y me dio el alto. No me preguntó nada, sólo me dijo que me quedara en el borde del camino, a su vista. Al rato llegó un landrover. Era el relevo del puesto de guardia. Me hicieron subir y me llevaron al cuartel, a unos pocos kilómetros. Hasta entonces no había podido decir nada. Me llevaron al despacho del capitán. Intenté explicarle que era un estudiante que volvía de clase. No me dejó acabar y me soltó una reprimenda extendiendo sus quejas a toda la juventud actual (bueno, a la de entonces). Me pidió ver los apuntes que llevaba. Eran de matemáticas, unos folios llenos de integrales. Me los devolvió sin decir nada. Mandó tomarme los datos y luego hicieron una llamada de comprobación. Esto ya el sargento o lo que fuera. Viendo que era efectivamente un inofensivo estudiante me acompañó a la puerta del cuartel y me indicó dónde podría coger el autobús. Sería ya la una, hora de comer, ya no tenía ganas de andar y tampoco dinero en el bolsillo. "¡Perdone!" le dije al sargento que ya volvía a entrar al cuartel. "Es que no tengo nada de dinero...". El sargento me miró, echó mano al bolsillo y me dio una moneda de veinticinco pesetas para pagar el autobús.
Moralejas. Como decía Pascal todos los problemas del hombre vienen de no saber quedarse en casa. Algunos capitanes de la guardia civil no entienden ni papa de integrales. Algunos sargentos de la guardia civil pueden llegar a dar dinero para el autobús a un detenido. El precio del billete de autobús ha subido un montón.

lunes, 2 de enero de 2012

Pesadilla libresca

¿Cuándo es la feria de Frankfurt?. O Francfort, o como sea. Debe ser en primavera, intuyo (y casi siempre intuyo mal). Como rebeldía contra la dictadura del dato preciso via internet, no lo miro. Sueño despierto que visito la feria del libro de esa ciudad alemana. Abrumado por adelantado por los miles de stands. Y comienzo a andar desapasionadamente a lo largo de un pasillo sin final aparente. Allá en la distancia se vislumbra un ventanal con la luz gris del exterior. Me acerco al azar a un puesto y repaso nombres de autores. Thomas Mann y Heinrich Bohl, pero sobre todo otros muchos nombres desconocidos. Sigo adelante y voy pescando aquí y allí apellidos familiares. Hemingway, Proust. Todos los libros están en alemán. Tiene su lógica. Tomo en mis manos uno al azar, lo abro por la mitad y recorro las líneas de prosa inextricable. Reconozco una palabra, "brot", pan. Entre todas las de la página entiendo esa palabra que delata al alimento básico de cada día. Al pan de la Biblia, donde cuando se habla del crujir de dientes seguramente es una forma poética de referirse al sonido de la prosa alemana. Pienso en cuantos libros de toda esta hilera de stands no contienen ni una sóla vez la palabra "brot". Me refugio en la posibilidad, que se me antoja mayor, de que al menos contengan la palabra "wasser", agua, imprescindible para la vida. Sigo caminando lentamente y de pronto salta a mis ojos un nombre que me parece rotundo, contundente: Antonio Muñoz Molina. Se me escapa un "¡ele tu gracia!" en voz baja. El título es "Sefarad". Lo cojo, lo abro al azar y se me nubla la vista ante la marea imparable de consonantes del texto. Ni tan siquiera un "brot" o un "wasser" donde agarrarme. Es cuando despierto en medio de un alarido.