martes, 10 de noviembre de 2015

El próximo prójimo

Hoy vamos a comentar el segundo mandamiento de la ley de Dios. No está mal el comienzo, ¿eh?. Por si no te acuerdas es el que decía "amarás a tu prójimo como a ti mismo". Después de oír tantas veces la frase, la pienso ahora y me parece nueva y lo primero que se me ocurre comentar es, ¿estamos locos?. ¿Cómo voy a amar a nadie como a mí mismo?. ¡Me quiero demasiado!. Pero bueno, es cierto, hay que amar al prójimo; aunque no sé si como a mí mismo. Si yo me pillo un dedo con la puerta, al que le duele es a mí, no al prójimo. Y a la inversa. Esto me recuerda una vez que salíamos una noche de un bar y allí delante de la puerta nos encontramos con un hombre tumbado en el suelo. Se acababa de caer, supongo. Íbamos varios y R. inmediatamente fue a ayudarle. Sangraba algo y R. sacó un pañuelo de aspecto impoluto para limpiarle. Le preguntó cómo se encontraba. En fin, el hombre había bebido y no pudo contestar gran cosa, pero la actuación de R. me impresionó. Su reacción de humanidad fue espontánea y natural; y yo, no sé muy bien por qué, la asocié a su educación en un colegio de los jesuitas. Seguramente influyó tanto o más lo que R. aprendió en casa, con su familia. Yo ( y varios más) estaba junto a R. y me limité a observar. ¿Algo que decir de mi humanidad?. Curiosamente al de un tiempo viví otra situación similar. Estaba yo esperando al autobús. Andaba por la zona dando vueltas un hombre con pinta de vagabundo y con indicios evidentes de haber bebido. Se tambaleaba de un lado a otro. A una de éstas se para a unos dos metros de mí. Se inclina hacia adelante y bracea enérgicamente para recuperar la vertical. Con los pies clavados en el suelo lo que logra es desequilibrarse hacia atrás, y cae de espaldas con tan mala suerte que se golpea la cabeza con un bordillo. Delante de mis narices. El corazón me dio un vuelco. Ya le veía muerto. Quise ayudarle, aunque no sabía cómo. No había que moverle, ¿no?. El hombre se quedó allí quieto con los ojos bien abiertos. Sangraba. Creo que le cogí la mano y le hablé. No contestó. Se acercó más gente. Pensé que lo mejor era llamar al 112, así que me levanté, saqué el móvil  y lo intenté. Digo lo intenté porque no lo conseguí. Por falta de cobertura o por lo que fuera. Después de un rato de teclear y soltar un juramento, alguien dijo que ya venía una ambulancia. Eso fue todo. ¿Me había portado como era debido con mi prójimo?. ¿Podía haber hecho más?. ¿Había guardado las apariencias?. ¿Qué haré con el próximo prójimo que se cruce en mi camino?. Si me esmero en simular que me importa mucho, ¿no será muy parecido a amarle?.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tú mismo lo has dicho: con el segundo prójimo, el corazón te dio un vuelco y te acercaste a él. En ese momento, no estaba R. para socorrerle. Ese día el valiente fuiste tú; tenías que enfrentarte solo a esa situación pero ya habías aprendido de otra persona. E hiciste lo correcto.

A mi también me sucede. Pienso que lo que nos paraliza es el miedo a lo desconocido o la desconfianza.

Al menos, es bonito replanteárselo y querer mejorar como ser humano. Hay muchas formas de amar y de amarse a sí mismo. Por ejemplo, una persona egoísta o narcisista nunca podrá amar al prójimo como a sí mismo.

Saludos.