viernes, 30 de octubre de 2020

Uñas

Se habla poco del corte de uñas, y no deja de ser un tema de interés general. A todo el mundo le crecen y todo el mundo tiene que cortárselas, o morderlas (o ir a la manicura). Ayer me las corté. Lo hice en el balcón para que los recortes no se perdieran en el sofá o en la alfombra. Ahora uso el cortaúñas; pero antes, con más estrés, a menudo utilizaba unas tijeras de electricista; al modo espartano. Suelo empezar por las uñas de la mano derecha, manejando el cortaúñas con la izquierda, o sea con la torpe, la menos diestra. Así dejo lo fácil para el final. Luego los pies; ya tocaba, aunque sus uñas, como es sabido, crecen más despacio. Estoy moderadamente orgulloso de mis pies, por comentar. De tamaño standard, un cuarenta, no padecen ninguna malformación, callo o similar. Suficiente para estar satisfecho, pienso. Dicen los podólogos, por cierto, que las uñas de los pies cumplen una función muy importante (sea cual sea). Las de los dedos más pequeños me inquietan. La uña tiende a curvarse, siguiendo la forma redonda del dedo, y entre eso y su tamaño no es tan fácil cortarla Cuando terminé, recogí los recortes, esas medias lunas de queratina que diría el poeta, y los tiré a la calle. Igual hice mal, en todo caso es un residuo cien por cien orgánico y natural. Esta mañana, en la cama medio dormido, he notado algo anómalo; hay una uña más larga. No acabo de entenderlo, igual es un sueño; pero no, es la uña del dedo índice de la mano izquierda, ayer me la salté. No sé si preocuparme, ¿me estoy diciendo algo a mí mismo?, ¿cómo se me pudo escapar? Para confesarlo todo, me había pasado antes, no recuerdo si con la misma. De momento la dejo así, una uña más larga puede que hasta tenga su utilidad (pelar una mandarina, rascarse la oreja, utilizarla como arma defensiva). Y me he dado cuenta de que estoy desarrollando una especie de gesto reflejo: cuando me quedo pensativo tiendo a frotar el filo de esa uña con la yema del pulgar adyacente.

lunes, 26 de octubre de 2020

La inauguración

Pablo siempre ha pintado. De hecho quiso hacer Bellas Artes, pero su padre, el indomable, no lo permitió. A dónde vas pintando, eso lo puedes hacer como afición; porque Pablo eres, pero Picasso, no creo. Así que hizo derecho, como él. El indomable tiene ahora ochenta años, y todos los días sale a la calle con sus muletas igual de indómito. Va a venir a la exposición. Es que Pablo expone, al fin, sí; aunque sea porque el concejal de cultura es un amigo y el fin benéfico, pro-refugiados. Ya sabe que no es Picasso, ni falta que le hace; es pintor, pinta como respira, lo necesita. El idiota de Ramón, treinta años de compartir bufete, le dijo ayer, cuando le invitó a la inauguración, “ah, ¿pero sigues pintando?”. No sigo, Ramón, pinto, y pintaré hasta que me muera. Hay bastante gente y mientras saluda, de forma mecánica, a unos y a otros piensa que esos cuadros son él. Esos cuadros no es que los haya pintado, los ha parido, los ha tenido que pintar para poder seguir vivo. La gente le felicita; Guinea, el presidente del colegio de abogados, le ha dicho, “qué fuerza, qué vida tienen”; y Clara, la esposa, “nos llevaremos uno, me encantan”. Ramón, aguafiestas, le dice al oído, “oye Pablo, pero no hay dibujo, ¿no?”. ¿Dibujo?; él no dibuja, él siente, crea. Alguien comenta, una vez más, que comprar arte, además de su valor intrínseco, es también una buena inversión. Pablo va un momento al baño; está algo nervioso, por el indomable, que llegará en cualquier momento. Mientras se lava las manos oye por un ventanuco la voz de Guinea que dice, camino de la salida, “y ahora, ¿qué hacemos con este engendro?”.

miércoles, 21 de octubre de 2020

Comidas familiares

Estás en una comida familiar y la abuela acaba de poner, en el centro de la mesa, una fuente repleta de langostinos. Tres versos en métrica libre, ¡bota Javier! No fue así exactamente, pero el tema propuesto sí era “una comida familiar”; y hubo una mención de Íñigo referente a unas gambas, estoy seguro. Por subir el listón las he sustituido por langostinos. Bueno, he puesto langostinos porque no suelen faltar en nuestras celebraciones. A menudo acompañados por el comentario de que una vez, en un restaurante, un comensal se bebió el tazón de agua con limón que sacan a veces para limpiarse los dedos. Es uno de esos cuentos apócrifos de la familia (que, lo siento Natalia, no me dan para un libro). En casa no llegamos a esa exquisitez del agua con limón; un rollo de papel o un trapo de cocina son suficientes. Y, en realidad, los langostinos nos los encontramos ya en el plato, con los entremeses. Para acompañar, dos opciónes; mayonesa o vinagreta. Mi elección suele ser juntar en un bocado, pinchando con el tenedor en este orden, un trozo de espárrago, una aceituna rellena, y un langostino bañado en vinagreta. La fuente se utiliza en sentido inverso, para dejar las cáscaras según se van pelando. Así que lo que hacía mi madre era retirar una fuente a rebosar de cabezas y cáscaras de langostino, unos restos siempre algo siniestros de ver. ¿A quién le importa todo esto? A nadie, a la familia, a mí. Todas las familias felices se parecen; las infelices, cada una lo es a su manera. Grande Tolstoi; pero aquello fue un efecto pirotécnico para empezar una novela, nada más. Durante mucho tiempo me preguntaba cómo serían de verdad las demás familias, no conocía otra que la mía. Ahora tiendo a pensar que todas las familias son iguales y, al mismo tiempo, cada familia es única; es una especie de misterio teológico. Tenemos en el cuarto una fotografía enmarcada de hace unos veinte años. Es la familia en su momento de máxima expansión, como el Imperio Romano en tiempos de Trajano. Dieciséis almas, desde el patriarca, mi padre, a los setenta y tantos, hasta un sobrino recién nacido. Está sacada un día de verano antes de sentarnos a la mesa; qué otra cosa hemos hecho a lo largo de los años que juntarnos para comer. Tantas comidas familiares...

domingo, 18 de octubre de 2020

Retorno a la Universidad

Vuelvo, a mi edad, a la Universidad, y asocio esta vuelta con “Retorno a Brideshead”, la novela de Evelyn Waugh. Los protagonistas son estudiantes de Oxford. Esto no es Oxford; pero, de alguna manera, lo evoca. Eso pienso cuando me cruzo en los pasillos con los estudiantes. Claro, que en realidad solo vuelvo al taller de escritura, no estudié aquí antes. Nunca es tarde para la Universidad (quién fuera a Oxford). Dicen que Sócrates, esperando que le prepararan la cicuta, que estaba condenado a beber, pasó el tiempo practicando con la flauta una pieza bastante complicada. ¿Para qué?, le preguntaron, para saberse la melodía antes de morir. Demasiado redondo para haber sucedido de verdad. Pero en su esencia la anécdota debe ser cierta. Platón, en uno de sus diálogos, cuenta los últimos días de Sócrates (o los recrea en plan filosófico). Allí dice que, los días previos a su muerte, se dedicó a componer versos, algo que no había hecho nunca. Explica que lo hace para responder a un mandato que le parece recibir como en sueños. A falta de otra cosa, se le ocurre poner en verso algunas fábulas de Esopo. Igual viene de ahí lo de la flauta, el espíritu es el mismo. Siguiendo con las asociaciones de ideas, me acuerdo de una esquela que vi una vez, de un hombre de ochenta y tantos, y que, debajo del nombre, como información relevante, decía: “Ex-alumno de Salesianos”. Alguien pensó que eso era lo más representativo que se podía decir de él, que había sido alumno de los salesianos. Pensándolo ahora, tal vez no le faltó razón y sea para eso para lo que hemos venido al mundo, para ser alumnos sempiternos, para emular a Sócrates y aprender por aprender. O intentarlo al menos.

jueves, 15 de octubre de 2020

Mama Said - The Shirelles (1961)

Las Shirelles era cuatro adolescentes de Passaic, New Jersey, que se juntaron como grupo en el Instituto. En 1960 llegaron al número uno con "Will You Love Me Tomorrow", hoy un clásico americano que se pueden poner a cantar en cualquier película. Persiguiendo la estela de ese éxito su productor, Luther Dixon, les compuso, en colaboración con Willie Denson, este "Mama Said", que subió hasta el número cuatro en las listas en 1961. El video, gentileza del canal "É Arquivo é Canal 8", es una recreación posterior con unas falsas Shirelles interpretando en playback. En todo caso la elegancia es auténtica, la canción infecciosa y trepidante y la siempre oportuna denuncia del racismo de lo más emocionante.

https://www.youtube.com/watch?v=02zDtdysPWI

lunes, 12 de octubre de 2020

Cioran

Pronto hará veinticinco años que habré muerto. Eso he pensado al leer que pronto hará ese tiempo que murió Cioran. Hasta ahora siempre había pronunciado, para mí, “ciorán”, con acento en la a; aunque el nombre no lleva tilde, por razones bien conocidas en Bucarest. Es un problema que tengo con los nombres propios, cómo pronunciarlos (véase la entrada sobre Camus). Los procedentes de otros idiomas, quiero decir. Ahora hay unas páginas estupendas de internet para consultarlo. En rumano parece ser que se dice algo como “chorrán”, que me suena atroz. En francés, “siogán”, con esa g suave de los franceses para la erre. En inglés, cada uno lo pronuncia como quiere, “saiorán”, “siorán”. Conclusión, “ciorán” está bien, y mejora desde luego el original rumano (para nuestro oído). Cioran (pronúncialo como quieras) empezó publicando en rumano, pero luego se pasó al francés (viviendo en París, así cualquiera). Decía que escribir en otro idioma le hacía percibir lo escrito de forma distinta, más luminosa, como redescubriendo el significado de cada palabra. Hace veinticinco años que murió Emil Cioran, a los 84, después de pasarse la vida pensando en el suicidio. Decía que la posibilidad de este es lo que le hacía soportable la vida. Pero vamos, que nunca se animó; en cambio se dedicó a escribir en su buhardilla. Leer a Cioran está bien, porque, por muy pesimista que seas, quedas, por comparación, como un incombustible amante de la vida. Bueno, estoy frivolizando, las cosas no son tan sencillas, dicen que en su desesperación tenía algo de jocoso, que había vitalidad ahí encubierta; qué sé yo de Cioran. Ahora quedo, de alguna forma, en deuda con él, por esa frase del comienzo: Pronto hará veinticinco años que habré muerto. Tempus fugit.

viernes, 9 de octubre de 2020

Corzos

A veces veo corzos. El año pasado, en septiembre, calculo que vi unos ocho, de uno en uno y alguna vez dos. Siempre en movimiento, huyendo de los humanos. En general te sienten antes que tú a ellos. Uno se cruzó en la carretera y pensé (iba en bici) solo me falta darme con un corzo. No, lo esquivaría. Claro que no siempre los esquivan. Este año, este septiembre, también he visto corzos, pero menos. El primero fue un bulto más bien pequeño en el arcén. Un corzo muerto, atropellado. Peor fue el siguiente, un corzo herido en la cuneta. Echado inmóvil, con la cabeza levantada, mirándome, los ojos mansos y tristes, o me lo parecieron. Se apreciaba una mancha oscura en los cuartos traseros, sería sangre. Me pregunté que sentiría y, hasta donde sea que los corzos piensen, qué pensaría. No podía andar y esperaba estoico, paciente, resignado; esperaba... ¿qué? Pensé si podía hacer algo, avisar a alguien. Igual había una protectora de animales en el pueblo, a dos kilómetros, me extrañaría. O la Cruz Roja, pero, claro, no están para eso, qué iba a hacer la Cruz Roja. O una sociedad de caza; pero me dirían que corzos sobran, como mucho un cazador le daría el tiro de gracia (de la gracia que no tiene). A la tarde me volví a acordar del corzo herido, no hice nada. Los días siguientes vi otro par de ellos. Uno subiendo ágil por el monte, cuando llegué a su altura ya no estaba a la vista. A finales de mes, sorpresa, vi un zorro. No huyó, se quedó observándome. Los zorros también sienten y, seguramente, piensan. Deben ser más astutos que los corzos, antes de huir valoran la situación. Todavía lo estoy viendo, quieto, mirándome por encima del hombro; la cola abultaba tanto como todo el resto del cuerpo.

miércoles, 7 de octubre de 2020

Diez mandamientos laicos

Algunas normas de conducta (provisionales) que la vida me ha ido sugiriendo. Antes de empezar, aclarar que no son consejos que vendo, sino los que para mí tengo, pautas a seguir para reconciliarme conmigo mismo. Sin afán exhaustivo, repartidas en diez puntos por motivos estéticos (un decálogo, como los mandamientos).

1- Cuida tu cuerpo, es todo lo que tienes. Estar sano es más que suficiente para empezar cada día con optimismo.

2- Vive en modo slow; además, la calma es contagiosa.

3- La felicidad no es un objetivo razonable. Acepta que somos algo felices y algo infelices, a ratos. Los momentos malos, ya pasarán; los buenos disfrútalos, pero sabiendo que algún contratiempo está al caer.

4- Vive el presente; goza de los pequeños logros, como ordenar el armario, escribir una entrada del blog o, incluso, que te empasten una muela.

5- La soledad es tan necesaria como la compañía de los demás, que es lo único que hay en el mundo. Hay que encontrar el punto de equilibrio, que depende de cada uno.

6- Procura no hablar por hablar, aprende a escuchar, no te importe estar en silencio, no adornes una anécdota para parecer más interesante.

7- Nadie ha nacido para servirte, ni tan siquiera tu madre; haz la cama, compra el pan, limpia los zapatos.

8- Es preferible dar a recibir, por la satisfacción que se deriva y por puro egoísmo: lo que más ansiamos en esta vida es que nos quieran.

9- Respeta que cada uno (un hijo, la pareja, el vecino) haga lo que quiera, no pretendas imponer tu voluntad a nadie.

10- Las personas valen por ellas mismas, no por su aspecto físico, ni por su edad.

Estas diez recomendaciones, que podrían competir en unos Juegos Olímpicos porque son rigurosamente amateur, se pueden resumir en una: Sé buena persona, humilde y amable con todo el mundo.


viernes, 2 de octubre de 2020

Mal que nos pese

Dice un experto en biotecnología que pronto habrá que redefinir qué es un ser humano. Me asombra lo de redefinir, como si el ser humano estuviera ya definido, como si conociéramos nuestra naturaleza. Igual alguien la conoce, o la ha conocido; lo dudo, no es mi caso. Se ha intentado, eso sí, los filósofos, que por desgracia quedan fuera del alcance de mi radar cognitivo. El nombre del nuevo ser ya existe: cíborg; habrá que ver hasta qué punto se puede aumentar la parte cibernética sin perder la esencia humanoide, dónde está la frontera. La biotecnología seguro que nos traerá hallazgos beneficiosos. Se van haciendo cosas pero, me parece, sin tocar aún lo esencial, la capacidad de pensar y sentir. Dicen que pronto se podrá tener un gps en el cerebro. No sé, hasta ahora me he orientado bastante bien y sospecho que, si nadie se pierde, esto puede convertirse en un caos (porque los extremos se tocan).Tener más memoria, se me ocurre, eso lo agradecería, aunque suena a hacer trampa. Además tener una memoria absoluta sería una maldición del mismo estilo que la de ser inmortal. Somos imperfectos, mortales y olvidadizos; estamos desorientados, perdidos en este valle de lágrimas (qué imagen esta, sobada como está, me sigue gustando, valle de lágrimas, fiú). Esa es nuestra naturaleza, ahora que caigo. Todo esto (que es bien poco) lo digo desde mi absoluto desconocimiento, que es lo que quería decir desde el principio. Estaba meditando estos días escribir algunas “impresiones generales sobre la vida”, ponerme un poco sentencioso, y hoy al despertarme me he dado cuenta de lo ridículo de la idea. Un detalle, hace dos entradas escribí “acerbo” donde quería decir “acervo” (ya lo he corregido). Hay que confesárselo a uno mismo de vez en cuando: saber, saber, no sé nada. Aunque, bueno, las impresiones creo que las voy a escribir igual.