domingo, 29 de octubre de 2023

El poder extraordinario de la palabra escrita (1)

    Veo la sombra de Kundera en el título; para escribirlo he tenido que forcejear con ambos —con el título y con Kundera—. Lo primero que me salía era la irresistible fuerza de la palabra escrita. Irresistible por no decir insoportable. Pero no, para ser Kundera debería haber una contraposición de términos, algo así como la irresistible inanidad de la palabra escrita. Me falta su genialidad.
    Las palabras se las lleva el viento, dicen; y es verdad. La palabra hablada es un fruto efímero de la mente y un milagro de la evolución. Cada frase que pronunciamos es el producto no solo del cerebro que la diseña sino también de la boca que la fabrica mediante una inverosímil sucesión de movimientos sutiles. Un automatismo que si te fijas —fíjate— es asombroso: la modulación por medio de la lengua y los labios del aire que espiramos.
    El siguiente paso fue la escritura. Pero escribir no es algo natural, es un invento que tiene sus carencias. Esas carencias llegan aparejadas al cambio de sentido. No el sentido de una carretera, me refiero a los cinco sentidos. La palabra hablada nos entra por el oído y la escrita por la vista.
    Al leer solo podemos imaginar el tono, el deje, el énfasis, la musicalidad, la pausa, la velocidad, la pronunciación. Todo eso se pierde al codificarlo en series de letras y prescindir del sonido. Sí, pero no. Se pierde mucho, es innegable; pasamos de la voz humana que es lo natural, ecológico, sin pesticidas ni conservantes a lo elaborado, envasado, conservado al vacío, congelado; la palabra escrita.
    Pero, pero, pero —sin darme cuenta me estaba convenciendo a mí mismo de lo contrario—, pero la palabra escrita, artificial cien por cien como es, tiene otras muchas virtudes. Símil alimenticio de nuevo: la palabra escrita es como el aceite puro de oliva, virgen, extra, medalla de oro en la feria World Food de París, mientras lo hablado son unas aceitunas con hueso. Las hay muy ricas, claro, todo es relativo; también hay aceite de girasol.

jueves, 26 de octubre de 2023

Noli

      Conocí a una chica que se llamaba Noli. No había oído nunca ese nombre; parecía un apelativo familiar, un hipocorístico. Cuando le pregunté de dónde venía, de primeras no me lo quiso decir. Luego ya, confesó; su nombre oficial era Manuela. Hice la deducción, de Manuela Manolita, de ahí Nolita y cuando la niña creció, Noli. No le veo nada malo a Manuela pero a ella no le gustaba.
    Por cierto, en cuanto a acortar nombres he creído apreciar la tendencia a reducirlos a una única sílaba. Si la chica se llama Lucía, por ejemplo, las amigas la llamarán Lu; si es Raquel, Ra.
    Volviendo a Noli, lo primero que me vino al oír el nombre, no me preguntes por qué, fueron estas palabras: Noli me tangere. No supe de donde salían ni de qué idioma se trataba, podía ser latín. En el colegio dimos un año de latín, poco aprendimos; traducíamos frases de La guerra de las Galias, de Julio César.
    Años después leí, traducida, esa obra y me encantó. Es curioso que la narración es en tercera persona, César entonces manda cruzar el río a sus legiones, todo así. Se lee como una novela de aventuras no exenta de crudas realidades; como el episodio, que me impresionó, de Uxeloduno; la última revuelta contra la autoridad de Roma. Una vez sofocada, César ordenó cortar las manos de todos los varones supervivientes en edad militar, luego los diseminó por el país como advertencia para los demás.
    Indagué sobre la frase, noli me tangere. Confirmé que era latín y pude averiguar su significado pero pronto lo olvidé otra vez. Al coincidir con Noli pensaba, tengo que memorizarlo. Lo miraba de nuevo y volvía a olvidarlo.
    Hasta hoy, de esta no pasa, la mejor forma de recordar algo es escribirlo. Noli me tangere significa no me toques y es lo que le dijo Jesucristo resucitado a María Magdalena según aparece en la Vulgata, la traducción de la Biblia al latín corriente. Noli me tangere, no me toques, ¿por qué se lo diría?

lunes, 23 de octubre de 2023

Un poema de Baudelaire

    A propósito de Baudelaire, no había leído nada suyo, o casi nada; algún retazo. “Correspondencias” es uno de los poemas de “Las flores del mal” (esto lo digo para los ignorantes como yo que no lo sabíamos, los doctos sabrán comprendernos).
    Al parecer hay al menos dieciocho traducciones diferentes de ese libro al español. ¿Cuál es la buena? No sé francés y como diversión y consultando tres o cuatro de esas traducciones, una traducción al inglés y el original francés (con la colaboración del traductor de Google), he elaborado mi propia versión.
    Creo que este caso, como en otros muchos, más que de traducción se puede hablar de adaptación o interpretación. Esta es la mía, perdón por el mía, es mía de forma muy sutil:

    La naturaleza es un templo de pilares vivos
que a veces da voz a palabras confusas;
el hombre atraviesa bosques de símbolos
que lo observan con ojos comprensivos.
    Como largos ecos que a lo lejos se confunden
en una tenebrosa y profunda unidad,
vasta como la noche y como la claridad,
perfumes, colores y sonidos se responden.
    Hay perfumes frescos como cuerpos de niños,
suaves como los oboes, verdes como los prados,
—y otros corruptos, ricos y triunfantes,
    con la expansión de cosas infinitas,
como el ámbar, el almizcle, el benjuí y el incienso,
que cantan el éxtasis del alma y los sentidos

viernes, 20 de octubre de 2023

Lo que en mí arde

    Lo que en mí arde es una exageración y es confidencial. Lo que en mí arde es París y es un verso de Santa Teresa (que ardía en el espíritu de Cristo y moría porque no moría). La vida arde, la vida es un proceso de combustión que unas pocas veces desprende llamaradas y las más consiste en una larga y sorda oxidación que te mata poco a poco.
    Lo que en mí arde es una frase algo descabalada que pone el verbo al final, por conveniencia poética, supongo. Puesta del derecho, lo que arde en mí, me recuerda una canción de Nick Lowe, The Beast in Me, que sonaba en un capítulo de los Soprano. Hablaba, la canción, de esa bestia que llevamos dentro, todos en general y Toni Soprano en particular, como era bastante evidente. Esa es una de las cosas que arden en mí, la bestia, ahí, oculta. Y en ti también, no te creas.
    Y más cosas arden, los siete pecados capitales arden, las tres virtudes teologales y los cuatro jinetes del Apocalipsis; la Biblia entera arde en mí, y la civilización occidental, incluídos Walt Whitman y el indomable Will Hunting; y Shrek, por decirlo todo.
    “Lo que en mí arde” es también este poema escrito expresamente para la ocasión:

        Lo que en mí arde
        es un barco pirata,
        la luna es de plata
        al caer la tarde

martes, 17 de octubre de 2023

Potomac

    Potomac es una palabra llana, dentro de lo que cabe. Quiero decir que no sé cuales son las normas de acentuación en inglés. Poniendo una tilde que no es: no se dice Potomác sino Potómac. No me acostumbro, siempre había supuesto que era una palabra aguda.
    Este hecho poco conocido —desde mi punto de vista— me lo ha contado mi amigo Antonio. Él lo sabe porque ha vivido años en Nueva York. Digo amigo porque aunque no le conozco en persona (le conozco, leísmo aceptado por su amplio uso) le sigo a través de sus escritos. Esto lo cuenta en su última novela “No te veré morir” —que es estupenda—.
    Le tengo cariño al río Potomac, al nombre Potomac, que viene de una palabra algonquina. Lo aprendí de niño y, como suele pasar, se quedó ahí, como grabado a fuego —Potomác, pensaba—.
    Es el río que pasa por Washington DC. En tiempos de la Guerra de Secesión sus orillas eran insalubres, miasmáticas, y al parecer ese fue el origen de las fiebres tifoideas que causaron la muerte, en 1862, en la Casa Blanca, de Willie, hijo del presidente Lincoln, a la edad de doce años. Esto lo leí en una novela de Gore Vidal (todo, todo, todo está en los libros). Fue una tragedia personal dentro de otra tragedia nacional. Tampoco vamos a decir que lo matara el río.

sábado, 14 de octubre de 2023

La primera clase

    Cheever, Chirbes y Baudelaire, podría ser un bufete de abogados, pero en realidad fueron escritores e incidentalmente dipsomaníacos. Me gustó la observación de Chirbes de que la prosa y la ética son inseparables. La literatura es como el mar, inabarcable e inagotable. A la vez, en aparente contradicción, ambos, el mar y la literatura, son finitos. Siendo finitos, pudiéndose en teoría contar las gotas del mar y los libros que son, en la práctica es imposible.
    También es imposible leer todos los libros que merecen la pena. Cuanto más lees más socrático te vuelves, más evidentes se hacen los libros que no has leído. Lo equilibrado, me parece, es leer sin pretensiones lo que te vaya apeteciendo; y si no te apetece, no leas, desde luego. Tenía un amigo que empezó a comprar libros de modo compulsivo y a la vez dejó de leer. Se especializó en novela histórica, acumulaba hermosos ejemplares de tapa dura a los que nunca veía el momento de hincar el diente. Que no nos pase.
    La literatura se puede considerar una enfermedad crónica que por fortuna no es mortal; al revés, en casos extremos —que son muy, muy raros— puede provocar la inmortalidad. De esta visión de la literatura viene el término tan poético para designar a los afectados por el mal: letraheridos.
    Cada año en octubre, al empezar este grupo de apoyo, el taller de escritura, aparecen media docena de alumnos que confiesan su amor a la poesía, posiblemente la variedad más virulenta de la enfermedad. A sus padres, si están enterados, les diría que tranquilos, de la poesía se sale (dentro bromas).
    La poesía es necesaria, es un pálpito que tengo. La poesía debe de ser una especie de catalizador cuya función aún no se conoce del todo pero sin el cual la vida espiritual no sería posible. La poesía, como dijo Bachelard, es metafísica instantánea.

miércoles, 11 de octubre de 2023

Sueño prolijo

    Escribí una vez que no era partidario de contar sueños, así que voy a tener que dar una razón para justificarme. Esta es la razón: cuando desperté, el sueño estaba allí.
    Estamos en México, mi tía va a celebrar misa en una pequeña capilla. Estoy pegado al altar en una especie de silla doble que procuro arrimar a un lado para no estorbar la ceremonia. Me fijo que a un lado del altar hay un pequeño extintor de incendios y otro objeto pequeño que no acabo de comprender qué es. Pienso en lo que son las normas de seguridad para poner ese extintor al alcance del celebrante, en este caso mi tía, por si acaso.
    Empieza la ceremonia y ha cambiado algo el escenario, ya no estamos tan apretados. Tengo una chica a mi izquierda y ahora alguien lleva una tarta con una vela encendida a una mujer que está detrás de mí. Es su cumpleaños y por lo que sea aquí debe de ser la costumbre incluirlo en el acto religioso.
    La chica de mi izquierda la tengo de pronto delante y de perfil. Vuelve la cabeza hacia mi con las guedejas de su pelo negro enmarcándole los ojos y con viveza me dice que no hay nada como la sensación de cabalgar a lomos de un caballo. Lo acepto y le sonrío pensando para mí que la única vez que he montado en un caballo pasé bastante miedo. Pienso que al final de la misa, o lo que sea, nos comeremos la tarta; sí, me apetece. Pero no, termina la cosa y la congregación se disuelve.
    Me acuerdo de que mi madre y otros familiares han asistido a la misa y comienzo a buscarlos. No están por ningún lado. Hay bastante gente, todos de rasgos mexicanos. Al final veo al fondo a P, mi hija. Le pregunto por los demás. Me contesta que han bajado al restaurante Ópera (sic). Hemos hablado en euskera y me dice que ahora lo vamos a repetir en castellano como cortesía con los anfitriones. Así lo hacemos, aunque me asombra un poco el detalle, Cuando nos vamos me parece mal no despedirme y acabo diciendo en alto, dirigiéndome a todos en general, que ha sido un placer y que agradecemos de veras la buena acogida.

domingo, 8 de octubre de 2023

El filósofo

    ¿Nace uno filósofo? No sé, uno nace y gracias. Inciso: he leído hace poco un cuento escrito en imperativo, un escritor lo suficientemente inquieto podría escribir una historia en interrogativo (pero además de inquieto debería ser muy hábil). X se interesó por el origen de la vida y se matriculó en biología. Luego se dio cuenta de que lo que de verdad le interesaba no era la química de los seres vivos sino el propósito de su existencia. Se cambió a filosofía.
    Se tumbaba en el sofá y si le preguntaban qué hacía contestaba que estaba pensando. También filosofaba andando, cosas muy recomendables, andar y ocupar la mente. X tuvo una larga carrera como filósofo. Ser filósofo es poco práctico, en principio no te pagan por pensar. Pero X fue profesor en varias universidades y escribió un buen número de libros.
    Cuando de verdad se encontraba a gusto X era cuando estaba solo. Solo y pensando, con sus libros y sus escritos. Vivía en su mundo y no reparaba en la gente, por si acaso saludaba siempre. A pesar de todo se casó y tuvo hijos. Se separó y al tiempo se volvió a casar y tuvo más hijos y luego, o antes, o mientras tanto, tuvo amantes; y en su funeral, ya muy mayor, acudieron un buen número de ex-parejas y admiradoras, además de su última compañera.
    Filosofó sobre la sociedad que le tocó vivir. Le dolió ser un privilegiado económicamente. Defendió que lo importante no eran las ideas que uno tuviera sino vivir conforme a ellas. Dedujo que lo que permanece en la historia es lo distinto, lo nuevo, lo original y no la tendencia general de la época. Defendió que había que relegar el yo en beneficio del nosotros. Conseguir esto último debe de ser lo más difícil de todo.

jueves, 5 de octubre de 2023

Ajedrez

    Un día pude ser campeón del mundo de ajedrez. Lo he escrito por ver como quedaba y, la verdad, suena bien, muy halagador, pero nada más lejos. Sé jugar y poco más. Hace tiempo que no lo hago y ahora mismo alguna regla puede que se me escape —se me escapa, seguro—.
    En mi familia no ha habido tradición de ajedrez. Cuando tenía siete u ocho años me regalaron un juego en miniatura. Era una caja de madera que abierta formaba el tablero. Cada casilla tenía un agujerito donde se encajaban las figuras de apenas un centímetro. Los agujeros de fábrica eran algo más estrechos de lo debido y mi padre me llevó al taller y los ensanchó con un taladro. Era festivo y estábamos los dos solos, la luz del día entraba por los ventanales, me sentí privilegiado por estar allí.
    El juego me fascinó; era una guerra a la antigua y tenías un ejército a tu disposición. Con once o doce años llegó el momento culminante de mi carrera como ajedrecista. Una noche, antes de dormirme, determiné mentalmente los movimientos necesarios para conseguir el jaque mate más rápido posible. Ya estaba inventado —es el mate Pastor, lo supe más tarde— pero para mí fue todo un logro.
    No mucho después, en el colegio organizaron unas partidas y me apunté. Acudí un sábado por la mañana y me enfrenté a un chico que no conocía. Hice la jugada ensayada y para mi sorpresa no se dio cuenta, KO en el primer asalto. Días después el Hermano Prefecto me hizo un comentario sobre mi victoria fulminante. Se imaginaba lo que no era. Fue lo más cerca que estuve de ser campeón del mundo. Desde entonces todo ha sido un continuo declive. En lo que se refiere al ajedrez, que quede claro.

lunes, 2 de octubre de 2023

Gorda, gordo

    Hay un chiste de Woody Allen —que no es un chiste en sí sino el argumento de uno de sus cuentos— en el que un gordo adelgaza y luego cuando ya mayor está en su lecho de muerte se lamenta amargamente echando en falta aquel su ser obeso, el gordo que seguía siendo en su interior. Gordo, flaco, lo digo sin ánimo de ofender.
    La palabra gordo no pasa por su mejor momento. En el mundo, por desgracia, lo habitual es que falte de comer, y pocos gordos verás en Etiopía, pero en nuestra sociedad privilegiada se da la gran paradoja de que la abundancia de alimentos, y la comida basura, nos han llevado a denostar la gordura.
    Hace no tanto tiempo aquí también se pasaba hambre y gordo era una palabra simpática que se asociaba a la felicidad, o por lo menos al bienestar. La prueba de ese pasado esplendor del término son todas las expresiones a las que dio lugar. Me gustan esos dichos; hacer la vista gorda, contigo me ha tocado el gordo, sudar la gota gorda, armarse la gorda, el caldo gordo.
    Mi favorita es esta: para ti la perra gorda. Es una expresión muy útil que tiene su pequeña trampa: por un lado es una renuncia a discutir, lo que siempre está bien; por otro no es una concesión inocente, no te estoy dando la razón sino la perra gorda, algo que no vale nada, porque por mucho que lo argumentes no me vas a convencer y al zanjar el tema con esa frase además de mi sentido del humor estoy dejando clara mi superioridad moral, ay.