viernes, 28 de febrero de 2020

Sobre entender

Sobre entender un texto, soy partidario. Igual que en una película las escenas diurnas a las nocturnas, en un libro prefiero los pasajes claros a los oscuros. No entender me deprime, no me sirve para nada, me hace dudar de la gramática y del diccionario, si es una traducción del traductor (necesito culpables que me hagan inocente). Pero bueno, luego están los matices. Por un lado ningún texto se entiende del todo y ninguno es totalmente incomprensible. Por otro hay tantos niveles de entendedores como lectores. A algunos les bastan pocas palabras y a otros no. También hay una tenue frontera entre entender e interpretar y hay otra amplia gama de formas de incomprensión desde la frase aislada incomestible hasta la sucesión página tras página de frases homologables que en su conjunto no consigo saber qué quieren decir. Como casi todo, es complicado. He leído hace poco “El colgajo” de Philippe Lançon. La impresión general ha sido positiva, pero hay un, digamos, cinco por ciento de los pensamientos de Lançon que sencillamente no entiendo. Por ejemplo esta definición de “literatura”: “la literatura, esa carroza infatigable, nos hace viajar entre deseos íntimos que se resisten a las caricias dirigidas”. La primera parte me parece bien, “esa carroza infatigable que nos hace viajar”, pero la segunda, “entre deseos íntimos que se resisten a las caricias dirigidas”... ¿cómo dices Philippe?, ¿es algo poético?, ¿es cosa del idioma?, ¡me he perdido Philippe! Cuando no entiendo una frase, la releo, intento concentrarme, ¿me sugiere algo?, ¿tiene ritmo, al menos? No entender es un fastidio, me frena en la lectura, me aburre. Puede ser cosa mía, tengo un número de neuronas limitado, no lo puedo entender todo, o puede ser cosa del autor, que le gusta ser impenetrable. Sea como sea, pronto me canso de textos que me resultan inextricables, oníricos, pseudopoéticos, tan profundos que se hacen abisales. Admito mis limitaciones, renuncio a entender a, pongamos, Nietzsche, pero, ¿literatura?, la literatura quisiera entenderla toda.

viernes, 21 de febrero de 2020

De la vida y de la fe

Mi documento oficial favorito de todos los tiempos, lo acabo de decidir, es el de fe de vida. Le daría un accesit al certificado de penales. Para empezar, qué nombre formidable, fe de vida, pura poesía. Aunque uno, en principio, no necesite que nadie le confirme que está vivo, reconforta tener un certificado que lo acredite. Dan fe de que vives, creen en ti cuando tú habías empezado a dudar. Me han pedido ese documento para un trámite y tras la primera reacción de sorpresa (sigo aquí, carajo) voy al registro contento de estar vivo y de compartir la buena nueva con quien haga falta. Tras la pequeña humillación del detector de metales (he pasado a la tercera, a poco me quedo en calzoncillos) me dicen en información que es en la ventanilla de al lado, pero que están con un expediente (sic) y que tengo para rato. Sin mi fe de vida no me voy. Hay dos personas esperando y en una esquina una pareja, a la que pregunto si son los últimos. No me dicen ni que sí, ni que no. Luego resultará que están para otra cosa. Además al fondo una oronda familia magrebí, padre, madre e hija, ocupa los tres únicos asientos. Me quedo a un lado, mosqueado por tener que esperar de pie y sin nada que leer. Podría gritar, ¡estoy vivo!, pero sería contraproducente, creo. Había estado dos o tres veces en este hall, sin acceder nunca a los misteriosos pisos superiores donde imagino a sofisticados conoisseurs de los laberintos administrativos. Se asoma una funcionaria y pide a la familia que pase. No se enteran, como estoy cerca se lo repito. Me miran inexpresivos e intento indicárselo por señas. Allá van, serán los del expediente. Entran dos señoras mayores y se me ponen delante. Les digo amablemente que estaba antes, me aclaran que tenían cogida la vez. No problem, I am a gentleman. Son viudas y también vienen a por su fe de vida. Nos envuelve una corriente de solidaridad ciudadana. La familia ha vuelto a los asientos y al rato aparece el hijo, o yerno, y todo se anima, habla castellano y empieza a traducir papeles. El siguiente. Capto retazos de la conversación. Viene a informarse. Que debería haber ido a otro sitio. Que lo suyo tardará meses. Turno de las viudas, bien. Necesitan la fe de vida para la empresa de sus difuntos, las pensiones. La funcionaria les da sus documentos y les pide que comprueben que está todo bien para firmarlo y sellarlo. Alarma roja, no han traído las gafas. Me ofrezco como lector. Doña tal y tal, natural de, nacida el, domiciliada en, viuda... de Manuel Griñán (nombre supuesto) apunta la viuda. No, le digo, el nombre no viene. Todo es correcto y antes de pasar a la otra aparece la funcionaria a mi lado y se hace con los papeles. Mejor, otra funcionaria se había llevado mi DNI y ahora me lo devuelve con mi fe de vida. Para mi caso no hace falta firma ni sello. Echo un vistazo mientras busco la salida. A día de hoy estoy vivo, confirmado. Ya en la calle recapitulo: uno, no he tenido que esperar tanto; dos, no me he despedido de las viudas; tres, brilla el sol.

martes, 18 de febrero de 2020

Es un mundo extraño

Había una película, “El mundo está loco, loco, loco”. Me he acordado al escribir el título “es un mundo extraño”, no solo por el paralelismo de calificar al mundo de loco o extraño sino porque mi título retuerce un tanto la sintaxis del castellano y sigue más la del título de aquella película en inglés “It's a mad, mad, mad, mad world”, o sea, en una traducción más literal, “es un mundo loco, loco, loco” (por economía de letras se pasa de cuatro “mad” a tres “loco”). Inciso: esta película es una comedia con poca gracia a día de hoy, y la razón original para recordarla es que en la banda sonora hay una canción de las Shirelles que me gusta, “Thirty one flavors”. La letra se refiere a un chico, “Icecream” Joe, que besa en treinta y un sabores de los que el preferido es el de tutti frutti. Volviendo al título de este texto, en perfecto español sería “el mundo es extraño”. Prefiero el otro. Extrapolando, supongo que ya habrá gente estudiando el influjo de la lengua inglesa en la española (y viceversa). Un caso que les propondría es el del corresponsal en Londres del periódico. Sus crónicas son alambicados ejemplos de simbiosis de las sintaxis de ambos idiomas que por momentos adquieren tintes enigmáticos para el lector. Pero a lo que iba. Todos los días leo en ese mismo periódico algo que me sorprende y me divierte. (y lo tomo como un síntoma de buena salud mental). Lo de hoy ha sido enterarme de que una familia ha celebrado el cumpleaños de su perro. ¿Habrán conseguido que sople las velas? Hechos como este nos recuerdan que los perros son parientes nuestros, mamíferos como nosotros, compañeros habitantes de la Tierra. Aunque seamos, en cierto sentido, los más listos de la clase, los humanos somos una expresión más de la vida en el planeta. No voy a llegar a organizar una fiesta de cumpleaños a un perro, ni a ninguna otra manifestación de vida no-humana, pero sí me siento parte de ese todo que incluye desde el, por desgracia, más poderoso hombre de la Tierra hasta la más humilde forma de vida vegetal. Por cierto, ¿hay vida en Marte? Sería divertido y sorprendente que un día de estos se descubriera allí, por ejemplo, una lechuga. Una forma de vida como otra cualquiera.

viernes, 14 de febrero de 2020

Intensidad máxima

A veces cojo el autobús. Allí soy un anónimo figurante que participa en la representación de la comedia humana. Me suelo sentar en la parte trasera. Una forma de ir a la defensiva, supongo, como sentarse en un local de espaldas a la pared y mirando a la puerta. En la parte trasera del bus pero no al fondo del todo, tres o cuatro filas por delante. Hoy también lo he hecho así. Es una hora tranquila y hay pocos pasajeros. Una madre con su bebé en un cochecito, algunos estudiantes. En la calma relativa oigo una conversación telefónica que viene de atrás. Una mujer joven en tono normal que parece recriminar algo a alguien. Una frase me sorprende: “yo soy de las que lo dan todo”. Con discreción echo una ojeada y me cercioro de que la chica en una esquina del fondo es la morena con gafas que ha subido detrás mío. Ha dicho la frase con toda tranquilidad; no parece enfadada, ni tan siquiera alterada. No habla ni muy alto, ni en susurros. No le importa que alguien le oiga. Admiro su dominio del momento y la sencillez y claridad de la afirmación: lo da todo en la relación, ¡qué maravilla! Siendo así, la persona al otro lado del teléfono ya está en inferioridad. Cualquier cosa que diga sonará a excusa, está claro que en su caso no lo ha dado todo. Pero, ¿quién lo da todo? No los hombres, me parece, no en mi caso. Alguno, puede. Es más probable en el caso de las mujeres, incluso creo que he conocido alguna. ¿Se puede resistir alguien a una mujer que está dispuesta a darlo todo? El autobús ha arrancado y ya no oigo a la chica, habrá colgado, no parecía dispuesta a alargarse. Más bien sonaba a sereno ultimátum. Lo doy todo, pero me has fallado y ahora te vas a quedar sin nada.

domingo, 9 de febrero de 2020

El destino

Nihilismo es la doctrina de un filósofo deprimido. No soy filósofo y no puedo ser nihilista, aunque de vez en cuando puedo pensar, como todo el mundo, que nada tiene sentido. Resulta que “sentido” tiene las mismas letras que “destino” (de alguna forma el destino tiene sentido). Me jubilé en agosto pasado. O me jubilaron, no lo tengo claro. El dudoso júbilo de la jubilación. Un hito es, desde luego. Un cambio de forma de vida, etcétera. No tengo nada qué decir respecto al destino, pero al estar jubilado... El destino prosaico es el del tren a Lisboa estacionado en vía tres que efectuará su salida a las cuatro p.m.. Este destino lo entiendo, si bien “efectuará su salida” es una forma extraña de decir “saldrá” y salvando que no es seguro que llegue hasta Lisboa (aunque sí bastante probable). El otro destino, el sino, hado o fortuna, es más discutible ¿El destino ya está escrito?, ¿hagamos lo que hagamos no podremos escapar a él?. Escrito, en cuanto al porvenir, no está. Lo que sí es cierto es que de todos los futuros que podrían suceder, solo va a cobrar realidad uno, uno solo. Y ese, claro, es nuestro destino, y cuando llegue podremos decir: este es mi destino que me estaba esperando, este y ningún otro. El presente, el ahora, es el destino que se está cumpliendo en riguroso directo y el pasado es el destino que se cumplió y que ya está escrito; aunque, eso sí, de mil formas distintas.