Sobre entender un
texto, soy partidario. Igual que en una película las escenas diurnas
a las nocturnas, en un libro prefiero los pasajes claros a los
oscuros. No entender me deprime, no me sirve para nada, me hace
dudar de la gramática y del diccionario, si es una traducción del
traductor (necesito culpables que me hagan inocente). Pero bueno,
luego están los matices. Por un lado ningún texto se entiende del
todo y ninguno es totalmente incomprensible. Por otro hay tantos
niveles de entendedores como lectores. A algunos les bastan pocas
palabras y a otros no. También hay una tenue frontera entre entender
e interpretar y hay otra amplia gama de formas de incomprensión
desde la frase aislada incomestible hasta la sucesión página tras
página de frases homologables que en su conjunto no consigo saber
qué quieren decir. Como casi todo, es complicado. He leído hace
poco “El colgajo” de Philippe Lançon. La impresión general ha
sido positiva, pero hay un, digamos, cinco por ciento de los
pensamientos de Lançon que sencillamente no entiendo. Por ejemplo
esta definición de “literatura”: “la literatura, esa carroza
infatigable, nos hace viajar entre deseos íntimos que se resisten a
las caricias dirigidas”. La primera parte me parece bien, “esa
carroza infatigable que nos hace viajar”, pero la segunda, “entre
deseos íntimos que se resisten a las caricias dirigidas”... ¿cómo
dices Philippe?, ¿es algo poético?, ¿es cosa del idioma?, ¡me he
perdido Philippe! Cuando no entiendo una frase, la releo, intento
concentrarme, ¿me sugiere algo?, ¿tiene ritmo, al menos? No
entender es un fastidio, me frena en la lectura, me aburre. Puede ser
cosa mía, tengo un número de neuronas limitado, no lo puedo
entender todo, o puede ser cosa del autor, que le gusta ser
impenetrable. Sea como sea, pronto me canso de textos que me resultan
inextricables, oníricos, pseudopoéticos, tan profundos que se hacen
abisales. Admito mis limitaciones, renuncio a entender a, pongamos,
Nietzsche, pero, ¿literatura?, la literatura quisiera entenderla
toda.
viernes, 28 de febrero de 2020
viernes, 21 de febrero de 2020
De la vida y de la fe
Mi documento
oficial favorito de todos los tiempos, lo acabo de decidir, es el de
fe de vida. Le daría un accesit al certificado de penales. Para
empezar, qué nombre formidable, fe de vida, pura poesía. Aunque
uno, en principio, no necesite que nadie le confirme que está vivo,
reconforta tener un certificado que lo acredite. Dan fe de que vives,
creen en ti cuando tú habías empezado a dudar. Me han pedido ese
documento para un trámite y tras la primera reacción de sorpresa
(sigo aquí, carajo) voy al registro contento de estar vivo y de
compartir la buena nueva con quien haga falta. Tras la pequeña
humillación del detector de metales (he pasado a la tercera, a poco
me quedo en calzoncillos) me dicen en información que es en la
ventanilla de al lado, pero que están con un expediente (sic) y que
tengo para rato. Sin mi fe de vida no me voy. Hay dos personas
esperando y en una esquina una pareja, a la que pregunto si son los
últimos. No me dicen ni que sí, ni que no. Luego resultará que
están para otra cosa. Además al fondo una oronda familia magrebí,
padre, madre e hija, ocupa los tres únicos asientos. Me quedo a un
lado, mosqueado por tener que esperar de pie y sin nada que leer.
Podría gritar, ¡estoy vivo!, pero sería contraproducente, creo.
Había estado dos o tres veces en este hall, sin acceder nunca a los
misteriosos pisos superiores donde imagino a sofisticados conoisseurs
de los laberintos administrativos. Se asoma una funcionaria y pide a
la familia que pase. No se enteran, como estoy cerca se lo repito. Me
miran inexpresivos e intento indicárselo por señas. Allá van,
serán los del expediente. Entran dos señoras mayores y se me ponen
delante. Les digo amablemente que estaba antes, me aclaran que
tenían cogida la vez. No problem, I am a gentleman. Son
viudas y también vienen a por su fe de vida. Nos envuelve una
corriente de solidaridad ciudadana. La familia ha vuelto a los
asientos y al rato aparece el hijo, o yerno, y todo se anima, habla
castellano y empieza a traducir papeles. El siguiente. Capto retazos
de la conversación. Viene a informarse. Que debería haber ido a
otro sitio. Que lo suyo tardará meses. Turno de las viudas, bien.
Necesitan la fe de vida para la empresa de sus difuntos, las
pensiones. La funcionaria les da sus documentos y les pide que
comprueben que está todo bien para firmarlo y sellarlo. Alarma roja,
no han traído las gafas. Me ofrezco como lector. Doña tal y tal,
natural de, nacida el, domiciliada en, viuda... de Manuel Griñán
(nombre supuesto) apunta la viuda. No, le digo, el nombre no viene. Todo es correcto y antes de pasar a la otra
aparece la funcionaria a mi lado y se hace con los papeles. Mejor,
otra funcionaria se había llevado mi DNI y ahora me lo devuelve con
mi fe de vida. Para mi caso no hace falta firma ni sello. Echo un vistazo mientras busco la salida. A día de hoy estoy vivo,
confirmado. Ya en la calle recapitulo: uno, no he tenido que esperar
tanto; dos, no me he despedido de las viudas; tres, brilla el sol.
martes, 18 de febrero de 2020
Es un mundo extraño
Había una
película, “El mundo está
loco, loco, loco”. Me he acordado al escribir el título “es un
mundo extraño”, no solo por el paralelismo de calificar al mundo
de loco o extraño sino porque mi título retuerce un
tanto la sintaxis del castellano y sigue más la del título de
aquella película en inglés “It's a mad, mad, mad, mad world”, o
sea, en una traducción más literal, “es un mundo loco, loco, loco”
(por economía de letras se pasa de cuatro “mad” a tres “loco”).
Inciso: esta película es una comedia con poca gracia a día de hoy,
y la razón original para recordarla es que en la banda sonora hay una canción de
las Shirelles que me gusta, “Thirty one flavors”. La letra se
refiere a un chico, “Icecream” Joe, que besa en treinta y un
sabores de los que el preferido es el de tutti frutti. Volviendo al
título de este texto, en perfecto español sería “el mundo es
extraño”. Prefiero el otro. Extrapolando, supongo que ya habrá
gente estudiando el influjo de la lengua inglesa en la española (y
viceversa). Un caso que les propondría es el del corresponsal en
Londres del periódico. Sus crónicas son alambicados ejemplos de
simbiosis de las sintaxis de ambos idiomas que por momentos adquieren
tintes enigmáticos para el lector. Pero a lo que iba. Todos los días
leo en ese mismo periódico algo que me sorprende y me divierte. (y
lo tomo como un síntoma de buena salud mental). Lo de hoy ha sido
enterarme de que una familia ha celebrado el cumpleaños de su perro.
¿Habrán conseguido que sople las velas? Hechos como este nos
recuerdan que los perros son parientes nuestros, mamíferos como
nosotros, compañeros habitantes de la Tierra. Aunque seamos, en
cierto sentido, los más listos de la clase, los humanos somos una
expresión más de la vida en el planeta. No voy a llegar a organizar
una fiesta de cumpleaños a un perro, ni a ninguna otra manifestación
de vida no-humana, pero sí me siento parte de ese todo que incluye
desde el, por desgracia, más poderoso hombre de la Tierra hasta la
más humilde forma de vida vegetal. Por cierto, ¿hay vida en Marte?
Sería divertido y sorprendente que un día de estos se descubriera allí, por ejemplo, una lechuga. Una forma de vida como otra cualquiera.
viernes, 14 de febrero de 2020
Intensidad máxima
A veces cojo el autobús.
Allí soy un anónimo figurante que participa en la representación
de la comedia humana. Me suelo sentar en la parte trasera. Una forma
de ir a la defensiva, supongo, como sentarse en un local de espaldas
a la pared y mirando a la puerta. En la parte trasera del bus pero no
al fondo del todo, tres o cuatro filas por delante. Hoy también lo
he hecho así. Es una hora tranquila y hay pocos pasajeros. Una madre
con su bebé en un cochecito, algunos estudiantes. En la calma
relativa oigo una conversación telefónica que viene de atrás. Una
mujer joven en tono normal que parece recriminar algo a alguien. Una
frase me sorprende: “yo soy de las que lo dan todo”. Con
discreción echo una ojeada y me cercioro de que la chica en una
esquina del fondo es la morena con gafas que ha subido detrás mío.
Ha dicho la frase con toda tranquilidad; no parece enfadada, ni tan
siquiera alterada. No habla ni muy alto, ni en susurros. No le
importa que alguien le oiga. Admiro su dominio del momento y la
sencillez y claridad de la afirmación: lo da todo en la relación,
¡qué maravilla! Siendo así, la persona al otro lado del teléfono
ya está en inferioridad. Cualquier cosa que diga sonará a excusa,
está claro que en su caso no lo ha dado todo. Pero, ¿quién lo da
todo? No los hombres, me parece, no en mi caso. Alguno, puede. Es más
probable en el caso de las mujeres, incluso creo que he conocido
alguna. ¿Se puede resistir alguien a una mujer que está dispuesta a
darlo todo? El autobús ha arrancado y ya no oigo a la chica, habrá
colgado, no parecía dispuesta a alargarse. Más bien sonaba a sereno
ultimátum. Lo doy todo, pero me has fallado y ahora te vas a quedar
sin nada.
domingo, 9 de febrero de 2020
El destino
Nihilismo es la doctrina de un filósofo deprimido. No soy filósofo y no puedo ser nihilista, aunque de vez en cuando puedo pensar, como todo el mundo, que nada tiene sentido. Resulta que “sentido” tiene las mismas letras que “destino” (de alguna forma el destino tiene sentido). Me jubilé en agosto pasado. O me jubilaron, no lo tengo claro. El dudoso júbilo de la jubilación. Un hito es, desde luego. Un cambio de forma de vida, etcétera. No tengo nada qué decir respecto al destino, pero al estar jubilado... El destino prosaico es el del tren a Lisboa estacionado en vía tres que efectuará su salida a las cuatro p.m.. Este destino lo entiendo, si bien “efectuará su salida” es una forma extraña de decir “saldrá” y salvando que no es seguro que llegue hasta Lisboa (aunque sí bastante probable). El otro destino, el sino, hado o fortuna, es más discutible ¿El destino ya está escrito?, ¿hagamos lo que hagamos no podremos escapar a él?. Escrito, en cuanto al porvenir, no está. Lo que sí es cierto es que de todos los futuros que podrían suceder, solo va a cobrar realidad uno, uno solo. Y ese, claro, es nuestro destino, y cuando llegue podremos decir: este es mi destino que me estaba esperando, este y ningún otro. El presente, el ahora, es el destino que se está cumpliendo en riguroso directo y el pasado es el destino que se cumplió y que ya está escrito; aunque, eso sí, de mil formas distintas.
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