martes, 27 de junio de 2017

Cable submarino

Tender un cable submarino entre Europa y América me suena a una empresa digna del siglo XIX y de una novela de Julio Verne, con una muy posible pelea entre un buzo y un calamar gigante. Sin embargo ahora mismo están en ello y pronto habrá un flujo de sí, sí, no, sí, no, no... un tam tam transoceánico que nos comunicará aún más entre continentes. Y va y dice una periodista en la radio que, entre otras cosas, este cable permitirá una mayor velocidad en los videojuegos. Vaya ejemplo. Ya sé que hay de todo (¡incluso videojuegos educativos!) pero el videojuego standard es uno de internarse en plan comando en una ciudad en ruinas y acabar con unos cincuenta enemigos. O dicho de otra forma, simular que matas con diversas armas a unos cincuentas seres humanos; muy malos, eso sí. Digo yo que Europa, América y el mismo Julio Verne no se merecen que el cable submarino se use para matar más rápido, ni siquiera en un videojuego.

viernes, 9 de junio de 2017

Ya eres siempre


Y de pronto
estás fuera del tiempo.
Cada primavera 
eres todas las primaveras
y a la tarde 
vemos una película juntos,
como siempre.
La poesía 
era una mirada azul,
era una sonrisa y un detalle
y ya no era, ni es, ni será
solo está ahí
siempre.
Lo dejaste escrito
soy, siento, amo, doy,
queda constancia,
ya eres siempre.

sábado, 3 de junio de 2017

Tres por cuatro

Comentaba hace poco que un paso importante en el ciclo evolutivo fue cuando nuestros antepasados se irguieron, pasaron de estar a cuatro patas a mantener el equilibrio sobre dos. El siguiente paso decisivo fue sin duda cuando aquel homo erectus se sentó. Descansó sus posaderas (aún no conocidas como tales, ya que precisamente entonces estrenaban tal función) sobre un tronco o una piedra. Al sentarse mejoró la capacidad de pensar (como reflejó mucho más tarde Rodin), y pensando, pensando alguien inventó el taburete. Ya el hombre (o la mujer, que es más lista) podía sentarse donde le viniera en gana. El taburete tenía tres patas, claro. Con tres patas el equilibrio estaba garantizado en cualquier terreno (y en aquellos tiempos la horizontalidad no era una cualidad que se prodigara en los suelos habitados). Ya hecho todo un homo faber, un protocarpintero, pronto surgió otro invento complementario, la mesa. La mesa de tres patas, la mesa que no cojea nunca (en todo caso vuelca). Y luego, en algún momento impreciso (yo estoy en que fue durante los años oscuros de la edad media, entre la caída del imperio romano y el renacimiento) apareció la mesa de cuatro patas... La mesa que cojea. ¿Por qué?. ¿Es solo un paso atrás momentáneo en la evolución?. A los defensores de la mesa de cuatro patas les diría que si fuera perfecta no habría que calzarla. ¿Hay algo más desagradable que ir a sentarse en la terraza de un bar y que al apoyarse levemente en la mesa (sí, de cuatro patas) tiemble todo y el café desborde la taza y caiga al platillo y humedezca el sobre del azúcar y forme un pocillo que moje la parte inferior de la mencionada taza, de modo que al levantarla y acercarla a la boca para beber, gotee el café sobre la pechera de tu hasta ese preciso momento inmaculada camisa blanca?.