domingo, 31 de diciembre de 2023

The Loco-Motion - Little Eva (1962)

    He bailado poco en mi vida; si volviera a nacer bailaría lo mismo, supongo. La primera razón para bailar es la necesidad de expresarse o desahogarse; de gastar la energía vital, que hay que quemar de alguna manera. No sé si la música es un complemento indispensable o solo una excusa sin más.
    Lo piensas fríamente y bailar es una cosa extraña. Consiste en moverse de una forma más o menos armónica o compulsiva —que todo se acepta— y, en cualquier caso, placentera; porque para bailar hay que utilizar el aparato locomotor y hacer ejercicio genera endorfinas.
    Mis primeros pasos de baile serían al ritmo del twist, si es que fueron. Me parecía un baile difícil, había que retorcer las rodillas y agacharse a la vez. Con seis o siete años que tenía no conseguía hacerlo de forma convincente. Tuve el presentimiento de que el baile nunca sería lo mío.
    El twist arrasó a principios de los años sesenta y dio lugar a un buen número de intentos de emulación. Por ejemplo, en 1962, y no quiero aburrir con nombres y fechas, se lanzó al mercado el tema The Loco-Motion, con guion intermedio, que tras la energética introducción rítmica comienza con la frase Everybody's doin' a brand-new dance, now.
    La canción fue número uno y se ha convertido en un clásico. La intérprete, Little Eva, era la niñera de la pareja de autores: Carole King, que tenía 19 años cuando compuso la música, y Gerry Goffin, que escribió la letra, con el juego de palabras del título que del término locomotion, locomoción, la capacidad o el hecho de moverse, se inventa la palabra compuesta Loco-Motion, movimiento loco; un nombre muy a propósito, porque qué otra cosa es un baile sino una extravagancia locomotriz de movimientos alocados…

    Urte Berri On, Feliz Año Nuevo.

jueves, 28 de diciembre de 2023

La tía Mari

    Desde pequeño íbamos en verano a pasar unos días al pueblo de mi abuela. Nos quedábamos en la casa, muy modesta, donde vivían la bisabuela Victoria y su hija soltera, la tía Mari. Tenemos una foto a la puerta; Victoria está en el medio, sentada en una silla, riendo desdentada; alrededor toda la familia y a un lado estoy yo, con cuatro años, mirando a mi bisabuela con la boca abierta.
    La tía Mari tenía la voz ronca y una verruga en la mejilla, compraba corada para comer y su postre favorito era medio melocotón en almíbar sumergido en un vaso de vino. Años después, ya fallecida su madre, le salió un amigo o novio o lo que fuese; Anastasio, un buen hombre. La broma entre nosotros, los sobrinos nietos, era lo que pinchaba al darle un beso según el día que fuera de la semana, ya que solo se afeitaba los sábados. La cosa no duró.
    Cuando la tía ya andaba por los ochenta años sucedió algo inesperado: apareció un hombre procedente de la Argentina que aseguraba ser su hijo. Apenas tengo datos de todo aquello, unas frases sueltas y algún retazo de conversación. A estas alturas ya no vive nadie que pueda aclarar algo.
    La familia lo rechazó unánime. ¡Qué va a ser su hijo!, decían, es un sinvergüenza que le quiere sacar los cuartos que no tiene. Pensaba yo, se acordará la tía Mari de si ha parido o no alguna vez. La lógica decía que tal parto había tenido lugar porque aceptó a aquel desconocido. Para ella fue una ilusión que llegaba por sorpresa en sus últimos años. Nunca lo vi en persona, lo imaginaba con traje y sombrero, al fin y al cabo venía de Argentina. Pero el hombre estaba enfermo, enfermo grave y tras varios episodios lastimosos murió. La tía Mari tampoco duraría mucho más. Nada más supe.
    Tras rumiar sobre todo ello he reconstruido o reinventado lo sucedido. Es una historia trillada. Mis cálculos apuntan al comienzo del siglo XX: 1908; más o menos. Mari era una adolescente de familia humilde a la que pusieron a servir en una casa. Allí fue víctima del cabeza de familia y quedó embarazada. Las monjas de turno se encargaron de llevarse al recién nacido a un hospicio. Con el tiempo, tal vez tras la guerra, el niño, ya hombre, emigraría a la Argentina.

lunes, 25 de diciembre de 2023

Petaflops

    Ah, el número pi. Tres catorce, ¿no? 3,14151692 —es lo que me ha venido a la cabeza y me he pasado de frenada, por inercia he metido el 16—; 3,141592, eso sí. Bueno, pues leo en el periódico: 314 petaflops. O sea, pi petaflops; o cien pi petaflops, por la coma de pi —tres coma catorce etcétera—.
    O es una casualidad y no tiene nada que ver con el número pi (ya, estoy seguro de que con un poco de esfuerzo por mi parte este ordenador sería capaz de escribir la letra griega pi). Petaflops, cómo me está gustando repetir petaflops; parece inventado para hacer gracia (para petarla). Los flops no sé lo que son, el peta casi; es que me quedé en tera: mega, giga, tera. Y luego peta, no llegué a peta.
    314 petaflops es la capacidad de cálculo del penúltimo superordenador. Tiene nombre, ese ordenador, pero no me gusta: MareNostrum 5; el 5 afea bastante, el MareNostrum tampoco me convence; aquel Deep Blue, ese sí era un nombre. A juego con los petaflops este se podría haber llamado Pitagorín, y de paso se homenajea al personaje del tebeo (un precursor). El penúltimo superordenador ocupa como tres canchas de tenis; o va a ocupar, lo que sea. Lo bueno es lo de los 314 petaflops, pi petaflops por simplificar (y nos olvidamos de la coma).
    Tenía que mirarlo: flops va por floating-point operations per second, (operaciones de coma flotante por segundo) y se refiere a la velocidad de computación. Lo de "coma flotante", ni idea; la explicación me ha resultado ininteligible —hay que asumir las propias limitaciones—. Fuera lo que fuese, 314 petaflops; supéralo si puedes.

viernes, 22 de diciembre de 2023

La ley de los tres tercios

    Esta es una ampliación del quinto punto de las reflexiones sobre la habitación oscura del otro día. Se trata de la que podríamos llamar ley de los tres tercios. La idea la he tomado prestada de unas declaraciones de Altuna comentando la reacción del público tras un partido de pelota.
    Pongamos que sales a la calle con una regadera verde sobre la cabeza y se hace una encuesta sobre la reacción que desencadena este hecho entre los transeúntes. El resultado —como comentábamos el otro día— será que a la gran mayoría le es totalmente indiferente, que le da igual que lleves sobre la testa una regadera verde o un unicornio rosa.
    Sigue siendo válido lo que dijimos, bien, pero vayamos algo más allá; supongamos que el encuestador insiste, que pide un esfuerzo al encuestado para que se defina, opinión forzada o algo así creo que se llama. El resultado entonces será, a grandes rasgos, no estamos ante un problema de aritmética, que las respuestas se podrán agrupar en tres grandes grupos.
    Una tercera parte se reafirmará en su primera respuesta, no le importa en absoluto, le estás haciendo perder el tiempo, bastante tiene con lo suyo.
    Un segundo grupo, otro tercio de los encuestados, confesará que ya que insiste y aunque no lo quería decir porque es una buena persona la verdad es que le parece mal, le parece ridículo y ofensivo para el ciudadano en general, que no se mete con nadie ni va molestando al prójimo; solo son ganas de llamar la atención, afán de protagonismo.
    Por último, el tercio final —y esta es la novedad alentadora, lo que nos hace pensar que no todo está perdido— acabará diciendo que en el fondo le gusta, que es un soplo de aire fresco, que es original y divertido, que hace falta más gente así, desinhibida y sin complejos, gente como tú capaz de salir a la calle con toda naturalidad portando una regadera verde sobre la cabeza. Verde o de otro color, eso da igual.

martes, 19 de diciembre de 2023

Sugerencias

    Esto es para cualquiera que esté o haya estado en la habitación oscura (y quién no la ha visitado alguna vez).
    Preámbulo. Siempre es difícil ponerse en el lugar de otro. Tengo además la sensación, puede que errónea, de que a quien está decaído, o directamente hundido, los tópicos como “anímate” o “hay que tirar para adelante”, lo exasperan más que otra cosa. Por eso, quiero ser respetuoso y me limitaré a enumerar —tengo esa manía— algunas sugerencias o razonamientos confiando en que puedan servir de algo.
    Primera idea: expresarse espanta a los fantasmas; si es por escrito, mejor.
    Segunda idea: sin los demás no somos nada. Ese es el punto de partida, ser nada. Da miedo, pero hay que asumirlo; estamos solos en el mundo, una verdad tan melodramática como inapelable. La ventaja de ser nada es que no es posible ser menos, solo se puede ir a más.
    Tercera idea, continuación de la anterior: hay que mirar hacia fuera, hacia lo único que hay en el mundo, los demás. Si no está patentada reclamo esta frase para mí: lo único que hay en el mundo son los demás. Así que, ¿no es una suerte que tengamos una familia que nos quiera? Y amigos que nos aprecien. Y un amor, tener un amor, eso debe de ser la leche; pero bueno, paciencia, si no ha llegado ya llegará.
    Cuarta idea: me ha gustado lo que un crítico atribuía a V S Pritchett respecto a los personajes de sus historias: compasión; así es como tenemos que mirar a la gente y a nosotros mismos, con compasión.
    Quinta idea; contra el miedo escénico, una confesión basada en la experiencia: al mundo, en general, le importa un bledo lo que digas o lo que hagas o como vistas o como bailes... o como escribas.
    Sexta y última idea, complementaria de la anterior: a uno tampoco debe importarle demasiado —un poco sí— lo que opine la gente; lo que sí importa, lo que cuenta de verdad, es lo que cada cual haga ante su propia conciencia; y aquí pintamos en el esquema una flecha que enlace este punto seis con el punto cuatro para recordarle a la conciencia que debe ser compasiva.

sábado, 16 de diciembre de 2023

Luces de Navidad

    Han plantado un árbol (alegórico) de Navidad cerca de casa. Es una de esas estructuras ligeras que forman un cono de unos ocho o diez metros de altura. De día pasa desapercibido; de noche, con sus lamparitas verdes, parece algo y recuerda a un abeto. Su instalación, el día 13, me ha parecido prematura; aunque también se puede considerar que andan tarde, con esa costumbre moderna de encender las iluminaciones navideñas a primeros de diciembre.
    No sé, no lo acabo de entender, tanto entusiasmo por la Navidad. Será que Dios vuelve a importar y los creyentes se desviven por adorarle; porque si no, ¿qué estamos celebrando exactamente? Habrán leído, algunos de esos creyentes, ese libro nuevo que se titula “Dios – La ciencia – Las pruebas”, que ya es titularse. No sabía que la ciencia hubiera avanzado tanto. El razonamiento más obvio a favor de la existencia de Dios se le ocurre a cualquiera y Voltaire lo resumió en pocas palabras: Hay Dios porque no hay reloj sin relojero. Quién sabe.
    O igual esta fiebre navideña no tiene nada que ver con la religión, cualquier excusa es buena para reunirse. Está también, incluído en el paquete, el cambio de año; aunque esa frontera temporal sea una convención, en algún momento había que determinar que justo ahí acaba un año y empieza el siguiente. Pero vamos, todas esas luces ahí desde comienzos de diciembre hasta pasado el día de Reyes, por poco que consuman, ¿tienen razón de ser?, ¿tan mal andamos de moral que necesitamos lucecitas de colores para no verlo todo negro?
    Si seguir conservando al niño que llevamos dentro consiste en extasiarse ante un falso árbol iluminado y unos juegos de luces, ese niño ya no debe de estar en mí. A no ser que la curiosidad y la ilusión a mantener consistan en otra cosa y resulte que toda esta parafernalia de luces de colores, renos, abetos y muñecos de nieve sea como el traje nuevo del emperador del cuento.

miércoles, 13 de diciembre de 2023

Nimia pincelada

    La existencia está jalonada de casualidades; este es uno de esos azares que se podría considerar, en principio, una nimia pincelada en el cuadro final de la vida. Silvia lleva siete años usando esa maleta en exclusiva. Una maleta normal y corriente con sus rueditas y su mango extensible. Antes, era una más de la media docena, de distintas características, que se guardaban en el camarote. La familia las iba utilizando, indistintamente, según las necesidades.
    Siete años, no es un número al azar, ni el número de la buena suerte como dicen; no en este caso, o igual sí, quién sabe. Hace siete años, se cumplen en enero, murió su hermana Nora, a los 25 años, de cáncer. Silvia lleva ahora, como homenaje, un pequeño tatuaje que representa un cisne en la espalda, entre los omóplatos.
    Silvia ha llegado de viaje y al deshacer la maleta ha descubierto un compartimento que, hasta ahora, le había pasado inadvertido. Dentro hay un libro: un ajado ejemplar de El segundo sexo, la obra más conocida de Simone de Beauvoir. Tiene la etiqueta de la biblioteca del barrio. En la primera página conserva la tarjeta en la que figuran las fechas de los sucesivos préstamos. La última es el 17 de noviembre de 2016.
    Sin duda fue Nora la que sacó el libro de la biblioteca y lo llevó en su último viaje para leerlo en el avión o donde fuera. Nunca llegó a devolverlo, quedó olvidado en ese discreto compartimento. Está subrayado con profusión y tiene doblada la esquina superior de la página 60. Es posible que fuera esa la página en la que dejó su lectura.
    Ahora, siete años después, de esta manera tan banal como inesperada Nora se asoma una vez más al presente y hace que Silvia se sienta orgullosa de su hermana. Dos meses antes de morir, consumida por el cáncer, Nora tuvo el interés y el coraje de ponerse a leer ese libro. No cualquier otro que hubiera servido para evadirse o pasar el rato, sino ese, El segundo sexo, un libro comprometido, uno de los textos pioneros del feminismo. Duele recordar la secuencia de los hechos pero a la vez calienta el corazón esa pequeña anécdota, esa nimia pincelada que se diría trazada por una mano maestra.

domingo, 10 de diciembre de 2023

Dani

    Madre e hijo entran en la cafetería. El chico, de veintitantos años, lleva en la mano una vara con una flor en la punta. Este hecho, un tanto chocante, y el tono alto en el que habla le delatan: algo falla.
    La encargada les saluda afectuosa y les indica las mesas que ha juntado. La madre explica que se trata de una pequeña despedida familiar para Dani, que en pocos días irá al centro tal y tal.
    —No es un centro, —interviene Dani— es una residencia.
    —¿Y dónde está? —pregunta la del bar.
    Él se está quitando el abrigo, la madre le apremia
    —Te está preguntando, respóndele.
    El chico se para, duda y por fin contesta
    —En Pa-Palencia.
    —Ah, en Valencia.
    —No, en Palencia con pe.
    La hostelera comenta que conoce la institución, que es famosa y que tienen centros en bastantes sitios.
    —No es un centro, es una residencia —repite el chico.
    —Centro, residencia, es lo mismo —le dicen.
    —No, es una residencia —y explica —hay piscina y caballos.
    La palabra centro se vuelve a deslizar en la conversación pero por suerte Dani ya se ha puesto sus auriculares..
    Llegan dos de los convidados, tía y primo, parecen; saludan y abrazan al chico
    —Cariño, Dani, campeón.
    Hay momentos en los que nadie diría que le pase nada, como cuando dice
    —El martes tengo otra celebración.
    O señalando en una foto
    —Luis es el que tiene el báculo —báculo, qué te parece.
    Llegan más familiares, Dani se ha encogido sobre el móvil como abrumado por el barullo. Tras unos segundos de tregua, la madre le reconviene
    —Dani, no ves que están los tíos.
    Hay más saludos y abrazos
    —Corazón, Dani, cielo.
    La conversación se generaliza; el chico está mirando videos y quiere que los vea su tío, que está al lado. Repite varias veces la misma frase. La madre le apacigua
    —Tranquilo, Dani.
    Una camarera le pregunta
    —¿Tú qué quieres Dani?
    —Un ColaCao… —contesta este.
    —Y tortilla de patatas —completa su madre, y seguido rectifica —¿Quieres tortilla de patatas Dani?
    El chico lo confirma y vuelve al móvil. El nivel de las voces va subiendo, no le dejan oír, y agitado exclama
    —Silencio, silencio.
    —Tranquilo Dani —dice la madre.
    Aparece una prima más joven que él. Saluda expansiva y cuenta algo de un grupo de teatro y de un partido de baloncesto. El contraste es doloroso.
    —Dani, ya vale de móvil; ahora un rato de tertulia.
    Dani obedece, pero solo habla de lo suyo. A ratos se acelera y la voz le sale más aguda. La madre no puede evitar un toque de exasperación al hablarle. Se comprende; es su madre, lleva veintitantos años cuidando, ayudando, queriendo y desesperándose con Dani.

jueves, 7 de diciembre de 2023

Viva la gente

    Hace poco vino en el periódico un reportaje sobre un reencuentro al cabo de más de cincuenta años. Se trataba de una familia que había acogido durante su paso por aquí a uno de los miembros de Viva la gente. Explicación para los nacidos más tarde: Viva la gente era un grupo coral made in USA con un mensaje de pureza, alegría y juventud; bueno, esto lo he copiado del archivo del ABC, lo de la pureza no figuraba en su ideario oficial, aunque se podía deducir que también; lo principal era denunciar el racismo y la guerra.
    La canción Viva la gente, interpretada con un fuerte acento texano, se hizo muy popular. Es una melodía pegadiza que al final resulta algo estomagante. Luego tenían otra más relajada y muy a propósito para cantarla en misa, ¿De qué color es la piel de Dios?, se titulaba y seguía dije negra, amarilla, roja y blanca es, qué bonito, aunque no veo que Dios pueda tener piel, piel piel quiero decir. Y tendrían más canciones porque daban festivales pero no las conozco.
    El caso es que resulta que Viva la gente, o mejor dicho Up with People en el original, sigue existiendo; han estado todos estos años engrosando estadísticas y ya son unas 20.000 las personas que han pasado por el grupo y no sé sí son progresistas o retrógrados o es que hay de todo, la intención parece buena y me alegro por ellos.
    Bueno, pues uno de esos 20.000 antiguos miembros ha mantenido el contacto con la familia que lo acogió allá por 1969 y ahora, cuando aquel muchacho de Oklahoma anda por los setenta y tantos años, ha venido, o ha vuelto, a ver a la familia que lo acogió a través de no sé qué organización —algún movimiento católico, no quiero pensar en lo peor—, gente que coincidía en las ideas, personas bienintencionadas que por unos pocos días vivieron una especie de sueño americano y que lo mismo todavía no se han desengañado; en fin, qué culpa tienen ellos o incluso qué culpa tiene el americano, que lo mismo lo que tienen es mérito.

lunes, 4 de diciembre de 2023

Revelación

    Se ha caído con la bici (no de la bici, la bici ha caído con él). No entiende por qué, no lo ha visto venir; era una rotonda pero apenas se ha desviado de la línea recta, iba solo y no muy rápido; el suelo estaba mojado, eso sí. De pronto la bici le ha hecho un extraño; por un instante ha pensado que todo iba a quedar en eso, en un pequeño susto, y que la bici recuperaría el equilibrio; pero no, las ruedas se han deslizado hacia la derecha y él ha caído sobre su costado izquierdo.
    Por suerte, no ha sido nada grave; por desgracia, ha parado el golpe con la cara; el impacto ha sido entre el arco superciliar y el pómulo izquierdos; algo de sangre goteando, ojo no afectado, casco intacto. Del ambulatorio lo han mandado al hospital por si fuera necesario poner algún punto. No ha hecho falta, le han puesto unas tiras y le han despachado con un informe en la mano para el médico de cabecera.
    Saliendo del hospital le echa un vistazo y lee: varón de 68 años, caída con la bici… Le ha parecido que el informe hablaba de otro, un desdoblamiento de la personalidad, según leía se ha visto desde fuera y lo primero que le ha venido a la cabeza es que aquel señor tenía mala edad para una caída. De inmediato, claro, ha vuelto a la realidad; la inquietante realidad es que ese varón de 68 años que se ha caído con la bici, y que de pronto le ha parecido tan mayor, es él.

viernes, 1 de diciembre de 2023

Sonreír

    Ves en una película que alguien llega al típico pueblo americano; gasolinera, motel, instituto de secundaria, cafetería, general store... llega alguien, o una pareja, un tanto despistados, y se encuentran con que todo el mundo sonríe y todo son saludos, reverencias y pase usted por favor. En seguida sospechas.
    Hay otro tipo de películas, más frecuentes, en el que pasa lo contrario; frío recibimiento, miradas furtivas, camioneta que roza al protagonista y al alejarse asoma por la ventanilla un puño con el dedo corazón levantado... y no sigo porque no estamos hablando de estas películas, solo comentaba su existencia.
    Ves, decía, la extraña felicidad colectiva y en seguida sospechas, sospechas tú y sospecha el, la o los protagonistas. Tanta felicidad no es normal; una de dos, empiezas a barajar posibles causas, o están echando algo en el suministro de agua, y eso se descubrirá más tarde al constatar que el único que no está afectado por la especie de epidemia es el borracho del pueblo que no prueba nunca el agua o, segunda posibilidad, y en este caso la peli es de ciencia ficción, todos los aparentes ciudadanos son robots; los verdaderos habitantes están secuestrados en la cancha de baloncesto, salvo unos pocos que se han escondido en la iglesia metodista. Qué difícil es desarrollar una trama original.
    Sea como fuere, el mensaje inmediato que comprendemos y asumimos sin rechistar es que no se puede ser un feliciano, que es de tontos ser tan felices; no se puede poner siempre buena cara, sonreír y ser amable con todo el mundo, no es posible decir siempre gracias y por favor; y la verdad, seamos sinceros, así es, no se puede; o bueno, lo último igual sí, lo de decir por favor y gracias, hay gente que lo hace, debería decirse más, aunque haga mal efecto al principio, qué empalago; sería cosa de acostumbrarse, dicen que uno se acostumbra a todo.