miércoles, 29 de diciembre de 2021

Las chicas de las maletas

    Como un fenómeno estacional, cíclico, vuelvo a ver a las chicas de las maletas. Pasa siempre en estas fechas y en otras en las que son habituales los desplazamientos. Las maletas son esas con ruedas y mango extensible, uno de los inventos que más ha contribuido a la movilidad de la gente. Las chicas son estudiantes que van o vienen a sus universidades. Puede que estén haciendo un curso de economía en Barcelona o de arquitectura en Londres o de psicología en Lovaina. O igual ya han acabado la carrera y tienen un trabajo en Salzburgo o en Madrid. O es un viaje de vacaciones.
    Caminan resueltas, airosas, seguras de sí mismas. Llevarán ropa cómoda y calzado deportivo, el pelo recogido en una coleta o en un moño improvisado en lo alto, tal vez con un pañuelo anudado. Todas, todas, arrastran una maleta por la acera o la estación de autobuses o el aeropuerto. Necesitan bastantes cosas para viajar; mucha ropa, objetos de aseo, libros, un portátil. Casi siempre cargan además con una mochila o un gran bolso. En cualquier momento echarán mano de su botellín de agua, siempre bien hidratadas, y consultarán el móvil donde tienen el billete del bus o la tarjeta de embarque del avión. Las chicas de las maletas, decididas a aprovechar el tiempo, a mejorar el mundo, a sonreír a la vida.

domingo, 26 de diciembre de 2021

Algoritmo

    Creía, inocente, que se me daban bien las matemáticas. Nada más lejos, no se me dan bien; las matemáticas son muy complejas (la filosofía también). Lo que se me da bien, siempre que se trate de cantidades asequibles, son las cuatro reglas, suma, resta, etcétera, y, muy importante, la regla de tres. Con esas cuatro más una cinco reglas puede uno manejarse por la vida, o eso me dice la experiencia. Jamás me he encontrado en una situación práctica, incluida una declaración de la renta hecha a pelo, que requiriera una ecuación de segundo grado; ni de primero, diría. La regla de tres la trabajo mucho, me atrevo a recomendar su uso como ejercicio para mantener la mente afilada.
    Dice uno que el estado natural del tiempo es el pasado, ya que es en lo que se convierte nada más nacer. Cierto, si suponemos que el futuro no existe. En cualquier caso somos seres en el tiempo; no fuimos, somos y lo más seguro es que no seremos. Una cuestión previa sería determinar cuál es la diferencia entre vivir y no vivir; el clásico ser o no ser. En términos absolutos comparando el tiempo de una vida con todo el tiempo del mundo, con la eternidad, aquella diferencia es despreciable, es casi cero. Sin embargo, si recurrimos a las matemáticas desde otro ángulo, si dividimos el tiempo de una vida entre el tiempo de una no-vida el resultado es infinito. Una vida lo es todo.
    Pero, ¿qué pasa cuando la vida se acaba? ¿Hay en ese caso alguna diferencia entre haber sido y no haber sido? Aquí se complica el cálculo, ya que el concepto “haber sido” resulta de lo más huidizo, y es cuando echo de menos una mayor solvencia matemática. Una vida es un cometa que pasa veloz y deja un rastro. Ese vestigio es una anomalía en el tiempo y es efímero, se va difuminando hasta que se desvanece por completo. Alguien debería, partiendo de las variables que atañen a la vida de un ser humano, confeccionar un algoritmo que permita concretar caso a caso cuál es la diferencia entre haber vivido y no haber existido nunca.

jueves, 23 de diciembre de 2021

Sol y sombra

    Cruzo la pasarela sobre la ría y me sorprende ver una franja de sombra en la fachada de la universidad. En días despejados como hoy esa fachada, orientada hacia el sur, ha estado recibiendo la luz del sol, sin obstáculos de por medio, durante los últimos cien años, por lo menos. La franja de sombra, que me da frío con solo verla, se debe a la torre de la Corporación. La torre está bien separada de la universidad, no menos de 300 metros, calculo, pero estos días de diciembre el Sol está bajo en el horizonte (preguntado un transeunte en la tele diría que está superbajo) y la torre proyecta lejos su sombra ominosa y opresiva. Ese sol rasante engaña y aparenta estar no mucho más allá de esas montañas sobre las que se asoma. Para explicarme a mí mismo la situación visualizo la Tierra girando muy escorada, poniéndonos a los pobres homúnculos en riesgo de despeño al vacío sideral.
    De pronto comprendo por qué los antiguos (y algunos modernos) han considerado que el Sol es un dios. Tal creencia es lo más natural, a falta de más información. El Sol nos da la vida, o nos la mantiene, nos da la luz y no se le puede mirar directamente porque si lo haces te deja ciego, lo que sería la demostración práctica de su naturaleza divina.
    Hasta ahora lo sabía como un dato: dios egipcio del Sol, dos letras, Ra; o con los antiguos griegos Helios o Inti entre los incas. En su inocencia aquellos antepasados consideraban que esa bola de fuego era un ser muy poderoso. Ahora le veo sentido, no eran tan inocentes, porque lo del Sol no es normal. Me doy cuenta de eso y también me doy cuenta de que es tarde para darse cuenta y de que esto de darme cuenta de algo me pasa mucho de un tiempo a esta parte; lo que me hace sospechar que, en realidad, debo estar pasando por el mundo sin darme cuenta de gran cosa.

lunes, 20 de diciembre de 2021

Oasis

    A un conocido propenso a la depresión el médico le ha recomendado no ver los informativos. La verdad es que a mí tampoco me convienen. Decía un dicho periodístico que noticia es un accidente con un muerto en tu barrio, o con cuatro en Roma, o treinta muertos en Turquía. ¿Y en China?… ¿en China? ¡allí nunca pasa nada! Eso era antes, cuando China estaba muy lejos. Ahora también es noticia lo que pasa en China, pero no lo bueno, que de eso seguimos sin enterarnos. Cualquier suceso atroz ocurrido en el sitio más lejano nos llega puntual. Todo se vuelve global y lo malo vende.
    Luego están las cosas pequeñas, noticias de aquí mismo como esta: el servicio de bicicletas eléctricas está en peligro porque cada día vandalizan unas sesenta (bicis). Una cosa que hacen, por ejemplo, es darles martillazos. Otra, tirarlas a la ría. ¿En qué fallamos? Mi reacción ante ese tipo de noticias es la tristeza. Quizá debería indignarme, pero soy un flojo, solo me pongo triste.
    Después lo escribo aquí, en esta página a la que, justicia poética, por gentileza de Google (al César lo que es del César) se puede acceder desde cualquier rincón del planeta (y si no se puede hago un llamamiento a los censores correspondientes para reivindicar 
su contenido inocuo y la libertad de expresión). No sé lo que durará este blog, no depende de mí (mi única arma es seguir actualizándolo) pero mientras dure, me parece, es un remanso de paz, un oasis. Internet es una selva, es el sitio donde el idiota al que se refería Macbeth cuenta su historia llena de ruido y furia que no significa nada. Aquí, por el contrario, no hay anuncios, ni vas a conocer el desgraciado final de nadie, ni ver lo viejas que están las bellezas de antaño. Aquí solo hay lo que lees, un rumor de historias, a veces tristes, que quieren significar algo.

viernes, 17 de diciembre de 2021

Pensamiento fugaz

*Intersecarse. Geom. Dicho de dos líneas, dos superficies o dos sólidos: Cortarse entre sí.

    Me suelo preguntar, no sé si es normal, cómo funciona la mente, cómo pensamos. No he llegado a ninguna conclusión. Lo que sí tengo, por si acaso, es el nombre para una teoría al respecto: teoría general de la fugacidad del pensamiento. Las ideas son así, pasajeras, por lo menos las mías; además de incompletas e imperfectas, casi siempre. No surgen solas, no se nos ocurren sin más. Somos más bien filtros, alambiques que destilan pensamientos a partir de lo que hemos ido captando por medio de los cinco sentidos, y tal vez del sexto.
    La mente es como ese juego chino, el tangram; las piezas geométricas serían las experiencias. Nuestra tarea es combinarlas para formar, por ejemplo, la figura de un pato y completar así un pensamiento-pato, por ponerle un nombre. Pero la cabeza no puede parar y una vez que ha cuajado una idea, o la sombra de una idea, esta se deshace para probar otra combinación de las piezas, pon que ahora sea un pensamiento-elefante, y así ad infinitum.
    Desde hace tiempo tengo un pensamiento a medias. El tema es la exposición que hace de sí mismo el que escribe algo. Esto va unido a la sospecha de que la única intimidad que se puede contar es la propia. Pensaba en ello y no sabía que para ese tangram me faltaba una pieza. La he encontrado, sorpresa, en el video de la presentación del libro de Jokin. Dice Jokin, entre otras cosas, que no es lo mismo lo íntimo que lo privado, que se puede hablar de intimidad sin estar contando la vida de uno, entiendo. Con esa pieza el rompecabezas me ha quedado así: en la escritura lo íntimo y lo privado son dos esferas diferentes; aunque es normal, incluso frecuente, que a veces se intersequen.

martes, 14 de diciembre de 2021

Después de la lluvia

    Bailando en la oscuridad o a la luz de la luna o bajo la lluvia; opciones hay, aunque supongo que en los tres casos es en verano. No apetece, en diciembre, bailar bajo la lluvia, y ocasión ha habido porque no paraba de llover. Oía de noche el fragor del río, podía imaginarme las aguas turbulentas bajo la lluvia y en la oscuridad pero no a la luz de la luna, porque esa luz brillaba por su ausencia. Expresión equivocada, me quito un punto. Finalmente no llegó la sangre al río. No digas nada, me quito otro punto. Quiero decir que volvió la normalidad... no la prepandémica, esa no; me quitaría otro punto pero estoy a cero. Mejor vuelvo a empezar.
    “Bailando en la oscuridad” (Dancing in the Dark) fue un éxito de Bruce Springsteen y, no sé, es curioso, vuelvo a ver el video (250 millones de visitas) y Bruce está resplandeciente, varonil, apolíneo, exultante, cuando la canción, detrás de una engañosa pantalla rítmica y riffs de sintetizador, lo que dice es que está deprimido: “tío, estoy cansado y aburrido de mí mismo”. No se le dio importancia. Luego ha contado que en pleno éxito sufrió episodios de depresión, quién lo diría.
    Confieso que aunque me gustan sus canciones escuchar más de dos seguidas me da dolor de cabeza. Hoy, después de las lluvias, a solo siete días de la noche más larga del año, brilla el sol, no estoy deprimido (sumo un punto) y pongo “En la calle” (Out in the Street). Esta la compuso en un momento bueno; la parte que más me gusta, por supuesto, es el “oh-oh, oh-oh, ooh”.

sábado, 11 de diciembre de 2021

El rollo de color

    Spotify sabe lo que escuchas, siempre que tengas Spotify. Casi seguro que Angela no tiene, yo tampoco, por eso nadie conoce nuestros gustos musicales; o casi nadie. Angela tenía veinte años cuando escuchó esta canción por primera vez y se quedó con ella, por la edad, supongo. Ahora lo ha recordado y el título es un hallazgo: “Olvidaste el rollo de color” (Du Hast den Farbfilm Vergessen).
    La canción es divertida, una pareja ha ido de vacaciones y la chica le reprocha a su novio que ha olvidado el rollo de color para la cámara de fotos. Además, o sobre todo, es una sutil crítica a una sociedad gris y aburrida. Es divertida pero es alemana y los alemanes no suelen componer nada que no se pueda tararear con una jarra de cerveza en la mano. Ahora, 47 años después, un rollo de color es un recuerdo nostágico y aquel título una deliciosa metáfora vintage. La cantante, Nina Hagen, también rondaba los veinte años, por cierto, y ya apuntaba maneras de diva punk, aunque aún no era alérgica del todo a los sonidos armónicos.
    La fotografía analógica en blanco y negro, como técnica, sigue siendo la preferida de muchos artistas; pero para el día a día, en las relaciones humanas, es mucho mejor el color. Así que si estos días invitas a alguien de habla alemana puedes añadir como advertencia final “vergiss die Farbfilm nicht” (no te olvides el rollo de color), y guiñas un ojo. Le hará gracia.

miércoles, 8 de diciembre de 2021

La mejor cualidad de un libro

    La mejor cualidad de un libro es la paciencia. Da igual que sea un libro bello o antiestético, que su discurso sea sabio o ramplón; esperará paciente en la estantería de una biblioteca, librería o casa particular. Allí estará, catalogado, localizado y dispuesto a saltar a la cancha en cuanto se requieran sus servicios, bien porque la biblioteca ha recibido una petición de préstamo o la librería una solicitud de adopción (de compra hablando en plata). Los ejemplares más afortunados cuentan con un exlibris, lo que viene a ser una declaración de amor por parte de un bibliófilo o coleccionista.
    Supongo que a un libro le gusta estar limpio y bien conservado, aparentar menos años de los que tiene; pero el tiempo siempre pesa, y los libros también mueren. Un libro dura poco a la intemperie; la humedad, el agua, es mortal, la sequedad también, a la larga. Puede que lo hayas visto en alguna película: un tomo reseco colocado en el centro de una cámara subterránea en un atril iluminado por un rayo de sol que penetra por una abertura estratégica en la bóveda de piedra. El título y el autor son perfectamente legibles, puede que se trate de la obra de un alquimista, o un libro de conjuros o los anales de un reino milenario. Suena una música de John Williams y en el momento en que la mano del explorador que lo acaba de encontrar, el Indiana Jones de turno, lo toca, el libro, que no contiene ni un solo átomo de humedad se desvanece en una nube de polvo.
    Aún así, aún sabiendo que no es inmortal, un libro no tiene prisa, confía en que al final, tarde o temprano, pasen unos años, varias décadas o incluso siglos, llegará el momento en que alguien lo cogerá entre sus manos, lo abrirá, leerá la primera frase y, poniéndonos en lo mejor, en ese preciso instante comenzará una nueva era.

domingo, 5 de diciembre de 2021

De la edad

    Las ventajas de cumplir años. La principal es que cumplirlos es la prueba de que sigues vivo. No estoy seguro de que haya alguna más. Que se madura, a veces. Unos maduran y otros no, un poco como los pimientos de Padrón. Ahora bien, a la larga acumulando años (casi) siempre llega un momento en que estorbas. No lo digo por mí que todavía soy joven, joven entre comillas o en sentido figurado o de alguna extraña manera. Por ahora no estorbo, no demasiado. También llega una edad en la que un hombre, o una mujer, se vuelve invisible para el mundo en cuanto a atracción física. Cosas que pasan, pequeñas desventajas frente a la bicoca de seguir respirando. Que quede claro: nadie es culpable de la edad que tiene.
    Bien pensado el número de años que lleve uno sobre la tierra es un dato anecdótico. En general me parece que no somos conscientes de la edad, y solo nos damos cuenta del todo cuando reflexionamos sobre ello o cuando nos vemos en un espejo, con el susto consiguiente. En nuestro interior, en nuestra cabeza, en el hilo de nuestros pensamientos, somos otra cosa, somos una inteligencia atemporal. Ahí es, tal vez, el único lugar en que podemos ser forever young, jóvenes para siempre.
    El mejor ejemplo que se me ocurre, la actividad en la que te miras y te ves reflejado de la forma más atractiva, no es otra que la escritura. El ente más o menos perspicaz que escribe, que da forma a sus divagaciones o narra una historia, no tiene edad, no está lastrado por las leyes de la física, es una especie de espíritu puro. Esa es una de las razones por las que poner palabras en fila con más o menos sentido puede resultar tan reconfortante.

jueves, 2 de diciembre de 2021

Vecinos

    Las vidas de los otros son territorio desconocido que exploramos con la esperanza de entender un poco mejor el mundo. Lo mismo pasa cuando recorremos, embargados por una emoción un tanto morbosa, una casa ajena en ausencia de sus moradores. De eso va el cuento “Vecinos” de Raymond Carver. Se trata de una pareja que queda a cargo del apartamento de al lado, de regar las plantas y dar de comer a la gata. El primer día el marido se pone a husmear en el piso, y en el baño, dentro del botiquín, encuentra un frasco de píldoras con una etiqueta que dice: “Harriet Stone, tomar una al día”. Entonces Bill, el que husmea, se mete el frasco en el bolsillo; así, por las buenas.
    Pensé al leerlo que aquel gesto tenía que ser significativo en la narración. Por un lado, algo le pasa a la vecina: tiene alguna enfermedad, toma tranquilizantes o son solo vitaminas o quizá anticonceptivos. Luego está el hecho de que Bill se guarde el frasco. Todo parece indicar que estamos ante un ejemplo del principio del arma de Chéjov: si haces aparecer una pistola en el primer acto alguien tendrá que dispararla en el último; y el corolario, la enseñanza para aprendices de escritores, si no sucede así es que ese elemento narrativo sobra; si es teatro no des trabajo en balde a los de atrezzo o, en general, no cuentes cosas que no sean pertinentes. Así que uno lee, de buena fe, el resto del relato esperando el disparo, que pase algo a cuenta de las píldoras; pero resulta que no, el cuento progresa adecuadamente, termina con un truco efectista y del frasco no se supo más.
    Hay dos posibles explicaciones. La primera es la de Billy Wilder: nadie es perfecto; o Carver lo dejó pasar o a mí se me escapa algo. La segunda es otro hecho bien conocido y a la vez inquietante para los admiradores de Carver. En este segundo supuesto el responsable sería Gordon Lish, editor y amigo personal del autor. Lo resumo en un titular: El minimalista era Lish, no Carver. Raymond Carver confió plenamente en Gordon Lish a la hora de editar sus cuentos. “Vecinos” está incluido en su primer libro. En esa época Carver era alcohólico en ejercicio. Lish vio el potencial de sus escritos y lo que hizo, más que peinarlos, fue eliminar greñas a tijeretazos. Lo de las píldoras sería un mechón que quedó suelto.

lunes, 29 de noviembre de 2021

Génesis de una ley

    El día anterior Jack Murphy había estado repasando hasta tarde para el examen final de Estadística en la Escuela de Matemáticas del Trinity College, en Dublín. En su mesilla estaba el cuaderno de apuntes con el nombre de la asignatura en rojo y en mayúsculas. Debajo Jack había escrito esta frase, una de las favoritas de su profesor: “Son sucesos aleatorios, no casualidades”. Inquieto por el examen, Murphy había cogido el sueño ya cerca del amanecer y al despertar, sobresaltado, vio que eran las ocho y media, media hora más tarde de la supuesta a la que iba a sonar el despertador.
    Aunque la razón nos dice que es un dato completamente irrelevante consignamos aquí en aras de la exactitud que Jack se levantó de la cama con el pie izquierdo. Antes de desayunar se quiso dar una ducha rápida, pero sus compañeros de piso se habían adelantado y ya no quedaba agua caliente. Tras un remojón mínimo entró en albornoz en la cocina, puso la tetera al fuego, dos rebanadas de pan a tostar y volvió a su habitación para vestirse. La tetera empezó a silbar cuando estaba poniéndose los pantalones. Con las prisas trastabilló y se dio un golpe en la nariz, sin llegar a sangrar. Mi día de suerte, pensó, para haberme matado. Al intentar retirar la tetera del fuego se quemó la mano. Rescató las rebanadas de pan del tostador, del que emanaba una ligera columna de humo. Tras rascar las tostadas para quitar la parte más achicharrada, las untó con mantequilla. Se sirvió el té, protegiéndose con una servilleta, y le echó azúcar. Empezó a disolverlo con la cucharilla en su mano derecha mientras con la izquierda cogía una tostada que se le deslizó entre los dedos y cayó al suelo. En ese momento oyó a lo lejos desde la calle la campanilla del tranvía, el último que le podía hacer llegar a tiempo a su examen.
    Jack Murphy, estudiante del Trinity College, se quedó absorto mirando la tostada caída. El tranvía lo daba por perdido, no por casualidad, desde luego, tenía que haber una buena explicación matemática. En eso pensaba mientras repasaba la curiosa serie de sucesos aleatorios: el despertador marcando las ocho y media, el agua fría de la ducha, el tropezón al ponerse los pantalones, el asa de la tetera ardiendo, la tostada girando a cámara lenta en el aire y estrellándose contra el suelo por el lado de la mantequilla.

viernes, 26 de noviembre de 2021

Metaverso

    Ya no les veo la gracia a los mundos virtuales. No estoy seguro de si, por lo que sea, se la he visto alguna vez; ya no. El otro día cuando Zuckerberg presentó…, no sé qué es lo que presentó. Sé que cambió el nombre de su empresa, a Meta. Y se habló de “metaverso”, nombre confuso en mi opinión. “Meta” es un prefijo que viene del griego y significa “después” o “más allá”. Antes creía que significaba “más allá”, correcto, y que venía del latín, incorrecto. Metaverso podría ser algo así como ir más allá del verso, hacer poesía sobre la poesía (en la estela de la metaliteratura).
    Pero no, queda claro en seguida que el juego de palabras es con universo. Metaverso sería un universo virtual paralelo; un disparate, probablemente. Eso me ha recordado la novela “Universo de locos” escrita en los años cuarenta por Fredric Brown (este nombre me recuerda a su vez a Barbra Streisand). Allí se narraba un salto a un universo paralelo, uno de los infinitos posibles. Le veo más sentido a eso que al metaverso de Zuckerberg. Entre los universos paralelos posibles hay uno en el que tú eres el autor del Quijote (en otro soy yo).
    “Zucker”, en alemán es azúcar; “berg”, montaña; “zuckerberg”, en traducción libre, “montaña de azúcar”; no genera confianza, desde ese punto de vista. Lo último que nos hace falta es un mundo virtual. Suena a sitio a donde escaparse, y escaparse no es posible porque vayas donde vayas te encontrarás contigo mismo, así que ahórrate el viaje. Al enterarme de lo de Meta, de lo felices que serán los habitantes del metaverso (que no cuenten conmigo) me dio un escalofrío, en serio, y un poco de miedo. Me acordé también (el mundo de los recuerdos es otra especie de mundo virtual, pero al menos este es cien por cien natural), me acordé también de los hikikomoris y de los tamagotchis, esos precursores.
    El gran inconveniente de ese metaverso, y de todos los mundos virtuales, es, me parece, que allí no puedes estirar las piernas; no puedes correr, ni coger de la mano, ni sentir otro aliento. Hay cosas buenas, claro que sí, pero diría que esa es otra historia y que para aprovecharlas no hace falta irse a vivir allí. En esencia lo bueno de Internet (porque se trata de eso, ¿no?) es la comunicación instantánea y el acceso a la información, ambas ventajas extraordinarias; pero ante los mundos virtuales, prudencia cibernauta. Cada vez le tengo más cariño a nuestro old/viejo y, a pesar de todo, good/buen universo físico. La palabra que me sugiere todo esto es alienación, segunda acepción en el diccionario de la RAE: limitación o condicionamiento de la personalidad, impuestos al individuo o a la colectividad por factores externos sociales, económicos o culturales.

martes, 23 de noviembre de 2021

El dedo gordo

    El dedo gordo del pie, me acabo de cerciorar, es mucho más grande que el de la mano. De alguna forma, también es mucho más tonto; no ha sabido desmarcarse de sus cuatro colegas, permanece alineado con sus desmedrados hermanos. Lo que hay que reconocerle es el nombre formidable que tiene: Hallux, digno de un héroe mitológico. El dedo gordo de la mano es otra historia. Llamarlo así, dedo gordo, me parece entrañable; tal vez porque es como lo he llamado toda la vida, a pesar de que en algún momento aprendí su nombre más oficial, el pulgar. Es, ciertamente, algo más grueso que sus cuatro compañeros, pero poco más. En cambio, sí es mucho más corto, con su falange de menos.
    Pero el dedo gordo de la mano tiene algo que lo hace muy particular: supo salirse de la fila y plantar cara a los demás, oponerse a ellos en el sentido literal, físico. Lo hizo en un momento crucial para la especie (la nuestra), fue cuando nos pusimos de pie y aumentó el tamaño de nuestro cerebro. No sé si lo uno fue consecuencia de lo otro o al revés; el caso es que, cual patito feo, el gordo o el enano como le llamaban (o a veces el enano gordo) se convirtió en el special one, el dedo oponible que otorga a la mano su capacidad de asir.
    Miro mi mano abierta con el pulgar aparte en ángulo con los otros dedos (que me recuerdan a los hermanos Dalton). Cierro el puño y compruebo que el dedo gordo puede quedarse fuera, haciendo de tapón, o meter la cabeza dentro buscando refugio. Están coordinados los cinco dedos, se llevan bien, pero el que marca el compás es el dedo gordo. Por ejemplo, al contar con los dedos de una mano hasta cinco. Es toda una coreografía, el pulgar toca, yema con yema, primero al meñique, ¡uno!; luego al dedo anular, ¡dos!; sigue el corazón, ¡tres!; y el índice, ¡cuatro!; y ya como final apoteósico, como artistas saliendo a saludar, se despliegan todos los dedos exultantes, ¡cinco!, ¡bingo!

sábado, 20 de noviembre de 2021

Masters del Universo

    Me he dado cuenta de que el botón de llamada del ascensor en el portal de casa tiene un pequeño agujero en el centro. Sospecho el motivo, es de pulsarlo con la punta de la llave, para no tocarlo, por la pandemia. Ese botón debía ser, antes, el nexo de unión entre todos los vecinos. Nuestros dedos índice y algún que otro pulgar han estado pulsándolo durante años, intercambiando así partículas de sudor y células muertas, compartiendo gérmenes.
    Esa era la praxis sanitaria habitual, basada en el principio de que lo que no mata engorda. Por la misma lógica, quemamos gasolina, comemos grasas saturadas e ingerimos alcohol a sabiendas de que nos estamos suicidando. La vida mata, la hay más sana pero no es vida, diría alguno. Es natural que le estemos dando fiebre al planeta, o febrícula. Soy muy malo para acordarme del tiempo que hacía antes, ni el mes pasado. Aunque parezca mentira no recuerdo que siendo yo niño nevara ni un solo día. Pero el clima está cambiando.
    En la cumbre de Glasgow se han propuesto que la temperatura del planeta no aumente más de un grado y medio en cierto plazo. Ni uno, ni dos, uno y medio. Me hace gracia esa confianza en que podamos influir a nivel planetario. Al parecer a base de reglamentos, de políticas ambientales, se podría conseguir. Tengo una idea muy sencilla para lograr lo mismo. Bastaría con alejar un poco más la Tierra del Sol; a más distancia, menos temperatura. El tiempo extra que el planeta necesite para dar su vuelta anual en torno a su estrella se lo podríamos adjudicar a febrero.
    Esa arrogancia humana viene de antiguo, ya se cita en la Biblia. Es la historia de cuando se propusieron, o nos propusimos, levantar una torre que llegara hasta el cielo, la torre de Babel. Pero el Señor se mosqueó y confundió las lenguas; en eso estamos todavía.

miércoles, 17 de noviembre de 2021

Perro

    Pasadas cuatro, cinco o seis olas de la pandemia (es confuso lo de las olas) he vuelto al gimnasio. Hacía año y medio que no iba. Hago bicicleta estática y luego un poco de elíptica. La elíptica, qué invento, te haces la ilusión de que estás corriendo, bregando con piernas y brazos sin moverte del sitio, sin viento en la cara, sin mojarte (si llueve), y sin castigar las rodillas que es lo más importante. Delante hay un gran ventanal que da a un parque. En el parque había un hombre tirándole la pelota a un perro.
    ¿Se puede tener envidia de un perro? Era un perro pequeño pero dinámico, con una cola enhiesta que parecía un plumero. Yo lo veía todo desde un primer piso. El hombre tiraba la pelota raseada en mi dirección y el perro emprendía la carrera como un rayo. Abriendo la boca acometía a la pelota en movimiento. A veces la atrapaba al vuelo y entonces ralentizaba la carrera y giraba en redondo para retornar ufano a devolverla. Otras, sin embargo, la pelota le eludía y entonces el perro derrapaba de lado sobre la hierba, frenándose para capturar, esta vez sí, la pelota de frente, como un cácher de béisbol.
    He sentido envidia del perro, de esa vitalidad, de esa coordinación de movimientos. Ese perro era feliz, envidia de eso también. El dueño arrojaba la pelota una y otra vez y el perro seguía incansable, veloz, expeditivo, como si porfiara por batir un récord. Hasta que se ha cansado, el dueño, y se han ido. El hombre lento y fondón, en bastante peor forma; el perro satisfecho, orgulloso, caminando enérgico, volviendo la cabeza para mirar y pastorear a su amo; retrocediendo, husmeando un poco y adelantándose de nuevo eléctrico.

domingo, 14 de noviembre de 2021

Lovers of the World, Unite (1966) - David & Jonathan

    Dice Antonio que se pasó el confinamiento escuchando las sonatas para piano de Beethoven. He pensado para mí, vaya, sonatas para piano, bien por Beethoven; y bien por Antonio. De Beethoven solo puedo citar el “Himno a la alegría” y la “Marcha turca”, y esta por un disco que teníamos en casa, y por lo vivace que es; por lo demás soy bastante refractario a la música clásica, una pena.
    Es lo que digo siempre, una vida no da para nada. Me haría falta otra para dedicarle tiempo a la música en serio, a los pianistas, los cuartetos de cuerda, las orquestas sinfónicas y, ah, ¡la ópera! En esta vida, que por desgracia tiene toda la pinta de que va a ser la única, la música que me gusta es la popular, el pop, o sea las canciones con burbujas, y en general con algo de glucosa. No me da vergüenza, o solo un poco.
    Este es un ejemplo. David & Jonathan fue un dúo que se podía haber llamado The Rogers porque ese era el nombre real de sus dos miembros, y compositores, Roger Cook y Roger Greenaway. “Lovers of the World, Unite” (amantes del mundo, uníos) fue su mayor éxito. Un tema edulcorado con una letra que empalaga a tope (pocos años después compusieron un jingle para Coca Cola). Me gusta la melodía, en especial cuando después de ir subiendo en agudos y en el punto en que parece que van a aflojar, aún suben un poco más. Es en la quinta línea: Keep the fire of dreamers bright.

jueves, 11 de noviembre de 2021

Al otro lado del muro

    Ángela Merkel deja el gobierno y todavía no sé como se pronuncia su nombre. A lo largo de los años lo han pronunciado en los informativos con “ge”, como en español, Ángela, o, de modo más exótico, Ánguela o Ányela. Hace mucho, créeme mucho, estuve una vez en Berlín. El muro aún no había caído. He hecho los cálculos y resulta que en aquella época Ángela estaba haciendo su doctorado allí mismo. Nuestros caminos se cruzaron; o no, era verano y tal vez estaba de vacaciones en otra parte.
    Llegamos en autobús a Berlín Occidental y un día pasamos al lado oriental. Había leído historias del muro, de ciudadanos ametrallados a dos pasos de alcanzar occidente; no íbamos tranquilos del todo. La sorpresa fue que pudimos pasar al lado comunista, y, lo más importante, volver al capitalista sin ninguna dificultad. Escribo comunista y capitalista sin intención política. Pasamos en metro, y no vimos que hubiera vigilancia policial por ningún lado. Igual lo he imaginado pero mi recuerdo es que el túnel del metro pasaba exactamente por debajo del Checkpoint Charlie.
    Salimos al exterior y nos encontramos en una gran avenida casi desierta, sin tráfico. Era domingo, no sé si sería por eso. Paseamos mirando edificios desangelados. Había que comer y nos metimos en un restaurante húngaro (no iba a ser francés). No me acuerdo del menú, solo de que no hubo goulash. Pagamos con marcos occidentales y las vueltas nos las dieron en moneda oriental. En teoría la paridad era uno a uno, un marco de la República Federal valía lo mismo que un marco de la República Democrática. Cuestión de orgullo, supongo, porque las monedas hablaban por sí mismas; la occidental era una moneda seria, la oriental parecía de juguete. Los hechos son muy cabezotas, pensé, esta es la diferencia entre los dos regímenes sin necesidad de saber de geopolítica. La diferencia económica al menos.


lunes, 8 de noviembre de 2021

Berta

    Te has hecho mayor cuando te das cuenta de que en lo que te queda de vida no te va a dar tiempo a leer todos los libros que tienes en casa (tampoco es que te estés aplicando en la tarea). Ampliando la perspectiva, tengo la impresión de que hay demasiadas obras maestras. Hay más autores brillantes de lo razonable en nuestra pequeña escala humana. Si contamos los no brillantes la cosa ya se desmadra absolutamente. Ya puestos, escritores somos todos los que sabemos escribir, y lo han sido también todos los alfabetizados de la historia.
    Lo más gracioso, si fuera gracioso, es que en un futuro que llegará después de veinte o treinta cambios climáticos, nadie sabrá de Shakespeare ni de Stephen King, ni quedará una sola palabra de sus obras. Puede que en unas excavaciones arqueológicas se encuentre, en un cajón milagrosamente preservado dentro de un mueble de cocina datado en la remota antigüedad en la que aquellos tarugos, que somos nosotros, quemaron alegremente los combustibles fósiles, se encuentre, digo, un buen fajo de papeles en un idioma desconocido y que, después de varios siglos de darle vueltas, se descifren y se descubra que son listas de la compra y notas manuscritas dirigidas a Jorge firmadas por una tal Berta; aunque estos conceptos, lista de la compra y nota manuscrita serán para entonces solo medio entendidos por los especialistas.
    Con el tiempo se publicarán traducciones con muchas notas a pie de página y los expertos ensalzarán a la autora con la que empezó todo, la mítica Berta, que dejó constancia de toda una época y la retrató con maestría. Aunque habrá estudiosos que opinen que Berta solo es un nombre inventado más tarde y que los textos son en realidad obra de diferentes autores.

viernes, 5 de noviembre de 2021

El incidente

    En los primeros años emitíamos una serie de dibujos de Superman y había una frase que decía el personaje antes de cada hazaña: “esta es una tarea para Superman”. Un día íbamos K y yo por un pasillo cuando nos avisaron de un problema en la sala de videos. Me giré para ir hacia allí y solté la frase de modo enfático, “esta es una tarea para Superman”. K me miró entre admirado y divertido, como si hubiera dicho algo muy ingenioso.
    Años después se estropeó un monitor de video en la Unidad Móvil. Básicamente era un televisor, solo que de los antiguos, de tubos, y de calidad profesional. Lo normal hubiera sido llevarlo a mantenimiento y coger otro, pero en ese momento no había ninguno disponible. Qué hacer, que dijo Lenin. Había otro igual que habitualmente no se utilizaba instalado en un estudio; hablaría con el ingeniero del área, que en aquel momento era K.
    Así lo hice, pero en vez del “sí, claro, te ayudo a desmontarlo” que esperaba, lo que me dijo fue, “lo siento, no puedes llevártelo”. Sorprendido le pregunté por qué y, sin mucha convicción, me dijo que no podía prescindir del monitor, por si acaso. Tenía su parte de razón; pero, caramba, eramos amigos, y además en una emergencia él contaba con toda la infraestructura de la casa mientras yo estaba “fuera”, en la Unidad Móvil, solo ante el peligro.
    Intenté convencerlo, hasta que me di cuenta de que el motivo real de la negativa era otro, la pugna sorda entablada en torno a un tema laboral entre los ingenieros que estaban entonces “dentro” y nuestro jefe común E. Al final tiré por la calle de en medio, hablé con E y me dio su permiso. Había conseguido el dichoso monitor pero pagando un precio, la discusión con K. El episodio no se volvió a mencionar entre nosotros, pero ahí quedó, como una pequeña herida que no acababa de curar. También cabe la posibilidad de que él ni se acuerde, no sé.


martes, 2 de noviembre de 2021

Intermedio

    De las extrañas relaciones entre la memoria, las palabras, los sentimientos y el chisporroteo de las neuronas. Otoño. De un tiempo a esta parte cuando al levantarme miro por la ventana, si el día es bueno, si veo en el cielo los azules, grises y rojos del amanecer, me vienen estas palabras a la cabeza, y medio a los labios, “otro día en el paraíso”, musito; y no sé del todo por qué, es decir un poco sí que lo sé.
    Sospecho que detrás de la frase está la sensación de tregua, de paz provisional, de calma que precede a la tormenta. La sensación de que en los vaivenes de la vida estoy ahora mismo en una fase de tranquilidad que no puede traer cosa buena. No por nada sino por la misma razón por la que después de escampar tarde o temprano vuelve a llover. Por eso me complace esa quietud que veo reflejada en el día otoñal, esa armonía que también percibo en cierto orden doméstico: la ropa doblada, los calcetines parejos, la colcha de la cama estirada.
    Por el mismo mecanismo misterioso acude otra combinación de palabras, que resultan ser el título de una novela rusa que no he leído, “el don apacible”. Apacible, por estos días tranquilos y agradables; y el don que no alude al río, ni a un don de universidad, ni al don que no hay sin din, sino a una persona genérica que en este caso soy yo mismo. Serenidad, sosiego es lo que encuentro en la luz de la tarde que se filtra en la cocina, en el mantel limpio de migas, en los platos alineados en el escurridor, en el acto de guardar los cubiertos, cuchara, cuchillo y tenedor, cada uno en su compartimento.

sábado, 30 de octubre de 2021

Cursi

    De qué hablamos cuando hablamos de ser cursi. Ser cursi no es más que la manifestación de un exceso de sensibilidad mal entendida que provoca dentera estética en temperamentos más equilibrados, nada grave. Además, quién decide que algo o alguien es o no cursi; es subjetivo, cuestión de ángulos y de miradas.
    La palabra misma ya suena cursi, por anticuada. Una palabra con historia, con familia: cursilería, cursilada, cursilón; una palabra cansada que apuesto a que tiene una prima inglesa que es la que se usa ahora para decir lo mismo. Las postales de gatitos son cursis; también las señoras emperifolladas (con perdón), la literatura romántica o los poemas de amor llenos de clichés. Bécquer es cursi ahora; no en su día, entonces era sublime. El tiempo todo lo cambia, lo madura, lo pudre; y luego, como un milagro, lo resucita.
    Cursi es todo lo que nos parece relamido o afectado. Se me ocurren otras palabras cercanas que igual no significan lo mismo pero que comparten algo de su esencia: ñoño, petulante, repipi, pretencioso, ripioso, sensiblero, ridículo, pomposo, hortera (si no lo ves claro, entiérralo en palabras).
    Llorar no es cursi, la salsa de tomate tampoco. Ser cursi es alejarse de la naturalidad por el lado empalagoso; que es preferible a hacerlo por el otro lado, el lado desabrido. Ejemplo, cuando alguien dice, “si la vida te da limones, haz limonada”, un bruto podría replicar, “y si la vida te da tomates, pues te jodes”. La virtud, lo natural, está en el medio: si la vida te da tomates, haz salsa de tomate.

miércoles, 27 de octubre de 2021

Tablilla encontrada en el desierto

    Mi nombre es Terhep. Nací en una casa de la muralla en la Ciudad de los Dos Ríos; desde entonces he visto desbordarse sus cauces veinte veces, veinte veces sembrar los campos, veinte veces llegar el invierno. Mi padre es Meni, el constructor. Lo acompaño desde niño. Con diez años entendía las tablillas y con doce comencé a escribirlas.
    Ya es de noche, no puedo dormir y siento el impulso de contar esto, de dejar memoria de que existo. Dentro de mil años alguien encontrará esta tablilla y sabrá que soy Terhep, hijo de Meni, y que he grabado estos signos de noche a la luz de una lámpara de aceite en la Ciudad de los Dos Ríos, donde las leyes ordenan la vida.
    Esto es lo que ha pasado: mi padre, Meni, ha edificado una gran casa para Ubara, el comerciante. Por la tormenta, el viento, la arena o un mal cálculo el tejado de la nueva casa ha caído sobre Samek, el primogénito de Ubara, y lo ha matado. Ubara pide justicia. En otras partes las leyes son dudosas y la iniquidad es lo común. No aquí, en la Ciudad de los Dos Ríos.
    Soy Terhep, hijo de Meni, escritor de tablillas y aprendiz de constructor. La noche es cálida y está cerca el tiempo de la cosecha. Mañana, el destino de los dioses y la justicia de los hombres serán una misma cosa; cuando Utu, el sol, surja tras las montañas seré ejecutado.

domingo, 24 de octubre de 2021

Retrato de Katya

    ¿Para quién escribe un autor? Para cualquiera o para todos son respuestas fáciles y falsas. O una demostración de inocencia supina. Cualquiera y casi todos son precisamente los que no van a leer ese libro. Los lectores de un libro, incluso de un bestseller, son un club selecto, una minoría. Juan Ramón Jiménez dijo que escribía para la inmensa minoría, sea eso lo que sea suena bien (por algo era poeta).
    Me ha gustado esto que dice en una entrevista Katya Adaui: “No sé quién va a leerme pero confío en su sensibilidad e inteligencia; nunca lo voy a subestimar”. Te dan ganas de leer sus libros, de ser ese lector sensible e inteligente; te sientes querido. Por eso escribo estas líneas, y por la foto de medio cuerpo que acompaña la entrevista y que quiero intentar describir. Datos previos, Katya Adaui es una escritora peruana (no la conocía) de 44 años, me divierte el título de uno de sus libros: “Aquí hay icebergs”.
    En la foto, casual de un modo estudiado, irradia esa sensibilidad e inteligencia que supone a sus lectores. De complexión media, lleva una camiseta gris de manga corta y amplio cuello redondo y como único adorno unos austeros colgantes en las orejas. Tiene una expresión risueña, los ojos azules claros y ligeras ojeras. Nada de maquillaje salvo un toque de carmín rosa en los labios algo agrietados. Maxilar marcado, con pequeños lunares en mandíbula, barbilla y cuello. El pelo negro peinado al desgaire, algo revuelto, con una raya no muy ortodoxa a su derecha, retirado tras la oreja de ese lado y que cae en cascada cubriendo la otra oreja hasta rozar el hombro. La cabeza está levemente girada e inclinada hacia su izquierda y ese lado de la cara queda semioculto y en penumbra.

jueves, 21 de octubre de 2021

Rumpus

    He encontrado un texto, en inglés, en una página titulada “The Story Behind the Story”, o sea “La historia detrás de la historia”, o igual en este caso habría que entender “La historia detrás del cuento”. Lo firma una tal Samantha Stephens, aunque tengo razones para suponer que es un seudónimo. Esta es la traducción:
    Nuestra hija Tabitha tenía cinco años cuando murió Rumpus. Una falta de consideración por su parte, por parte de Rumpus, porque la niña estaba encariñada con el gato y pasaba horas jugando y hablando con él. Murió el gato y Tabitha me preguntó si iría al cielo.
    —¿Qué cielo, cariño? —le contesté distraída.
    —El cielo de los gatos, cuál va a ser.
    Cielo, de haber, supongo que solo habrá uno y Dante no menciona ningún gato en la Divina Comedia (soy profesora). Pero no quise meterme en líos teológicos, me acordé de algo que había oído en la radio y le dije a Tabitha que de alguna forma sí iría al cielo, porque el gato sería, era ya, una estrella; que es lo que son todos los gatos a los que sus dueñas han querido tanto.
    Esto no es lo que oí en la radio, allí hablaron de una agencia que se dedicaba a preservar la memoria de las mascotas, y una de las posibilidades era ponerle a una estrella el nombre del animal, fuera este perro, gato, hamster o boa constrictor. Darrin, mi marido, decía que esa agencia era la típica excrecencia del capitalismo que solo podía darse aquí, en los Estados Unidos de América.
    Bueno, lo más práctico fue decirle a la niña que ahora su gato era una estrella, punto. Tabitha se quedó pensativa y luego dijo:
    —¿Y se acordará de mí Rumpus ahí arriba?
    La memoria de un gato; de qué se acordará un gato vivo, no digamos ya muerto. El gato se acordará, por supuesto que sí, le dije, se acordará de los juegos y de los bailes. Inocente fantasía, pensé, y luego poco a poco se me fue haciendo una bola en la imaginación con el gato, la niña, los recuerdos del gato y la niña bailando, y me pareció que de allí podía salir un cuento.

lunes, 18 de octubre de 2021

Abejas

    No es lo mismo “la misteriosa vida” que “la vida misteriosa” (de las abejas). En el primer caso se resalta “misteriosa”, pero cuidado, no hay que abusar de esa preponderancia del adjetivo, lo normal es “perro verde”, no “verde perro”. Uhmm, igual no he acertado con el ejemplo; cámbialo a blanco, el perro.
    La abeja es uno de mis insectos preferidos (otros, el grillo, el escarabajo, la hormiga). Maeterlinck, Premio Nobel de Literatura, escribió hace un siglo un libro titulado “La vida de las abejas”. Dice al principio que no es un estudio científico, que ya se han escrito otros muy buenos. Pues entonces de qué habla Maeterlinck en su libro. Sospecho que en el fondo hablará del ser humano, de todos nosotros; de lo que hablan todos los libros. M. tenía una experiencia de veinte años cuidando colmenas, algo sabía.
    Por mi parte lanzo una teoría: todas las abejas son del Club Atlético Peñarol, o por lo menos llevan su camiseta. Lo que quiero decir es que no sé nada de abejas. Me gustan pero les tengo un respeto. La abeja no pica si no se siente amenazada, pero por si acaso. Me da pena no haber experimentado la sensación cosquilleante, cálida, amorosa, de un enjambre de abejas cubriéndome de pies a cabeza. ¿A alguien se le habrá ocurrido hacer lo mismo con avispas? Igual resultaba bien; o mal, quién sabe. En mi imaginario particular la abeja y la avispa forman una dualidad, son el bien y el mal. A una abeja la veo regordeta, bonachona, trabajadora infatigable; a una avispa, afilada, pérfida, aviesa. Seguro que soy injusto.
    La abeja, como especie, merece el Nobel de Economía por su impecable ejemplo de proyecto ecológico y sostenible. Y el Pritzker de Arquitectura por su modelo de construcción, las celdillas hexagonales. A poco que lo pienses, lo de las abejas es portentoso: las obreras libando, la miel, la reina, los zánganos sin aguijón (qué bien pensado, que tome nota la Asociación del Rifle). Si no fuera porque haberlas haylas a mí me cuentan lo de las abejas y no me lo creo.

viernes, 15 de octubre de 2021

Al revés te lo digo

    Conflictos ha habido siempre. Por eso hay tanta teoría sobre su resolución, porque no se resuelven. Y si por casualidad alguno lo hace surge rápido otro nuevo, o dos si son pequeños. Quisiera recomendar dos métodos, trucos, que tenemos siempre a mano y que nos ayudarán a que un conflicto persista y, en el mejor/peor de los casos, pase a la siguiente generación.
    El primero se refiere al tono o actitud a adoptar en una declaración, comunicado o similar. Si de verdad quieres que el problema se enquiste, se pudra, se vuelva endémico, utiliza la palabra “exigimos”. Si no lo haces, si optas por “pedimos”, “proponemos”, “opinamos”, corres el riesgo de que el mensaje surta efecto e incluso, en casos extremos, de que el problema se solucione.
    El segundo método, infalible, es apostar siempre por la vía unilateral. Es la única sin contradicciones. Aunque hay que confesar que en realidad no es una vía, en el sentido de que una vía comunica un sitio con otro y la vía unilateral es un callejón sin salida; como la calle Salsipuedes, que no puedes; de ahí la eficacia del método a la hora de consolidar un desacuerdo. Esta vía ha tenido grandes valedores a lo largo de la Historia. Por desgracia, en ocasiones produce efectos secundarios; la desavenencia se vuelve rabiosa y se convierte en lo que técnicamente se conoce como “conflicto armado”. En esos casos ojo, porque puede perjudicar seriamente la salud.

martes, 12 de octubre de 2021

Mantener la llama

    Soledad es femenino y nombre de mujer. El masculino de soledad podría ser desamparo, las dos palabras suenan igual de tristes. Pero tristeza también hace falta en la vida, aparte de que la soledad no siempre es triste. Tan necesaria es la soledad como la compañía. Cada uno tenemos nuestra balanza donde sopesamos ambas en busca de un equilibrio. Luego está la paradoja: se puede sentir uno solo en compañía y acompañado estando solo (como cuando estás en animado diálogo con una página escrita).
    En una película (Someone to Love, 1987) Orson Welles se sacó de la manga estas líneas que no estaban en el guion: “Nacemos solos, vivimos solos, morimos solos. Solo por medio del amor y la amistad podemos crear la ilusión momentánea de que no estamos solos”
    No he presenciado ningún parto; excepto el mío, se supone. Cuando me llegó el momento de asistir a otro, alguien, sería un médico, no sé, juzgó de un rápido vistazo que no era un candidato apto para ejercer de testigo y me indicó que esperara fuera. Visto desde ahí, desde fuera, y desde otro género, un nacimiento es un trauma, pero no hay forma de saber si el neonato se siente solo. Sale del claustro materno y seguido siente la piel de la madre, su aliento; aunque eso no es comparable con el calor del útero; allí sí que se debe de estar a gusto.
    Tampoco sabemos si se muere uno solo. Una vez que ha sucedido nadie ha podido contar sus impresiones. Salvando esos extremos, podemos coincidir con Orson Welles o no. Esta es mi sensación: todos vivimos solos detrás de ese avatar que actúa en nuestro nombre y muestra al mundo una imagen más o menos ficticia; pero, segunda parte, no por ello debemos perder la ilusión del amor y la amistad, porque esa creencia, en cualquier caso, nos hace mucho bien.

sábado, 9 de octubre de 2021

Ahora y en la hora de nuestra muerte

    Cuando era pequeño los domingos, después de comer, rezábamos el rosario. Al final mi padre recitaba una serie de peticiones, acompañadas de más rezos. Había dos que me llamaban la atención (me interpelaban, se podría decir). La primera era un escueto “por los estudios”. Un toque de atención para nosotros, los hijos. La segunda, un poco más larga, decía: “a San José bendito para que nos dé una buena muerte”. De ahí se deducían varias cosas. Una, que habíamos de morir; otra, que se podía morir bien o mal; y otra más, que el santo que se encargaba de tales asuntos era San José.
    Me pregunto si seré consciente del momento de mi muerte. Sé que voy a morir, como todos; pero confío bastante, estoy casi seguro, en que no será hoy. La vida tiene muchos días y la muerte solo uno. En estos tiempos y en esta sociedad se prefiere que el moribundo no se dé cuenta de nada. Cuando se acerca la hora se le seda y se espera a que el corazón deje de latir. Eso es lo que he visto.
    Así imagino que me pasará a mí también. Sabré que me queda poco, pero pensaré que hoy no, de momento no. Y un día, que parecerá como los demás, una enfermera me dirá “te voy a poner algo para que estés más cómodo”. Lo más seguro es que le dé las gracias, y luego perderé la conciencia. Entonces puede que mi mente vague y cree imágenes y escenas que serán ecos de mi vida. Es muy probable que sea joven en esos sueños y que aparezcan, también jóvenes, otras personas cercanas. Esos sueños, buenos o malos, serán mi despedida de la vida.

miércoles, 6 de octubre de 2021

Siempre la belleza

    Una verdad característica de nuestro tiempo: no hay nada más viejo que el periódico de ayer. Otra que se me ocurre ahora: el número de formas de cortarse el pelo es infinito. La tercera; porque las verdades, como las olas, vienen de tres en tres: la palabra más aguda del diccionario es bisturí.
    Hay de todo en el mundo; está desquiciado, de siempre, y sigue siendo bello. Después de cada desastre, natural o provocado, vuelve a surgir la belleza, si no es que ha aguantado impertérrita. En medio de las tragedias he visto en el periódico varias fotografías que me han impresionado por su encanto. Lo primero que hay que notar es la calidad con que se imprimen, en colorido y definición. Más bellas que la realidad, desde luego.
    En una aparecen media docena de jóvenes en el trance de un enfrentamiento callejero, lanzando piedras y con un neumático ardiendo en una esquina. Parece una escena de ballet. Una observación lateral, dirigida a todos los manifestantes de todas las causas justas e injustas: no queméis neumáticos, no beneficia a nadie. Otra fotografía a vuelta de página: con el fondo de un edificio derruido por las bombas un hombre en una motocicleta lleva montados con él a tres niños delante y a dos más detrás.
    La vida sigue, se vivirán episodios dramáticos y cada bando dirá que la razón está de su parte y que su causa triunfará. Nadie triunfará, pasará como con las barricadas de neumáticos ardiendo, todos perderemos. Y nos quedará la belleza.

domingo, 3 de octubre de 2021

Sucedió una noche

    La chica, de unos dieciséis años, se ha quedado dormida en el último viaje del autobús. Al llegar a cocheras el conductor la despierta y la chica ve que tiene en el móvil varios mensajes y llamadas perdidas de sus padres. Habrá sucedido más de una vez y me ha recordado un episodio propio de hace ya unos cuantos años.
    La rutina de los días de salida era que nosotros, los padres, nos acostábamos a la hora habitual y luego, al cabo de unas horas, oíamos, o no, el ruido de la llave en la puerta cuando llegaba nuestra hija. Ya no tenía una hora marcada para venir a casa. Un día al despertarnos por la mañana vimos que su cuarto seguía vacío.
    Serían las siete, su móvil apagado, ¿por qué no había venido?, ¿le habría pasado algo malo?; no, no, habrá una explicación, nos dijimos, estemos tranquilos. No podíamos estar tranquilos. Salí a la calle a buscarla. Salí más por no estar en casa esperando que por creer que la encontraría. No quería pensar en posibles desgracias, solo en que apareciera cuanto antes acompañada de una sencilla explicación, incluso de una que incluyera una desgracia menor… no, ni eso, no sería desgracia sino simple y llano episodio vital. Las calles estaban vacías, no sabía por dónde ir; solo caminaba a paso rápido, sin rumbo.
    Por fin, cerca de las nueve, ya no recuerdo las circunstancias, apareció. Con aspecto cansado y algo desastrada pero perfectamente bien y diciéndome con cara compungida: perdón, perdón, perdón. Yo no estaba enfadado, estaba aliviado. Me he quedado dormida en casa de Laura. Bien, esa era la explicación clara y diáfana que esperaba; y si no había sido así, qué más daba. Casi me vi obligado a reñirle un poco, a decirle que con haber avisado era suficiente. Perdón, perdón, me repitió, ya menos apurada, mientras yo me daba cuenta de que la opresión en el pecho había desaparecido y podía volver a respirar con normalidad.

jueves, 30 de septiembre de 2021

El hombre que mató a Bin Laden

    El hombre que mató a Bin Laden era un vaquero de Montana. La película ya se ha hecho pero con otro título: “La hora más oscura”. La he visto y la protagonista es la agente de la CIA que lo encuentra, no el soldado que lo mata. Aunque era un secreto, ese soldado (soldado especializado, supersoldado) o este otro soldado que se hace pasar por aquel, se dio a conocer y ahora es un personaje público que más o menos vive de ello y que tiene una respuesta ingeniosa para cada pregunta.
    Y es de Montana, aunque no me consta que haya sido vaquero; eso era broma, por John Wayne. Debía ser bueno en lo suyo de antes y es bueno en lo suyo de ahora. Dice: “me alisté porque una chica me había dejado”. No está orgulloso de matar a Bin Laden (eso está muy bien), tampoco arrepentido: “hicimos nuestro trabajo, nada más”, y apunta filosófico, “sigo sin saber si es lo mejor o lo peor que he hecho en mi vida”.
    Habla como un personaje de Clint Eastwood. Con su discurso se escribe solo el guión de una película que podría ser la continuación de “Sin perdón”. Por ejemplo: “teníamos el plan perfecto, pero los planes perfectos nunca salen”. Otra: “cuando ya no te pones nervioso en una operación, es cuando tienes que empezar a preocuparte”.
    Y esta, que es la que más me ha gustado, “si eres la persona más lista en una habitación, es que estás en la habitación equivocada”. La idea, un clásico de la motivación, no es nueva pero sigue siendo buena. La clave es la humildad que yace al fondo de la frase. Sí, debemos felicitarnos cuando hay personas más inteligentes que nosotros en la sala. En cuanto a lo contrario, por suerte o por desgracia, apenas me ha pasado.

lunes, 27 de septiembre de 2021

Adriano y las esdrújulas

    El lenguaje secreto de las esdrújulas. Tienen algo las esdrújulas, llevan el ritmo metido en el cuerpo. Mágico plástico artístico mundo esdrújulo. Cada x tiempo, la tentación es irresistible y contagiosa, un músico o un poeta escribe una canción que ataca los tímpanos con rimas esdrújulas. Serrat tiene alguna, o varias. Es que las esdrújulas no necesitan ni rimar, ese acento en la antepenúltima sílaba es más que suficiente.
    Desde que leí “Memorias de Adriano”, de Marguerite Yourcenar, cada vez que se juntan más de dos esdrújulas me acuerdo del poema latino que empieza: anímula, vágula, blándula. Se dice que Adriano, el emperador romano, lo escribió en su lecho de muerte; en él se dirige a su propia alma. El poema tiene cinco líneas y en la cuarta repite el truco: Pallídula rígida núdula. Ese "ula" de las terminaciones es un diminutivo.
    Hay muchas traducciones, hay tantas que por deducción lógica el poema debe ser intraducible, insuperable en su versión original. Si hubiese estado junto a Adriano en ese momento le hubiera sugerido una pequeña variación, en vez de anímula lo hubiera dejado en ánima, tres sílabas, así quedaría, me parece, más armónico: ánima vágula blándula. Pero igual así en latín es incorrecto, eso no lo sé.
    Después de mirar por aquí y por allá propongo una posible traducción. Por desgracia, de seis esdrújulas latinas pasamos a solo dos, pero el poema sigue siendo bello. Nos situamos, Adriano habla al alma que pronto abandonará su cuerpo:

    Pequeña alma dulce y fugitiva
    huésped y compañera de mi cuerpo
    a dónde irás ahora
    pálida, rígida, desnuda,
    ya no jugarás como solías.

viernes, 24 de septiembre de 2021

La novela de mi vida

    Un día de invierno, al volver a casa, su madre vio que tenía frío y le propuso, en contra de su costumbre, que tomara una taza de té con una magdalena. Muchos años después Marcel Proust lo recuerda y escribe millón y medio de palabras en su búsqueda del tiempo perdido.
    El tiempo, de forma análoga a la energía, ni se gana ni se pierde, sencillamente pasa; pero el título y la idea son buenos. Proust fue un precursor de la autoficción. Lo de la magdalena le pasó a él y nos pasa a todos. Por ejemplo, a mí me ha pasado con el olor penetrante de unas plantas silvestres junto al río.
    Cada ser humano es el privilegiado protagonista absoluto de una vida, y cada vida es la posibilidad de una novela. Como somos muchos sobre la tierra se agradece que no haya tantas novelas como personas. La novela de mi vida si no la escribo yo no la va a escribir nadie; y lo que es yo no la pienso escribir. No como narrativa tradicional, con su cronología al principio (o al final).
    Pero el caso es que ya la estoy escribiendo en forma fragmentaria a base de pequeños entregas en este mismo blog (in this very blog). Cada entrada sería una tesela del mosaico o una de las mil piezas del rompecabezas. En un futuro inventado un biógrafo observador podría atar cabos y acabar liando un fantástico nudo gordiano. Eso estaría bien.

martes, 21 de septiembre de 2021

Atropello

    He atropellado a un perro. A un perro negro, el color no ayuda, un perro negro puede ser la encarnación del mal. No es que este perro fuera malo, no lo creo. Ahora que ha pasado me da lástima. Lamento haberle hecho daño. El perro está más o menos bien, supongo, no me paré a comprobarlo. Aclaraciones: lo atropellé con la bici y, lo más importante, tuve la suerte de no caerme. Entre un perro, de cualquier color, y yo mismo, no dudaría, no dudo.
    Más detalles, erré el camino. Cogí la desviación anterior y acabé en un pueblo pequeño, minúsculo, no más de veinte casas y una iglesia. Al llegar ya oí ladridos, a mi derecha, sin llegar a ver al perro. Cuando me cercioré de que la carretera no continuaba di la vuelta pensando en que tenía que pasar otra vez por donde el perro. Me pareció muy posible que ladrara de nuevo y bastante probable que esta vez lo viera. Y lo vi, un perro negro tirando a grande que me salió al camino ladrando amenazador.
    Yendo en bici me ha pasado otras veces y todo suele quedar en una breve carrera del perro mientras esprinto con más miedo que vergüenza. Pero esta vez el muy tonto se me cruzó por delante. Ese es el momento de dudar y no lo hice, ya lo avisaba antes. Agarré fuerte el manillar, seguí recto y confié en que él lograra esquivarme. No pudo. Un perro negro que me ladraba, no se olvide, a ver si voy a ser yo el malo.
    La rueda delantera impactó en su costado, en blando para mi percepción. Ya me veía en el suelo, con algún rasponazo en el brazo o en la pierna, pero no, la bici hizo una ese y se salió del camino pero pude mantener el equilibrio y volver al asfalto. Cuando miré hacia atrás de reojo no vi ni rastro del perro. No me paré, por si acaso.
    
Ahora van los diálogos, no he tenido la habilidad de meterlos en su sitio mientras lo contaba. Son cuatro oraciones:
    1- Ciclista, al irrumpir el perro: ¡Geldi! (¡quieto!)
    2- Voz en off: ¡Te he dicho que vengas!
    3- Ciclista: #ºÇ{*@¬ª*# (juramento)
    4- Voz en off: —frase de disculpa— (las palabras exactas se me han ido)

sábado, 18 de septiembre de 2021

Declaración (II)

—Ha citado a Tolstói…
—Sí, claro, casi es el único al que he leído.
—¿Algún detalle que le llamara la atención?
—Bueno en “Anna Karenina”, lo primero que leí, lo que más me gustó fue como contaba la comunión con la naturaleza de un personaje, no era la protagonista, cuando iba a pasar una temporada al campo. De “Guerra y paz” me sorprendió la especie de epílogo final donde Tolstói se despacha a gusto y da sus propias opiniones, en especial lo que dice de la campaña militar. Dice que allí nadie controlaba nada, Napoleón el primero, que las cosas pasaban sin más. Y de “La muerte de Iván Ilich” me quedé con el incidente original que lleva a esa muerte, un golpe que se da el tal Ilich en un costado mientras coloca una cortina, así es la vida. A Tolstói todo el mundo le pone por las nubes y tengo entendido que se convirtió en una especie de santón en vida. Y era conde, por cierto.
—Falta alguien, no todo es novela.
—Sí, sí, me estaba acordando. Anton Chéjov. Yo pronunciaba Antón Chejov pero ahora mismo estoy en que ambos nombres s
on palabras llanas. Leí una antología de sus cuentos que hizo un escritor americano, Richard Ford. Esos cuentos tienen para mí una curiosa cualidad, al poco tiempo de leerlos ya se me ha olvidado la trama. Por ejemplo, “La dama del perrito”, estoy seguro de que hay una dama y hay un perrito, pero no me preguntes más. ¡Ah!, y también he leído una pequeña biografía de Chéjov que escribió Natalia Ginzburg, unas cien páginas. Era médico, Chéjov, y murió de tuberculosis con poco más de cuarenta años..
—Bueno, creo que puede valer. Se harán las transcripciones y le llamaremos para que las firme.
¿Quiere añadir algo?
—Sí, que quede claro que no sé ruso y que no conozco a nadie que lo hable. Lo poco que he leído han sido traducciones. Se me hace raro saber que todos estos escritores utilizaban el alfabeto cirílico, se diría que más que un traductor lo que han requerido ha sido un criptógrafo.


viernes, 17 de septiembre de 2021

Declaración (I)

—Tranquilo, no se le acusa de nada, está aquí en calidad de testigo, ¿un café?, ¿un botellín de agua? Bien, cuando quiera, díganos lo que sepa.
—¿Yo?, ¿saber?, vamos, sé que hay rusos y sé que han escrito, poco más.
—Estamos grabando, no hay prisa pero que no haya tampoco pausa. ¿Le suena el nombre de Dostoyevski?
—Lo conozco, lo dimos en el colegio; pero, es curioso, me he pasado media vida creyendo que el nombre era Doctoyevski. Si era tan ilustre, que menos que docto, ¿no? Y eso incluso después de haber leído una novela suya, “Crimen y castigo”, la leí, sí, y me gustó. Tendría unos veinte años y eso, que me gustara, me elevó la autoestima, tenía mis dudas.
—¿De qué va?
—La historia es muy conocida, es un estudiante, Raskólnikov, que por motivos económicos, creo, mata a una anciana, aunque encaja más con el libro decir que mata a una vieja. El tema principal serían los remordimientos.
—¿Algo más de Doctoyevski?
—Nada concreto, rumores. Coetzee escribió una novela sobre él, “El maestro de Petersburgo”, y la he leído, pero no entendí mucho y lo que entendí se me ha olvidado. Luego, casualidad, le he oído decir a Joaquín Reyes que Dostoievski pedía siempre dinero prestado y luego no lo devolvía, y que en concreto se lo hizo a Turguéniev y encima le dijo que no le gustaban sus libros. Tendría sus razones para decirlo, seguro; por mi parte, otra casualidad, leí hace poco una novela de Turguéniev, “Padres e hijos”, y me gustó. Pero bueno, esto que contaba Joaquín Reyes igual era broma, no sé.
—¿Qué otros nombres puede dar?
—Siempre se habla de los grandes novelistas rusos del XIX. Además de Dostoievski están Tolstói, Turguéniev, Gogol, Puskhin... De Puskhin no he leído nada pero he oído hablar muy bien de él, Dovlatov era muy fan. Ahora, tengo idea de que escribió una novela en verso, eso me echa para atrás. No sé si siendo en verso puede ser a la vez novela, además luego quién la traduce.

miércoles, 15 de septiembre de 2021

Lotería

    El otro día, el sábado, puse la radio mientras trajinaba en la cocina (que no suelo) y coincidió que, a falta de otra cosa, estaba sintonizada Radio Cinco. Iban a dar la una y esperaba oír el boletín informativo (Radio Cinco, todo noticias), pero no, lo que siguió a las señales horarias fue la retransmisión del sorteo de la lotería.
    Nunca lo había oído en la radio (y por la tele si aparece cambio de canal). La sorpresa fue que la narración me resultó amena. No sé quien es ese comentarista, ni controlo el mundo de los juegos de azar, ese lío de bonoloto, euromillón, primitiva, quinielas, pero tengo que reconocer su elegante faena radiofónica a partir de ese material tan crudo de declamar números premiados. Me he acordado del lenguaje taurino (de ahí lo de faena) y las crónicas que se elevan sobre los sórdidos sucesos de la plaza. Ese buen quehacer en la radio consiguió que escuchara con agrado un programa que de otra forma, y si no estás con tus boletos en la mano, sería una especie de suplicio.
    No juego a la lotería. La razón es muy sencilla, no juego porque no toca. Más exacto sería decir que con la lotería pasa como con aquel personaje de los tebeos, Cuervo loco, cuyo lema decía: Cuervo loco, pica pero pica poco. De modo similar la lotería toca pero toca poco. Al que sí le toca siempre es al que la organiza.
    En la pequeña tienda donde compro el periódico también se despachan billetes y se sellan boletos de lotería. A veces tengo que esperar mi turno mientras alguien tramita sus apuestas como quien cumple con un rito religioso. Me llama la atención que esos clientes son, en general, de apariencia humilde, muchos de ellos inmigrantes, precisamente aquellos a los que más falta hace ese dinero que ponen, generosos, en
manos del Estado.

domingo, 12 de septiembre de 2021

Iris

    Los ojos, segunda parte; el problema con los iris. No, no hay ningún problema con los iris (plural de iris, iris). El iris, la parte bonita del globo ocular, la que rodea a la pupila o niña del ojo. Resulta que pupila y niña son lo mismo en su origen (pupila y pupilo también). Cuando nos asomamos a un ojo vemos en su pupila nuestra propia cabeza reflejada; a alguien que hablaba latín le pareció que era una (misteriosa) niña. La niña del ojo, como si fuera la chica de la curva, parece más inventado por un inocente que otra cosa.
    Hace unos años se estrenó una película que empezaba con imágenes de iris a toda pantalla. “Orígenes” se titulaba, de ciencia ficción. Era hermoso ese comienzo. Hasta ahora no he dado mucha importancia a mis iris, y creo que he acertado porque nunca nadie me ha dicho nada sobre ellos (nunca, nadie, nada; exagero, sin duda). Una vez sí se interesaron, pero por motivos científicos (o pseudocientíficos). Una doctora estaba haciendo un estudio y me pidió fotografiar uno de mis iris, no recuerdo cual. Pensaba que pasados unos días me diría algo, no sé, que le parecía un iris muy expresivo o que emanaba un extraño poder de atracción, pero no me dijo nada.

jueves, 9 de septiembre de 2021

Esos ojos

    Dicen que en Nueva York la gente anda por la calle ignorando al prójimo, eludiendo el contacto visual. Es algo defensivo, pocas cosas hay más íntimas que mirarse a los ojos. Porque los ojos hablan. “Eyes Talk”, silently, en silencio, era una melodramática canción de Gene Pitney de los años sesenta. Aún anterior es un tema jazzístico del que me encanta el título: “Them There Eyes”, que es una forma rítmica y dislocada de decir “esos ojos” (me enamoré de ti la primera vez que miré en esos ojos).
    No soy un gran intérprete de ese lenguaje de los ojos, aunque hay que precisar que es todo el rostro el que habla, no solo los ojos, así que cuando los músculos de la cara, labios, boca, mandíbulas, aletas de la nariz, cejas, frente, no sé si orejas, cuando toda la cara dice lo mismo, la tarea de los ojos pasa algo desapercibida. No así cuando se intenta una expresión hermética y los ojos son los únicos que delatan los sentimientos reales. Porque de eso se trata, de expresar sentimientos.
    Esto se sabe de antiguo, claro. No sé si la primera cita conocida al respecto será esta de Cicerón: “La cara es la imagen de la mente y los ojos son sus intérpretes” (dice mente, no alma). Hay gente perspicaz que se fija y distingue a las personas por la luz de sus ojos o por su forma de mirar a los demás; por mi parte, como torpe emocional que soy (casi siempre), no llego mucho más allá de percibir unos ojos húmedos brillantes (cosa que por cierto, esos ojos delatores, es bastante contagiosa).

sábado, 4 de septiembre de 2021

Precursora

    Harka, movimiento en árabe, es el nombre que se les dio a unas unidades del ejército español en Marruecos. Estaban compuestas por tropas autóctonas a las órdenes de oficiales españoles. Es también el título (¡Harka!) de una película de 1941 que mencionaba Arturo Pérez-Reverte. Como le tengo mucha ley a Arturo he visto la película y estoy de acuerdo en que, al margen del transfondo político y teniendo en cuenta los medios de que disponían, está bien hecha.
    En aquellos tiempos los créditos iban al principio y la película terminaba de sopetón con la palabra FIN. Si era de habla inglesa ese final escueto y definitivo era sustituido por un (entonces) enigmático THE END que de alguna forma reconocía la inferioridad del idioma inglés, necesitado de dos palabras para decir lo mismo. Más tarde, yo creo que en la tele y merced al poderío en aquella época del cine de animación de Europa del Este, aprendí otra forma de dar carpetazo a una película: KONIEC.
    Lo que me ha sorprendido, y divertido, de los créditos de ¡Harka! es leer entre la docena de nombres, todos varones, una línea que decía: MONTAJE...SRA DE OCHOA. He visualizado a la Sra de Ochoa haciendo punto y a la vez, atisbando a ratos, por encima de las gafas, los fotogramas de un rollo de celuloide. Signo de los tiempos, supongo. Aquello de “Sra de” se tomaba como un título honorífico. Seguro que a la portera no le llamaban Sra de González; sería más bien Patro, de Patrocinio.
    ¿Y quién era Ochoa? Por lógica no podía andar lejos, y no andaba. Ochoa era Arcadio Ochoa, el responsable de maquillaje y peluquería en la película. La historia: Arcadio Ochoa de Zabalegui era un peluquero de Abárzuza que emigró a París y allí se casó con una Margot. Cuando se vinieron a España, Margot adoptó el nombre de Margarita Ochoa. Los dos tuvieron una fructífera carrera en el cine en sus respectivos campos. La “Sra de Ochoa” no ejerció de tal en absoluto; al revés, se la puede considerar toda una adelantada a su tiempo (claro que era francesa).

miércoles, 1 de septiembre de 2021

El Gran Rebote explicado a los niños

    Hoyo negro; este debe ser un americanismo por agujero negro, "black hole" en inglés. Pensándolo bien es más exacto hablar de hoyos. Agujero sería solo la figura que forma la boca del hoyo, digo yo. Vamos, que no es lo mismo un agujero que un hoyo. El primero es bidimensional, el segundo tridimensional. Un agujero también puede manifestarse en un calcetín o en una pared, dos sitios donde no encajaría el hoyo. “Hole” debe valer para los dos significados. “Pozo negro” es una alternativa (más corta que agujero).
    Estoy hablando de astrofísica, con perdón y sin saber, porque he oído a una entendida en la radio. Un agujero negro, un hoyo negro, me gusta lo de hoyo, es la evolución natural de una estrella que va cogiendo peso (es su metabolismo) y acaba involucionando (sic), estalla hacia dentro y absorbe todo lo que se le acerca; y no deja escapar nada, ni la luz. Me hago esta idea, los átomos que se comprimen y se les escapa todo el aire; o no el aire sino que se achica el espacio entre los núcleos y los electrones, y las subpartículas, qué agobio. Conclusión, los hoyos negros cuanto más lejos mejor.
    Las galaxias, no sé si todas o solo las normales (risas), tienen un hoyo negro en el centro. La nuestra, la Vía Láctea, también. Aun siendo algo duro de mollera uno hace sus deducciones y concluye que el destino, con el tiempo, de esta galaxia de nuestros amores es colapsarse y desaparecer en ese hoyo negro insaciable que todo se lo va tragando. Con más tiempo, que tiempo sobra, todo el Universo se concentrará en un gran hoyo más negro que el betún y que sin embargo no ocupará nada de espacio, o poniéndonos en plan estricto, ocupará muy, muy, muy poquito sitio. El resto será solo vacío, vacío puro y duro. Que, por cierto, y esta es una cuestión lateral, ¿cómo medir ese vacío? Vaya paradoja, que la nada pueda ocupar tanto.
    El hoyo negro definitivo, por pura lógica, alcanzará tal concentración de materia que llegará un momento en el que, sin solución de continuidad, estallará hacia afuera en lo que será el enésimo Big Bang (el segundo como mínimo); y luego, con un poco de suerte hasta puede que surja de nuevo la vida; y si no es esa vez será la siguiente.

domingo, 29 de agosto de 2021

Copyright

    Veía esta mañana por la ventana de mi cuarto un rectángulo de cielo azul salpicado de pequeñas nubes deshilachadas teñidas de rojo. Una visión encuadrada de la belleza del amanecer, de ese milagro que sucede cada día. He pensado en sacar una foto y me he sentido a la vez culpable por estar a punto de caer en la tentación de ese absurdo, el absurdo de sacar tantas fotos que no van a ningún lado. No he caído porque no tenía a mano el móvil, estaba en la sala cargándose.
    Además de la belleza de ese cielo también ha entrado (por la ventana abierta) el ruido del tráfico de la carretera general y, desde más lejos, de la autopista; el bramor de la civilización. Así me ha salido, bramor, una palabra que no existe, que no creía que existiera y por cuya invención ya me estaba felicitando. Supongo que he mezclado bramido y clamor, dos conceptos relacionados (el mismo mecanismo mental por el que nació “ostentóreo”).
    Pero es tan difícil ser original… He indagado y “bramor” es, como mínimo, el nombre de un dron de reconocimiento y el nick de un youtuber alemán. Y también es una palabra que aparece recogida en un “Vocabulario murciano” publicado en 1919, obra de Alberto Sevilla y colgado en Internet por, ni más ni menos que, la Universidad de Toronto. Dice así: Bramor. Estruendo, fragor. Mi bramor lo había imaginado un poco menos sonoro, más contenido; pero esa era la idea. 

jueves, 26 de agosto de 2021

Para una bala perdida

    Si yo fuera un Rolling Stone sería Charlie Watts. Bueno, ahora hay que ponerlo en pasado: si yo hubiera sido un Rolling Stone... En las últimas fotos de sus geriátricas majestades Watts siempre salía en una esquina sonriendo y con pinta de ser uno que pasaba por allí y le habían dicho que se juntara para la foto. Parecía lo que era en el fondo, un sobrio batería de jazz.
    No he sido mucho de los Stones pero les reconozco la genialidad; y, por supuesto, nunca hubiera podido ser uno de ellos por mi falta de sentido del ritmo, de coordinación motora, de carisma y no me fustigo más. Parece ser que Watts era un elemento importante en la banda, como elemento cohesionador, y también como colaborador infatigable de Keith Richards cuando este se ponía a dar forma a sus composiciones.
    En homenaje a Charlie Watts, y cogiendo el rábano por las hojas, aprovecho para recordar un tema de 1964 firmado por Richards y Oldham (el manager): “I’d Much Rather Be With The Boys”, preferiría estar con los chicos, en la versión adaptada ("I’d Much Rather Be With The Girls") de Donna Lynn con un arreglo fastuoso de Charlie Calello (la versión de los propios Stones solo se editó diez años más tarde en un LP de restos de serie). Donna Lynn Albano era canadiense, tenía entonces catorce años y una voz perfecta para interpretar esta pequeña sinfonía pop adolescente.

lunes, 23 de agosto de 2021

Autor, autor

    El autor presenta su libro en el aula de cultura. Cree, en conciencia, que el libro es bueno, o que al menos no es malo. Otra cosa es lo que opine un hipotético lector. Comprende también que no hay razón objetiva para que nadie se ponga a leerlo, ¿por qué había de hacerlo?
    Ha llegado media hora antes para prepararlo todo con MJ, la técnica de cultura. Ha traído en un “pincho” algunas imágenes de apoyo, que no sabe si vienen a cuento, pero que en todo caso a él le gustan. Se juntan unas doce personas, lo previsto, los habituales. La sorpresa es cuando MJ, al iniciar el acto, anuncia al alcalde, que se sienta en la primera fila. El alcalde se parece a F, un conocido del autor que ha muerto hace poco.
    D (el nombre lo sabrá al final porque le pedirá una dedicatoria) es el que hace la presentación, leyendo también unas frases que vienen en la contraportada. El autor comienza su perorata apoyándose en las imágenes proyectadas en la pantalla; la idea, propuesta por MJ, ha sido buena. No ha traído un guion escrito, al fin y al cabo le están ofreciendo la oportunidad soñada por cualquier autor: que hable de su libro, qué más quiere el ciego que ver.
    Han dejado las puertas del fondo abiertas, por la pandemia, y de vez en cuando se asoma algún curioso (que no se queda, claro). Al autor le gustaría saber si alguien del público ha leído el libro, pero no se atreve a preguntarlo por si nadie lo ha hecho. Pero resulta que sí, en un momento interviene una mujer para ratificar lo que el autor está diciendo. Luego lo hace un hombre que habla de su experiencia de lectura y añade palabras elogiosas hacia el libro. Los dos están en la segunda fila (el autor toma nota mental del dato). MJ, que tiene un ejemplar del libro con papelitos marcando algunas páginas, hace varios certeros apuntes que dan pie al autor para leer un par de fragmentos y contar alguna anécdota.
    El autor echa un vistazo al reloj, han pasado unos cuarenta minutos. Piensa que ya está y comenta la última imagen en la pantalla. MJ pide un aplauso. Le compran dos ejemplares, uno D y el otro J, que es el hombre que ha intervenido antes. Ahora le comenta algunos pasajes del libro que le han llamado la atención. El autor piensa que solo por eso ya ha merecido la pena.

viernes, 20 de agosto de 2021

Mi no-mili

    Cuando era pequeño y aún no sabía atarme los zapatos mi madre, mientras me hacía la lazada, me decía: no, si tendré que ir contigo a la mili para atarte las botas. No hizo falta, porque no hice la mili. No hice la mili por que me declararon inútil. Inútil para el ejército, no para la vida normal, que quede claro.
    Me alegré de aquella declaración, creo que fue justa, aunque me queda una ligera duda de si tuvo algo que ver, además de las dioptrías, que mi oculista tuviera cierto ascendiente sobre los militares. El caso es que ni tan siquiera tuve que presentarme ante el tribunal médico, el aval del doctor C. bastó.
    Me alegré, digo, pero también reconozco que con el tiempo me ha quedado una sensación de pérdida por no haber hecho la mili. Lo pienso y comprendo que puede ser algo absurdo sentirla, pero ahí está. La razón debe ser haber oído una y mil veces las anécdotas de la mili de mis coetáneos; uno estuvo de chófer de un coronel, otro arreglaba las lavadoras de los oficiales, aquel que enseñaba a leer a los reclutas analfabetos, el que se sacó el carnet de camión. El mismo Muñoz Molina contó su mili en “Ardor guerrero”.
    El campamento, el sargento chusquero, el alférez de complemento, la cantina, las maniobras, el cetme, las guardias, el rancho, el destino, el pase pernocta; las historias interminables de la mili. Si casi me parece que estuve allí. Un año perdido, se solía decir; pero no del todo, también decían que de allí salían hombres; hombres maleados, en muchos casos. Alguno saldría más sabio, sin duda. Yo no fui, por la vista. En todo caso mi madre podía estar tranquila, para entonces ya había aprendido a atarme los z
apatos.

martes, 17 de agosto de 2021

Calor

    Eso de que la ola de calor se llame Lucifer me suena a fake news. Imagino al mismo Satán indignado; si sabrán estos lo que es calor. Por mucho calor que haga el nombre le queda grande a la ola. “No diréis mi nombre en vano” dejó mandado Yahvé y apuesto a que Lucifer por una vez le estará dando la razón al Todopoderoso y protestando por el uso indebido del suyo (de uno de sus nombres, porque son legión).
    Por otro lado se me hace raro, es la primera vez que oigo que las olas de calor tengan nombre. Indagando leo que esta ola ha sido provocada por el anticiclón subtropical “Lucifer”. O sea que han simplificado, o han buscado el titular sensacionalista; no es la ola de calor la que se llama así, sino el anticiclón… tampoco cuela. Hay organismos muy serios (o bastante serios) que elaboran la listas de nombres que se van a ir adjudicando a los fenómenos atmosféricos del año y “Lucifer” no figura en ninguna.
    Sigo buscando y parece que nadie se responsabiliza del nombre. Al fin encuentro algo: el apelativo viene de Italia, donde han llamado al anticiclón “Lucifero”. Igual es una maniobra del Vaticano para recordarnos la existencia del diablo. Ahora, calor hace, 47 grados en Córdoba. Una vez que estuve allí hacía 40 y había que andar escondiéndose (vaya ojo el de los Omeyas para elegir capital). Calor hace, sí, pero menos que en el infierno, eso seguro; si el infierno existiese, digo.

sábado, 14 de agosto de 2021

Cookies

   La vida es lo que pasa mientras configuras las cookies. Esa es la conclusión a la que se llega husmeando en internet. Los sitios (web) te ofrecen esa posibilidad (configurar las cookies) por imperativo legal, de qué si no. Propongo modificar esa ley y que lo que te pregunten sea simplemente si aceptas o no las dichosas cookies, porque ya empiezo a angustiarme pensando en lo que te pierdes mientras bregas con ellas.
    "Cookie" es galleta, pasta, en inglés. "Fortune cookie" es galleta de la suerte, y no es un invento chino sino americano/iu es ei (y, desde luego, a lo que diga el papelito ni caso). "Cookie" suena tan entrañable que debería traducirse siempre como "galletita". Dos antecedentes: “The Fortune Cookie” es una película de Billy Wilder y The Cookies fueron un grupo de chicas que grabaron algunas canciones de Carole King y Gerry Goffin.
    Las cookies informáticas no me parecen nada dulces, por más que digan que hay algunas que son necesarias y que es por nuestro bien. Necesarias para ellos, me temo. He encontrado en el menú del navegador, al final del todo, una posibilidad de “restablecer la configuración” que asegura, entre otras cosas, que “se eliminarán las cookies y otros datos temporales de sitios”. Así que estoy considerando (¿no soy ingenuo?) recurrir de vez en cuando a ese ajuste y mientras tanto (from lost to the river) admitir todas las cookies cada vez que me lo pregunten. Y a disfrutar de la vida.

miércoles, 11 de agosto de 2021

Telstar - The Tornados (1962)

    La galaxia tiene un ruido de fondo, un rumor con silbidos y reverberaciones, que, si te fijas, suena igual que el comienzo de esta grabación. El primer satélite artificial lanzado al espacio fue el Sputnik 1 ruso; eso fue en 1957 y el artefacto cayó de vuelta a la Tierra dos meses más tarde. El año siguiente los americanos pusieron en órbita el suyo, el Explorer 1, que aguantó ahí arriba hasta 1970. En 1962 se puso en órbita el Telstar, el primero en retransmitir imágenes de televisión (la calidad era ínfima, claro).
    Joe Meek, un ingeniero de sonido y productor musical inglés de atormentada personalidad, supo ver la oportunidad y publicó un tema instrumental con el nombre del satélite de moda. Lo compuso él mismo y los intérpretes fueron un grupo de músicos de sesión bautizados como “The Tornados”. A finales de año el tema alcanzaba el número uno tanto en Inglaterra como en los Estados Unidos.
    No fue una casualidad, Meek había sido técnico de Radar en la RAF y luego productor musical y pionero en técnicas de grabación (hay cierto paralelismo con la figura de Phil Spector, con final trágico incluido). Un par de años antes había grabado un LP experimental con sonidos “espaciales” que ya prefiguraban el futuro éxito.
    El satélite estuvo activo durante siete meses y quedó inutilizado, en un típico ejemplo de la incompetencia humana, como consecuencia de una prueba nuclear en el espacio exterior que llevaron a cabo los propios americanos (el nombre, Starfish, estrella de mar, fue lo único bonito del experimento). El Telstar 1, enmudecido, todavía está dando vueltas sobre nuestras cabezas.

domingo, 8 de agosto de 2021

Knowing You, Knowing Me

    Rudyard Kipling se llamaba así por el lugar en el que se conocieron sus padres, un lago/embalse inglés. En realidad su nombre completo era Joseph Rudyard, siendo Rudyard el “middle name”, que suele ser un nombre tradicional en la familia o, como en este caso, uno escogido por alguna razón por los padres. El Joseph no debió cuajar, en familia le llamarían Rudy (Rudy se les llama a los Rudolf, pobrecitos).
    Me he tropezado con esta frase de Kipling: What should they know of England who only England know? Es una línea de uno de sus poemas (The English Flag) y se traduciría como ¿qué pueden saber de Inglaterra los que solo Inglaterra conocen? (manteniendo esa inversión del orden, por razones estéticas, de England y know).
    El poema es un recordatorio de la grandeza del Imperio para el inglés de la calle pero la frase gana si la consideramos por sí sola. Vale para todos los países y también para ámbitos más reducidos. Quien solo conoce lo suyo carece de perspectiva para valorarlo. Para saber de tu pueblo igual hace falta saber también de los pueblos vecinos. Para conocer a tu familia igual es conveniente conocer otras familias. Para conocerte a ti mismo igual viene bien conocer a los demás.
    Comparar, eso es lo que hacemos desde que adquirimos conciencia de que somos. El caso es que en la vida cotidiana casi nadie aparece como realmente es. Por eso, me parece, valoramos tanto las confesiones en las que alguien desnuda su alma (estoy exagerando). Así nos damos cuenta de que somos, como dijo Janis Joplin de sí misma, una más de esas personas raras normales.

jueves, 5 de agosto de 2021

Tres de las cosas que puede haber en la vida

    El tiro con cañón fue deporte olímpico en París 1900. Por comentar. Otra cosa que trae el periódico es una entrevista con Patricio Pron, escritor argentino. Pron parte con ventaja en su carrera profesional (y por tanto no-olímpica), la ventaja de que no le hace falta pseudónimo. A mí me haría falta, Javier es un nombre muy común y mi apellido es demasiado largo.
    Es bastante joven, del 75, Patricio, y prolífico escribiendo. Leí una novela suya y no dimos la talla; él no la dio conmigo y yo no la di con él (más lo segundo seguramente), no acabé de entenderla. Le tengo que dar otra oportunidad. Dice que su intención es ser original al escribir, no repetir modelos anteriores; no es fácil.
    También dice, en la entrevista, que escribir, leer y amar dan sentido a la vida. Lo ponen en ese orden, no sé si es importante. Añade que primero se es lector. Sí, se es; y luego se es espectador, el cine, lo audiovisual, palabras más imágenes, puede ser una versión extendida de la lectura. Leer lo que han escrito los demás, escribir dando tu versión y amar a la familia, a los amigos, al prójimo en general y a una persona en particular. Estas son tres de las cosas que dan sentido a la vida.
    Eso me sugiere que la exclusividad no es conveniente, quiero decir dedicar todos los esfuerzos a una sola cosa, solo escribir, solo leer, solo amar. Un político jubilado dedicaba, ahora que podía, no sé si ocho o diez horas diarias a leer; yo no podría, desde luego. Esas tres cosas me parecen bien, si añadimos comer, dormir, pasear, hacer ejercicio y alguna otra más ya estamos completos (tampoco somos gran cosa).

lunes, 2 de agosto de 2021

La reforma

    Los primeros días se trataba de picar, es lo que oía todo el rato; tienen que picar la pared, luego vendrán a picar, hoy terminan de picar. Y picaron, picaron y agujerearon una tubería que empezó a perder agua cuando ya se habían ido los picadores. Quisimos cortar el agua pero se rompió la llave de paso en la cocina. Los vecinos de abajo no estaban. Podía haber sido peor. La coordinación de gremios (qué bella expresión) renqueó un poco, al albañil no le llegaron a tiempo los azulejos.
    La ley de Murphy es una broma pero tiene un fondo de verdad, en cualquier empresa lo natural es esperar que algo vaya mal; que todo resulte perfecto es la excepción. Hay que tenerlo en cuenta antes de ponerse a cualquier tarea.
    Ahora tenemos ducha en vez de bañera. La nueva instalación podría ser una escultura móvil de Alexander Calder o la representación abstracta en acero inoxidable del Caballero de la Triste Figura. El nombre técnico es “columna de ducha termostática”. Sobre su funcionamiento el fontanero dijo que “no tiene nada, es muy fácil”. No dejaron ningún papel.
    Termostática..., yo en principio ni idea (nadie nace sabido). Tiene dos llaves, o mandos, el de la derecha con un botón azul y el otro con un botón rojo. Frío y caliente según toda mi experiencia vital. Pues no exactamente.

viernes, 30 de julio de 2021

Del peso de la prosa

    Esto va del lenguaje inclusivo y del hablar de la gente al comprar el pan. Escribió Gonzalo de Berceo: Quiero fer una prosa en román paladino, en qual suele el pueblo fablar a su vecino. Aunque “román paladino” se ha vuelto una expresión enigmática entendemos su significado en ese verso, se refiere a la lengua que hablaba y habla la gente común cuando no está pendiente de algún censor. Era la lengua derivada del latín que no se preocupó gran cosa de si hacía de menos a alguien, que lo hacía, porque la sociedad no era igualitaria ni nunca lo ha sido hasta hoy, que ya veremos. De otro modo Berceo hubiera escrito: Quiero fer una prosa en román paladino, en qual suele el pueblo fablar a su vecino o su vecina. No me he podido callar la gracia. Estoy a favor de que vayamos hacia un lenguaje no sexista, por descontado, pero estos tanteos pesan tanto…
    Las cosas necesitan su tiempo (hasta que van suave como la seda). Veo similitudes con la alimentación; los vegetarianos, los veganos. Que cada uno coma lo que quiera, mientras haya qué comer, por supuesto; pero la especie es la que es, nuestra especie, y tiene la historia que tiene. En cuanto a la alimentación los humanos hemos sido omnívoros de toda la vida, desde que el Homo erectus descubrió el asado, o antes. Esos miles y miles de años comiendo de todo (aprended niños) han dejado su sello en nuestro ADN, supongo. ¿Que ahora quieres comer solo vegetales?, eres muy libre pero no acabo de verlo. Otra cosa es que debiéramos comer menos carne, como dijo el otro. El camino hacia una alimentación sana y equilibrada, con o sin carne, será largo, intuyo.
    De modo análogo, después de cientos de años de castellano y con una tradición literaria a cuestas no es fácil cambiar. La igualdad es fundamental, todos deberíamos ser iguales (todos y todas, qué pereza). Cuando hayamos interiorizado esa igualdad el lenguaje se adaptará, seguro, aunque no tengo ni idea de cómo será. Mientras tanto habrá que padecer ese torpe y pesado lenguaje inclusivo en declaraciones públicas y discursos. No en la panadería, ahí se seguirá hablando en román paladino.