domingo, 3 de octubre de 2021

Sucedió una noche

    La chica, de unos dieciséis años, se ha quedado dormida en el último viaje del autobús. Al llegar a cocheras el conductor la despierta y la chica ve que tiene en el móvil varios mensajes y llamadas perdidas de sus padres. Habrá sucedido más de una vez y me ha recordado un episodio propio de hace ya unos cuantos años.
    La rutina de los días de salida era que nosotros, los padres, nos acostábamos a la hora habitual y luego, al cabo de unas horas, oíamos, o no, el ruido de la llave en la puerta cuando llegaba nuestra hija. Ya no tenía una hora marcada para venir a casa. Un día al despertarnos por la mañana vimos que su cuarto seguía vacío.
    Serían las siete, su móvil apagado, ¿por qué no había venido?, ¿le habría pasado algo malo?; no, no, habrá una explicación, nos dijimos, estemos tranquilos. No podíamos estar tranquilos. Salí a la calle a buscarla. Salí más por no estar en casa esperando que por creer que la encontraría. No quería pensar en posibles desgracias, solo en que apareciera cuanto antes acompañada de una sencilla explicación, incluso de una que incluyera una desgracia menor… no, ni eso, no sería desgracia sino simple y llano episodio vital. Las calles estaban vacías, no sabía por dónde ir; solo caminaba a paso rápido, sin rumbo.
    Por fin, cerca de las nueve, ya no recuerdo las circunstancias, apareció. Con aspecto cansado y algo desastrada pero perfectamente bien y diciéndome con cara compungida: perdón, perdón, perdón. Yo no estaba enfadado, estaba aliviado. Me he quedado dormida en casa de Laura. Bien, esa era la explicación clara y diáfana que esperaba; y si no había sido así, qué más daba. Casi me vi obligado a reñirle un poco, a decirle que con haber avisado era suficiente. Perdón, perdón, me repitió, ya menos apurada, mientras yo me daba cuenta de que la opresión en el pecho había desaparecido y podía volver a respirar con normalidad.

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