jueves, 31 de marzo de 2022

¿No es asombroso?

    Lo comentaba el otro día con Miguel Ángel. El nombre es supuesto, se me ha ocurrido por las iniciales de “mejor amigo”. Hablábamos de que hay que mantener la curiosidad y la capacidad de asombro. Es algo que se dice mucho y estoy de acuerdo; si no te interesa nada, si todo lo sabes y cuando no lo sabes lo desprecias, no sé que haces aquí todavía. Sí, hay que sorprenderse, maravillarse, ilusionarse; todo reflexivos, si no pones de tu parte no hay nada que hacer.
    Sigo siendo un decidido partidario del asombro pero ahora mismo me están entrando dudas. Tampoco será bueno en exceso, se corre el peligro de hacer el ridículo; y el caso es, le decía a Miguel Ángel, que todo me asombra, absolutamente todo. Me pedía ejemplos y le dije, la música, sin ir más lejos. No es increíble que con solo siete notas se hayan compuesto todas las canciones, todas las sinfonías. Además la impresión general es que aún quedan cientos de miles, millones de combinaciones armónicas por descubrir; a las que habría que sumar las inarmónicas, que no serán pocas. Y todo con siete notas, o como se dice ahora, con siete putas notas. También la literatura, decía él, se hace con 24 letras. Me asombra igualmente, aunque en la literatura el elemento básico no es la letra sino la palabra.
    Me dijo entonces Miguel Ángel que había oído hacía poco que el máximo rendimiento del cerebro se alcanza a los 18 años, qué pronto, ¿no?; pero, ojo, en cuanto a vocabulario y a comprensión de las emociones el máximo se alcanza a los 50. Y luego qué, exacto, me decía Miguel Ángel, esa puede ser la clave, qué es lo que pasa a partir de los 50. Y añadió, medio en broma medio en serio, su recomendación ante un ataque de asombro persistente: no te quedes con la boca abierta y, sobre todo, no te sientas en la obligación de contarlo. El asombro hay que sobrellevarlo en silencio, como las almorranas. Me parece bien, es lo prudente, pero antes de seguir el consejo quisiera hacer una última observación, ¿no es un milagro la primavera?

lunes, 28 de marzo de 2022

Kafka y la guerra

    Kafka nuestro que estás en los cielos de la literatura. Al frío de los misiles recordamos la anotación del diario de Franz Kafka del 2 de agosto de 1914: “Se ha declarado la guerra. Por la tarde fui a nadar”. Pero no, esta es una adaptación literaria; lo que escribió exactamente fue: “Alemania ha declarado la Guerra a Rusia. Por la tarde escuela de natación”. La entrada en el diario es una constatación de que el mundo no se para nunca, ni por una guerra; y también es, me parece, un acierto literario fortuito. Así, de modo casual, se escriben muchas veces la literatura y la misma historia.
    Hay una circunstancia a tener en cuenta: la que mucho más tarde se llamó Primera Guerra Mundial no empezó el 2 de agosto sino cinco días antes, el 28 de julio, cuando Austria atacó a Serbia. El escritor solo confirmaba que la guerra iba en serio. Kafka, de 31 años, no fue reclutado porque en su momento había quedado exento del servicio militar. Pasado un año, en 1915 fue convocado a un nuevo examen y esta vez declarado apto. Él quería alistarse pero sus superiores lo reclamaron como indispensable en el Instituto de Seguros del Reino de Bohemia, donde era funcionario. Lo cuenta Reiner Stach en su biografía.
    ¿Por qué querría Kafka ir a la guerra? Es de suponer que por lo de siempre, por la patria austro-húngara, porque iban todos o porque quería escapar de su vida cotidiana. La guerra aparece en sus diarios solo de pasada. Un cuarto de siglo más tarde, durante la Segunda Guerra Mundial, Cesare Pavese tampoco hablaría de ella en los suyos.

viernes, 25 de marzo de 2022

De los nombres propios

    Algo que nos diferencia del resto de animales son los nombres que utilizamos para distinguirnos. Habrá más cosas pero esa es una de ellas. Más allá de la función identitaria que se supone veo eso de los nombres como algo extraño, te ponen uno al nacer le añaden un par de apellidos heredados y ese eres tú. Pues vale. Seguramente de la insatisfacción que genera ese hecho, esa adjudicación de nombres un poco a voleo como si fueran etiquetas, nace la idea de que todos tenemos otro nombre, un nombre a descubrir, el que sería nuestro verdadero nombre. Tampoco lo veo, demasiado misterio.
    Los nombres son útiles, necesarios incluso, pero también reduccionistas porque un nombre no puede contener a un ser. Nada digamos cuando ese ser es Dios. Los judíos opinaban, y seguirán opinando supongo, que el nombre de su dios no se debe pronunciar, lo que encaja con la idea de un dios terrible y temible. Con todo, ese supuesto nombre secreto se sabe que es Yahvé, más o menos (que puede significar “el que es”). Así mismo es bien sabido que el dios de los musulmanes es Alá y el de los cristianos Dios. Las tres religiones coinciden en que Dios no hay más que uno por lo que los tres nombres deben referirse al mismo Ser Supremo. Un detalle al respecto que me llama la atención es cuando en películas árabes dobladas los musulmanes dicen Dios en vez de decir Alá. Eso de que un dios único tenga tres nombres ya debe querer decir algo, pero hay más: La palabra “dios” pertenece a una lengua concreta, la española, en el mundo se llama a Dios de muchas formas distintas, tantas como idiomas hay. Demasiados nombres me parecen.

martes, 22 de marzo de 2022

Dicotómicos perdidos

    Vivimos en una civilización binaria, estamos configurados en base dos. Dicotómicos perdidos, eso es lo que somos. Para todo manejamos dos opciones: sí o no, cerca o lejos, bueno o malo, ganar o perder, noche o día. Añadir una tercera variable lo complicaría todo de modo extraordinario. En una hipotética sociedad ternaria nuestros premios Nobel serían como niños de pecho, qué decir de otros mundos construidos en base cuatro, cinco, etcétera.
    Quizá el secreto del éxito (relativo) de la religión católica sea la introducción sibilina de la tercera persona en el misterio de la Trinidad. Hablar solo del Padre y del Hijo sería moverse en ese entorno familiar de a dos, añadir al Espíritu Santo es entrar en el arcano de otra dimensión (y el que lo entienda que lo explique).
    Hace casi sesenta años Umberto Eco dividió a los estudiosos de la cultura de masas en, como no, dos sensibilidades en su libro “Apocalípticos e integrados” (leerlo debe ser como tragar polvorones con la boca seca). Son dos términos que encajan en la situación actual como sinónimos de conspiranoicos y normalitos; dicho sea normalitos sin intención peyorativa, solo con ánimo de mantener la proporción silábica. Aclaro que, como simple ser binario que soy, simpatizo con los “normales” o integrados.
    La naturaleza dual intrínseca al ser humano puede nacer de nuestra propia morfología, ya que somos simétricos (por fuera al menos) y tenemos dos ojos, dos brazos o dos piernas. Esa simetría da lugar al (aparente) doble comportamiento, dependiendo de la orientación, de nuestra figura reflejada en un espejo. En el sentido horizontal, a lo ancho, los lados se invierten, lo que en la realidad está a la derecha es izquierda para el tipo del espejo; en cambio en el sentido vertical no hay tal inversión y la cabeza reflejada sigue estando arriba, igual que a este lado del espejo.
    Esa especie de trampantojo me ha sugerido dos cosas, por un lado que nuestra comprensión del mundo está condicionada por la visión estereoscópica que nos es propia y por otro que a pesar de que en cada elección sean solo dos las opciones que contemplemos bastan para que en la sempiterna sucesión de dilemas que es el laberinto de la vida lo lógico sea perderse.

sábado, 19 de marzo de 2022

Una fotografía

    Hay una canción italiana de hace mucho que me hace sonreír por esta frase del comienzo: “Tu eri la piu brava en geografía”. La traducción es “tú eras la mejor en geografía”, que ya de por sí tiene gracia, pero dicho en italiano le da otro chispa que me hace imaginar una chica señalando en un mapa las cumbres más altas de América con gesto decidido y ojos brillantes, “piu brava” en dos palabras.
    Esto viene o no viene a cuento porque me estaba acordando de la foto que nos sacaban en la escuela, la entonces llamada escuela nacional. Una foto de cada alumno en color, tamaño postal; en la mía aparezco infantil y formal con flequillo, gafas y jersey cerrado sobre el que asoman los cuellos de un niqui. Estoy sentado tras una mesa de despacho mirando a cámara con un libro abierto en las manos y una bola del mundo al lado, detrás sobre la pared del fondo hay un mapa de España.
    Es una foto mentirosa porque aunque el niño es de verdad lo demás es un decorado, una puesta en escena. Se diría, por el atrezo, que la principal materia que dábamos era precisamente geografía. Me gustaba la asignatura y siempre he sentido debilidad por las bolas del mundo. Representan la Tierra tal y como es en tres dimensiones y además nos dan cierta sensación de poder. Tal vez sean nuestra única oportunidad de tener el mundo en las manos. Así, como si fuéramos semidioses, podemos hacer girar la bola y, con los ojos cerrados, imaginar en qué lugar legendario se posará el dedo al detenerla: Machu Picchu, Persépolis, quien sabe si Shangri-La.

miércoles, 16 de marzo de 2022

Nosotros/Losotros

    La distinción entre “losotros” y nosotros es una especie de marca de Caín que lleva la especie. Ellos son los malos y nosotros los buenos, aunque sepamos que no es así. Como aquel director de la CIA que refiriéndose a un dictador le decía a su presidente: Es un hijo de puta, de acuerdo, pero es nuestro hijo de puta. Esa lógica puede resultar en una inversión total de roles como pasa con la mafia (Scorsese, “Uno de los nuestros”), malos que se consideran buenos, la cosa nostra, capisci?. Un corolario sería que el nosotros llevado al extremo cristaliza en forma de secta. Aplaudo cada vez que alguien confiesa que ya no está seguro de ser de los suyos.
    “Cuando el polvo se asienta” es, cito, “una contundente serie danesa que ofrece una radiografía coral de un atentado terrorista”. Un atentado terrorista es una guerra con 
un contrato laboral por horas. Una guerra con contrato indefinido es una sucesión sin fin de actos terroristas. En la serie uno de los personajes es la Ministra de Justicia danesa. En un momento dice esta frase: no hay un ellos y un nosotros, todos somos nosotros. El problema es que en el preciso momento que empieza una guerra todo se desbarata, ellos son ellos, nosotros somos nosotros y los que se quedan en medio son sospechosos, tontos útiles, infiltrados o traidores. Una guerra todo lo pervierte, todo lo degrada, nos hace perder la dignidad, nos convierte en animales irracionales. Lo decía un antropólogo (Bermúdez de Castro): los humanos no somos lo suficientemente inteligentes. Desde luego que no.

domingo, 13 de marzo de 2022

Mundo disparejo

    “Calcetines” es uno de esos casos en los que lo normal es utilizar el plural de la palabra. Este hecho no deja de ser extraño para nosotros (plural también) que a la hora de la verdad solo nos representamos a nosotros mismos (otra vez plural). Quiero decir que cada uno solo se representa a sí mismo (singular, por fin). Mientras nosotros vamos por la vida de uno en uno, los calcetines van de dos en dos, o eso parece.
    Los calcetines encarnarían, o más bien materializarían, el ideal de la vida en pareja, serían el equivalente en el reino mineral a los pingüinos en el animal, siendo el pingüino, también llamado, puede que injustamente, pájaro bobo, el animal monógamo por excelencia. Un calcetín suelto es una tara en un mundo perfecto. Esta afirmación encierra un contrasentido. Pruebo de nuevo: en un mundo ideal no debería haber ningún calcetín desparejo.
    Pero la realidad es imperfecta y esas uniones entre calcetines no son tan idílicas como aparentan. Así lo demuestra el hecho empírico de que abundan los calcetines desparejados, y más que habrá. Habrá más porque así lo predice la segunda ley de la termodinámica, que es esta: la cantidad de entropía del universo tiende a aumentar. Entropía en lenguaje coloquial significa desorden, por lo que aplicada al tema calcetines la segunda ley de la termodinámica diría: en el curso natural de los días el número de calcetines solitarios tenderá a incrementarse.
    La vida en general, y la vida humana en particular, es un sordo empeño contra la entropía, contra el desorden. El caso de los calcetines ejemplariza ese afán. Los humanos nos aplicamos con abnegación en mantener los calcetines emparejados mientras ellos, en la vida secreta que llevan en lavadoras, tendederos y cajones insisten en separarse una y otra y otra vez.

jueves, 10 de marzo de 2022

Incomprendido o incomprensible

    La soledad del número uno. El aislamiento del poderoso que no puede sincerarse con la gente que lo rodea. Lo solo que puede sentirse, por ejemplo, el Papa en Castel Gandolfo cuando la persona más cercana es una monja hacendosa y un poco sorda. Debe ser algo parecido al vértigo espacial y existencial del que está solo en la cumbre de una montaña.
    No dudo ni por un instante de las buenas intenciones del Papa, más incertidumbre suscitan los propósitos, que no tengo ni idea de cuales son, del enigmático personaje que se esconde detrás de esa figura hierática que, en medio de una desconcertante estética kitsch, desgrana con parsimonia sus argumentos para justificar lo injustificable.
    Puede que reflexione y se reafirme en la certeza de que no es el momento de la emoción sino de la razón. Por otra parte todo indica que nunca ha sido un sentimental. Puede que desde el poder absoluto que detenta recuerde su infancia desharrapada y a su madre, una santa seguro. No olvida de donde viene. Ha recorrido un camino largo y sinuoso, algunas decisiones han sido difíciles y mentir otro gaje más del oficio.
    Ahora tiene ante sí una ingrata labor que no tiene más remedio que acometer. No de cualquier forma, desde luego, hay que actuar con cabeza, recuerda el proverbio: Si caminas deprisa alcanzarás a la desgracia; si vas despacio la desgracia te alcanzará a ti. A eso mismo ahora lo llaman timing, en ello está. En otras circunstancias hubiera llamado al Teléfono de la Esperanza pero desde su soledad estratosférica y con la excusa de arreglar el mundo opta por telefonear, a diario, a alguien que se encuentra a tres mil kilómetros de distancia. No sé si lo ha dicho pero seguro que lo piensa: la historia me juzgará.

lunes, 7 de marzo de 2022

Mientras cambia el semáforo

    Estaba esperando en un paso cebra a que cambiara el semáforo cuando se ha colocado a mi lado una señora mayor. Así me ha parecido, mayor y no sé hasta que punto lo era porque yo también soy mayor, mal que me pese. Me había parado en el semáforo en una calle ancha y de bastante tráfico, una calle en la que cruzar en rojo bordearía el desatino. Iba camino de la parada del autobús y estaba pendiente de eso, de los autobuses que pasaban, vigilante del mío, temiendo que se me escapara y tuviera que esperar otros veinte o treinta minutos. No sirvo para esperar.
    Se me ha parado al lado la señora y me he dado cuenta de que estaba llorando, o más bien lloriqueando. Me ha parecido que no hacerle caso hubiera sido inhumano; siendo lo que hago, no hacer caso, con tantas desgracias que nos rodean si no me apelan directamente. Pero allí estábamos los dos, y nadie más al alcance de los sollozos apagados de la mujer. Así que le he preguntado, ¿qué le pasa señora?, aunque supongo que es imposible explicar por qué está uno llorando en el intervalo del rojo al verde en un semáforo.
    Me ha contestado con tres o cuatro frases medio incoherentes: “No me deja en paz, me amenaza, quiere que le dé dinero, se quiere quedar con mi piso”. No decía quién. Allí cerca, en la siguiente manzana, hay una comisaría de policía. Eso fue lo que le he dicho, dígaselo a la policía. Según se lo decía me daba cuenta de lo inútil del consejo. Lo que denunciaba podía ser inquietante, desagradable e injusto, pero seguramente no era delictivo. Lo más probable era que el caso no competiera a la policía. La señora tampoco esperaba nada de mí, se limitaba a sollozar mansamente. El semáforo ha cambiado a verde. He cruzado dejando atrás a esa señora mayor y bajita de la que no sabía nada o casi nada, solo que estaba llorando.

viernes, 4 de marzo de 2022

Apunte sobre los sueños

    En algunas culturas nativas americanas tienen estos amuletos que consisten en un círculo hecho con rama de sauce con una especie de tela de araña en el interior y unas plumas de adorno. Se cuelgan sobre las cunas para proteger al bebé de los malos sueños que quedarían atrapados en él. Se les llama "dreamcatcher" en inglés, "atrapasueños" en español. La idea no puede ser más romántica, aunque en realidad es una idea en negativo, lo que nos gustaría atrapar son los sueños buenos, y lo que atrapa aquel artefacto son las pesadillas.
    Anoche no soñé contigo, pero soñé. Era domingo por la tarde, estaba leyendo el periódico y me daba cuenta de que faltaban la mitad de las hojas. Quería ir al quiosco a reclamar, pero estaba cerrado. Una mujer me decía que andaba cerca Carlos y él podía ponerme en contacto con la quiosquera. No conocía al tal Carlos pero lo buscaba entre la gente llamando a voces, Carlos, Carlos… Este es un ejemplo real de lo que se conoce, por sus siglas en inglés, como un ACD (average common dream), un sueño del montón.
    Todos soñamos, ya sabemos que en los sueños pasan cosas raras y que los sueños sueños son; solo nos importan los propios y tampoco demasiado. Se ha comprobado que en un escrito por cada línea que se alarga la narración de un sueño el interés del lector cae a la mitad. O como lo expresó, dicen, Henry James: cuenta un sueño, pierde un lector (tell a dream, lose a reader). Dicho esto, contradictorios como somos, un sueño puede tener su gracia.

martes, 1 de marzo de 2022

El caminante

    El hombre avanza por una senda de tierra a través de la llanura. Va con la cabeza gacha, atento al terreno. Se ayuda de un palo tallado toscamente que hace de bastón. Al cuello, colgando, lleva una cantimplora. A la espalda una mochila no muy voluminosa. Sobre la cabeza un sombrero de lluvia de ala ancha. Hoy no llueve; al revés, piensa, brilla lo que se conoce como un sol de justicia.
    —¡Justicia para Willy! —dice en voz alta.
    —Willy, el delfín —aclara para nadie. Se ha ido acostumbrando a hablar solo y a responderse. Y a cantar, si bien se ha dado cuenta de que no conoce la letra entera de ninguna canción. Es igual, canta lo que sabe, improvisa y tararea. No tiene móvil, ni reloj. Así lo decidió pensando que si se trataba de estar consigo mismo todo lo demás sobraba.
    —¿Y si te pasa algo?
    —Pues esperaré a que me recojan o me desangraré hasta la muerte.
    —¡Quiero la experiencia pura! —grita, y luego se ríe —seré bobo.
    Al principio coincidía con otros caminantes pero evitaba las conversaciones largas. En un momento en el que el camino estaba más concurrido de lo habitual se agobió y tomó una desviación. Hago un par de kilómetros, recupero la dirección y listo, pensó.
    Tenía una libreta con el itinerario detallado pero le cayó un chaparrón, no la protegió bien y se ha corrido la tinta. La quiere tirar pero en el campo no hay papeleras. Llega a lo alto de una larga pendiente, se para y mira hacia atrás. Campos de trigo hasta el horizonte, nadie a la vista. Lo mismo hacia adelante. Lleva dos noches durmiendo al raso, refresca pero con el jersey gordo y el chubasquero se ha apañado.
    Esta mañana se ha cruzado con un grupo y apenas ha podido entenderse con ellos, hablaban una lengua desconocida, quizá árabe. Serían temporeros. Le han dado un bocadillo y le señalaban hacia el este diciendo.
    — ¡Pueblo!, ¡pueblo!
    No quiere ir al este, quiere ir al oeste. Si mantiene la misma dirección que el sol no tiene pérdida, algún día llegará al mar.