domingo, 31 de diciembre de 2023

The Loco-Motion - Little Eva (1962)

    He bailado poco en mi vida; si volviera a nacer bailaría lo mismo, supongo. La primera razón para bailar es la necesidad de expresarse o desahogarse; de gastar la energía vital, que hay que quemar de alguna manera. No sé si la música es un complemento indispensable o solo una excusa sin más.
    Lo piensas fríamente y bailar es una cosa extraña. Consiste en moverse de una forma más o menos armónica o compulsiva —que todo se acepta— y, en cualquier caso, placentera; porque para bailar hay que utilizar el aparato locomotor y hacer ejercicio genera endorfinas.
    Mis primeros pasos de baile serían al ritmo del twist, si es que fueron. Me parecía un baile difícil, había que retorcer las rodillas y agacharse a la vez. Con seis o siete años que tenía no conseguía hacerlo de forma convincente. Tuve el presentimiento de que el baile nunca sería lo mío.
    El twist arrasó a principios de los años sesenta y dio lugar a un buen número de intentos de emulación. Por ejemplo, en 1962, y no quiero aburrir con nombres y fechas, se lanzó al mercado el tema The Loco-Motion, con guion intermedio, que tras la energética introducción rítmica comienza con la frase Everybody's doin' a brand-new dance, now.
    La canción fue número uno y se ha convertido en un clásico. La intérprete, Little Eva, era la niñera de la pareja de autores: Carole King, que tenía 19 años cuando compuso la música, y Gerry Goffin, que escribió la letra, con el juego de palabras del título que del término locomotion, locomoción, la capacidad o el hecho de moverse, se inventa la palabra compuesta Loco-Motion, movimiento loco; un nombre muy a propósito, porque qué otra cosa es un baile sino una extravagancia locomotriz de movimientos alocados…

    Urte Berri On, Feliz Año Nuevo.

jueves, 28 de diciembre de 2023

La tía Mari

    Desde pequeño íbamos en verano a pasar unos días al pueblo de mi abuela. Nos quedábamos en la casa, muy modesta, donde vivían la bisabuela Victoria y su hija soltera, la tía Mari. Tenemos una foto a la puerta; Victoria está en el medio, sentada en una silla, riendo desdentada; alrededor toda la familia y a un lado estoy yo, con cuatro años, mirando a mi bisabuela con la boca abierta.
    La tía Mari tenía la voz ronca y una verruga en la mejilla, compraba corada para comer y su postre favorito era medio melocotón en almíbar sumergido en un vaso de vino. Años después, ya fallecida su madre, le salió un amigo o novio o lo que fuese; Anastasio, un buen hombre. La broma entre nosotros, los sobrinos nietos, era lo que pinchaba al darle un beso según el día que fuera de la semana, ya que solo se afeitaba los sábados. La cosa no duró.
    Cuando la tía ya andaba por los ochenta años sucedió algo inesperado: apareció un hombre procedente de la Argentina que aseguraba ser su hijo. Apenas tengo datos de todo aquello, unas frases sueltas y algún retazo de conversación. A estas alturas ya no vive nadie que pueda aclarar algo.
    La familia lo rechazó unánime. ¡Qué va a ser su hijo!, decían, es un sinvergüenza que le quiere sacar los cuartos que no tiene. Pensaba yo, se acordará la tía Mari de si ha parido o no alguna vez. La lógica decía que tal parto había tenido lugar porque aceptó a aquel desconocido. Para ella fue una ilusión que llegaba por sorpresa en sus últimos años. Nunca lo vi en persona, lo imaginaba con traje y sombrero, al fin y al cabo venía de Argentina. Pero el hombre estaba enfermo, enfermo grave y tras varios episodios lastimosos murió. La tía Mari tampoco duraría mucho más. Nada más supe.
    Tras rumiar sobre todo ello he reconstruido o reinventado lo sucedido. Es una historia trillada. Mis cálculos apuntan al comienzo del siglo XX: 1908; más o menos. Mari era una adolescente de familia humilde a la que pusieron a servir en una casa. Allí fue víctima del cabeza de familia y quedó embarazada. Las monjas de turno se encargaron de llevarse al recién nacido a un hospicio. Con el tiempo, tal vez tras la guerra, el niño, ya hombre, emigraría a la Argentina.

lunes, 25 de diciembre de 2023

Petaflops

    Ah, el número pi. Tres catorce, ¿no? 3,14151692 —es lo que me ha venido a la cabeza y me he pasado de frenada, por inercia he metido el 16—; 3,141592, eso sí. Bueno, pues leo en el periódico: 314 petaflops. O sea, pi petaflops; o cien pi petaflops, por la coma de pi —tres coma catorce etcétera—.
    O es una casualidad y no tiene nada que ver con el número pi (ya, estoy seguro de que con un poco de esfuerzo por mi parte este ordenador sería capaz de escribir la letra griega pi). Petaflops, cómo me está gustando repetir petaflops; parece inventado para hacer gracia (para petarla). Los flops no sé lo que son, el peta casi; es que me quedé en tera: mega, giga, tera. Y luego peta, no llegué a peta.
    314 petaflops es la capacidad de cálculo del penúltimo superordenador. Tiene nombre, ese ordenador, pero no me gusta: MareNostrum 5; el 5 afea bastante, el MareNostrum tampoco me convence; aquel Deep Blue, ese sí era un nombre. A juego con los petaflops este se podría haber llamado Pitagorín, y de paso se homenajea al personaje del tebeo (un precursor). El penúltimo superordenador ocupa como tres canchas de tenis; o va a ocupar, lo que sea. Lo bueno es lo de los 314 petaflops, pi petaflops por simplificar (y nos olvidamos de la coma).
    Tenía que mirarlo: flops va por floating-point operations per second, (operaciones de coma flotante por segundo) y se refiere a la velocidad de computación. Lo de "coma flotante", ni idea; la explicación me ha resultado ininteligible —hay que asumir las propias limitaciones—. Fuera lo que fuese, 314 petaflops; supéralo si puedes.

viernes, 22 de diciembre de 2023

La ley de los tres tercios

    Esta es una ampliación del quinto punto de las reflexiones sobre la habitación oscura del otro día. Se trata de la que podríamos llamar ley de los tres tercios. La idea la he tomado prestada de unas declaraciones de Altuna comentando la reacción del público tras un partido de pelota.
    Pongamos que sales a la calle con una regadera verde sobre la cabeza y se hace una encuesta sobre la reacción que desencadena este hecho entre los transeúntes. El resultado —como comentábamos el otro día— será que a la gran mayoría le es totalmente indiferente, que le da igual que lleves sobre la testa una regadera verde o un unicornio rosa.
    Sigue siendo válido lo que dijimos, bien, pero vayamos algo más allá; supongamos que el encuestador insiste, que pide un esfuerzo al encuestado para que se defina, opinión forzada o algo así creo que se llama. El resultado entonces será, a grandes rasgos, no estamos ante un problema de aritmética, que las respuestas se podrán agrupar en tres grandes grupos.
    Una tercera parte se reafirmará en su primera respuesta, no le importa en absoluto, le estás haciendo perder el tiempo, bastante tiene con lo suyo.
    Un segundo grupo, otro tercio de los encuestados, confesará que ya que insiste y aunque no lo quería decir porque es una buena persona la verdad es que le parece mal, le parece ridículo y ofensivo para el ciudadano en general, que no se mete con nadie ni va molestando al prójimo; solo son ganas de llamar la atención, afán de protagonismo.
    Por último, el tercio final —y esta es la novedad alentadora, lo que nos hace pensar que no todo está perdido— acabará diciendo que en el fondo le gusta, que es un soplo de aire fresco, que es original y divertido, que hace falta más gente así, desinhibida y sin complejos, gente como tú capaz de salir a la calle con toda naturalidad portando una regadera verde sobre la cabeza. Verde o de otro color, eso da igual.

martes, 19 de diciembre de 2023

Sugerencias

    Esto es para cualquiera que esté o haya estado en la habitación oscura (y quién no la ha visitado alguna vez).
    Preámbulo. Siempre es difícil ponerse en el lugar de otro. Tengo además la sensación, puede que errónea, de que a quien está decaído, o directamente hundido, los tópicos como “anímate” o “hay que tirar para adelante”, lo exasperan más que otra cosa. Por eso, quiero ser respetuoso y me limitaré a enumerar —tengo esa manía— algunas sugerencias o razonamientos confiando en que puedan servir de algo.
    Primera idea: expresarse espanta a los fantasmas; si es por escrito, mejor.
    Segunda idea: sin los demás no somos nada. Ese es el punto de partida, ser nada. Da miedo, pero hay que asumirlo; estamos solos en el mundo, una verdad tan melodramática como inapelable. La ventaja de ser nada es que no es posible ser menos, solo se puede ir a más.
    Tercera idea, continuación de la anterior: hay que mirar hacia fuera, hacia lo único que hay en el mundo, los demás. Si no está patentada reclamo esta frase para mí: lo único que hay en el mundo son los demás. Así que, ¿no es una suerte que tengamos una familia que nos quiera? Y amigos que nos aprecien. Y un amor, tener un amor, eso debe de ser la leche; pero bueno, paciencia, si no ha llegado ya llegará.
    Cuarta idea: me ha gustado lo que un crítico atribuía a V S Pritchett respecto a los personajes de sus historias: compasión; así es como tenemos que mirar a la gente y a nosotros mismos, con compasión.
    Quinta idea; contra el miedo escénico, una confesión basada en la experiencia: al mundo, en general, le importa un bledo lo que digas o lo que hagas o como vistas o como bailes... o como escribas.
    Sexta y última idea, complementaria de la anterior: a uno tampoco debe importarle demasiado —un poco sí— lo que opine la gente; lo que sí importa, lo que cuenta de verdad, es lo que cada cual haga ante su propia conciencia; y aquí pintamos en el esquema una flecha que enlace este punto seis con el punto cuatro para recordarle a la conciencia que debe ser compasiva.

sábado, 16 de diciembre de 2023

Luces de Navidad

    Han plantado un árbol (alegórico) de Navidad cerca de casa. Es una de esas estructuras ligeras que forman un cono de unos ocho o diez metros de altura. De día pasa desapercibido; de noche, con sus lamparitas verdes, parece algo y recuerda a un abeto. Su instalación, el día 13, me ha parecido prematura; aunque también se puede considerar que andan tarde, con esa costumbre moderna de encender las iluminaciones navideñas a primeros de diciembre.
    No sé, no lo acabo de entender, tanto entusiasmo por la Navidad. Será que Dios vuelve a importar y los creyentes se desviven por adorarle; porque si no, ¿qué estamos celebrando exactamente? Habrán leído, algunos de esos creyentes, ese libro nuevo que se titula “Dios – La ciencia – Las pruebas”, que ya es titularse. No sabía que la ciencia hubiera avanzado tanto. El razonamiento más obvio a favor de la existencia de Dios se le ocurre a cualquiera y Voltaire lo resumió en pocas palabras: Hay Dios porque no hay reloj sin relojero. Quién sabe.
    O igual esta fiebre navideña no tiene nada que ver con la religión, cualquier excusa es buena para reunirse. Está también, incluído en el paquete, el cambio de año; aunque esa frontera temporal sea una convención, en algún momento había que determinar que justo ahí acaba un año y empieza el siguiente. Pero vamos, todas esas luces ahí desde comienzos de diciembre hasta pasado el día de Reyes, por poco que consuman, ¿tienen razón de ser?, ¿tan mal andamos de moral que necesitamos lucecitas de colores para no verlo todo negro?
    Si seguir conservando al niño que llevamos dentro consiste en extasiarse ante un falso árbol iluminado y unos juegos de luces, ese niño ya no debe de estar en mí. A no ser que la curiosidad y la ilusión a mantener consistan en otra cosa y resulte que toda esta parafernalia de luces de colores, renos, abetos y muñecos de nieve sea como el traje nuevo del emperador del cuento.

miércoles, 13 de diciembre de 2023

Nimia pincelada

    La existencia está jalonada de casualidades; este es uno de esos azares que se podría considerar, en principio, una nimia pincelada en el cuadro final de la vida. Silvia lleva siete años usando esa maleta en exclusiva. Una maleta normal y corriente con sus rueditas y su mango extensible. Antes, era una más de la media docena, de distintas características, que se guardaban en el camarote. La familia las iba utilizando, indistintamente, según las necesidades.
    Siete años, no es un número al azar, ni el número de la buena suerte como dicen; no en este caso, o igual sí, quién sabe. Hace siete años, se cumplen en enero, murió su hermana Nora, a los 25 años, de cáncer. Silvia lleva ahora, como homenaje, un pequeño tatuaje que representa un cisne en la espalda, entre los omóplatos.
    Silvia ha llegado de viaje y al deshacer la maleta ha descubierto un compartimento que, hasta ahora, le había pasado inadvertido. Dentro hay un libro: un ajado ejemplar de El segundo sexo, la obra más conocida de Simone de Beauvoir. Tiene la etiqueta de la biblioteca del barrio. En la primera página conserva la tarjeta en la que figuran las fechas de los sucesivos préstamos. La última es el 17 de noviembre de 2016.
    Sin duda fue Nora la que sacó el libro de la biblioteca y lo llevó en su último viaje para leerlo en el avión o donde fuera. Nunca llegó a devolverlo, quedó olvidado en ese discreto compartimento. Está subrayado con profusión y tiene doblada la esquina superior de la página 60. Es posible que fuera esa la página en la que dejó su lectura.
    Ahora, siete años después, de esta manera tan banal como inesperada Nora se asoma una vez más al presente y hace que Silvia se sienta orgullosa de su hermana. Dos meses antes de morir, consumida por el cáncer, Nora tuvo el interés y el coraje de ponerse a leer ese libro. No cualquier otro que hubiera servido para evadirse o pasar el rato, sino ese, El segundo sexo, un libro comprometido, uno de los textos pioneros del feminismo. Duele recordar la secuencia de los hechos pero a la vez calienta el corazón esa pequeña anécdota, esa nimia pincelada que se diría trazada por una mano maestra.

domingo, 10 de diciembre de 2023

Dani

    Madre e hijo entran en la cafetería. El chico, de veintitantos años, lleva en la mano una vara con una flor en la punta. Este hecho, un tanto chocante, y el tono alto en el que habla le delatan: algo falla.
    La encargada les saluda afectuosa y les indica las mesas que ha juntado. La madre explica que se trata de una pequeña despedida familiar para Dani, que en pocos días irá al centro tal y tal.
    —No es un centro, —interviene Dani— es una residencia.
    —¿Y dónde está? —pregunta la del bar.
    Él se está quitando el abrigo, la madre le apremia
    —Te está preguntando, respóndele.
    El chico se para, duda y por fin contesta
    —En Pa-Palencia.
    —Ah, en Valencia.
    —No, en Palencia con pe.
    La hostelera comenta que conoce la institución, que es famosa y que tienen centros en bastantes sitios.
    —No es un centro, es una residencia —repite el chico.
    —Centro, residencia, es lo mismo —le dicen.
    —No, es una residencia —y explica —hay piscina y caballos.
    La palabra centro se vuelve a deslizar en la conversación pero por suerte Dani ya se ha puesto sus auriculares..
    Llegan dos de los convidados, tía y primo, parecen; saludan y abrazan al chico
    —Cariño, Dani, campeón.
    Hay momentos en los que nadie diría que le pase nada, como cuando dice
    —El martes tengo otra celebración.
    O señalando en una foto
    —Luis es el que tiene el báculo —báculo, qué te parece.
    Llegan más familiares, Dani se ha encogido sobre el móvil como abrumado por el barullo. Tras unos segundos de tregua, la madre le reconviene
    —Dani, no ves que están los tíos.
    Hay más saludos y abrazos
    —Corazón, Dani, cielo.
    La conversación se generaliza; el chico está mirando videos y quiere que los vea su tío, que está al lado. Repite varias veces la misma frase. La madre le apacigua
    —Tranquilo, Dani.
    Una camarera le pregunta
    —¿Tú qué quieres Dani?
    —Un ColaCao… —contesta este.
    —Y tortilla de patatas —completa su madre, y seguido rectifica —¿Quieres tortilla de patatas Dani?
    El chico lo confirma y vuelve al móvil. El nivel de las voces va subiendo, no le dejan oír, y agitado exclama
    —Silencio, silencio.
    —Tranquilo Dani —dice la madre.
    Aparece una prima más joven que él. Saluda expansiva y cuenta algo de un grupo de teatro y de un partido de baloncesto. El contraste es doloroso.
    —Dani, ya vale de móvil; ahora un rato de tertulia.
    Dani obedece, pero solo habla de lo suyo. A ratos se acelera y la voz le sale más aguda. La madre no puede evitar un toque de exasperación al hablarle. Se comprende; es su madre, lleva veintitantos años cuidando, ayudando, queriendo y desesperándose con Dani.

jueves, 7 de diciembre de 2023

Viva la gente

    Hace poco vino en el periódico un reportaje sobre un reencuentro al cabo de más de cincuenta años. Se trataba de una familia que había acogido durante su paso por aquí a uno de los miembros de Viva la gente. Explicación para los nacidos más tarde: Viva la gente era un grupo coral made in USA con un mensaje de pureza, alegría y juventud; bueno, esto lo he copiado del archivo del ABC, lo de la pureza no figuraba en su ideario oficial, aunque se podía deducir que también; lo principal era denunciar el racismo y la guerra.
    La canción Viva la gente, interpretada con un fuerte acento texano, se hizo muy popular. Es una melodía pegadiza que al final resulta algo estomagante. Luego tenían otra más relajada y muy a propósito para cantarla en misa, ¿De qué color es la piel de Dios?, se titulaba y seguía dije negra, amarilla, roja y blanca es, qué bonito, aunque no veo que Dios pueda tener piel, piel piel quiero decir. Y tendrían más canciones porque daban festivales pero no las conozco.
    El caso es que resulta que Viva la gente, o mejor dicho Up with People en el original, sigue existiendo; han estado todos estos años engrosando estadísticas y ya son unas 20.000 las personas que han pasado por el grupo y no sé sí son progresistas o retrógrados o es que hay de todo, la intención parece buena y me alegro por ellos.
    Bueno, pues uno de esos 20.000 antiguos miembros ha mantenido el contacto con la familia que lo acogió allá por 1969 y ahora, cuando aquel muchacho de Oklahoma anda por los setenta y tantos años, ha venido, o ha vuelto, a ver a la familia que lo acogió a través de no sé qué organización —algún movimiento católico, no quiero pensar en lo peor—, gente que coincidía en las ideas, personas bienintencionadas que por unos pocos días vivieron una especie de sueño americano y que lo mismo todavía no se han desengañado; en fin, qué culpa tienen ellos o incluso qué culpa tiene el americano, que lo mismo lo que tienen es mérito.

lunes, 4 de diciembre de 2023

Revelación

    Se ha caído con la bici (no de la bici, la bici ha caído con él). No entiende por qué, no lo ha visto venir; era una rotonda pero apenas se ha desviado de la línea recta, iba solo y no muy rápido; el suelo estaba mojado, eso sí. De pronto la bici le ha hecho un extraño; por un instante ha pensado que todo iba a quedar en eso, en un pequeño susto, y que la bici recuperaría el equilibrio; pero no, las ruedas se han deslizado hacia la derecha y él ha caído sobre su costado izquierdo.
    Por suerte, no ha sido nada grave; por desgracia, ha parado el golpe con la cara; el impacto ha sido entre el arco superciliar y el pómulo izquierdos; algo de sangre goteando, ojo no afectado, casco intacto. Del ambulatorio lo han mandado al hospital por si fuera necesario poner algún punto. No ha hecho falta, le han puesto unas tiras y le han despachado con un informe en la mano para el médico de cabecera.
    Saliendo del hospital le echa un vistazo y lee: varón de 68 años, caída con la bici… Le ha parecido que el informe hablaba de otro, un desdoblamiento de la personalidad, según leía se ha visto desde fuera y lo primero que le ha venido a la cabeza es que aquel señor tenía mala edad para una caída. De inmediato, claro, ha vuelto a la realidad; la inquietante realidad es que ese varón de 68 años que se ha caído con la bici, y que de pronto le ha parecido tan mayor, es él.

viernes, 1 de diciembre de 2023

Sonreír

    Ves en una película que alguien llega al típico pueblo americano; gasolinera, motel, instituto de secundaria, cafetería, general store... llega alguien, o una pareja, un tanto despistados, y se encuentran con que todo el mundo sonríe y todo son saludos, reverencias y pase usted por favor. En seguida sospechas.
    Hay otro tipo de películas, más frecuentes, en el que pasa lo contrario; frío recibimiento, miradas furtivas, camioneta que roza al protagonista y al alejarse asoma por la ventanilla un puño con el dedo corazón levantado... y no sigo porque no estamos hablando de estas películas, solo comentaba su existencia.
    Ves, decía, la extraña felicidad colectiva y en seguida sospechas, sospechas tú y sospecha el, la o los protagonistas. Tanta felicidad no es normal; una de dos, empiezas a barajar posibles causas, o están echando algo en el suministro de agua, y eso se descubrirá más tarde al constatar que el único que no está afectado por la especie de epidemia es el borracho del pueblo que no prueba nunca el agua o, segunda posibilidad, y en este caso la peli es de ciencia ficción, todos los aparentes ciudadanos son robots; los verdaderos habitantes están secuestrados en la cancha de baloncesto, salvo unos pocos que se han escondido en la iglesia metodista. Qué difícil es desarrollar una trama original.
    Sea como fuere, el mensaje inmediato que comprendemos y asumimos sin rechistar es que no se puede ser un feliciano, que es de tontos ser tan felices; no se puede poner siempre buena cara, sonreír y ser amable con todo el mundo, no es posible decir siempre gracias y por favor; y la verdad, seamos sinceros, así es, no se puede; o bueno, lo último igual sí, lo de decir por favor y gracias, hay gente que lo hace, debería decirse más, aunque haga mal efecto al principio, qué empalago; sería cosa de acostumbrarse, dicen que uno se acostumbra a todo.

martes, 28 de noviembre de 2023

Barbarella

    Hace muchos años que vi Barbarella, la película. O una película, debería decir, porque quién se acuerda ahora. Es del año 68, o por ahí; el director fue Roger Vadim y la intérprete, la actriz principal, la estrella, Jane Fonda. Supongo que la película se hizo para ella, exclusivamente. Vadim había descubierto a Brigitte Bardot, se había casado con ella, y le había hecho una película, (Y Dios creó a la mujer).
    Ahora, en tiempos de Barbarella, estaba repitiendo la jugada con Jane Fonda. Porque Jane Fonda también se enamoró de él. Qué carrerón el de Roger. Jane tampoco se ha quedado atrás con el tiempo y ahí sigue, dando guerra, siempre dedicada a causas nobles; la última, la huelga de los guionistas de Hollywood.
    Vi la película la década siguiente, en los setenta, cuando me enteré de que la ponían, la reponían, en un cine de barrio de Madrid. El barrio era López de Hoyos, o como se llame el barrio donde está esa calle. Fui en metro y al salir a la superficie me dio la impresión de estar en otro sitio, otro sitio que no era Madrid. Hacía mejor tiempo, el aire era más cálido, así me lo pareció; los edificios no eran muy altos, no más de dos o tres pisos, la calle era ancha y con no demasiado tráfico. Me recordó Buenos Aires, aunque nunca he estado ... debería haber escrito me sugirió Buenos Aires. El nombre del cine creo que era el mismo de la calle, cine López de Hoyos.
    Vi la película; que era, y es, de ciencia ficción, más o menos. No fue por eso que fui a verla, aunque también; fue por Jane Fonda y el vestuario futurista que lucía. La película me pareció mala, o muy mala; básicamente unas idas y venidas en naves espaciales —con efectos que hoy sería risibles— y Jane Fonda haciendo de bella heroína; y guapa estaba, desde luego, con su cara de ángel de ojos azules, melena rubia de leona, largas piernas y las curvas justas, las curvas necesarias y suficientes.

sábado, 25 de noviembre de 2023

Después

    La vida te da unas cartas y tú las juegas. Vale; tengo dos ases, un cuatro y un siete, ¿qué hago con ellos?. Casi sin querer me acabo de autoevaluar. Tengo mis partes buenas, mis fortalezas, dos ases, y mis debilidades, esas otras dos cartas que no sirven para nada. Podría ganar la pequeña si el juego fuera el mus. Claro que ¿y si es la escoba? —no recuerdo cómo se juega a la escoba—.
    Pero qué cartas ni cartas ni consejos sobre la vida, yo qué sé; o mejor dicho, yo no sé. Vives y ya está, y luego mueres, o sea te mueres aunque ese “te” insinúe que la culpa es tuya. No es que quieras pero tampoco has puesto todo de tu parte para no morirte, reconócelo. Tenías que haber comido sin sal, por ejemplo. La sal la tenías que haber puesto con tu imaginación.
    Quería hablar de la vida pero una cosa te lleva a la otra. La muerte no hace gracia y sería mejor no mencionarla y vivir sin tenerla en cuenta; pero no es posible, me temo. La muerte es un lastre que está ahí y genera una ansiedad que por salud mental es bueno verbalizar de vez en cuando para que no se quede todo dentro y acabe pudriéndose.
    Más que miedo a la muerte me parece que lo que siento es apego a la vida y frustración porque sé que cuando muera el mundo seguirá sin mí. La vida seguirá y lo mío ya no parecerá ni que fue vida. Una esquela en el periódico y alguien que comenta: no lo conocía. De pronto ya no estás ni se te espera.
    Has dejado un hueco, de acuerdo, les has recordado a los que te rodeaban que ya falta menos para que llegue su turno. Cuando te hayan seguido todos, tiempo al tiempo, aquel hueco que dejaste habrá desaparecido. Un hueco que ya para empezar consistía en nada, en vacío, en etéreos pensamientos. ¿Cómo puede ser que la gente se muera —culpa suya, por eso el “se”— pero las calles estén llenas, el metro vaya abarrotado y haya 46.000 espectadores en San Mamés?

miércoles, 22 de noviembre de 2023

El amor es igual para todos

    El amor es igual y común para todos. El amor es igual para todos de la misma forma que lo son la alegría o el dolor, supongo. Cuanto más lo piensas más dudas te entran. Cualquier cosa que se diga tiende a ser, sucesivamente, a lo largo del tiempo, tan cierta y defendible como su contraria; incluso a veces lo es simultáneamente, como en este caso: el amor es igual para todos y cada historia de amor es única.
    La verdad es que no tengo nada que decir sobre el amor —ni sobre ningún otro tema—; aún así escribo. No soy un caso aislado, como dijo Anthony Burgess: el escritor, siempre hablando de lo que no sabe... Para hacerlo más difícil: cualquier idea que veas magnífica y diáfana en tu cabeza empeorará en cuanto la pongas por escrito. Escribir se convierte en una trampa capciosa, un problema irresoluble; no hay manera de acertar. Pero no importa, sigue siendo divertido.
    La naturaleza del amor es un misterio. Lo que sí se intuye es su función: aglutinar. Somos seres sociales y el amor teje las redes que nos cobijan y nos atrapan. Amar no es opcional, si naces amas; vivir es amar. No todo el rato, claro, hay que tomarse descansos. Tampoco se ama siempre con la misma intensidad, depende de las circunstancias y de la sensibilidad de cada uno.
    Hay, al menos, dos tipos de amor: el amor en general, que empieza por la familia, y el amor, digamos, romántico; amor entre extraños podríamos llamarlo, esa chispa de la vida que tanto nos gusta. La experiencia del amor es difícil de explicar e imposible de vivir por persona interpuesta. Pero bueno, sea esto así o lo contrario lo importante es amar y por suerte —esta es la tesis— el amor lo llevamos de serie.

domingo, 19 de noviembre de 2023

Fantasía

    La palabra fantasía tiene cierta connotación negativa. Por ejemplo en la frase, quítate esa fantasía de la cabeza. Supongo que hubo una época en la que la realidad era tan cruda que cualquier intento de disfrazarla —a través de la fantasía— acarreaba una condena por parte de los que tenían los pies en el suelo, de la gente que ya había tenido suficientes escarmientos en la vida, incluida una guerra en ocasiones.
    También debe de haber una ley matemática que relaciona inversamente la edad con el grado de fantasía que puede albergar un ser humano. La fantasía parece lo natural en la infancia, y bien está, hasta cierto punto. Alimentar fantasías disparatadas no deja de ser una forma de engañar. No acabo de entender qué tienen de bueno las falsas ilusiones. La ilusión está muy bien y no solo en la infancia, hay que mantenerla toda la vida, pero la ilusión auténtica, la pegada a la piel, a los hechos reales. Vamos que, sin tener nada específico en contra, siento cierta prevención respecto a la fantasía en general.
    Otra cosa es el mundo simbólico, la ficción, el cine, la literatura y todo lo que se haya inventado o esté a punto de inventarse. Nada que objetar a la fantasía como género literario más allá de que cuanto más alto es el nivel de fantasía menos me entretiene. Digamos que veo la fantasía como una especia que se añade al plato. Unos toques aquí y allá pueden convertir un relato anodino en interesante, quién te dice que no puedan pasar a veces cosas de lo más extrañas. Me gusta ese resquicio en la puerta que se deja a lo improbable, a lo fantástico.

jueves, 16 de noviembre de 2023

Metáforas

    Metáfora suena a fenómeno meteorológico. A las dos se activa la alerta naranja por metáforas en todo el territorio. Por la tarde metáforas dispersas en la vertiente cantábrica. Metáforas, equivalencias, comparaciones, alegorías; puede que no sean lo mismo y las confunda.
    Tengo la sospecha de que la calidad de un texto literario depende en gran parte de sus metáforas. Las metáforas serían en la prosa lo que las pepitas de chocolate son en los braunis. Veo ahí un terreno poco transitado en los estudios de literatura comparada. Animo a los estudiantes de filología a desarrollar la idea en una tesis fin de carrera; o mejor, que lo reserven para el doctorado, el tema es importante.
    El título podría ser algo así: El índice de metáforas, un nuevo enfoque para evaluar obras de ficción. Se podrían decir cosas como que el índice metafórico en Grandes esperanzas, de Dickens alcanza el 6,4, uno de los más altos en las letras inglesas del XIX.
    Todo esto es por Pedro, un compañero de trabajo que desde que se jubiló se dedica con mimo al cultivo de su huerta. Me ha dicho que este año se han dado muy bien los tomates y las alubias, no tanto los pimientos.
    Nunca he tenido huerta, siempre me había parecido una afición de riesgo para las lumbares. La tierra tiene la desagradable particularidad de encontrarse a la altura de las suelas de los zapatos; en otras palabras: hay que agacharse. Cavar, sembrar, escardar suponen esfuerzos reiterados en la zona de los riñones.
    Le he expresado ese temor a Pedro y me ha dicho que no crea; que como dijo Lamarck la función crea el órgano y “el muelle” a fuerza de usarlo cobra flexibilidad. Lo he pensado y no descarto que me gustara dedicarme a ello; aprender cuál es la época de plantar los puerros o las cebollas; poner pimientos, tomates, alubias o vainas —nada de acelgas—; regar, limpiar y recoger los frutos; enderezarse, quitarse el sudor y filosofar; en fin, la de metáforas que me he debido de perder por no trabajar una huerta.

lunes, 13 de noviembre de 2023

La suerte

    No creo en la lotería y tampoco —aprovecho para decirlo— en los premios Princesa de Asturias. No creo en la lotería porque nunca toca y no creo en los premios Princesa de Asturias porque son unos premios que se conceden todos los años a la Princesa de Asturias. Es verdad que en la lotería a veces toca la pedrea, es un truco para mantener la ficción.
    Pero no puedo decir que nunca me haya tocado nada. Me tocó una vez, cuando tenía dieciocho años, que los he tenido aunque ahora parezca una extravagancia por mi parte asegurarlo. A esa edad fui a estudiar a Madrid, a un colegio mayor. Allí, como era costumbre a primeros de octubre y después de putearnos concienzudamente a los nuevos, se organizó la fiesta del novato.
    Asistían las chicas del colegio mayor femenino de al lado, había barra libre y música en directo. Mi experiencia en fiestas era limitada. Lo de la barra libre me puso en guardia, debía medirme. Según mis cálculos lo prudente sería tomar tres o cuatro tragos, no más. Recuerdo un par de anécdotas de la fiesta. Un chaval, que se llamaba Celes, lloraba desconsolado porque los músicos no le dejaban tocar la batería. Otro razonaba filosófico sobre su borrachera y hacía pruebas de equilibrio con toda seriedad. Un amigo quería hacerle beber café con sal, sin éxito.
    Y hubo un sorteo. El número que jugaba cada uno era el que figuraba en la invitación a la fiesta. Entre los modestos premios, y para mi sorpresa absoluta, me tocó un león de peluche bastante grande. En seguida me abordaron dos chicas sonrientes —que no conocía de nada— sugiriendo que se lo regalase. Hice una rápida reflexión sobre la condición humana y descarté tal eventualidad; el león de peluche era mío y solo mío. En Navidades me lo llevé a casa y mi madre, intuitiva, le puso un pantalón y una camiseta del Athletic.

viernes, 10 de noviembre de 2023

El Dios de Spinoza (y 2)

    Desde luego, de existir, Dios es el Yo por excelencia, el Yo total, definitivo; hasta el punto de que ese Yo absoluto incluiría, se intuye, todo el Universo. Universo y Dios puede que sean lo mismo y ese debe de ser el Dios de Spinoza en el que creía Einstein. Claro que a Spinoza le vetaron en todas partes y le pusieron de ateo y panteísta para arriba, pero aquí no entramos en filosofías ni teologías, esto solo quiere ser literatura.
    De que Dios sea tan grande como el Universo, porque más no puede ser, se deduce que nosotros somos una parte de Dios —como quien tiene una acción de una multinacional—; al mismo tiempo cada ser viviente es algo tan nimio, tan pequeño —por una acción no te hacen sitio en el consejo de administración—, tan infinitesimal al lado de la grandeza eterna de Dios o del Universo o de como quieras llamarlo, hay tantos ceros detrás de la coma que en la práctica no existimos o, si te pones puntilloso, existimos de una forma tan leve, tan ligera y tan breve, que es como si no existiéramos.
    Si todo esto es así, que no estoy seguro, nada más natural que coincidir con Einstein en creer en ese Dios e incluso tomarse al pie de la letra la cita de Amado Nervo, Dios existe, nosotros somos los que no existimos, aunque comprendo que es difícil dejar de creer, aunque sea un poquito, en la propia existencia; por muy humilde, oscura y fugaz que sea.

martes, 7 de noviembre de 2023

El Dios de Spinoza (1)

    Baruch Spinoza, filósofo y pensador, apunta ese nombre. Una vez le preguntaron a Einstein si creía en Dios y contestó que él creía en el Dios de Spinoza. Otro que le hacía caso —a Spinoza— fue Amado Nervo que en uno de sus poemas dice: ¡Dios sí existe!… ¡Nosotros somos los que no existimos! Qué bueno, ¿no? Borges citaba esas palabras de vez en cuando. Me gusta esa subversión de existencias, tiene su gracia. Parto de que los mamíferos solemos pensar que nosotros existimos y Dios cualquiera sabe.
    Cuando Dios se apareció a Moisés —en la zarza que ardía sin consumirse— le dijo: “Yo soy el que soy; esto dirás a los hijos de Israel: Yo soy me envía a vosotros”. Decir “yo soy el que soy” se puede entender como “yo soy el único que soy y por tanto vosotros no sois, punto”. “Yo soy”, por cierto, en hebreo es Yahvé. De esta aseveración de Dios se puede derivar que el único que puede decir “yo” con todas sus consecuencias, el único ego digno de proclamar su existencia, es Él. Otra deducción sería que la modestia no era lo suyo; aunque es lo natural, un dios modesto no se concibe, se le subirían a las barbas.
    Soy escéptico sobre la autenticidad de aquella aparición a Moisés. Las únicas apariciones que veo posibles son las que suceden dentro de un sueño; hasta yo he visto a Dios en un sueño. Por contra, la rama del saber que trata de lo que ha sucedido, la Historia, nunca ha considerado auténtica ninguna aparición ni de Dios ni del diablo ni de nadie. Tampoco es que hiciera falta, por qué había Dios de aparecerse a nadie, sería una forma de exhibirse muy poco acorde con la categoría del personaje (con perdón por lo de personaje).

sábado, 4 de noviembre de 2023

El poder, etcétera (y 3)

    Aparte de todo lo dicho (por escrito) hay algo más, un intangible que no estaba en el guion. Un poder inopinado con el que no contaban para nada los inventores de la escritura (que la inventaron para hacer cuentas). Se puede dar en cualquier texto escrito —dependerá del escritor y del lector— pero sobre todo pasa, me parece, en los escritos interpersonales; sea una carta o una postal de las de antes, sea un correo electrónico o un mensaje por redes sociales.
    Es un fenómeno al que, la verdad, no le encuentro ninguna explicación lógica. Intuyo que debe de ser una sinergia que se deriva de la combinación de, por una parte, lo que ha escrito el remitente con, por la otra parte, la imaginación, o el propio ser, del que lee; una forma de realimentación o reverberación que nos afecta, nos sacude, nos ilumina, nos conmueve más allá de lo que un análisis frío del significado del mensaje permitiría deducir.
    Eso pasa, está demostrado empíricamente, una frase leída en las circunstancias adecuadas nos emociona más, a veces mucho más, que las mismas palabras simplemente pronunciadas. Todas las carencias mencionadas de pronto desaparecen en esa especie de arrebato místico que se apodera del lector. De eso hablamos cuando hablamos del poder extraordinario de la palabra escrita.


miércoles, 1 de noviembre de 2023

El poder extraordinario... (2)

    La gran superioridad de lo escrito sobre lo dicho es que la letra permanece y se puede clonar hasta el infinito. Lees una frase y te puedes detener, pensarla y volver a leerla, la puedes paladear. Y la captas a la primera porque la estás viendo con todas sus letras; en cambio, no siempre entendemos lo que se nos dice, porque el otro habla bajo o masculla o lo que sea.
    Otra ventaja, que si no siempre se da a menudo, consiste en que lo escrito ha sido previamente sopesado, meditado, tamizado, trabajado con mimo, frente a la espontaneidad del habla (que de todas formas también se puede conseguir escribiendo). También hay un factor económico: un texto se lee en silencio en menos tiempo del que se tarda en voz alta.
    Las carencias, sin embargo, siguen ahí; nadie es perfecto, la palabra escrita tampoco. Por eso está bien que un autor lea su texto en voz alta. Con eso podemos alcanzar, si el lector se esmera, la excelencia en la trasmisión natural de palabras. Porque esta vez no se trata de un discurso espontáneo sino de párrafos previamente cincelados por la escritura. Nos vamos acercando a la trasmisión ideal. Para conseguirla, parece obvio, habría que utilizar los dos sentidos, escuchar el texto y antes o al mismo tiempo o después leerlo. Leerlo todas la veces que queramos. Dos veces es el mínimo recomendado. O si no te interesa mucho el tema, una vez siquiera. O, bueno, no seamos talibanes, si no quieres no lo leas, tú te lo pierdes.

domingo, 29 de octubre de 2023

El poder extraordinario de la palabra escrita (1)

    Veo la sombra de Kundera en el título; para escribirlo he tenido que forcejear con ambos —con el título y con Kundera—. Lo primero que me salía era la irresistible fuerza de la palabra escrita. Irresistible por no decir insoportable. Pero no, para ser Kundera debería haber una contraposición de términos, algo así como la irresistible inanidad de la palabra escrita. Me falta su genialidad.
    Las palabras se las lleva el viento, dicen; y es verdad. La palabra hablada es un fruto efímero de la mente y un milagro de la evolución. Cada frase que pronunciamos es el producto no solo del cerebro que la diseña sino también de la boca que la fabrica mediante una inverosímil sucesión de movimientos sutiles. Un automatismo que si te fijas —fíjate— es asombroso: la modulación por medio de la lengua y los labios del aire que espiramos.
    El siguiente paso fue la escritura. Pero escribir no es algo natural, es un invento que tiene sus carencias. Esas carencias llegan aparejadas al cambio de sentido. No el sentido de una carretera, me refiero a los cinco sentidos. La palabra hablada nos entra por el oído y la escrita por la vista.
    Al leer solo podemos imaginar el tono, el deje, el énfasis, la musicalidad, la pausa, la velocidad, la pronunciación. Todo eso se pierde al codificarlo en series de letras y prescindir del sonido. Sí, pero no. Se pierde mucho, es innegable; pasamos de la voz humana que es lo natural, ecológico, sin pesticidas ni conservantes a lo elaborado, envasado, conservado al vacío, congelado; la palabra escrita.
    Pero, pero, pero —sin darme cuenta me estaba convenciendo a mí mismo de lo contrario—, pero la palabra escrita, artificial cien por cien como es, tiene otras muchas virtudes. Símil alimenticio de nuevo: la palabra escrita es como el aceite puro de oliva, virgen, extra, medalla de oro en la feria World Food de París, mientras lo hablado son unas aceitunas con hueso. Las hay muy ricas, claro, todo es relativo; también hay aceite de girasol.

jueves, 26 de octubre de 2023

Noli

      Conocí a una chica que se llamaba Noli. No había oído nunca ese nombre; parecía un apelativo familiar, un hipocorístico. Cuando le pregunté de dónde venía, de primeras no me lo quiso decir. Luego ya, confesó; su nombre oficial era Manuela. Hice la deducción, de Manuela Manolita, de ahí Nolita y cuando la niña creció, Noli. No le veo nada malo a Manuela pero a ella no le gustaba.
    Por cierto, en cuanto a acortar nombres he creído apreciar la tendencia a reducirlos a una única sílaba. Si la chica se llama Lucía, por ejemplo, las amigas la llamarán Lu; si es Raquel, Ra.
    Volviendo a Noli, lo primero que me vino al oír el nombre, no me preguntes por qué, fueron estas palabras: Noli me tangere. No supe de donde salían ni de qué idioma se trataba, podía ser latín. En el colegio dimos un año de latín, poco aprendimos; traducíamos frases de La guerra de las Galias, de Julio César.
    Años después leí, traducida, esa obra y me encantó. Es curioso que la narración es en tercera persona, César entonces manda cruzar el río a sus legiones, todo así. Se lee como una novela de aventuras no exenta de crudas realidades; como el episodio, que me impresionó, de Uxeloduno; la última revuelta contra la autoridad de Roma. Una vez sofocada, César ordenó cortar las manos de todos los varones supervivientes en edad militar, luego los diseminó por el país como advertencia para los demás.
    Indagué sobre la frase, noli me tangere. Confirmé que era latín y pude averiguar su significado pero pronto lo olvidé otra vez. Al coincidir con Noli pensaba, tengo que memorizarlo. Lo miraba de nuevo y volvía a olvidarlo.
    Hasta hoy, de esta no pasa, la mejor forma de recordar algo es escribirlo. Noli me tangere significa no me toques y es lo que le dijo Jesucristo resucitado a María Magdalena según aparece en la Vulgata, la traducción de la Biblia al latín corriente. Noli me tangere, no me toques, ¿por qué se lo diría?

lunes, 23 de octubre de 2023

Un poema de Baudelaire

    A propósito de Baudelaire, no había leído nada suyo, o casi nada; algún retazo. “Correspondencias” es uno de los poemas de “Las flores del mal” (esto lo digo para los ignorantes como yo que no lo sabíamos, los doctos sabrán comprendernos).
    Al parecer hay al menos dieciocho traducciones diferentes de ese libro al español. ¿Cuál es la buena? No sé francés y como diversión y consultando tres o cuatro de esas traducciones, una traducción al inglés y el original francés (con la colaboración del traductor de Google), he elaborado mi propia versión.
    Creo que este caso, como en otros muchos, más que de traducción se puede hablar de adaptación o interpretación. Esta es la mía, perdón por el mía, es mía de forma muy sutil:

    La naturaleza es un templo de pilares vivos
que a veces da voz a palabras confusas;
el hombre atraviesa bosques de símbolos
que lo observan con ojos comprensivos.
    Como largos ecos que a lo lejos se confunden
en una tenebrosa y profunda unidad,
vasta como la noche y como la claridad,
perfumes, colores y sonidos se responden.
    Hay perfumes frescos como cuerpos de niños,
suaves como los oboes, verdes como los prados,
—y otros corruptos, ricos y triunfantes,
    con la expansión de cosas infinitas,
como el ámbar, el almizcle, el benjuí y el incienso,
que cantan el éxtasis del alma y los sentidos

viernes, 20 de octubre de 2023

Lo que en mí arde

    Lo que en mí arde es una exageración y es confidencial. Lo que en mí arde es París y es un verso de Santa Teresa (que ardía en el espíritu de Cristo y moría porque no moría). La vida arde, la vida es un proceso de combustión que unas pocas veces desprende llamaradas y las más consiste en una larga y sorda oxidación que te mata poco a poco.
    Lo que en mí arde es una frase algo descabalada que pone el verbo al final, por conveniencia poética, supongo. Puesta del derecho, lo que arde en mí, me recuerda una canción de Nick Lowe, The Beast in Me, que sonaba en un capítulo de los Soprano. Hablaba, la canción, de esa bestia que llevamos dentro, todos en general y Toni Soprano en particular, como era bastante evidente. Esa es una de las cosas que arden en mí, la bestia, ahí, oculta. Y en ti también, no te creas.
    Y más cosas arden, los siete pecados capitales arden, las tres virtudes teologales y los cuatro jinetes del Apocalipsis; la Biblia entera arde en mí, y la civilización occidental, incluídos Walt Whitman y el indomable Will Hunting; y Shrek, por decirlo todo.
    “Lo que en mí arde” es también este poema escrito expresamente para la ocasión:

        Lo que en mí arde
        es un barco pirata,
        la luna es de plata
        al caer la tarde

martes, 17 de octubre de 2023

Potomac

    Potomac es una palabra llana, dentro de lo que cabe. Quiero decir que no sé cuales son las normas de acentuación en inglés. Poniendo una tilde que no es: no se dice Potomác sino Potómac. No me acostumbro, siempre había supuesto que era una palabra aguda.
    Este hecho poco conocido —desde mi punto de vista— me lo ha contado mi amigo Antonio. Él lo sabe porque ha vivido años en Nueva York. Digo amigo porque aunque no le conozco en persona (le conozco, leísmo aceptado por su amplio uso) le sigo a través de sus escritos. Esto lo cuenta en su última novela “No te veré morir” —que es estupenda—.
    Le tengo cariño al río Potomac, al nombre Potomac, que viene de una palabra algonquina. Lo aprendí de niño y, como suele pasar, se quedó ahí, como grabado a fuego —Potomác, pensaba—.
    Es el río que pasa por Washington DC. En tiempos de la Guerra de Secesión sus orillas eran insalubres, miasmáticas, y al parecer ese fue el origen de las fiebres tifoideas que causaron la muerte, en 1862, en la Casa Blanca, de Willie, hijo del presidente Lincoln, a la edad de doce años. Esto lo leí en una novela de Gore Vidal (todo, todo, todo está en los libros). Fue una tragedia personal dentro de otra tragedia nacional. Tampoco vamos a decir que lo matara el río.

sábado, 14 de octubre de 2023

La primera clase

    Cheever, Chirbes y Baudelaire, podría ser un bufete de abogados, pero en realidad fueron escritores e incidentalmente dipsomaníacos. Me gustó la observación de Chirbes de que la prosa y la ética son inseparables. La literatura es como el mar, inabarcable e inagotable. A la vez, en aparente contradicción, ambos, el mar y la literatura, son finitos. Siendo finitos, pudiéndose en teoría contar las gotas del mar y los libros que son, en la práctica es imposible.
    También es imposible leer todos los libros que merecen la pena. Cuanto más lees más socrático te vuelves, más evidentes se hacen los libros que no has leído. Lo equilibrado, me parece, es leer sin pretensiones lo que te vaya apeteciendo; y si no te apetece, no leas, desde luego. Tenía un amigo que empezó a comprar libros de modo compulsivo y a la vez dejó de leer. Se especializó en novela histórica, acumulaba hermosos ejemplares de tapa dura a los que nunca veía el momento de hincar el diente. Que no nos pase.
    La literatura se puede considerar una enfermedad crónica que por fortuna no es mortal; al revés, en casos extremos —que son muy, muy raros— puede provocar la inmortalidad. De esta visión de la literatura viene el término tan poético para designar a los afectados por el mal: letraheridos.
    Cada año en octubre, al empezar este grupo de apoyo, el taller de escritura, aparecen media docena de alumnos que confiesan su amor a la poesía, posiblemente la variedad más virulenta de la enfermedad. A sus padres, si están enterados, les diría que tranquilos, de la poesía se sale (dentro bromas).
    La poesía es necesaria, es un pálpito que tengo. La poesía debe de ser una especie de catalizador cuya función aún no se conoce del todo pero sin el cual la vida espiritual no sería posible. La poesía, como dijo Bachelard, es metafísica instantánea.

miércoles, 11 de octubre de 2023

Sueño prolijo

    Escribí una vez que no era partidario de contar sueños, así que voy a tener que dar una razón para justificarme. Esta es la razón: cuando desperté, el sueño estaba allí.
    Estamos en México, mi tía va a celebrar misa en una pequeña capilla. Estoy pegado al altar en una especie de silla doble que procuro arrimar a un lado para no estorbar la ceremonia. Me fijo que a un lado del altar hay un pequeño extintor de incendios y otro objeto pequeño que no acabo de comprender qué es. Pienso en lo que son las normas de seguridad para poner ese extintor al alcance del celebrante, en este caso mi tía, por si acaso.
    Empieza la ceremonia y ha cambiado algo el escenario, ya no estamos tan apretados. Tengo una chica a mi izquierda y ahora alguien lleva una tarta con una vela encendida a una mujer que está detrás de mí. Es su cumpleaños y por lo que sea aquí debe de ser la costumbre incluirlo en el acto religioso.
    La chica de mi izquierda la tengo de pronto delante y de perfil. Vuelve la cabeza hacia mi con las guedejas de su pelo negro enmarcándole los ojos y con viveza me dice que no hay nada como la sensación de cabalgar a lomos de un caballo. Lo acepto y le sonrío pensando para mí que la única vez que he montado en un caballo pasé bastante miedo. Pienso que al final de la misa, o lo que sea, nos comeremos la tarta; sí, me apetece. Pero no, termina la cosa y la congregación se disuelve.
    Me acuerdo de que mi madre y otros familiares han asistido a la misa y comienzo a buscarlos. No están por ningún lado. Hay bastante gente, todos de rasgos mexicanos. Al final veo al fondo a P, mi hija. Le pregunto por los demás. Me contesta que han bajado al restaurante Ópera (sic). Hemos hablado en euskera y me dice que ahora lo vamos a repetir en castellano como cortesía con los anfitriones. Así lo hacemos, aunque me asombra un poco el detalle, Cuando nos vamos me parece mal no despedirme y acabo diciendo en alto, dirigiéndome a todos en general, que ha sido un placer y que agradecemos de veras la buena acogida.

domingo, 8 de octubre de 2023

El filósofo

    ¿Nace uno filósofo? No sé, uno nace y gracias. Inciso: he leído hace poco un cuento escrito en imperativo, un escritor lo suficientemente inquieto podría escribir una historia en interrogativo (pero además de inquieto debería ser muy hábil). X se interesó por el origen de la vida y se matriculó en biología. Luego se dio cuenta de que lo que de verdad le interesaba no era la química de los seres vivos sino el propósito de su existencia. Se cambió a filosofía.
    Se tumbaba en el sofá y si le preguntaban qué hacía contestaba que estaba pensando. También filosofaba andando, cosas muy recomendables, andar y ocupar la mente. X tuvo una larga carrera como filósofo. Ser filósofo es poco práctico, en principio no te pagan por pensar. Pero X fue profesor en varias universidades y escribió un buen número de libros.
    Cuando de verdad se encontraba a gusto X era cuando estaba solo. Solo y pensando, con sus libros y sus escritos. Vivía en su mundo y no reparaba en la gente, por si acaso saludaba siempre. A pesar de todo se casó y tuvo hijos. Se separó y al tiempo se volvió a casar y tuvo más hijos y luego, o antes, o mientras tanto, tuvo amantes; y en su funeral, ya muy mayor, acudieron un buen número de ex-parejas y admiradoras, además de su última compañera.
    Filosofó sobre la sociedad que le tocó vivir. Le dolió ser un privilegiado económicamente. Defendió que lo importante no eran las ideas que uno tuviera sino vivir conforme a ellas. Dedujo que lo que permanece en la historia es lo distinto, lo nuevo, lo original y no la tendencia general de la época. Defendió que había que relegar el yo en beneficio del nosotros. Conseguir esto último debe de ser lo más difícil de todo.

jueves, 5 de octubre de 2023

Ajedrez

    Un día pude ser campeón del mundo de ajedrez. Lo he escrito por ver como quedaba y, la verdad, suena bien, muy halagador, pero nada más lejos. Sé jugar y poco más. Hace tiempo que no lo hago y ahora mismo alguna regla puede que se me escape —se me escapa, seguro—.
    En mi familia no ha habido tradición de ajedrez. Cuando tenía siete u ocho años me regalaron un juego en miniatura. Era una caja de madera que abierta formaba el tablero. Cada casilla tenía un agujerito donde se encajaban las figuras de apenas un centímetro. Los agujeros de fábrica eran algo más estrechos de lo debido y mi padre me llevó al taller y los ensanchó con un taladro. Era festivo y estábamos los dos solos, la luz del día entraba por los ventanales, me sentí privilegiado por estar allí.
    El juego me fascinó; era una guerra a la antigua y tenías un ejército a tu disposición. Con once o doce años llegó el momento culminante de mi carrera como ajedrecista. Una noche, antes de dormirme, determiné mentalmente los movimientos necesarios para conseguir el jaque mate más rápido posible. Ya estaba inventado —es el mate Pastor, lo supe más tarde— pero para mí fue todo un logro.
    No mucho después, en el colegio organizaron unas partidas y me apunté. Acudí un sábado por la mañana y me enfrenté a un chico que no conocía. Hice la jugada ensayada y para mi sorpresa no se dio cuenta, KO en el primer asalto. Días después el Hermano Prefecto me hizo un comentario sobre mi victoria fulminante. Se imaginaba lo que no era. Fue lo más cerca que estuve de ser campeón del mundo. Desde entonces todo ha sido un continuo declive. En lo que se refiere al ajedrez, que quede claro.

lunes, 2 de octubre de 2023

Gorda, gordo

    Hay un chiste de Woody Allen —que no es un chiste en sí sino el argumento de uno de sus cuentos— en el que un gordo adelgaza y luego cuando ya mayor está en su lecho de muerte se lamenta amargamente echando en falta aquel su ser obeso, el gordo que seguía siendo en su interior. Gordo, flaco, lo digo sin ánimo de ofender.
    La palabra gordo no pasa por su mejor momento. En el mundo, por desgracia, lo habitual es que falte de comer, y pocos gordos verás en Etiopía, pero en nuestra sociedad privilegiada se da la gran paradoja de que la abundancia de alimentos, y la comida basura, nos han llevado a denostar la gordura.
    Hace no tanto tiempo aquí también se pasaba hambre y gordo era una palabra simpática que se asociaba a la felicidad, o por lo menos al bienestar. La prueba de ese pasado esplendor del término son todas las expresiones a las que dio lugar. Me gustan esos dichos; hacer la vista gorda, contigo me ha tocado el gordo, sudar la gota gorda, armarse la gorda, el caldo gordo.
    Mi favorita es esta: para ti la perra gorda. Es una expresión muy útil que tiene su pequeña trampa: por un lado es una renuncia a discutir, lo que siempre está bien; por otro no es una concesión inocente, no te estoy dando la razón sino la perra gorda, algo que no vale nada, porque por mucho que lo argumentes no me vas a convencer y al zanjar el tema con esa frase además de mi sentido del humor estoy dejando clara mi superioridad moral, ay.

viernes, 29 de septiembre de 2023

Pulsiones

    La maldad —como el gordo de navidad— suele estar muy repartida. ¿Y la bondad?, la bondad también. Así es como pasa con todo, y si hay buenos es porque hay malos y si hay altos es porque hay bajos. Todo va en el mismo paquete de la vida, o lo tomas o lo dejas. Lo que quiero decir (pues dílo, demontres) es que hablar de virtudes y defectos es un pacto que tenemos para entendernos y hacer las cosas fáciles —que no lo son—.
    Es un debate recurrente el de los artistas y sus vicios ocultos; esto es, hasta qué punto desvirtúa el valor de la obra un comportamiento inadecuado en la vida privada. Pues ya te lo digo: no debería hacerlo en ninguna medida. Un escritor es una persona como cualquier otra y disfruta de su cuota de maldad como todo el mundo.
    Ayer llegué a ver el final de un documental sobre Neruda en el que se recreaba una posible especie de orgía con Neruda rodeado de mujeres, todos desnudos desparramando champán y siendo el propio Neruda, casualidad, el menos atractivo físicamente. Bueno, ahora que lo pienso, no sé si se puede decir que haya nada inadecuado en esa escena. Sí sé que Neruda tuvo otros comportamientos claramente reprobables.
    Otro caso, han escrito una biografía de Stefan Zweig (¡la definitiva!) y el que hace la reseña se detiene morosamente en la sospecha de que Zweig era un exhibicionista. O sea, que sentía la pulsión de mostrarse desnudo ante mujeres desprevenidas. No lo confirma, pero uno acaba pensando que así sería; lo cual no me parece que quite méritos a su obra.
    Todos los escritores (pintores, actrices, etc) son humanos y tienen sus pulsiones, algunas peor vistas que otras. La suerte de tantos artistas es que su pulsión particular sea de naturaleza más escondida o simplemente se las hayan apañado para que no trascienda. Por suerte, al mundo en general las pulsiones de la gente se la traen al pairo. Pues eso.

martes, 26 de septiembre de 2023

Puentes

    Toda la vida para descubrir que no conocemos a nadie, ni a las personas más cercanas. Sin embargo… Eran los años ochenta y ella estudiaba ingeniería. Un catedrático de otra escuela, de la escuela de Caminos, buscaba estudiantes para un trabajo de campo durante el verano. Al catedrático se le había ocurrido publicar una serie de catálogos, por provincias, de puentes anteriores a 1936. Él mismo era una eminencia que había rehabilitado o construido un buen número de puentes.
    Una amiga y ella consiguieron el encargo para el primer tomo, dedicado a una provincia del norte de Castilla. No me digas que no es un buen planteamiento para una road movie: verano, dos chicas en un utilitario de circunstancias documentando puentes antiguos. Contaban con cierta información de partida pero no fue suficiente, tuvieron que buscarse la vida.
    Se hicieron con un mapa y rodearon con un círculo rojo cada cruce de una vía con un río, esbozaron un plan eligiendo media docena de localidades como campamentos base y se lanzaron a la carretera. Era un tórrido julio, las ventanillas abiertas y Cindy Lauper a tope en el cassette, oh girls, they wanna have fun.
    Los viejos puentes las enamoraron. Los fotografiaban, los medían, los dibujaban, preguntaban en los ayuntamientos. Puentes de hierro que ya no verían ningún tren, puentes de piedra desgastada en caminos sin asfaltar, estrechos puentes de un solo ojo que se levantaban sobre el cauce del río como la joroba de un dromedario. El paisaje, valles y montañas, campos de cereal. Y la gente; los bares de carretera, los hostales, las comidas en tascas como de película en blanco y negro, pequeñas aventuras en las fiestas de algún pueblo y risas a cuenta del pesado de turno.
    El catálogo se publicó y unos años más tarde salió otro, en dos tomos, de otra provincia. Pero ninguno más. El catedrático ya falleció y, lo que nos importa más, ella también; antes de tiempo, sí. Este mes ha hecho diez años.

sábado, 23 de septiembre de 2023

A propósito de ET

    En cuanto a viajar al espacio el ser humano apenas ha llegado a la Luna. Lo considero, desde luego, una hazaña singular pero a escala interestelar es algo así como salir al porche de la casa que habitamos. El planeta Tierra —y su satélite—no deja de ser un rincón perdido de la galaxia (y la Vía Láctea una galaxia perdida del Universo). No parece que haya peligro de que nadie de allá fuera se vaya a meter con nosotros. Sin embargo hay mucha gente que se preocupa.
    Hay un adjetivo que va como anillo al dedo a esa noticia de la presentación en el Congreso de México —para descrédito del país— de dos presuntas momias de extraterrestres: grotesca (irregular, grosera y de mal gusto). Lo que no he oído mencionar, y me extraña, es el sorprendente parecido de las figuras con ET, el personaje de la película de Spielberg; es que son clavadas.
    Sobre la posibilidad de vida extraterrestre no hay más remedio que admitirla. Para que quede más claro descompondría la pregunta en dos partes, primera parte, ¿es posible la vida? Bueno, si este ser que está tecleando está vivo, y casi seguro que sí —y si no, qué bien simulado estoy— en ese caso tendremos que reconocer y reconocemos que la vida es posible, aunque no la entendamos. Resumo: la vida es posible.
    Segunda parte, ¿la vida solo es posible aquí, en este planetita azul? Con lo grande que es el universo no es razonable asegurarlo, sería mucha casualidad. Por otra parte no descartaría que coexistiéramos con otras formas de vida con las que nos resulte imposible comunicarnos porque estén en otra zona del espectro o en otra dimensión; hablo sin saber. Pero vamos, que más allá de ese reconocimiento de que la vida extraterrestre es posible (porque casi todo es posible y una vez se disparó una escoba) no veo por qué tendrían que andar por aquí jugando al escondite como defienden los viejos y entrañables ufólogos.

miércoles, 20 de septiembre de 2023

La estrella polar

    Estas mañanas, antes de amanecer —qué pronto me levanto—, les estoy echando un vistazo a las estrellas. Hacía tiempo que no me fijaba, me parece que vivimos de espaldas a ellas. Y están ahí al alcance de todo el mundo, para contemplarlas basta con tumbarse en la hierba una noche despejada —sin contaminación lumínica, claro, y con mantita, si hace frío—. La banda sonora natural sería el cri-cri-cri de los grillos. Estrellas y grillos, qué contraste. Contemplar el cielo estrellado te pone en tu sitio, te cambia la perspectiva.
    La única estrella que identifico a simple vista es la estrella polar. Bien, he consultado “estrella polar” en wikipedia y no tenía ni idea, qué buen artículo, lo recomiendo. Ahí he aprendido que la actual estrella polar se llama Ursae Minoris (enchantée). Retendrá el título hasta el año 3500, más o menos.
    Como anécdota dice que en 2008 la NASA trasmitió en su dirección la canción de los Beatles Across de Universe. Ahora mismo la canción, en ondas electromagnéticas, ha recorrido quince años luz de camino y le quedan más de cuatrocientos para llegar a su destino.
    Puede que un día lleguemos allí en persona (o sea lleguen) y haya vida inteligente (chiste, a cualquier cosa le llaman vida inteligente, ja). Les diríamos, venimos en son de paz —en son, como si fuera un musical— y luego les explicaríamos lo importante que es su estrella para nosotros, la referencia que supone en el firmamento señalándonos el norte. Nos responderían, bueno, es un orgullo; pero ¿qué es el norte?

domingo, 17 de septiembre de 2023

La tinta y los aeropuertos

    No he escrito nunca con pluma estilográfica. De seguido, digo. He tenido alguna que otra y recuerdo la que me regaló mi padrino un cumpleaños; pero era demasiado buena para el día a día, la guardé y para cuando me di cuenta la tinta se había secado. Cosas de pobre, supongo. Dónde estará aquella estilográfica.
    El tema de la tinta; parecido me pasó con la impresora del ordenador. Un par de meses sin usarla y la tinta del cartucho (o de los cartuchos, porque eran tres para imprimir en color) se secaba. Además, y esto ya no tiene que ver, no había forma de que la hoja de papel entrara y saliera derecha del aparato. Conclusión, cuando tengo que imprimir algo voy a una copistería. Las impresoras son, o eran entonces —no he vuelto a tener ninguna—, baratas. Había truco:los cartuchos de tinta eran caros y además duraban poco. El negocio no era vender impresoras sino cartuchos de recambio.
    Es que muchas veces las cosas no son lo que parecen. Hay otro caso del que me he ido dando cuenta, igual es un delirio mío. Me refiero a los aeropuertos. Volar se ha vuelto algo de lo más común y cada vez transitamos por los aeropuertos con mayor frecuencia. A base de dar vueltas por los parkings de los aeropuertos en busca de una plaza libre me he ido convenciendo de este hecho poco conocido: el negocio de los aeropuertos no son los viajes en avión. Calculo que esa parte de la explotación apenas cubrirá gastos, los billetes se abaratan y el mantenimiento de todo el tinglado es muy caro; el auténtico negocio está en los estacionamientos, incluidos los denominados de larga estancia. El gasto que originan es mínimo, ridículo comparado con el otro, y el rendimiento parece asegurado, siempre están llenos. Cuando los visito me viene a la mente ese ruido de tintineo cascabelero que hacen las tragaperras cuando vomitan su chorro de monedas.

jueves, 14 de septiembre de 2023

De la misa la media

    No enterarse de la misa la media, se decía antes, cuando todos íbamos a misa aunque fuese obligados. Mejor ahora, que vaya el que quiera. Todos los días leo el periódico, como un clavo (no estoy seguro de que la expresión sea en este caso adecuada del todo). Estoy dando muchas pistas y ahí va otra, con música, quizás no supe hablar (pausa) cuando debí. Así me ha venido, era una canción de Matt Monro que se hizo muy popular. Hoy en día nadie (iba a decir en su sano juicio) conoce a Monro. Vamos, que tengo una edad y que a pesar de esa lectura diaria de la prensa escrita igual no me estoy enterando de gran cosa.
    Escribe hoy un artículo el hijo de un asesinado por ETA hace 44 años. No sé nada del autor, qué ha hecho hasta ahora en la vida, a qué se dedica; solo que tuvo ese punto de partida desprovisto de ventaja alguna, mataron a su padre por nada. Me ha llamado la atención que el artículo está muy bien escrito, a ratos me ha parecido magnífico.
    Otra cosa del periódico, una foto sacada desde un helicóptero del río Tigris discurriendo por el desierto iraquí. Un helicóptero militar, claro, con un soldado a cargo de una ametralladora que vigila desde arriba dispuesto a repeler cualquier ataque. Un soldado que seguramente no vería venir el misil que derribaría el helicóptero si alguien lanzara un misil que derribara el helicóptero. Pero en esta fotografía lo que me ha asombrado es que el río —puede que sea el Eúfrates— atraviesa el desierto sin hacer mella en él. Ni tan siquiera se ve un mínimo verdor en las orillas, ni rastro de vegetación, solo la tierra seca y el curso zigzagueante del agua que ha debido equivocar el camino.
    Jimmy Fontana lo resume todo en esta otra canción que fue mucho más conocida que la de Monro (pero si a ti no te suena lo entiendo perfectamente): el mundo (pausa) que no ha parado ni un momento.

lunes, 11 de septiembre de 2023

Tonos, ecos, matices, sutilezas

    Lo dice Coetzee en su última novela, “The Pole”: given that there must be tones, echoes, nuances, subtleties in the Polish that no translation can ever transmit... Mariana Dimópulos lo traduce: puesto que debía haber tonos, ecos, matices, sutilezas en el polaco que ninguna traducción podrá transmitir jamás…
    Hay algo fascinante en la traducción. El autor escribe algo y el traductor lo reescribe en otro idioma perpetrando su traición. A veces lo mejora, también pasa. Si se trata del manual de una lavadora poco importa, si hablamos de literatura la cosa se complica.
    No basta con que las frases signifiquen lo mismo, se supone que el texto literario contiene también belleza, ritmo, sentido musical. ¿Se puede eso conservar? Mi impresión es que es muy difícil y que la traducción es otra obra literaria cuyo mérito o demérito se debe en buena parte al traductor.
    Flaubert escogía con sumo cuidado cada palabra (le mot juste) para conseguir la oración perfecta (he leído en algún sitio —igual era broma— que en opinión de su madre Flaubert estaba desperdiciando su vida fabricando frases). Ahora, esto lo hizo en francés, el idioma que se hablaba y se escribía a su alrededor, y con la idiosincrasia francesa de fondo. Mucho me temo que la mayoría de las sucesivas traducciones de Madame Bovary —y de cualquier otra novela clásica— al castellano hayan sido, hasta hace no mucho, auténticas masacres literarias.
    Hay otra forma de traducir: la traducción literal, verter en el otro idioma palabra por palabra lo que se escribió en el original. Es lo que hizo Nabokov con la novela en verso de Puskhin, Eugenio Onegin, olvidarse de la rima y escribir en inglés un texto aséptico desprovisto de gran parte de la belleza del original. No me convence, leer algo así es como conocer el argumento de una ópera sin llegar a escucharla.

viernes, 8 de septiembre de 2023

Mala memoria de fierro

    Llevo media vida repitiendo que guardo muchos de mis recuerdos —casi todos, en realidad— en lo que Borges denominaba “esa parte de la memoria que es el olvido”. No sé de dónde saqué la frase, la verdad es que Borges le dio muchas vueltas al tema y diría cosas parecidas, y a veces contradictorias, un buen número de veces. Hoy me he enterado de un posible origen de la cita en el libro de Bioy Casares sobre Borges. Según él la frase de Borges fue: tiene razón Martín Fierro: el olvido es una forma de la memoria. Se refería a la penúltima estrofa de “La vuelta de Martín Fierro”, de José Hernández, que dice así:

    Es la memoria un gran don,
    Calidá muy meritoria—
    Y aquellos que en esta historia
    Sospechen que les doy palo—
    Sepan que olvidar lo malo
    También es tener memoria.

    Y digo yo, en realidad no es que Fierro se olvide de lo malo de su historia sino que prefiere no contarlo (si lo hubiera olvidado de verdad no lo mencionaría). Lo que debería haber dicho Borges (y no es que quiera corregirle) para ser fiel a los versos de José Hernández era que “el olvido voluntario es una forma de la memoria”. Sacada de contexto y omitida la voluntariedad la frase mejora, gana en poesía y ya tiene poco que ver con Martín Fierro.
    Por otra parte hay una sutil diferencia entre lo que yo recordaba y lo que presuntamente dijo Borges, se pasa de una forma a una parte de la memoria. En fin, la memoria y Borges; alguien habrá escrito un libro. Con la memoria humana debe de pasar como con la de los ordenadores: nunca se borra del todo. Lo que vivimos se queda en nuestra cabeza; una pequeña parte accesible, que es lo que recordamos, y todo lo demás enterrado y oficialmente olvidado. Pero solo oficialmente porque sabemos por experiencia que dadas las circunstancias adecuadas un recuerdo puede reaparecer en cualquier momento.

martes, 5 de septiembre de 2023

Desconocerse

    Y quién me dice a mí que no soy un psicópata. No he puesto los signos de interrogación porque es una pregunta retórica; no lo estoy preguntando, más bien planteo una duda. Un psicópata es alguien que odia a sus semejantes. Sí, pero no; un psicópata —según la RAE— es alguien que padece una anomalía psíquica por la que a pesar de mantener la integridad de las funciones perceptivas y mentales, su conducta social se halla patológicamente alterada.
    No creo ser un psicópata, ni tan siquiera uno encubierto, que debe de haber muchos. Un psicópata descubierto es fácilmente detectable por el reguero de sangre. Aquí me he dejado llevar por la influencia de Houellebecq, Michel, siempre crudo, pesimista y provocador; aunque en su última novela le veo, de momento, un poco más contenido (o es que yo me he vuelto más duro).
    Me ha dado qué pensar algo que dice en la primera de las dos únicas notas del libro (la otra nota no figura en el libro en francés, es para aclarar que la palabra fiesta está en español en el original). Esto es lo que dice: uno oficialmente se describe como más bien buena persona pero en el repliegue secreto de su corazón siempre se sitúa exactamente en el centro del mundo moral, como una persona ni buena ni mala, moralmente neutra.
    Lo leo y miro por encima del hombro como si alguien (Houellebecq) me hubiera chistado. Sí, todos reivindicamos ser buenas personas, o casi todos, y bien puede ser que en nuestro fuero interno, allí dónde nadie espía nuestros pensamientos, creamos atisbar —y esto incluye a los psicópatas— esa neutralidad moral. Por otra parte este sería un rasgo de la personalidad acorde con la teoría de que el ombligo del mundo, el punto de equilibrio del Universo, coincide curiosamente con nuestro propio ombligo.

sábado, 2 de septiembre de 2023

Deprisa, deprisa

    Intuyo qué es un algoritmo, ni idea de cómo se diseñan. De crear un algoritmo a alcanzar el éxito hay un buen trecho. Casi ninguna de las aplicaciones que se van desarrollando tiene mayor repercusión y diseñar una que sea útil y triunfe de verdad tampoco garantiza que su autor reciba todo el crédito que merece. Esa chispa creativa necesaria para inventar algo es solo una de las muchas cualidades que se requieren para llegar a la jaula de oro.
    Es que leo, Zuckerberg, que estás aislado en una especie de refugio dorado donde los que te rodean te ríen las gracias y te dicen a todo que sí. Será la envidia. También parece que te estás poniendo cachas. Esto de empezar a machacarse en un gimnasio de un día para otro es un fenómeno social del que ya me había dado cuenta; raro, darse cuenta, porque es imposible estar al tanto de todo.
    Por ejemplo, no sabía que tu lema, Zuckerberg, había sido Move fast and break things (muévete rápido y rompe cosas) con el añadido/explicación de unless you are breaking stuff you aren’t moving fast enough (a menos que estés rompiendo cosas no te estás moviendo lo suficientemente rápido).
    Había sido, porque ya no lo es; el de ahora mismo es It’s time to build, (es hora de construir), un lema muy ecléctico y quedabien, como corresponde a tu empresa, Zuckerberg, que de tan poderosa que es ya da miedo. El otro estaba mucho mejor, eso de moverse y romper suena a rabia antisistema y a Anarquía en USA. Claro que nada de eso, se trataba de dedicarse de modo frenético a desarrollar software por el método prueba (moverse) error (romper); el mismo método que usó Nobel para fabricar la dinamita. BOOM.

miércoles, 30 de agosto de 2023

Hologramas

    Despertarse en medio de un sueño aumenta las probabilidades de recordarlo. Deduzco también que ese sueño recordado debe de ser solo la punta del iceberg de todo lo demás soñado esa noche que no deja huella consciente alguna. También te habrás percatado (o pispado) de que en sueños pasan cosas que no son posibles en la vida real.
    El sueño fresco, recién pescado, de hoy ha sido que estaba sentado a una mesa y un familiar se sentaba enfrente y de alguna forma convocaba, sentados en cada una de sus rodillas, a dos imágenes en movimiento, dos hologramas, en los que reconocía inequívocamente a mi hermano y a mí mismo de niños.
    Egocéntrico como soy (y somos todos, cada uno en su medida sana o insana) me he maravillado de la luminosidad de mi imagen en blanco y negro en la que aparecía como un muchacho desenvuelto, de rostro expresivo y cabello ondulante. Me ha parecido la confirmación de una sospecha halagadora y engañosa que abrigo últimamente, la de que fui un niño, y sucesivamente un adolescente, un joven, etcétera, mucho más presentable en todos los sentidos de lo que siempre había creído ser.
    Al ver ese holograma me conmovía y se me saltaban las lágrimas de la emoción y la añoranza. Algo me impulsaba a alargar la mano y coger la suya aunque sabía que era un gesto inútil, que mi mano de carne y hueso solo atravesaría la imagen proyectada desde no sabía dónde.
    Ahora, al recordarlo despierto (creo), me doy cuenta de que el parecido del holograma con las fotos, no muy abundantes, de mi niñez es bastante remoto. Para empezar yo llevaba gafas y la imagen no. Pero el caso es que en el sueño ese chico; cuya mano he hecho, en vano, amago de tocar; ese chico luminoso, era yo.

domingo, 27 de agosto de 2023

La vida a escena

    Echarle un poco de cuento ayuda a vivir y el amor idealizado trata de eso, sospecho. Enamorarse, en el fondo, es una exageración. Hay unos cuantos hechos básicos que sustentan todo ese entramado del amor romántico. Hechos crudos y duros de los que no somos responsables, solo sujetos pasivos casi siempre y activos ocasionalmente (concederé eso). Hechos en plural o hecho en singular, me imagino a Darwin expresándolo: se trata de la continuación de la especie. A partir de ahí adórnalo como quieres, haz una cena con velitas, contrata una agencia que te organice la boda y cásate de blanco; échale un poco de cuento.
    Enamorarse es, supongo, sentir de pronto y sin mayor motivo aparente que lo justifique una atracción irresistible hacia otra persona. Intervienen la belleza física y también la belleza moral, digamos, en la medida que se manifieste si es que se manifiesta. Además, y muy importante, me temo, lo receptiva que encontremos a esa persona hacia nosotros. El amor es un motor que se para si no hay realimentación.
    Javier Marías escribió una novela que tituló “Los enamoramientos”. La leí y ya no me acuerdo de nada. Sí recuerdo, en cambio, algo que comentaba. Decía que a la hora de traducirlo al inglés había un problema con el título. Según él, en inglés no existía la palabra “enamoramiento”. La solución que adoptaron fue recurrir al término infatuation, que es al parecer lo que se usa en inglés para ilustrar el fenómeno sin los tapujos del castellano.
    Creo entender por donde va porque infatuation, volverse fatuo en traducción literal, da idea de que algo se te ha subido a la cabeza y también de que se trata de un hecho pasajero (por fortuna), algo no muy lejano a un antojo. Estar “infatuado” toda la vida se podría considerar un caso benigno de enajenación mental. En cambio seguir enamorado está bien visto y ver una pareja de ancianos paseando de la mano da paz. Sea como sea he llegado a la conclusión que tanto para el amor como para la vida en general es muy conveniente echarle un poco de cuento.

jueves, 24 de agosto de 2023

Un joven ejecutivo

    Me ha dicho que lleva dos meses aquí y le he preguntado en qué trabaja. Que es el director de la tienda de una multinacional que vende de todo para el hogar. Rondará los treinta y cinco años y está de alquiler y bastante calvo. Ha retrasado las vacaciones a septiembre, no le parecía correcto cogerlas antes, recién llegado. Le gusta esa palabra, correcto, y la emplea como señal de que ha entendido lo que has empezado a decirle y para animarte a continuar. Alguna vez pasará que después de un “correcto”, cuando el interlocutor haya terminado su exposición, se haya visto obligado a añadir un “incorrecto”; será gracioso oírlo.
    Es festivo y comenta que la mañana se le ha ido trabajando en casa, preparando algunas reuniones con la plantilla. Reuniones motivacionales, creo que ha dicho. Me lo explica, ha venido a darle una sacudida al negocio, hay mucho que mejorar. ¿Cuántos trabajadores tenéis?, le pregunto; y me contesta, cincuenta pero para cuando me marche, en tres o cuatro años, calcula, serán ochenta. Para ello, le pregunto y lo confirma, hay que aumentar el negocio en la misma o parecida proporción. Pone un ejemplo con la sección de jardinería. Se trata de ofrecer todo el servicio posible, si dejas de hacerlo, si dejas de vender algún elemento, sean cortacéspedes o enanos para el jardín, entras en una espiral que te hace perder clientes; la pescadilla que se muerde la cola: menos género, menos clientes, menos empleados, el desastre.
    Parece que me lee el pensamiento porque cuando me estaba preguntando por su situación familiar dice que mañana viene su chica. Es una forma de decirlo, “mi chica”. Ella por su parte dirá “mi chico”. Para septiembre puede que vayan a California a hacer una ruta en moto o a Madeira, aún no sabe seguro. A él le apetece más Madeira pero a ella le hace ilusión lo otro y él está dispuesto a complacerla. Cuando se aleja, tras despedirse, me los imagino en moto levantando una gran polvareda perdiéndose por el desierto de Mojave.

lunes, 21 de agosto de 2023

El decreto

    El tamaño de mi esperanza es pequeño; el de mi ignorancia, por contra, enorme, colosal, estratosférico. Lo ignoro todo de casi todo y de ello, como es lógico, no puedo hablar. Por eso quiero —y no tengo más remedio que— referirme a algo que sí sabía. Es un hecho que forma parte de eso que se conoce como cultura general, que ahora que lo pienso es una denominación plena de optimismo (e incluso de esperanza); culturilla sería un término más adecuado, quitándole importancia. Pero me estoy enrollando, ese algo que sí sabía es que los Reyes Católicos expulsaron de España a los judíos.
    Amplío ahora la noticia, en realidad los judíos ya habían sido expulsados de casi todos los reinos de Europa (solo Portugal anduvo más lenta). Dejo a los historiadores la explicación de las causas y las consecuencias de dichas expulsiones. Que fue una injusticia se da por descontado. Lo que quiero apuntar aquí es algo que oí por la radio y me llamó la atención.
    En el texto del llamado decreto de la Alhambra donde se daba cuenta de la expulsión, al final de un largo párrafo sin puntos ni comas en el que se desgranan unos confusos argumentos que no he logrado entender por más veces que lo he leído y releído dice así: después de muchísima deliberación se acordó en dictar que todos los Judíos y Judías deben abandonar nuestros reinados y que no sea permitido nunca regresar. Ojo, decreto de los Reyes Católicos, 1492, después de muchísima deliberación, qué considerados, expulsamos de nuestros reinados (sic) a todos los Judíos y Judías. Ellos y ellas, ¿igualdad de género avant la lettre? Habría que consultar a Nebrija.

viernes, 18 de agosto de 2023

No es que importe

    Dice un empresario de la industria del cine, sector distribución, el apellido empieza por… , ja, es broma, dice que tiene amigos que no saben quién fue Humphrey Bogart. ¿Por qué iban a saberlo? Bogart fue un actor de cine que murió en 1957; fue un buen actor, vale, ¿y? A los premios Nobel de Química, por decir algo, no los conoce nadie aparte de la familia, ¿tienen los actores más méritos que ellos?
    A Bogart lo recuerdo con barba de varios días, una colilla entre los labios, duro y descreído, aunque un tic facial le traicionaba de vez en cuando (sería un recurso de interpretación). Conocerlo es irrelevante; son muchos más los que no conozco, incluso en el gremio de los actores de Hollywood.
    Bogart se casó con Lauren Bacall, mucho más joven, y casi le admiro más por ello que por su carrera artística. Bacall, nacida Perske, fue una belleza deslumbrante y una mujer de carácter aunque no tanto como Katharine Hepburn, que hizo con Bogart La Reina de África. Hepburn era más atractiva que guapa, una atlética pelirroja de pómulos salientes y ojos chispeantes. Lauren Bacall y Katharine Hepburn, no me cansaría nunca de verlas moverse en una pantalla.
    Katharine se pasó la vida aclarando que su nombre no se escribía con e (Katherine). Un caso curioso; hace unos días vi una de sus películas, El estado de la unión. El título alude tanto al estado del país como al del matrimonio encarnado por la pareja Hepburn/Tracy. No me convenció del todo (la película) me pareció confusa y deslavazada. Supongo que parte del gancho del film en su momento era que reflejaba, con los papeles cambiados, la situación de los protagonistas en la vida real. Por cierto que la actriz que interpreta a la tercera en discordia es Angela Lansbury que está, con 23 años, de lo más glamurosa. Pues, a lo que iba, la “a” de Katharine: en los créditos del principio se lee Katherine Hepburn con letras bien grandes, le tuvo que molestar; sin embargo al final, en la lista en letra pequeña de personajes y sus correspondientes intérpretes, el nombre aparece de forma correcta, Katharine. Yo ya me lo he aprendido, no es que importe pero es Katharine.

martes, 15 de agosto de 2023

Lehengo lepotik burua

    Durante años confundí a Petrarca con Plutarco. Petrarca era el poeta toscano y latino que amaba a Laura; Plutarco, lo supe mucho más tarde, fue, según wikipedia, un historiador, biógrafo y filósofo moralista griego (le daba a todo).
    Me ha pasado, como creo que a la mayoría de los lectores, que he desdeñado por sistema a los autores clásicos. Los veía muy lejanos y deducía que no me podía gustar ni su visión del mundo, tan distinto al nuestro, ni su encorsetada, suponía, forma de expresarse.
    Bueno, pues me equivocaba en todo. Aquellos antiguos, entre los que se encuentra Plutarco, eran igual de humanos que nosotros y entre lo que queda de sus escritos hay un buen número de obras que no desmerecen de otras posteriores.
    Plutarco escribió, en griego, Vidas Paralelas, las biografías comparadas de un montón de personajes de la Antigüedad; y lo hizo, por lo que se ve, francamente bien. Curioseando en esas páginas me he topado con esta anécdota. Cuenta, en su introducción a la vida de Pericles, que una vez en Roma Julio César viendo a extranjeros adinerados llevando en brazos y acariciando a perros y monos (sic) preguntó si es que en sus países de origen las mujeres no parían niños.
    Creemos que todo es novedoso y resulta que pocas cosas lo son, y aquella pregunta retórica que se hacía César es la misma que se puede hacer hoy cualquiera al ver esos videos de perros en los que los dueños ponen una y otra vez en boca, o en mente, de sus mascotas los epítetos daddy y mommy en referencia a ellos mismos, los dueños. Han pasado más de dos mil años y estamos igual que entonces; salvando el detalle menor de que hoy en día en lo que se refiere a animales de compañía hay una clara preponderancia de los perros sobre los monos.

sábado, 12 de agosto de 2023

A lo loco

    Ahora que vuelve la liga me acuerdo del “Loco” Bielsa. No parece aventurado decir que padecía una especie de trastorno obsesivo-compulsivo; algo frecuente en la profesión pero que en su caso era especialmente exagerado. Hay muchas anécdotas al respecto. Recuerdo, por ejemplo, las imágenes de un entrenamiento en las que corregía la colocación de un banderín para que quedase milimétricamente en línea con los demás. La importancia del detalle llevaba al extremo.
    He escrito que Bielsa padecía un trastorno y no me he quedado tranquilo. Padecía no es la palabra, ni sufría, porque si se tiene un trastorno, y todos tenemos uno, dicho trastorno a veces nos empeora la vida, otras nos la mejora y aún otras no tiene efecto alguno. Es así. Ninguna característica de la personalidad es mala per se. Bielsa era así, tenía esa forma de ser obsesivo-compulsiva. Y la sigue teniendo, supongo.
    Me gustaba escuchar a Bielsa en las ruedas de prensa. Cómo contestaba mirando para abajo y tomándose su tiempo para hilar las respuestas, titubeando a veces antes de dar con la frase adecuada. No le importaba la imagen que pudiera dar, se concentraba en lo que quería decir. Otro aliciente eran sus giros lingüísticos argentinos. Así se refería de vez en cuando al “trámite”. Costó mucho imponernos en el trámite o supimos equiparar el trámite que estaba descompensado. No es por aquí un uso habitual de la palabra pero se acaba entendiendo que lo importante en un partido es el trámite. En un partido y en la vida, claro.

miércoles, 9 de agosto de 2023

Sucedió

    Tres años y medio hace del confinamiento; lockdown, en inglés, en la novela de Elizabeth Strout (Lucy by the sea). Petros Márkaris también ha escrito un libro de cuentos que suceden durante de la pandemia. Muñoz Molina publicó el suyo (Volver a dónde) sobre aquellos días en su piso de Madrid. Dos cosas me llamaron la atención en este último. Por una parte la actitud desabrida de los de siempre que se hacía evidente en tantos balcones de su barrio al norte del Parque del Retiro. Por otra, el momento de debilidad personal que aparece por sorpresa (estoy contigo, Antonio).
    Habrá muchos más libros al respecto. Normal, ya que durante, digamos, dos años todo sucedió durante la pandemia. Y hemos cambiado, sí, pero hubiéramos cambiado también sin ella. Quién sabe si para bien o para mal. O para las dos cosas a la vez, seguramente.
    Hace tres años y medio estábamos confinados y las calles estaban desiertas. Me lo cuentan y no me lo creo. Bah, fantasías, mundos apocalípticos, formas de evadir el aburrimiento. Pero pasó, y en todo el mundo, más o menos. Un poco más más que menos. Dicen que 4500 millones de seres humanos fuimos expresamente conminados a recluirnos en nuestras casas. La construcción de la frase anterior me ha salido anglosajona, creo, Influencias de la cultura global.
    Si andamos por los 8000 millones de residentes en la Tierra me salen otros 3500 millones a los que no les fue solicitada la reclusión (otra vez construcción anglosajona; they were not required, aventuro). No lo sé pero supongo que en todos esos países —casi la mitad de la humanidad— la pandemia fue el menor de los problemas, o uno más en todo caso. Allí a nadie se le ocurrió elaborar teorías conspiranoicas ni hubo movimientos antivacunas.

domingo, 6 de agosto de 2023

You are welcome

    Reader friendly es como debe ser un libro si se pretende sacarle rendimiento (en opinión de algunos). Lo habitual es que un lector se acerque al autor y le diga que su libro le ha ayudado mucho porque él ha pasado por una situación similar. Es lo normal, a todos nos pasan las mismas cosas (y a todos se nos ocurren las mismas ideas). Como lectores nos gusta lo que nos reivindica, lo que nos deja en buen lugar ante nosotros mismos, que somos lo único que nos importa, o casi. El lector no se acerca al autor para hablarle de su libro sino para utilizarlo como excusa para hablar de sí mismo.
    No sé en qué medida he sido (soy) amistoso para el lector en este blog. Anteponer ese deseo de agradar a cualquier otro no es una prioridad en sí misma aunque lo sea de una manera indirecta. Si me pongo en el lugar del escritor, si pienso en lo de ser amistoso para el lector, me doy cuenta de que no es algo que me haya propuesto nunca. De hecho, hacerlo así, escribir algo para que guste a mucha gente, puede ser legítimo y comprensible si es para ganarse el pan, pero a la vez es una especie de traición a uno mismo, es comportarse como un sibilino tramposo.
    Lo que escribo es lo que siento, lo que me gusta. No por eso dejo de ser reader friendly, sigo siendo un hombre corriente y si soy amistoso para mí mismo lo seré también para los demás. Escribiendo de mí escribo de ti. Lo que no quita para que haya muchos, muchísimos, la mayoría, a los que no les guste; por suerte siempre habrá otros (otras), una inmensa minoría (JRJ), a los que sí; espero.