miércoles, 30 de agosto de 2023

Hologramas

    Despertarse en medio de un sueño aumenta las probabilidades de recordarlo. Deduzco también que ese sueño recordado debe de ser solo la punta del iceberg de todo lo demás soñado esa noche que no deja huella consciente alguna. También te habrás percatado (o pispado) de que en sueños pasan cosas que no son posibles en la vida real.
    El sueño fresco, recién pescado, de hoy ha sido que estaba sentado a una mesa y un familiar se sentaba enfrente y de alguna forma convocaba, sentados en cada una de sus rodillas, a dos imágenes en movimiento, dos hologramas, en los que reconocía inequívocamente a mi hermano y a mí mismo de niños.
    Egocéntrico como soy (y somos todos, cada uno en su medida sana o insana) me he maravillado de la luminosidad de mi imagen en blanco y negro en la que aparecía como un muchacho desenvuelto, de rostro expresivo y cabello ondulante. Me ha parecido la confirmación de una sospecha halagadora y engañosa que abrigo últimamente, la de que fui un niño, y sucesivamente un adolescente, un joven, etcétera, mucho más presentable en todos los sentidos de lo que siempre había creído ser.
    Al ver ese holograma me conmovía y se me saltaban las lágrimas de la emoción y la añoranza. Algo me impulsaba a alargar la mano y coger la suya aunque sabía que era un gesto inútil, que mi mano de carne y hueso solo atravesaría la imagen proyectada desde no sabía dónde.
    Ahora, al recordarlo despierto (creo), me doy cuenta de que el parecido del holograma con las fotos, no muy abundantes, de mi niñez es bastante remoto. Para empezar yo llevaba gafas y la imagen no. Pero el caso es que en el sueño ese chico; cuya mano he hecho, en vano, amago de tocar; ese chico luminoso, era yo.

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