jueves, 3 de agosto de 2023

Las reglas del juego

    Carson McCullers, Colleen McCullough, no me digas que no. Como escritoras están en las antípodas (una de otra). Por Colleen me enteré de esto que voy a contar. Cayo Mario —siete veces cónsul— fue quien introdujo las reformas que hicieron de la legión romana el mejor ejército de su tiempo. Ya metido en el ajo también se le ocurrió una mejora curiosa en el tema del armamento. En concreto algo referido a la lanza, al pilum romano.
    Había un problema con la lanza. Los legionarios las lanzaban (lanza, lanzar, tiene lógica) al enemigo y estos, a veces, las recogían y las enviaban de vuelta con mala intención. A Cayo Mario, o a algún otro que andaba cerca, se le ocurrió una solución: dividir la lanza en dos partes unidas por un mecanismo de sujeción que con el golpe contra cuerpo, escudo o terreno enemigo se desmontara dejando el arma inservible para un nuevo lanzamiento. Al acabar la batalla se recogerían los pedazos para volver a montarlas y listo.
    La idea, a la larga, no cuajó, demasiado lío tal vez. Bueno, ¿y cuál es la pregunta? La pregunta no es una pregunta, es más bien una observación a propósito del hombre y de la guerra (y de la mujer, que también se apunta a la pelea). La paradoja del armamento, el intento vano de matarse de forma ordenada. Quiero decir, matémonos, no hay problema con eso, pero pongamos un límite a la capacidad de destrucción. Nada de bombas nucleares, ni tan siquiera una pequeñita con uranio sin enriquecer. O nada de armas químicas, gas mostaza o lo que haya ahora. Tampoco bombas de racimo, que matan mucho. Que sea una guerra de caballeros, dispare usted primero por favor. Absurdo, claro. No sé en el amor pero en la guerra no hay reglas y la pistola es un invento lamentable porque parece obvio que el único propósito para fabricarla ha sido siempre poder meterle una bala en el cuerpo a otro ser humano.

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