martes, 28 de junio de 2022

Una posible explicación

    No es mi intención contar mi vida aquí. Entre otras cosas porque tiene poco que narrar más allá de una serie de hechos bastante previsibles. Mi esperanza es que como compensación a esa falta de acontecimientos memorables se pueda hablar de una rica vida interior, aunque no estoy muy convencido de que sea así.
    El caso es que hacía ya unos años que a unos amigos les rondaba la idea de hacer una excursión en bicicleta recorriendo las orillas del Danubio. La pandemia y sobre todo la desdichada muerte de uno de ellos habían impedido la realización del plan y parecía que este año tal vez pudiera llevarse a cabo, en gran parte como homenaje al fallecido. Serían cuatro días de primavera, viajes de ida y vuelta aparte, para pedalear sin ninguna prisa aguas abajo a través de Austria. Me gustaba mucho la idea. Iríamos cuatro. Seríamos tres en bicicleta y un cuarto de apoyo. Dormiríamos en hostales o casas rurales. Pararíamos en sitios pintorescos.
    Con ese viaje en mente, que imaginaba como digno de Goethe o Stendhal, pensé que sería conveniente documentarse antes de ir, apuntar algunos sitios de esos que se dice que son de obligada visita. Creía saber cual era el libro adecuado, uno que tenía pendiente desde hacía mucho tiempo, “Danubio” de Claudio Magris.
    Se acercaban las fechas previstas y el plan se reveló arduo, difícil de llevar a cabo. La razón principal era, es, que Austria está muy lejos para ir y volver en furgoneta. Sustituimos aquel romántico recorrido por otro en geografías más cercanas y conocidas. Pero, me dije, ¿qué culpa tiene Magris?, y hace unos días empecé a leer el libro. Voy por la página cincuenta y no es, lo confieso, una lectura fácil (para mí). No se limita al río y a una de estas escribe esta frase referida a la escritura: “Es posible que escribir signifique rellenar los espacios blancos de la existencia, esa nada que se abre de repente en las horas y en los días, entre los objetos de la habitación, y los absorbe dejando una desolación y una insignificancia infinitas”. “Es posible”, dice prudente; me permito resumir y retocar la frase para convertirla en una cita más al uso: Escribir es llenar los espacios en blanco de la existencia. Pequeños hallazgos como este hacen mi vida interior un poco más rica (o menos pobre).

sábado, 25 de junio de 2022

Tatoo

    “Tatuaje” fue una novela de Vázquez Montalbán. Fue y es, porque los libros nacen con vocación de permanencia. Ahora no la escribiría, un tatuaje ya no llama la atención. En la época histórica de los tatuajes marineros la razón de fondo para hacerse uno, la auténtica razón que yacía oculta y serena detrás de alguna excusa tipo paso del ecuador o amor (de pago) que te espera en un puerto exótico, esa razón no era otra que la facilidad que un tatuaje daba a la hora de reconocer un cadáver. Piénsalo, un cuerpo que ha permanecido en el agua a merced del tiempo, los elementos y los depredadores. Difícil de identificar salvo en los casos en los que un oportuno tatuaje, la consabida ancla, un amor de madre, cualquier símbolo religioso, permitían reconocer al infortunado marino y que la viuda, si la hubiese, pudiera cobrar algún tipo de pensión. Hoy en día, cuando los tatuajes han proliferado como una infección vírica, sirven al mismo propósito para aquellos que, por los motivos que sean, se ahogan en tierra firme.
    Quería hacer una introducción sobre el tema y esto es lo que ha salido; es igual, sigamos. Hay algo imprescindible a la hora de tatuar, disponer de un cuerpo. Por fortuna todos tenemos uno pero, me parece, además es muy conveniente que esté en condiciones: buen tono muscular, extremidades torneadas, piel tersa. Dijo San Pablo: tu cuerpo es un templo para tu espíritu y como tal debes tratarlo con respeto; no sé si eso incluía los tatuajes. Hablando de religión y exhibición del cuerpo me da qué pensar que las imágenes de santas y vírgenes vayan casi siempre bien tapadas, velo incluido, y la imagen de Cristo en la cruz esté casi desnuda. ¿De verdad llevamos tanta ventaja a los musulmanes? Sobre el tatuaje ayer u hoy no tengo ninguna respuesta pero puedo intentar alguna pregunta. ¿Por qué se hace alguien un tatuaje?, ¿por qué no se lo iba a hacer?, ¿para quién es en el fondo?, ¿por qué una chica se tatuaría un hombre desnudo?, ¿por qué se tatuaría nadie una chica desnuda?

miércoles, 22 de junio de 2022

La oscuridad del espacio exterior (II)

    Noticias del Cosmos. Titulares. Dentro de 4000 millones de años nuestra galaxia, la Vía Láctea, colisionará con Andrómeda, la galaxia en espiral más cercana. Esta no es una noticia de última hora. Me he enterado porque lo dicen en una serie. Hace mucho que se sabe, supongo, pero es que el tempo del Cosmos es otro, no tiene nada que ver con las minucias nuestras de cada día, guerras incluidas.
    Ampliamos la noticia. Para entonces el Sol irá para gigante roja y la Tierra, torrefacta, ya no contendrá vida; no al menos como la que hoy conocemos. Este pequeño detalle explicaría que a poca gente le interese y a nadie le preocupe ese encuentro futuro entre galaxias.
    La Vía Láctea ya se ha cruzado en el pasado con alguna que otra galaxia. La prueba son las estrellas de esas otras galaxias que han quedado enganchadas en la nuestra. Desconozco los detalles técnicos. Cuando decimos colisión igual no acertamos porque lo que más hay en una galaxia es hueco, vacío; así que tiendo a imaginar que lo que pasará, tal vez, será que las dos galaxias se cruzarán sin tocarse, o casi, algún chispazo, chapa y pintura, y lo que veríamos si fuéramos testigos desde el sistema solar o proximidades sería una especie de lluvia de estrellas fugaces pero a lo grande, un auténtico baile de los astros. Para ambientar la película en la banda sonora habría que incluir, homenaje a Kubrick, “El Danubio Azul”.

domingo, 19 de junio de 2022

La oscuridad del espacio exterior

    El robo del siglo o, mejor dicho, el mayor robo de este periodo interglaciar en el que estamos es el perpetrado por la astrología a la astronomía. Parece mentira que una seudociencia que sostiene, por ejemplo que el planeta Venus regula el mundo del amor y los deseos (¿por qué?) le haya robado el nombre a la ciencia natural que estudia los cuerpos celestes del universo. La astrología avergüenza, la astronomía fascina.
    De vez en cuando el periódico trae alguna noticia referida al cosmos ahí fuera. Es lógico; si hay una sección local, otra regional, otra nacional y otra internacional es de justicia que haya otra universal para completar nuestra visión del mundo, que es de lo que se trata. Ahora bien, el universo es un misterio. El otro día una científica comentaba que el noventa y cinco por ciento de la materia del universo es “materia oscura”; un hipotético tipo de materia de la que se desconoce su composición, vamos que ni idea de lo que es.
    Esto me ha recordado los mapas de hace unos siglos, tampoco tantos, donde las partes un poco más lejanas aparecían con la leyenda “terra incognita” (dragones no había, desde luego). La historia se repite; ellos, terra incognita, no sabían y nosotros, materia oscura, no sabemos. La diferencia, curiosamente, es la escala. Aquella ignorancia era a escala planetaria, la nuestra se expande a todo el universo. Se puede decir, con fundamento, que nuestra ignorancia es astronómica. 

jueves, 16 de junio de 2022

Mi amor entero

    Mi amor entero es de la hija de Rainiero, cantaba Moncho Alpuente. Parece que fue ayer. Qué frase esta, parece que fue ayer, quién sería el primero que la dijo, un genio en mi opinión. Ahora no se le da ningún mérito pero la veo hasta poética. “Ayer” suele ser justo justo lo que recordamos, “anteayer” se deshace en una bruma tipo puré de guisantes (este símil creo que es británico, Londres y eso).
    Parece que fue ayer cuando me enamoré de Carolina. Aquel verano ella tenía diecisiete años y yo uno más, dieciocho; pero mentalidad de catorce, calculo. “Me enamoré” es una forma de hablar, “me cautivó” es quizá más apropiado. Me cautivaron, en concreto, sus fotografías en las revistas. Imágenes en bikini, especificando un poco más. Del color, amarillo tal vez, no estoy seguro; del bikini sí, seguro, segurísimo y de su belleza adolescente, de su esbeltez y su saber estar en la piscina, con casi todo el mundo pendiente de cada movimiento suyo y ella bella e impertérrita, un poco lánguida, con un esbozo de sonrisa, ajena a los paparazzi y a todo lo demás, gentil con sus acompañantes, espléndida en su papel de princesa. O de falsa princesa, porque Mónaco es un reino de juguete (aunque si lo piensas todas las princesas son falsas, y los príncipes también). Quién conquistará su corazón, decían las revistas, será un príncipe, un millonario, un buen chico o un cazadotes. Ni idea de la posible identidad del afortunado, lo único seguro era que no sería yo.

lunes, 13 de junio de 2022

Tormenta

    Ningún invento humano ha superado a la lluvia. Lo dijo Mary Oliver que era poeta y lo repito aquí porque es verdad; incluso cuando cae como una catarata desinflada, en la genial expresión de Aroa Moreno Durán (en su novela “La hija del comunista”). Entre las modalidades de lluvia mi preferida es la tormenta de verano. Una subcategoría es la tormenta de verano en primavera. Es que lo tiene todo, atañe a los cinco sentidos con sus relámpagos y truenos, el olor a ozono y a tierra mojada y el agua que cae, que jarrea (es bonito “jarrea”), el agua que si las condiciones (la temperatura y la polución) lo permiten podemos dejar correr por la piel y los labios.
    Eso pasó ayer y ha pasado esta noche (qué bien oírlo desde la cama) y ha seguido intermitente por la mañana. Tormentas honestas que avisan con sus nubarrones negros en la distancia y algún que otro resplandor que pone en marcha mi cronómetro mental; mil uno, mil dos, mil tres, mil diez, hasta que llega el trueno y puedo calcular, más o menos, que el rayo ha caído a unos tres kilómetros y medio (pero, ¿ha causado algún daño?). Así que da tiempo de refugiarse y abrigarse si hace falta y de disfrutar con el espectáculo de luz y sonido, y de la cortina de agua que cae bien inflada en el momento álgido del fenómeno. Claro que la suerte es que por aquí las tormentas no suelen ponerse desagradables convirtiéndose en huracanes o tornados. Como llegan se van; cesa la lluvia, se alejan los resplandores, el retumbar de los truenos se va apagando y ahora resulta que el cielo es azul azul.

viernes, 10 de junio de 2022

Según el horario previsto

    En el reloj de la cocina el segundero no se mueve a saltos sino de forma continua (en apariencia). Tiene algo de hipnótico ese avance implacable. Se me hace raro que no suene el tradicional tictac, aunque ahora que lo pienso no me extrañaría que ese tictac estereotipado ya solo suene en nuestra imaginación. Por otra parte me asombra que con una simple pila de voltio y medio esa aguja (y las otras dos más despacio) gire y gire durante, no sé, un año por lo menos.
    Nos pasamos el día mirando el reloj; el reloj despertador, el de la cocina, el de pulsera, el del móvil, el del ordenador, el del coche o, en plan retro, el de la fachada del ayuntamiento o el de la torre de la iglesia. Puede que saber la hora nos dé la sensación de que tenemos el tiempo bajo control y aumente la seguridad en nosotros mismos. Así no nos hace falta pensar, el reloj nos va indicando lo que tenemos que hacer, cuando tenemos que comer o echar la siesta o salir de paseo o tomar el café o ir a trabajar o acostarnos. Es el metrónomo que nos marca el paso y nos instala confortablemente en la rutina.
    Si nos falla esa referencia, si perdemos la conexión GPS que nos confirma la hora Greenwich, reaparecen las dudas existenciales que de ordinario intentamos obviar y nos encontramos perdidos y desorientados, a la deriva en esta vida que viene a ser el turno fugaz de un tripulante más bien superfluo de la nave espacial Tierra.

martes, 7 de junio de 2022

Sobre la pera

    Consideremos la pera. La pera, el fruto; o la fruta. No he sido gran comedor de peras hasta hace poco que me he aficionado. Tampoco soy un conocedor: pera conferencia, pera limonera, esas otras pequeñas con nombre de santo que suelen estar bastantes duras, no sé. Tengo la suerte de que los alimentos más sencillos son los que más me gustan. El pan, por ejemplo; me gusta el pan.
    La pera sabe bien y quita la sed. No todas salen buenas, claro. He oído que la madera del peral es buena para tallar filigranas (cómo te quedas, manzano). Luego está la forma, la muy particular, característica forma de pera. Por eso se llamaba así, pera, aquel interruptor que se colgaba antaño sobre la cabecera de la cama para poder apagar y encender la luz sin levantarse. He conocido esas peras y nunca se me ocurrió mirar a dónde iba el cable.
    La pera me parece un fruto, una fruta, más apropiado que la manzana para el árbol de la ciencia del bien y del mal. Una vez íbamos en autobús y paramos en un lugar cercano a la frontera entre Bélgica y Alemania. Junto al arcén había unos manzanos que exhibían unos frutos enormes (de país superdesarrollado). Cogí uno y lo mordí. Esto parece que no viene a cuento pero mencionar el árbol de la ciencia me lo ha recordado. Me cuesta calificar como robo el acto de coger un fruto de un árbol. Si fuera yo el dueño del manzanar pensaría distinto. Con perales es peraleda. Se me han cruzado las manzanas y no quería.
    La pera. La piel suele ser fina y también es comestible, debería limpiarla pero rara vez lo hago. A veces me queda en la boca algo de ese pellejo que no acaba de pasar y lo descarto. Descartar quiere decir, aquí, echarlo a la basura (a la basura orgánica) con el tallo (o pedúnculo o rabo), el núcleo (u ovario) y la parte esa de abajo, opuesta al tallo, que no sé como se llama.

sábado, 4 de junio de 2022

Miedo a la oscuridad

    Con pocos años nos dejaban la luz del pasillo encendida y la puerta del cuarto entreabierta porque nos daba miedo la oscuridad. Nunca pregunté pero supongo que pasados pocos minutos ya estábamos dormidos y mi padre o mi madre apagaban la luz. Debíamos de dormir como lirones. Hoy ni duermo tan bien ni me da miedo la oscuridad, o no tanto. Tampoco tengo miedo a los fantasmas ni a los muertos vivientes, ni lo tendré mientras no me encuentre con alguno.
    Miedos sigo teniendo; miedo al sufrimiento, miedo a la violencia, a las alturas (a caerme de esas alturas). También tengo miedo a la muerte pero lo pienso y concluyo que solo hay que tener miedo, con razón, a la muerte de los demás. Que se muera otro siempre hace sentir algo de alivio culpable (aún no me toca) pero cuando ese otro es alguien cercano se sufre, sí. Más si esa vida ha sido más breve de lo que se esperaba, si la muerte ha llegado a destiempo. Morirse uno mismo, una vez pasado el trance, no nos va a causar más dolor ni físico ni psíquico, me parece. Esa si que va a ser la oscuridad definitiva.
    Todas las vidas se acaban pero mientras duran son eternas. La suerte nos puede dar una vida larga y lo mejor que le puede pasar a una vida larga es que se acabe. Está bien morirse (a su tiempo) porque la vida solo existe porque existe la muerte y la muerte solo existe porque existe la vida. Y si no existieran la vida y la muerte no existiría nada. Gracias por tanto a la vida y a Mercedes Sosa; y gracias también a la muerte; por estar ahí, por hacer posible la vida.

miércoles, 1 de junio de 2022

En la colegiata

    La colegiata está a 22 kilómetros de casa. Los tengo bien medidos por las veces que he ido hasta allí en bici. Desde el pueblo hay una estrada o calzada que va más o menos en línea recta pero en bici hay que ir por la carretera en cuesta que traza una gran ese de unos dos kilómetros.
    Se le suele llamar colegiata pero colegiata era antes, hasta finales del siglo XIX. Luego durante décadas estuvo abandonada y en estado ruinoso hasta que hace unos cuarenta años se reconstruyó y ahora es un convento cisterciense, debe de haber tres o cuatro monjes. También hay una hospedería porque por allí pasa una variante del camino de Santiago. En la entrada que da al oeste hay una pequeña tienda donde, además de estampas y rosarios, ofrecen productos de otros monasterios de la orden como quesos o vino.
    Las veces que he ido a lo largo de los años apenas he visto a nadie, para la tienda hay un timbre. Como solo voy con buen tiempo cuando entro al patio interior me envuelve la luz del sol y la calma. Hay un pequeño claustro y al lado la iglesia que está siempre abierta, para entrar no hay más que empujar la rotunda puerta de madera. Dentro se nota el frescor y el silencio, que es el mismo de fuera pero sin el susurro del viento ni el canto ocasional de algún pájaro. Me gusta acariciar la madera pulida y mil veces encerada de los bancos. Tampoco he visto nunca a nadie en esa iglesia.
    Cuando llego a la altura del retablo no sé qué hacer, si santiguarme o no. El sitio sobrecoge un tanto. Mi postura religiosa es que no tengo postura, no sé y además me temo que lo que opine es completamente irrelevante. Pero algo hace que me santigüe. Por si acaso, se podría decir; además no hago daño a nadie y a mi madre le hubiera gustado.