martes, 7 de junio de 2022

Sobre la pera

    Consideremos la pera. La pera, el fruto; o la fruta. No he sido gran comedor de peras hasta hace poco que me he aficionado. Tampoco soy un conocedor: pera conferencia, pera limonera, esas otras pequeñas con nombre de santo que suelen estar bastantes duras, no sé. Tengo la suerte de que los alimentos más sencillos son los que más me gustan. El pan, por ejemplo; me gusta el pan.
    La pera sabe bien y quita la sed. No todas salen buenas, claro. He oído que la madera del peral es buena para tallar filigranas (cómo te quedas, manzano). Luego está la forma, la muy particular, característica forma de pera. Por eso se llamaba así, pera, aquel interruptor que se colgaba antaño sobre la cabecera de la cama para poder apagar y encender la luz sin levantarse. He conocido esas peras y nunca se me ocurrió mirar a dónde iba el cable.
    La pera me parece un fruto, una fruta, más apropiado que la manzana para el árbol de la ciencia del bien y del mal. Una vez íbamos en autobús y paramos en un lugar cercano a la frontera entre Bélgica y Alemania. Junto al arcén había unos manzanos que exhibían unos frutos enormes (de país superdesarrollado). Cogí uno y lo mordí. Esto parece que no viene a cuento pero mencionar el árbol de la ciencia me lo ha recordado. Me cuesta calificar como robo el acto de coger un fruto de un árbol. Si fuera yo el dueño del manzanar pensaría distinto. Con perales es peraleda. Se me han cruzado las manzanas y no quería.
    La pera. La piel suele ser fina y también es comestible, debería limpiarla pero rara vez lo hago. A veces me queda en la boca algo de ese pellejo que no acaba de pasar y lo descarto. Descartar quiere decir, aquí, echarlo a la basura (a la basura orgánica) con el tallo (o pedúnculo o rabo), el núcleo (u ovario) y la parte esa de abajo, opuesta al tallo, que no sé como se llama.

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