miércoles, 29 de diciembre de 2021

Las chicas de las maletas

    Como un fenómeno estacional, cíclico, vuelvo a ver a las chicas de las maletas. Pasa siempre en estas fechas y en otras en las que son habituales los desplazamientos. Las maletas son esas con ruedas y mango extensible, uno de los inventos que más ha contribuido a la movilidad de la gente. Las chicas son estudiantes que van o vienen a sus universidades. Puede que estén haciendo un curso de economía en Barcelona o de arquitectura en Londres o de psicología en Lovaina. O igual ya han acabado la carrera y tienen un trabajo en Salzburgo o en Madrid. O es un viaje de vacaciones.
    Caminan resueltas, airosas, seguras de sí mismas. Llevarán ropa cómoda y calzado deportivo, el pelo recogido en una coleta o en un moño improvisado en lo alto, tal vez con un pañuelo anudado. Todas, todas, arrastran una maleta por la acera o la estación de autobuses o el aeropuerto. Necesitan bastantes cosas para viajar; mucha ropa, objetos de aseo, libros, un portátil. Casi siempre cargan además con una mochila o un gran bolso. En cualquier momento echarán mano de su botellín de agua, siempre bien hidratadas, y consultarán el móvil donde tienen el billete del bus o la tarjeta de embarque del avión. Las chicas de las maletas, decididas a aprovechar el tiempo, a mejorar el mundo, a sonreír a la vida.

domingo, 26 de diciembre de 2021

Algoritmo

    Creía, inocente, que se me daban bien las matemáticas. Nada más lejos, no se me dan bien; las matemáticas son muy complejas (la filosofía también). Lo que se me da bien, siempre que se trate de cantidades asequibles, son las cuatro reglas, suma, resta, etcétera, y, muy importante, la regla de tres. Con esas cuatro más una cinco reglas puede uno manejarse por la vida, o eso me dice la experiencia. Jamás me he encontrado en una situación práctica, incluida una declaración de la renta hecha a pelo, que requiriera una ecuación de segundo grado; ni de primero, diría. La regla de tres la trabajo mucho, me atrevo a recomendar su uso como ejercicio para mantener la mente afilada.
    Dice uno que el estado natural del tiempo es el pasado, ya que es en lo que se convierte nada más nacer. Cierto, si suponemos que el futuro no existe. En cualquier caso somos seres en el tiempo; no fuimos, somos y lo más seguro es que no seremos. Una cuestión previa sería determinar cuál es la diferencia entre vivir y no vivir; el clásico ser o no ser. En términos absolutos comparando el tiempo de una vida con todo el tiempo del mundo, con la eternidad, aquella diferencia es despreciable, es casi cero. Sin embargo, si recurrimos a las matemáticas desde otro ángulo, si dividimos el tiempo de una vida entre el tiempo de una no-vida el resultado es infinito. Una vida lo es todo.
    Pero, ¿qué pasa cuando la vida se acaba? ¿Hay en ese caso alguna diferencia entre haber sido y no haber sido? Aquí se complica el cálculo, ya que el concepto “haber sido” resulta de lo más huidizo, y es cuando echo de menos una mayor solvencia matemática. Una vida es un cometa que pasa veloz y deja un rastro. Ese vestigio es una anomalía en el tiempo y es efímero, se va difuminando hasta que se desvanece por completo. Alguien debería, partiendo de las variables que atañen a la vida de un ser humano, confeccionar un algoritmo que permita concretar caso a caso cuál es la diferencia entre haber vivido y no haber existido nunca.

jueves, 23 de diciembre de 2021

Sol y sombra

    Cruzo la pasarela sobre la ría y me sorprende ver una franja de sombra en la fachada de la universidad. En días despejados como hoy esa fachada, orientada hacia el sur, ha estado recibiendo la luz del sol, sin obstáculos de por medio, durante los últimos cien años, por lo menos. La franja de sombra, que me da frío con solo verla, se debe a la torre de la Corporación. La torre está bien separada de la universidad, no menos de 300 metros, calculo, pero estos días de diciembre el Sol está bajo en el horizonte (preguntado un transeunte en la tele diría que está superbajo) y la torre proyecta lejos su sombra ominosa y opresiva. Ese sol rasante engaña y aparenta estar no mucho más allá de esas montañas sobre las que se asoma. Para explicarme a mí mismo la situación visualizo la Tierra girando muy escorada, poniéndonos a los pobres homúnculos en riesgo de despeño al vacío sideral.
    De pronto comprendo por qué los antiguos (y algunos modernos) han considerado que el Sol es un dios. Tal creencia es lo más natural, a falta de más información. El Sol nos da la vida, o nos la mantiene, nos da la luz y no se le puede mirar directamente porque si lo haces te deja ciego, lo que sería la demostración práctica de su naturaleza divina.
    Hasta ahora lo sabía como un dato: dios egipcio del Sol, dos letras, Ra; o con los antiguos griegos Helios o Inti entre los incas. En su inocencia aquellos antepasados consideraban que esa bola de fuego era un ser muy poderoso. Ahora le veo sentido, no eran tan inocentes, porque lo del Sol no es normal. Me doy cuenta de eso y también me doy cuenta de que es tarde para darse cuenta y de que esto de darme cuenta de algo me pasa mucho de un tiempo a esta parte; lo que me hace sospechar que, en realidad, debo estar pasando por el mundo sin darme cuenta de gran cosa.

lunes, 20 de diciembre de 2021

Oasis

    A un conocido propenso a la depresión el médico le ha recomendado no ver los informativos. La verdad es que a mí tampoco me convienen. Decía un dicho periodístico que noticia es un accidente con un muerto en tu barrio, o con cuatro en Roma, o treinta muertos en Turquía. ¿Y en China?… ¿en China? ¡allí nunca pasa nada! Eso era antes, cuando China estaba muy lejos. Ahora también es noticia lo que pasa en China, pero no lo bueno, que de eso seguimos sin enterarnos. Cualquier suceso atroz ocurrido en el sitio más lejano nos llega puntual. Todo se vuelve global y lo malo vende.
    Luego están las cosas pequeñas, noticias de aquí mismo como esta: el servicio de bicicletas eléctricas está en peligro porque cada día vandalizan unas sesenta (bicis). Una cosa que hacen, por ejemplo, es darles martillazos. Otra, tirarlas a la ría. ¿En qué fallamos? Mi reacción ante ese tipo de noticias es la tristeza. Quizá debería indignarme, pero soy un flojo, solo me pongo triste.
    Después lo escribo aquí, en esta página a la que, justicia poética, por gentileza de Google (al César lo que es del César) se puede acceder desde cualquier rincón del planeta (y si no se puede hago un llamamiento a los censores correspondientes para reivindicar 
su contenido inocuo y la libertad de expresión). No sé lo que durará este blog, no depende de mí (mi única arma es seguir actualizándolo) pero mientras dure, me parece, es un remanso de paz, un oasis. Internet es una selva, es el sitio donde el idiota al que se refería Macbeth cuenta su historia llena de ruido y furia que no significa nada. Aquí, por el contrario, no hay anuncios, ni vas a conocer el desgraciado final de nadie, ni ver lo viejas que están las bellezas de antaño. Aquí solo hay lo que lees, un rumor de historias, a veces tristes, que quieren significar algo.

viernes, 17 de diciembre de 2021

Pensamiento fugaz

*Intersecarse. Geom. Dicho de dos líneas, dos superficies o dos sólidos: Cortarse entre sí.

    Me suelo preguntar, no sé si es normal, cómo funciona la mente, cómo pensamos. No he llegado a ninguna conclusión. Lo que sí tengo, por si acaso, es el nombre para una teoría al respecto: teoría general de la fugacidad del pensamiento. Las ideas son así, pasajeras, por lo menos las mías; además de incompletas e imperfectas, casi siempre. No surgen solas, no se nos ocurren sin más. Somos más bien filtros, alambiques que destilan pensamientos a partir de lo que hemos ido captando por medio de los cinco sentidos, y tal vez del sexto.
    La mente es como ese juego chino, el tangram; las piezas geométricas serían las experiencias. Nuestra tarea es combinarlas para formar, por ejemplo, la figura de un pato y completar así un pensamiento-pato, por ponerle un nombre. Pero la cabeza no puede parar y una vez que ha cuajado una idea, o la sombra de una idea, esta se deshace para probar otra combinación de las piezas, pon que ahora sea un pensamiento-elefante, y así ad infinitum.
    Desde hace tiempo tengo un pensamiento a medias. El tema es la exposición que hace de sí mismo el que escribe algo. Esto va unido a la sospecha de que la única intimidad que se puede contar es la propia. Pensaba en ello y no sabía que para ese tangram me faltaba una pieza. La he encontrado, sorpresa, en el video de la presentación del libro de Jokin. Dice Jokin, entre otras cosas, que no es lo mismo lo íntimo que lo privado, que se puede hablar de intimidad sin estar contando la vida de uno, entiendo. Con esa pieza el rompecabezas me ha quedado así: en la escritura lo íntimo y lo privado son dos esferas diferentes; aunque es normal, incluso frecuente, que a veces se intersequen.

martes, 14 de diciembre de 2021

Después de la lluvia

    Bailando en la oscuridad o a la luz de la luna o bajo la lluvia; opciones hay, aunque supongo que en los tres casos es en verano. No apetece, en diciembre, bailar bajo la lluvia, y ocasión ha habido porque no paraba de llover. Oía de noche el fragor del río, podía imaginarme las aguas turbulentas bajo la lluvia y en la oscuridad pero no a la luz de la luna, porque esa luz brillaba por su ausencia. Expresión equivocada, me quito un punto. Finalmente no llegó la sangre al río. No digas nada, me quito otro punto. Quiero decir que volvió la normalidad... no la prepandémica, esa no; me quitaría otro punto pero estoy a cero. Mejor vuelvo a empezar.
    “Bailando en la oscuridad” (Dancing in the Dark) fue un éxito de Bruce Springsteen y, no sé, es curioso, vuelvo a ver el video (250 millones de visitas) y Bruce está resplandeciente, varonil, apolíneo, exultante, cuando la canción, detrás de una engañosa pantalla rítmica y riffs de sintetizador, lo que dice es que está deprimido: “tío, estoy cansado y aburrido de mí mismo”. No se le dio importancia. Luego ha contado que en pleno éxito sufrió episodios de depresión, quién lo diría.
    Confieso que aunque me gustan sus canciones escuchar más de dos seguidas me da dolor de cabeza. Hoy, después de las lluvias, a solo siete días de la noche más larga del año, brilla el sol, no estoy deprimido (sumo un punto) y pongo “En la calle” (Out in the Street). Esta la compuso en un momento bueno; la parte que más me gusta, por supuesto, es el “oh-oh, oh-oh, ooh”.

sábado, 11 de diciembre de 2021

El rollo de color

    Spotify sabe lo que escuchas, siempre que tengas Spotify. Casi seguro que Angela no tiene, yo tampoco, por eso nadie conoce nuestros gustos musicales; o casi nadie. Angela tenía veinte años cuando escuchó esta canción por primera vez y se quedó con ella, por la edad, supongo. Ahora lo ha recordado y el título es un hallazgo: “Olvidaste el rollo de color” (Du Hast den Farbfilm Vergessen).
    La canción es divertida, una pareja ha ido de vacaciones y la chica le reprocha a su novio que ha olvidado el rollo de color para la cámara de fotos. Además, o sobre todo, es una sutil crítica a una sociedad gris y aburrida. Es divertida pero es alemana y los alemanes no suelen componer nada que no se pueda tararear con una jarra de cerveza en la mano. Ahora, 47 años después, un rollo de color es un recuerdo nostágico y aquel título una deliciosa metáfora vintage. La cantante, Nina Hagen, también rondaba los veinte años, por cierto, y ya apuntaba maneras de diva punk, aunque aún no era alérgica del todo a los sonidos armónicos.
    La fotografía analógica en blanco y negro, como técnica, sigue siendo la preferida de muchos artistas; pero para el día a día, en las relaciones humanas, es mucho mejor el color. Así que si estos días invitas a alguien de habla alemana puedes añadir como advertencia final “vergiss die Farbfilm nicht” (no te olvides el rollo de color), y guiñas un ojo. Le hará gracia.

miércoles, 8 de diciembre de 2021

La mejor cualidad de un libro

    La mejor cualidad de un libro es la paciencia. Da igual que sea un libro bello o antiestético, que su discurso sea sabio o ramplón; esperará paciente en la estantería de una biblioteca, librería o casa particular. Allí estará, catalogado, localizado y dispuesto a saltar a la cancha en cuanto se requieran sus servicios, bien porque la biblioteca ha recibido una petición de préstamo o la librería una solicitud de adopción (de compra hablando en plata). Los ejemplares más afortunados cuentan con un exlibris, lo que viene a ser una declaración de amor por parte de un bibliófilo o coleccionista.
    Supongo que a un libro le gusta estar limpio y bien conservado, aparentar menos años de los que tiene; pero el tiempo siempre pesa, y los libros también mueren. Un libro dura poco a la intemperie; la humedad, el agua, es mortal, la sequedad también, a la larga. Puede que lo hayas visto en alguna película: un tomo reseco colocado en el centro de una cámara subterránea en un atril iluminado por un rayo de sol que penetra por una abertura estratégica en la bóveda de piedra. El título y el autor son perfectamente legibles, puede que se trate de la obra de un alquimista, o un libro de conjuros o los anales de un reino milenario. Suena una música de John Williams y en el momento en que la mano del explorador que lo acaba de encontrar, el Indiana Jones de turno, lo toca, el libro, que no contiene ni un solo átomo de humedad se desvanece en una nube de polvo.
    Aún así, aún sabiendo que no es inmortal, un libro no tiene prisa, confía en que al final, tarde o temprano, pasen unos años, varias décadas o incluso siglos, llegará el momento en que alguien lo cogerá entre sus manos, lo abrirá, leerá la primera frase y, poniéndonos en lo mejor, en ese preciso instante comenzará una nueva era.

domingo, 5 de diciembre de 2021

De la edad

    Las ventajas de cumplir años. La principal es que cumplirlos es la prueba de que sigues vivo. No estoy seguro de que haya alguna más. Que se madura, a veces. Unos maduran y otros no, un poco como los pimientos de Padrón. Ahora bien, a la larga acumulando años (casi) siempre llega un momento en que estorbas. No lo digo por mí que todavía soy joven, joven entre comillas o en sentido figurado o de alguna extraña manera. Por ahora no estorbo, no demasiado. También llega una edad en la que un hombre, o una mujer, se vuelve invisible para el mundo en cuanto a atracción física. Cosas que pasan, pequeñas desventajas frente a la bicoca de seguir respirando. Que quede claro: nadie es culpable de la edad que tiene.
    Bien pensado el número de años que lleve uno sobre la tierra es un dato anecdótico. En general me parece que no somos conscientes de la edad, y solo nos damos cuenta del todo cuando reflexionamos sobre ello o cuando nos vemos en un espejo, con el susto consiguiente. En nuestro interior, en nuestra cabeza, en el hilo de nuestros pensamientos, somos otra cosa, somos una inteligencia atemporal. Ahí es, tal vez, el único lugar en que podemos ser forever young, jóvenes para siempre.
    El mejor ejemplo que se me ocurre, la actividad en la que te miras y te ves reflejado de la forma más atractiva, no es otra que la escritura. El ente más o menos perspicaz que escribe, que da forma a sus divagaciones o narra una historia, no tiene edad, no está lastrado por las leyes de la física, es una especie de espíritu puro. Esa es una de las razones por las que poner palabras en fila con más o menos sentido puede resultar tan reconfortante.

jueves, 2 de diciembre de 2021

Vecinos

    Las vidas de los otros son territorio desconocido que exploramos con la esperanza de entender un poco mejor el mundo. Lo mismo pasa cuando recorremos, embargados por una emoción un tanto morbosa, una casa ajena en ausencia de sus moradores. De eso va el cuento “Vecinos” de Raymond Carver. Se trata de una pareja que queda a cargo del apartamento de al lado, de regar las plantas y dar de comer a la gata. El primer día el marido se pone a husmear en el piso, y en el baño, dentro del botiquín, encuentra un frasco de píldoras con una etiqueta que dice: “Harriet Stone, tomar una al día”. Entonces Bill, el que husmea, se mete el frasco en el bolsillo; así, por las buenas.
    Pensé al leerlo que aquel gesto tenía que ser significativo en la narración. Por un lado, algo le pasa a la vecina: tiene alguna enfermedad, toma tranquilizantes o son solo vitaminas o quizá anticonceptivos. Luego está el hecho de que Bill se guarde el frasco. Todo parece indicar que estamos ante un ejemplo del principio del arma de Chéjov: si haces aparecer una pistola en el primer acto alguien tendrá que dispararla en el último; y el corolario, la enseñanza para aprendices de escritores, si no sucede así es que ese elemento narrativo sobra; si es teatro no des trabajo en balde a los de atrezzo o, en general, no cuentes cosas que no sean pertinentes. Así que uno lee, de buena fe, el resto del relato esperando el disparo, que pase algo a cuenta de las píldoras; pero resulta que no, el cuento progresa adecuadamente, termina con un truco efectista y del frasco no se supo más.
    Hay dos posibles explicaciones. La primera es la de Billy Wilder: nadie es perfecto; o Carver lo dejó pasar o a mí se me escapa algo. La segunda es otro hecho bien conocido y a la vez inquietante para los admiradores de Carver. En este segundo supuesto el responsable sería Gordon Lish, editor y amigo personal del autor. Lo resumo en un titular: El minimalista era Lish, no Carver. Raymond Carver confió plenamente en Gordon Lish a la hora de editar sus cuentos. “Vecinos” está incluido en su primer libro. En esa época Carver era alcohólico en ejercicio. Lish vio el potencial de sus escritos y lo que hizo, más que peinarlos, fue eliminar greñas a tijeretazos. Lo de las píldoras sería un mechón que quedó suelto.