lunes, 31 de mayo de 2021

Ir al taller

    Quería decir algo sobre ir al taller, sobre el hecho de participar cada miércoles en esa clase práctica de literatura. No es fácil, porque no es fácil hablar de sensaciones y sentimientos. Digo “ir al taller” y me veo yendo, en cuerpo y alma, por la pasarela sobre la ría. En la pasarela ya se empieza a notar el ambiente universitario, y en mi caso a sentirme un poco intruso, por la edad.
    Desde febrero el trayecto hasta el aula es más largo. Esa aula es el lugar ideal para una reunión clandestina. Avisada la policía tardarían al menos media hora en encontrarla en el laberinto ignaciano que es ese edificio. Los jesuitas no dan puntada sin hilo. No está de más recordar que ahora mismo tienen un agente infiltrado en el Vaticano, y en un puesto bastante importante.
    Para llegar hasta allí en vez de seguir por el corredor de baldosas no-amarillas de la planta baja subo las primeras escaleras y voy por el pasillo del primer piso. Es otro mundo. Así como abajo hay un flujo constante de alumnos, flujo vivificante, eso lo reconozco; el primer piso está muy poco concurrido. Sin embargo, o tal vez por eso mismo, un día vi al rector en persona. Luego me fijé y tiene ahí su despacho, lo pone en una puerta.
    Me gusta ese pasillo. Para empezar el suelo es de madera, me parece un lujo. Luego está la luz de los ventanales, que dan al sur, a los dos claustros con sus palmeras. Igual es que ya llueve menos por aquí, pero los días de taller casi siempre ha hecho buen tiempo, casi siempre. He desarrollado una asociación refleja, lo explicó Pavlov, sol más pasarela, taller de literatura. “Literatura” viene de “letra”, y si a “literatura” le quitas “letra” queda “itura”; es un hecho.
    Ese pasillo del primer piso, a la tarde, con el sol, parece algo. Hasta los cuadros. Hay tres cuadros enormes y oscuros, de santos. Estarán ahí porque no sabían donde ponerlos. Desde ese pasillo se accede, también, a dos capillas, una románica y la otra gótica, así están rotuladas. La románica no la he visto. La gótica es una sorpresa, todo un templo ahí escondido.
    Hasta aquí he escrito bastante y he dicho poco, o nada. Pero un lector atento puede que haya percibido algo entre líneas. El tema sigue siendo ir al taller. La razón primera de que vaya es que mi hija también fue alumna. Esto es lo que escribió al respecto (la pista definitiva):

    12 de febrero de 2014.
    He vuelto a ir al taller de literatura. Qué feliz me siento hoy. Qué afortunada.

viernes, 28 de mayo de 2021

Antes, ahora y luego

    Se han encontrado en una cueva de Cantabria unas huellas de pies de niños de hace 16.500 años; siglo arriba, siglo abajo. Me asombro, una vez más: un niño pisa en el barro (¿en el barro?, ¿sí?), pasan dieciséis mil años y ahí sigue la huella, incólume. Están en un sitio “de difícil acceso”, no podía ser de otra forma; en un recoveco del fondo, supongo. Los investigadores han deducido que los niños estarían jugando. Los niños jugando en el fondo de la cueva, bien. Me imagino al padre, o a la madre, comentando junto al fuego, por la tarde: Estos niños, todo el día encerrados en casa, a su edad yo me pasaba la vida en la calle.
    Es mi impresión que el comentario se ha ido repitiendo a lo largo de la prehistoria, primero, y de la historia, más recientemente. Estoy convencido de que Julio César lo dijo más de una vez. Por mi parte, cuando era niño, me acuerdo perfectamente, los sábados a la tarde veía en la tele “Flecha Rota” (una serie de una media hora) y luego salía a la calle a jugar a que era un guerrero indio que cabalgaba en su caballo imaginario, a pelo o con una simple manta imaginaria. Mientras correteaba imitaba los sonidos del jinete y sobre todo los del caballo, el ruido de los cascos y los relinchos. Y le azuzaba dándole palmadas en la grupa (dándome palmadas en el culo). Supongo que no demostraba excesiva inteligencia, pero, ah, entonces, cuando jugábamos libres en la calle…
    Así seguimos, no hemos avanzado ni un paso. Hace bien poco se lo he oído decir, una vez más, a alguien de poco más de veinte años: los niños de ahora ya no juegan en la calle como hacíamos “nosotros”. De este hecho, al parecer incontrovertible, se derivaría una parte, al menos, de la miseria general del momento. Dentro de cien años dirán lo mismo. Y dentro de mil, si seguimos en el planeta (si siguen).
    Si todos lo dicen será que es así, aunque la lógica diga que es un absurdo. Otra cosa sería que una generación jugara libre en la calle y la siguiente no; y así sucesivamente. Entonces sí sería cierta una de estas dos afirmaciones, que se irían alternando: qué distinto era todo en nuestra infancia cuando jugábamos en la calle, o cuando no salíamos de casa, según fuera el caso. Eso sí tendría lógica.

martes, 25 de mayo de 2021

Italiano per principianti

    Nos gustaba la dulzura del italiano en las canciones, mio cuore, tu stai soffrendo. Me había preparado una frase: l’italiano è una lingua scintillante. “Scintillante” significa “chispeante”. Un día vimos una película titulada “Italiano para principiantes”. No recuerdo la trama, solo que era sueca o danesa. Entonces me propusiste ponernos en serio a aprenderlo.
    Encontramos un curso en internet. El nombre de la página era “Italiano per principianti”, como aquella película. Decidimos estudiar una lección al día; come un gioco, come una scusa per fare qualcosa insieme. “Insieme” significa “juntos”.
    Así empezamos, buongiorno, buonasera; avanti, allora, prego. Y las primeras frases: e tu, cosa piace fare nel tempo libero?, esta frase es la de Perales, decías, no la pienso decir nunca; en cambio esta otra sí que es útil: Mi scusi, puoi parlare piu lentamente?
    Llegamos a los días de la semana y ya los conocíamos por una canción, lunedì, come e triste il lunedì senza te; una canción que decía como pasaba la semana sin poder estar juntos. Martedì” es “martes”, y el miércoles, mercoledì, un bacetto ti darò solamente per telefono; y pasaban el giovedì y el venerdì sin poder verse (en la canción), pero al llegar el sábado, ma sabato sera, al llegar el sábado ti porto a ballare, ti potrò baciare, te podré besar.
    Cada sábado me hacías la broma: Sabato sera! mi porterai a ballare? Y un día, fingiendo seriedad: Ascolta bene, ho una frase dedicata a te. Siete pronti?, ¿estás listo? Y luego, con il tuo sorriso gentile, me dijiste: Non vedo l'ora di arrivare alla lezione in cui dici che mi ami.

sábado, 22 de mayo de 2021

Formas de estar

    “Observador atónito de la realidad”. Esta es la frase destacada en el periódico que resume, en sus propias palabras, la actitud ante la vida de Caballero Bonald (no he leído nada suyo). Es la línea a seguir, desde luego. A mí la palabra que me ronda hace un tiempo es “asombro”; y de “asombro”, “asombrado”. “Asombrado” tiene el inconveniente de recordar a “sombra” y a “sombrero”; aún así me gusta más que “atónito”, que me parece un término algo estirado.
    Me gusta la frase, observador atónito de la realidad, pero no acabo de poder asumirla, no me quedo tranquilo (y en esencia son solo tres palabras, es complicado). Ya me he decantado por “asombrado” en lugar de “atónito”, pero tampoco me caso ni con “observador”, ni con “realidad”.
    No me veo en “observador” porque me temo que no lo soy lo suficiente. Tengo varias experiencias en las que se me iluminaba a posteriori sobre hechos y circunstancias que había pasado por alto y que habían sucedido delante de mis narices, como quien dice. Como atenuante puedo decir que siempre he necesitado gafas, aunque admito que no es excusa, la carencia va más allá de lo físico. Así que cambio “observador” por “testigo”. Testigo soy, bueno o malo; testigo que abarca poco, que presencia una parte mínima, insignificante, del acontecer del mundo.
    Del mundo digo, no de la realidad; porque tampoco estoy a gusto con “realidad”, ¿hay algo más huidizo que esa presunta realidad?. La realidad es más escurridiza que el lechón ensebado de las fiestas del pueblo (de un estereotipo de pueblo). La realidad solo existe como ideal filosófico.
    Mi postura en la vida, adaptación de la que le atribuye el periódico a Caballero Bonald, sería esta: Testigo asombrado en el mundo. Con ese matiz, no “del mundo”, sino “en el mundo”. Si ampliamos, si detallamos la frase, el efecto se diluye: Soy un testigo no muy fiable, con voluntad de asombrarse, eso sí, en un rincón del mundo donde nunca pasa nada. Podría ser.

miércoles, 19 de mayo de 2021

Echar la culpa

    “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”. Esta debe ser la cita más conocida del Eclesiastés (con perdón). O igual esta otra: “no hay nada nuevo bajo el sol”. O también, y además es pura poesía, aquello de “todo tiene su momento y hay un tiempo para cada cosa bajo el cielo, un tiempo para nacer y un tiempo para morir, etc” (Pete Seeger le puso música, “Turn, Turn, Turn”).
    Como se sabe, el Eclesiastés (oops, I said it again) es un libro de la Biblia. He hecho mis averiguaciones y dejémoslo en librito, unas veinte páginas. Lo he leído. Me ha parecido que está escrito con cierto gusto literario (el mismo autor dice que esa es su intención) aunque, la verdad, no sé como se ha mantenido ahí, dentro del canon bíblico, porque suena bastante descreído.
    El Predicador, que eso debe significar el título, reniega de todo lo que se mueve, reitera que todo es vanidad y “caza de viento” (es bonito eso de “cazar el viento”) y aunque repite varias veces que hay que temer a Dios (dice temer, no amar), no insiste demasiado en lo que pueda venir después de la muerte. Elogia, por ejemplo, la sabiduría ante la necedad; pero avisa que tampoco sirve de nada ser sabio, el sabio muere igual que el necio.
    En medio de tanto nihilismo se agradece que diga, hasta tres veces, que “el único bien del hombre es comer, beber y regalarse en medio de sus fatigas” (nunca lo he escuchado dicho desde un púlpito). Sorprendente y rompedor también el último consejo a la juventud: “nunca se acaba de escribir más y más libros, y el mucho estudiar desgasta el cuerpo”.
    Pero lo que me ha traído hasta aquí ha sido otra cita que, sospecho, es asimismo obviada hábilmente por la doctrina de la Iglesia. Obviada con razón porque esto es lo que dice: “Busqué un hombre virtuoso y hallé uno entre mil; y mujer virtuosa, entre otras tantas, no hallé ni una”. Malhadada cita que viene precedida por otra aseveración misógina: “más amarga que la muerte es la mujer cuyo corazón es una trampa y cuyas manos son grilletes”.
    Estos feos detalles me han hecho acordarme del Hermano Rafael, que nos daba Religión en primero de Bachiller. Se me quedó grabada la exclamación espontánea que profirió cuando repasaba el episodio del jardín del Edén con la (presunta) manzana: “¡la tonta de Eva!”. Me sorprendió, con diez años que tenía, el sincero disgusto del Hermano por aquella caída que, así como quien no quiere la cosa, nos condenaba a toda la humanidad por los siglos de los siglos. La culpa, de Eva.

    Banda sonora: “Born a Woman”, Sandy Posey (1966).

domingo, 16 de mayo de 2021

Hablemos del amor

    Hablemos del amor, una vez más. Esto es de Raphael, el cantante. Hablando del amor hay que diferenciar; una cosa es el amor universal, el de “ama a tu prójimo como a ti mismo”, cosa que por otra parte es casi imposible, y otra el amor de pareja. En cuanto al amor universal puedo decir que amo a gran parte del género humano y a algunos animales, sobre todo perros, pero en todo caso menos que a mí mismo.
    Aquí intento referirme al amor de pareja, y digo de pareja porque más de dos me parece ciencia ficción, además de multitud. Del amor se ha hablado, se ha escrito y se ha cantado mucho. Hoy mismo he visto esta película danesa, “Otra ronda” y la cita inicial, como si fuera un libro, es esta: “¿Qué es la juventud? Un sueño. ¿Qué es el amor? El contenido del sueño”. Como parece natural, siendo la película danesa, la cita es de Kierkegaard. No estoy de acuerdo con esa cita, no del todo; o sea, un poco sí. Quiero decir que no es descabellado asociar la juventud con el amor.
    Debería haber empezado reconociendo que no tengo nada que decir sobre el tema, aunque me interese. Hablar del amor es peliagudo; es hablar de algo muy amplio desde una experiencia, la propia, muy particular. Es como el ciego que palpa la pata del elefante y le piden que describa el animal.
    Alguna simpleza sí puedo decir: amar es más viejo que rascarse la oreja. El amor no puede ser un invento; o, si lo es, es uno de los más exitosos de la historia. El amor está en buena forma, le veo cuerda para varios milenios.
    La capacidad de amar es algo que está en todos nosotros y que unas veces se manifiesta y otras no. Escudriñar en la naturaleza del amor hay que dejárselo a los filósofos profesionales, el pueblo lector bastante hace si se plantea un par de preguntas: ¿amo?, ¿soy amado? Por desgracia solo podría responder a ambas de forma vaga, sin total convencimiento.
    El amor, me parece a veces, es cuestión de fe (si fe es creer lo que no se ve). Creer en el amor ayuda a vivir, como la religión. Y una cosa, creo que los tópicos tan denostados como cogerse de la mano, regalar una rosa, subir unos cruasanes, ¡escribir un poema!, no son ninguna tontería.

jueves, 13 de mayo de 2021

La razón última (2)

    (Continuación)
    Solo puedo decir que he leído (de verdad) cuando tras el proceso “mecánico” de la lectura además lo entiendo, lo asimilo y lo recuerdo (lo recuerdo más o menos, seamos razonables). Se me ocurre un acrónimo: LEER, esto es Leer, Entender, Elaborar y Recordar. Una cosa es leer, y otra LEER (esto no me lo tengáis en cuenta).
    Un inciso: por otra parte, tengo la sospecha de que nunca nadie ha entendido del todo lo que quiso decir un autor (empezando por el propio autor). Montaigne decía que confiaba en que el lector descubriera en sus peroratas (con cariño lo digo, Michel) significados más inteligentes que los que él mismo pretendía plasmar.
    Tercer punto; en materia de lecturas no es posible la comparación. Pongamos que alguien ha leído en un año cien libros (o sea, muchos), y tiene un amigo que ese mismo año ha leído un solo libro. Es muy probable, es casi seguro, que el primero, el de los cien libros, no haya leído ese único libro del amigo. Sería una especie de paradoja que este último le dijera al primero, que debería leer ese libro, que es muy bueno, que no se lo pierda. Pues podría decirlo, y el otro tendría que admitir la sugerencia con deportividad (y agradecerla si es acertada).
    No creo que nadie pueda ufanarse de leer mucho. Ese “mucho” siempre es poquísimo al lado de lo que queda por leer. Por la misma razón soy reticente a recomendar un libro. Mis gustos no son mejores que los de nadie (ni peores). Lo único que puedo decir es si me ha gustado e intentar explicar por qué (esto es lo difícil). Así que leer he leído poco, y leer, leer (o sea leer, entender, elaborar y recordar) menos todavía. Dicho esto, perseveraré, se me da bien y algo siempre queda.

miércoles, 12 de mayo de 2021

La razón última

    Las ideas son como los melocotones, necesitan tiempo para madurar. Consultar con la almohada tiene sentido; en veinticuatro horas, de un día para otro, las ideas (es un decir) juegan al tetris y se decantan o se ordenan y el horizonte se despeja y empieza a parecer que entiendes algo. Fin del preámbulo.
    Admiro a las personas que hacen muchas cosas (y que las hacen bien). He conocido algunas. Son así de nacimiento; se levantan de la cama y dicen, venga, no perdamos el tiempo; y encima lo hacen sin excesivos nervios, es importante. Me gustaría ser así, cómo no, pero según lo pienso me doy cuenta de que ese “me gustaría” es un planteamiento falso. En la vida hay que poner los pies en el suelo y proceder con lo que hay, déjate de “me gustaría”s. Así, en mi caso, una de las (pocas) cosas que hago es leer (libros). He llegado a la conclusión (siempre provisional) de que la razón es que se me da bien. Si se me diera bien la ciencia, pongo por caso, sería científico, pero no se me da, lo que se me da bien es leer (que le vamos a hacer).
    Segundo punto; leer, a secas, no es suficiente. Decía M. que dejaba la interpretación de uno de sus poemas al oyente. A los oyentes, en general, un poema nos entra por un oído y nos sale por el otro, y solo a veces queda algo dentro. Verlo escrito ayuda, el lector retiene más; pero leerlo una vez no es suficiente. Leer es pasar la vista por las letras que componen un texto, en principio una a una; es un proceso lineal y trabajoso. Nabokov decía que al leer el cerebro hace un esfuerzo tan grande interpretando los símbolos que no puede aprehender como es debido el significado. Por eso hay que leer al menos dos veces.
    (Continuará).

domingo, 9 de mayo de 2021

Tenía que decirlo

    Un comentario. Hoy ha acabado el estado de alarma. Quiero decir que no ha decaído. Igual estoy metiendo la pata, no sería la primera vez, pero decaer es otra cosa. A las 23:59 de ayer el estado de alarma estaba en vigor, desde las 00:00 de hoy ya no estamos en estado de alarma. ¿Decaimiento?, sería un decaimiento fulminante; esto es, no sería un decaimiento. Además qué desperdicio de letras, se puede decir más corto: fin, fin del estado de alarma.
    Todos estos días previos podían haber dicho: a las cero horas del domingo termina el estado de alarma, o finaliza, o concluye, o cesa, o deja de estar en vigor; pero lo que nunca deberían haber dicho es que decae. Eso de pasar del todo a la nada no es decaer. Estamos en estado de alarma o no estamos en estado de alarma, no hay medias tintas. A la RAE me encomiendo: Decaer. 1 intransitivo. Dicho de una persona o de una cosa: Ir a menos, perder alguna parte de las condiciones o propiedades que constituían su fuerza, bondad, importancia o valor. Perder alguna parte, no perderlo todo.
    Que la fiesta decaiga no significa que termine, la fiesta sigue pero menos animada. La salud puede decaer, pero si el enfermo muere eso ya es mucho decaer, o sea, no es decaer es morirse. Alguien lo ha querido decir bonito y se ha lucido. O me estoy luciendo yo; desconfío de mí mismo, eso por descontado.
    De todas formas, estoy seguro de que no soy el único que lo piensa, ni el primero que lo apunta, aunque hasta ahora no se lo he oído decir a nadie. Al revés, políticos y periodistas lo repiten incansables: decae, decaiga, decaimiento. Claro que si todos estáis acuerdo (canallas), pues no pasa nada, se añade una línea más en el diccionario y adelante con los faroles. Decaer. 2 intransitivo. Finalizar cuando se refiere a un estado de alarma. Por comentar.


viernes, 7 de mayo de 2021

Es para divertirse

    La vida es un juego muy serio y hay que jugarlo con espíritu deportivo. El juego de la infancia es otra cosa. Ese juego, desde que la mujer es mujer (esto va por la igualdad de género), es un aprendizaje, una interiorización de la cultura vigente; una escuela tan importante, o más, que la escuela misma de aula y pizarra. De hecho esta última escuela solo ha aparecido anteayer en la historia del homo sapiens.
    Lo que pasa es que si los tiernos jugadores entran en la edad adulta (con sus oportunos ritos de paso) y, en lugar de ponerse a jugar en serio el juego de la vida, siguen ofuscados en otros juegos banales es que algo raro ha pasado (madura, muchacho). No quiero decir que me parezca mal “perder” el tiempo en actividades “lúdicas”; todo tiene cabida con cierta mesura, superada esta es cuando habría que empezar a preocuparse.
    Hasta aquí he llegado sin mencionar lo que quería decir desde el principio. Estaba intentando crear una atmósfera favorable a mi tesis (bah, tesis, no llega a tesis). Mi “tesis” es: solo es fútbol, solo es un juego, un juego en el que no nos jugamos nada (juego de palabras); es para divertirse, no va la vida de nadie en el envite (envite, de envidar en el mus, otro juego).
    Los Beatles tenían (y siguen teniendo) una canción titulada “It's Only Love”, “solo es amor”, muy bonita balada; pero, por dios, McCartney (y Lennon, in memoriam), ¿cómo que solo es amor?, un respeto al amor. Lo que teníais que haber dicho es: it's only football, and that is all; o sea, es solo fútbol y eso es todo.

martes, 4 de mayo de 2021

De la hache

    Durante mucho tiempo estuve convencido de que “oquedad” se escribía con hache. Desde mi ignorancia etimológica (y antológica), razonaba que si “hueco” lleva hache lo lógico sería que “oquedad” también lo haga. Pues no, y no es que me parezca mal que no la lleve, al contrario.
    Me temo que detrás yace latente un problema de fondo, el problema de la hache en general. Quizás haya llegado la hora de abordarlo, la hora H. Desde el punto de vista de la economía, todos saldríamos ganando con una buena limpieza de haches. El ahorro en tinta, papel y tiempo sería brutal. No digo que haya que eliminarla por completo, los filólogos sabrán, pero como contribución a la lucha contra el cambio climático estaría bien plantearse una reducción de, digamos, el ochenta por ciento de las emisiones de haches. Emisiones, ya me entiendes.
    Una letra curiosa, la hache, su mismo nombre lleva dos, aguántala. La muda, le dicen, y aunque ella dé la callada por respuesta, si se lo llamas tendrás al día siguiente una demanda en la academia por menosprecio de letra. La hache, eso hay que reconocérselo, ha defendido con uñas y dientes su sitio en el alfabeto.
    La hache está mosqueada con la equis (pobre equis que no necesita de sí misma para escribir su nombre). La una reclama para sí el dicho “llámalo hache”, mientras que la otra defiende su “llámalo equis”. Ahí andan a ver cual de las dos se lleva el gato al agua (en confianza, va ganando la equis). Por otra parte la hache se lleva muy bien con la be, hay que verlas ufanas a las dos cada vez que alguien dice “por hache o por be”. La hache está hecha un hacha. La hache tiene la hucha llena. Para ser muda que ruido hace la hache.

sábado, 1 de mayo de 2021

Apunte sobre el amor con Raymond Carver

    Los hombres duros no bailan. Yo tampoco, pero no por duro sino por torpe. Decía uno de por aquí que estaba una vez en Cuba bailando feliz, creyéndose el rey de la salsa, y un cubano guasón le dijo, “quítate la escayola, chico”. Así bailo yo, como si estuviese escayolado.
    Los hombres duros, los que con un día sin afeitar les basta para poder encender una cerilla en la mandíbula, aparentan que el cariño les da igual, que no necesitan que nadie les quiera. Tampoco soy ese tipo de hombre duro. Gabriel García Márquez dijo que él escribía para que le quisieran. Por ahí ya nos vamos identificando.
    El amor no sé lo que es, pero lo que sí sé es que las historias de amor suceden. Una muy literaria es la de Tess Gallagher y Raymond Carver; los dos escritores, poetas. Raymond estaba predestinado por su apellido; “carver” significa “tallador”, tallador de cuentos y de poemas.
    Los primeros cuarenta años, redondeando, de Carver tuvieron sobre todo desgracias; alcoholismo y conflictos familiares sin fin. El alcoholismo, por cierto, qué plaga; líbranos Señor del alcoholismo, no es broma. Poco después de apostar por la sobriedad (Carver) conoció en un congreso de escritores a Tess. Esta ha dicho, y es una de las declaraciones de amor más bonitas que he oído, que cuando le conoció sintió como si toda su vida hasta entonces hubiera sido solo un ensayo antes de encontrarse con él.
    Estuvieron doce años juntos, hasta que Raymond murió de cáncer de pulmón (de fumar no había dejado). En su lápida Tess decidió poner el último poema (o uno de los últimos) que escribió Raymond, este:

Fragmento tardío

¿Y, aún así, obtuviste

lo que querías de esta vida?
Lo hice.
¿Y qué es lo que querías?
Poder llamarme amado,
sentirme amado sobre la tierra.

    Ser amado, beloved, y amar en consecuencia. O viceversa: amar y en consecuencia ser amado. Por mi parte, lo firmo. En cuanto a qué es el amor, ni idea.