“Vanidad
de vanidades, todo es vanidad”. Esta debe ser la cita más conocida
del Eclesiastés (con perdón). O igual esta otra: “no hay nada
nuevo bajo el sol”. O
también,
y además es pura
poesía,
aquello
de
“todo tiene su momento y hay un tiempo para cada cosa bajo el
cielo, un tiempo para nacer y un tiempo para morir, etc” (Pete
Seeger le puso música, “Turn, Turn, Turn”).
Como
se
sabe,
el Eclesiastés (oops, I said it again) es un libro de la Biblia. He
hecho mis averiguaciones y dejémoslo en librito, unas veinte
páginas. Lo he leído. Me ha parecido que está escrito con cierto
gusto
literario (el
mismo autor
dice que esa es su intención) aunque,
la verdad, no sé como se ha mantenido ahí, dentro del canon
bíblico, porque suena bastante descreído.
El
Predicador, que eso debe significar el título, reniega de todo lo
que se mueve, reitera que todo es vanidad y “caza de viento” (es
bonito eso de “cazar el viento”) y aunque repite varias veces que
hay que temer a Dios (dice temer, no amar), no
insiste demasiado en lo que pueda venir después de la muerte.
Elogia, por ejemplo, la sabiduría ante la necedad; pero avisa que
tampoco sirve de nada ser sabio, el sabio muere igual que el necio.
En
medio de tanto nihilismo se agradece que diga, hasta tres veces, que
“el único bien del hombre es comer, beber y regalarse en medio de
sus fatigas” (nunca lo he escuchado dicho desde un púlpito).
Sorprendente y rompedor también el último consejo a la juventud:
“nunca se acaba de escribir más y más libros, y el mucho estudiar
desgasta el cuerpo”.
Pero
lo que me ha traído hasta aquí ha sido otra cita que, sospecho, es
asimismo obviada hábilmente por la doctrina de la Iglesia. Obviada
con razón porque esto es lo que dice: “Busqué un hombre virtuoso
y hallé uno entre mil; y mujer virtuosa, entre otras tantas, no
hallé ni una”. Malhadada cita que viene precedida por otra
aseveración misógina: “más amarga que la muerte es la mujer cuyo
corazón es una trampa y cuyas manos son grilletes”.
Estos
feos detalles me han hecho acordarme del Hermano Rafael, que nos daba
Religión en primero de Bachiller. Se me quedó grabada la
exclamación espontánea que profirió cuando repasaba el episodio
del jardín del Edén con la (presunta) manzana: “¡la tonta de
Eva!”. Me sorprendió, con diez años que tenía, el sincero
disgusto del Hermano por aquella caída que, así como quien no
quiere la cosa, nos condenaba a toda la humanidad por los siglos de
los siglos. La culpa, de Eva.
Banda sonora: “Born a Woman”, Sandy Posey (1966).
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