Durante mucho tiempo estuve
convencido de que “oquedad” se escribía con hache. Desde mi
ignorancia etimológica (y antológica), razonaba que si “hueco”
lleva hache lo lógico sería que “oquedad” también lo haga.
Pues no, y no es que me parezca mal que no la lleve, al contrario.
Me
temo que detrás yace latente un problema de fondo, el problema de la
hache en general. Quizás haya llegado la hora de abordarlo, la hora
H. Desde el punto de vista de la economía, todos saldríamos ganando
con una buena limpieza de haches. El ahorro en tinta, papel y tiempo
sería brutal. No digo que haya que eliminarla por completo, los
filólogos sabrán, pero como contribución a la lucha contra el
cambio climático estaría bien plantearse una reducción de,
digamos, el ochenta por ciento de las emisiones de haches. Emisiones,
ya me entiendes.
Una
letra curiosa, la hache, su mismo nombre lleva dos, aguántala. La
muda, le dicen, y aunque ella dé la callada por respuesta, si se lo
llamas tendrás al día siguiente una demanda en la academia por
menosprecio de letra. La hache, eso hay que reconocérselo, ha
defendido con uñas y dientes su sitio en el alfabeto.
La
hache está mosqueada con la equis (pobre equis que no necesita de sí
misma para escribir su nombre). La una reclama para sí el dicho
“llámalo hache”, mientras que la otra defiende su “llámalo
equis”. Ahí andan a ver cual de las dos se lleva el gato al agua
(en confianza, va ganando la equis). Por otra parte la hache se lleva
muy bien con la be, hay que verlas ufanas a las dos cada vez que
alguien dice “por hache o por be”. La hache está hecha un hacha.
La hache tiene la hucha llena. Para ser muda que ruido hace la hache.
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