miércoles, 12 de mayo de 2021

La razón última

    Las ideas son como los melocotones, necesitan tiempo para madurar. Consultar con la almohada tiene sentido; en veinticuatro horas, de un día para otro, las ideas (es un decir) juegan al tetris y se decantan o se ordenan y el horizonte se despeja y empieza a parecer que entiendes algo. Fin del preámbulo.
    Admiro a las personas que hacen muchas cosas (y que las hacen bien). He conocido algunas. Son así de nacimiento; se levantan de la cama y dicen, venga, no perdamos el tiempo; y encima lo hacen sin excesivos nervios, es importante. Me gustaría ser así, cómo no, pero según lo pienso me doy cuenta de que ese “me gustaría” es un planteamiento falso. En la vida hay que poner los pies en el suelo y proceder con lo que hay, déjate de “me gustaría”s. Así, en mi caso, una de las (pocas) cosas que hago es leer (libros). He llegado a la conclusión (siempre provisional) de que la razón es que se me da bien. Si se me diera bien la ciencia, pongo por caso, sería científico, pero no se me da, lo que se me da bien es leer (que le vamos a hacer).
    Segundo punto; leer, a secas, no es suficiente. Decía M. que dejaba la interpretación de uno de sus poemas al oyente. A los oyentes, en general, un poema nos entra por un oído y nos sale por el otro, y solo a veces queda algo dentro. Verlo escrito ayuda, el lector retiene más; pero leerlo una vez no es suficiente. Leer es pasar la vista por las letras que componen un texto, en principio una a una; es un proceso lineal y trabajoso. Nabokov decía que al leer el cerebro hace un esfuerzo tan grande interpretando los símbolos que no puede aprehender como es debido el significado. Por eso hay que leer al menos dos veces.
    (Continuará).

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