Las
ideas son como los melocotones, necesitan tiempo para madurar.
Consultar con la almohada tiene sentido; en
veinticuatro horas, de un día para otro, las ideas (es un decir)
juegan al tetris y se decantan o se ordenan y el horizonte se despeja
y empieza a parecer que entiendes algo. Fin
del preámbulo.
Admiro
a las personas que hacen muchas cosas (y que las hacen bien). He
conocido algunas. Son
así de nacimiento; se levantan de la cama y dicen, venga, no
perdamos el tiempo; y
encima lo hacen sin
excesivos nervios, es importante.
Me gustaría ser así, cómo no, pero según lo pienso me doy cuenta
de que ese “me gustaría” es un planteamiento falso. En
la vida hay que poner los pies en el suelo y proceder con lo que hay,
déjate de “me gustaría”s. Así, en mi caso, una de las (pocas)
cosas que hago es leer (libros).
He llegado a la conclusión (siempre provisional) de que la razón es
que se me da bien. Si
se me diera bien la ciencia, pongo por caso, sería científico, pero
no se me da, lo que se me da bien es leer (que
le vamos a hacer).
Segundo
punto; leer, a secas,
no es suficiente. Decía
M. que dejaba la interpretación de uno
de sus poemas
al oyente. A los oyentes, en general, un poema nos entra por un oído
y nos sale por el otro, y solo a veces queda algo dentro. Verlo
escrito ayuda, el lector retiene más; pero leerlo
una vez no es
suficiente. Leer es pasar la vista por las letras que componen un
texto, en
principio una a una; es
un proceso lineal y
trabajoso. Nabokov
decía que al leer el cerebro hace un esfuerzo tan grande
interpretando los símbolos que no puede aprehender como es debido el
significado. Por eso
hay que leer al menos dos veces.
(Continuará).
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