martes, 31 de diciembre de 2019

Polysyllabic Park

Morigerado. Quería meter la palabra en el texto así que he pensado que lo más fácil, si no lo mejor, era soltarla de entrada. Ya está, hecho. La soñé el otro día (a veces sueño palabras) como quien sueña con un tren de mercancías que traquetea polisilábico. Morigerado significa moderado, sensato, prudente. Si lo pensamos son cualidades que hoy en día no tienen buena prensa, algunos interpretan aburrido, segurola, pusilánime. Si te lo llaman se puede pensar que te están faltando. No es así. De todas formas nadie te lo va a llamar, supongo que está en desuso. En inglés (he mirado) la traducen con dos palabras compuestas “well-behaved” y “law-abiding”. O sea, “que se comporta” y “acatador de la ley” en traducción libre y farragosa. ¿Cómo puedo haber soñado con semejante palabra? La única explicación que se me ocurre es que ha sido por haber vivido ya demasiado. Morigeración, con perdón, es mi deseo para el nuevo año, que por cierto empieza mañana. Bienaventurados los pacíficos (los morigerados), no los pacifistas, ya que los hay belicosos, como aquel que dijo que no soportaba la violencia, que cuando veía un violento le daban ganas de retorcerle el pescuezo (como a un pollo).

viernes, 20 de diciembre de 2019

Bonjour Tristesse

Nunca me ha cuadrado que en el evangelio Jesús se mosqueara en el templo y arremetiera contra aquellos comerciantes. La ira divina, dicen, pero al fin y al cabo solo se estaban ganando el pan cambiando moneda y vendiendo ganado a precio de mercado. ¿Tan fácil se faltaba entonces al respeto a Dios? La verdad, me vienen a la cabeza muchas situaciones en las que vería más disculpable una reacción airada. No sé si hay algún otro pasaje de ese cariz en el Nuevo Testamento. Como contrapartida dicen que hay tres momentos en los que Jesús llora. Eso sí lo puedo entender. Las mentalidades cambian, las opiniones son de todos los colores (recuerda que hay tantas como culos) y dos mil años después la ira sigue teniendo partidarios. ¿No es un disparate? Enfadarse es humano, pero no es práctico, no resuelve nada. Enfadarse es volver a la infancia, ser niño otra vez y recurrir a la pataleta. Algunos parece que mantendrán ese espíritu hasta la misma hora de la muerte. Espero que no me pase. He creído ver en mí una (lenta) evolución. Ante los dramas de la vida cada vez siento menos ira y más tristeza. Reivindico la tristeza como un refugio para el alma. La pacífica, compasiva, solidaria tristeza que me acompaña cada día (y a la que saludo al despertarme, bonjour tristesse). Tanto derecho tenemos a buscar la felicidad como a refugiarnos en la tristeza. Quiero despojar a la ira de su disfraz de santa, cubrir con él a la tristeza y nombrarla sagrada. Que sea la tristeza sagrada y no la ira ni el deseo de venganza la que nos guíe. Ante la crueldad del mundo me propongo contar hasta diez antes de nada, guardar un minuto de silencio, acogerme a sagrado, a la sagrada tristeza.

miércoles, 11 de diciembre de 2019

No-poema del escritor desconocido

Voy a la feria del libro,
donde, he leído,
van a estar
escritores desconocidos,
ezezagunak
Está bien,
es una oportunidad.
Desconocidos pero publicados,
se entiende,
una aparente paradoja.
Pero espera, he leído mal,
los que van a estar
son escritores conocidos,
ezagunak
El subconsciente quería
que me viera reflejado
en ese espejo.
Puedo llamarme desconocido
pero no escritor
aunque escriba pequeños textos sin importancia.
Había tecleado escrutor,
estos torpes defos
haciendo también de subconsciente.
Lo que soy es un diletante
que cree
que apilando palabras
en una columna de equilibrio precario
tal vez sea posible
construir un poema.

miércoles, 4 de diciembre de 2019

Michel y Virginia

Montaigne, mon amour, precursor del autoexamen y del arte de andarse por las ramas. Si te gustó “Michel y los indios tupinambá”, te encantará “Michel y el monólogo interior”. Todo empezó con el accidente ecuestre, cuando Asuntos Internos le encargó un informe. Se le fue de las manos. Cada monólogo vital empieza en el útero, con los primeros chispazos de consciencia transmitiendo en morse: “floto”. Y seguiría Descartes racional: “Floto, siento, pienso, existo, muero”, en presente de indicativo, el tiempo favorito de la conciencia, tuya, mía y de Michel, y de Virginia. Vadeo el río de mi conciencia y sueño con rescatar a Virginia que se nos ahoga en el suyo con piedras en los bolsillos. Yo decía “Virjinia” hasta toparme con Virginia (virllinia), la segunda del tándem Masters y Johnson. Toparme y enamorarme de su voz, serena, más grave que aguda, que se hace ronca al susurrar. Una voz llena de calma y buen juicio, con una cadencia armoniosa que me convence con sus inflexiones más que con sus razones. En realidad, me he informado, esa Virginia es tres mujeres a la vez. El físico es de Lizzy, la personalidad de Johnson y la voz de María, actriz de doblaje. Cada vez que la escucho salto con una sonrisa, ¡Virginia! La otra Virginia, Woolf, leyó a Montaigne y se vio a sí misma. Si aquel hablaba de su gata, Woolf escribió de Flush, un perro spaniel. Si Montaigne se perdía por el delta del Nilo en sus divagaciones, Virginia llevaba el caudal del Mississippi en su flujo de conciencia. Trenzamos el monólogo interior y algunos, debidamente motivados, lo han transcrito. Si el señor Williams les puso una raqueta en la mano a sus hijas Venus y Serena a los cuatro años, Virginia a los cinco le contaba un cuento cada noche a su padre y Pierre quiso que el latín fuera la lengua natural de su hijo Michel. Este avisó a Virginia que Tasso, el poeta, se arrebató con la épica y se volvió loco. Michel le dijo, Virginia, aprende de Tasso, no seas tan intensa, suspende el juicio o acabarás ahogándote en tu río Mississippi. O eso pienso que le podría haber dicho, aunque no lo sé.

miércoles, 27 de noviembre de 2019

Para Jesse Pinkman del Sr White

Estimado Jesse.
Cuando leas esta carta estaré muerto. Estaba condenado desde el principio pero... tenía una familia y me metí en líos, para decirlo suavemente. El azar quiso que nos reencontráramos. No esperaba gran cosa de ti en el instituto, aunque al principio te vi potencial y así se lo dije a tu madre. Luego te convertiste en un vago adicto a la marihuana. Fue una sorpresa que te graduaras. Tenías buen corazón y una cierta inocencia y a pesar de todo lo que hemos pasado, no me explico cómo pero sigues siendo así. Una vez me dijiste fumado que este lugar, Albuquerque, se había gafado el día que perdió la otra erre. Entonces me pareció una frase absurda, pero ahora le veo sentido. Albuquerque perdió una erre, yo mismo perdí una erre, casi todo el mundo con el tiempo pierde una erre, menos tú. Te envidio ese fondo noble que resulta que yo no he podido, o no he sabido, conservar. Aún eres joven Jesse, vete de aquí, vuelve a estudiar, por qué no química, se te da bien. Olvidándote de la meta, claro. Pero no te escribo para sermonearte, sino para decirte que lo siento. No tuve paciencia contigo. En especial siento lo de Jane. No tengo toda la culpa, estabais más muertos que vivos, recuerda. Aún así actué mal y no solo esa vez. No estoy orgulloso de todo lo que he hecho. Por la familia... ¿de verdad eso me justifica? Ahora ya es tarde, la naturaleza o los hombres acabarán pronto conmigo. Le dejo al señor Goodman esta carta e instrucciones para que dispongas de algo de dinero. No mucho, pero suficiente para empezar en otro sitio. El sueño americano Jesse. Te imagino conduciendo hacia nuevos horizontes, por carreteras polvorientas, escuchando y tarareando esa canción que te gustaba, “sharing the night together, woh oh, yea eah”, vaya redundancia, compartiendo la noche juntos, pero bueno, es bonita. Encontrarás una chica, o ella te encontrará a ti, en California, o en Alaska, o en Nueva Zelanda. Cuídate Jesse, te aprecio.
Firmado: El señor White.

jueves, 21 de noviembre de 2019

Mi sentido favorito

Mi sentido favorito es el de la vista. Aunque la tengo mala, o por eso mismo. Llevo gafas desde los cinco años. Mi abuelo advirtió, "mira mal", en el sentido oftalmológico, no moral. Ojo vago, dijo el oculista, mismo sentido, no como conducta, que puede que también. Tengo muchas dioptrías y no veo del todo en tres dimensiones. En dos y media, tal vez. Por eso no he podido jugar en el Athletic. Entre otras muchas causas, claro. Con mi precaria y vieja vista me arreglo para protagonizar, qué remedio, mi show de Truman, y en especial para leer. Que me dure hasta que mis otros órganos digan "ya vale". A través de mis gafas veo una película hiperrealista. Me las levanto un momento y se vuelve impresionista. Esta obra en marcha, título provisional “una vida”, está filmada con cámara subjetiva, según el movimiento Dogma. No hay crímenes y se respeta escrupulosamente la unidad de tiempo, lugar y acción. Una alusión al sentido del oído: El único punto en el que, lo siento, me salgo del decálogo es en la banda sonora. Aquí sí hay música pre-grabada, casi todo canciones con guitarras eléctricas. Volviendo a la imagen, a mis ojos, benditos sean. Cada vez me parece el mundo más hermoso. No me hace falta mucho. Hace poco en un parque. Sobre la hierba hay un montón de pequeños frutos rojos. Pienso que serán bayas de algún tipo, pero cojo uno ¡y es una manzana! Una manzanita, una manzana cherry, podría ser. Me parece un milagro. Le doy un mordisco (sentido del gusto, qué sabia es la naturaleza) y está rica, ácida, pura esencia de manzana. No trago, por si acaso. O al cruzar la ría. Va en segunda persona: Cruzas la pasarela y al llegar al punto más elevado te detienes, contemplas el panorama, los reflejos en el agua, miras hacia arriba al cielo azul, o gris de nubes o al cielo de los Simpsons, y ya, para no dejar cabos sueltos, miras de reojo hacia atrás y, dioses y demonios, es bonito lo que ves. Solo por eso, solo por esos cielos, esta película merecería el Óscar al mejor diseño de producción.

martes, 19 de noviembre de 2019

Limpio y claro

No leo poesía, lo confieso. Tal vez porque me abruma, en general. Porque no la entiendo. O por ser demasiado intensa, o profunda, o enigmática, o ripiosa, alguna vez por ser demasiado simple. No la escribo porque no me sale. La poesía es otra asignatura que me quedó para septiembre. Pero a veces el periódico del día te saca una pequeña poesía en un recuadro, y la lees y dices, sí, esto es. Y la vuelves a leer y te gusta más. Dice el crítico que es un poeta rasante; que no se eleva a las alturas de la gran poesía, interpreto. Mejor que mejor, allá arriba el aire debe estar enrarecido. Respiro mejor aquí abajo, al lado de esta poesía que me susurra, limpia y clara. Esta poesía que me ha recordado otros pequeños poemas limpios y claros. Marina, si has escrito cincuenta, ya tienes un libro. Al poeta al que me estaba refiriendo le han dado un premio, y dice el crítico que ha podido haber motivos políticos para dárselo. No sé, no me importa. El poeta tiene 81 años y en otro verso dice: “ser viejo es una especie de posguerra”, hacia allá vamos. El poeta es Joan Margarit y en el recuadro del periódico está este poema al que solo le falta la lluvia. Aunque, pensándolo mejor, puede que sea esa lluvia, que sobra, la que me separa a mí de la poesía.

Joan Margarit. No tires las cartas de amor

No tires las cartas de amor.
Ellas no te abandonarán.
El tiempo pasará, se borrará el deseo
-esta flecha de sombra-
y los sensuales rostros, bellos e inteligentes,
se ocultarán en ti, al fondo de un espejo.
Caerán los años. Te cansarán los libros.
Descenderás aún más
e, incluso, perderás la poesía.
El ruido de ciudad en los cristales
acabará por ser tu única música,
y las cartas de amor que habrás guardado
serán tu última literatura.

miércoles, 13 de noviembre de 2019

Recuerdos de La Plata


Fue en La Plata. Llevaba unos días en la Argentina y ya se me estaba pegando el acento. “No tenés personalidad, vos”, pensaba para mí. Me abordó una mina, una chica, y me contó algo de un experimento o una encuesta, iba a ser divertido, seguro. Si es un barbudo, no voy. Entramos por una puerta medio escondida, una salida de emergencia en realidad. Un pasillo en penumbra nos llevó hasta un espacio lleno de trastos. Entre cortinajes se veía otra sala muy iluminada. “Es acá”, me dice, “pasá, ponete en el centro y dejate llevar”. Entro despreocupado y, la concha de su madre, estaba en un escenario en plena representación.

Irrumpes con cierto ímpetu que se va ralentizando hasta detenerte. Pareces un conejo deslumbrado en medio de la carretera. Atisbas el público haciendo visera con la mano y se levanta un murmullo de risas contenidas. Hay un amago de huida, pero te rehaces y avanzas hasta colocarte al fondo, junto al árbol del decorado, un tanto a media luz, como en el tango. Los dos personajes en escena, dos vagabundos, reanudan el diálogo. Gogo y Didi, se nombran entre ellos. Tú eres un espectador más, atento a los imprevistos. Al rato, uno de los actores, Didi o Gogo, quien se acuerda, dice: “Igual no viene”, el otro replica, “¿no será él”, y dirigiéndose a ti: “Os lo pregunto con la o, ¿no sos vos Godot?”. Te relajas, casi sonríes, tras un titubeo das un paso adelante y en alto, consciente de que hay que colocar la voz o algo, dices: “No, no soy Godot, y además, no creo que venga”.


Anoche, en el teatro Ópera, feliz revisión de un clásico en versión argentina de Emilio Renzi. Texto complejo, hermético, surrealista. Como ya dijo un crítico en el estreno: “significa tantas cosas, que corre el riesgo de no significar nada”. Décadas después sigue siendo innovador, sugerente, existencial. En la adaptación hay un momento brillante, una especie de sinapsis entre la escena y la calle. Es al final del primer acto cuando aparece el personaje sorpresa, que ciertamente no está en la obra original. Aún no sabemos si fue un actor o “alguien que pasaba por allá”. Su frase resume la función, “no creo que venga”, cierto, el tal Godot se hizo perdiz.

miércoles, 6 de noviembre de 2019

Adagio, máxima, apotegma

Tenía en casa una libreta de propaganda, híbrida de bloc de notas y moleskine, con su boli incorporado y su goma elástica, y hace cosa de un año decidí darle uso apuntando frases que se me ocurrieran. Como actividad complementaria también he ido copiando algunas citas, estas empezando por la última página, para no mezclarlas. De las primeras hasta ahora he escrito dieciocho. Para una mina de carbón, una ruina; para una de diamantes, ni tan mal. Pero bueno, no son diamantes. No son, todas, apotegmas. Dice el diccionario, apotegma: dicho breve, sentencioso y feliz. Si un apotegma es feliz, una máxima puede ser solemne y un adagio musical. Las repaso y el tono general es pesimista, descreído, no me gusto demasiado en ellas. La más reciente es de la semana pasada: “Valgo lo que mi última lectura”. No muy original, pero eufónica; la nombro adagio. "Valgo", comienzo en alto y posible título para un libro de autoayuda; luego sigue, “lo que mi”, tres monosílabos que son casi un puente melódico, ...lo que mi.. ..do re mi... Y el final, “última lectura”, si tienes dudas pon una esdrújula, es el redoble que subraya el sustantivo, la palabra clave, lectura, que tan cerca está de lección. Pensando en el grado de originalidad, adapto el “oir, ver y callar” y me apunto este lema “oir, ver, leer, callar y escribir”. Hay autores, pero sobre todo hay co-autores. Una, que recuperé de la entrada del 18 de enero de 2016 y que propongo como máxima: “El resultado natural de cualquier interacción entre dos seres humanos es un malentendido”. Si esta frase volara sería un Tupolev, cargado de cuatrisílabos. Excavada en el corazón de la montaña es un honesto trozo de antracita que podría quitar el frío una tarde de invierno a un estudiante de filosofía. La que más se acerca, en versión pop, a la felicidad del apotegma creo que es esta: “Decimos I love you, queriendo decir love me tender”. Bilingüe, con ese “love me tender” tomado de la canción de Elvis. Tal vez sea una canica de cristal pero quiero ver un pequeño brillante. En el cielo sería un caza Spitfire sobrevolando los acantilados de Dover.
Post Scriptum: Estas líneas me han sugerido otra frase, la decimonovena de la libreta. Además, me ha salido en verso: “Leerse a uno mismo es un tipo de onanismo”.

martes, 29 de octubre de 2019

Mi amigo Totoru

   Le preguntaron a un inglés que opinaba de los franceses y contestó que no les conocía a todos. Si me preguntaran a mí que opinión tengo de los japoneses contestaría que ninguna, que solo he conocido a uno.
   Fue estando en el Colegio Mayor, en Madrid. Llegaba un día de clase y en portería me dijeron que el director quería verme, que fuera a tal hora a su despacho. ¿Verme?, ¿había hecho algo? El director era el Hermano Apolinar. Siempre me acuerdo de que cuando llegué el primer año me dijo que él también sabía lo que eran las tentaciones y que se daba sus buenas duchas frías. Me dejó perplejo. Desde entonces apenas habíamos cruzado cuatro palabras.
   Así que fui a su despacho. Me recibió muy simpático y me presentó: “Este es Toru Watanabe y va a ocupar la habitación contigua a la tuya”. Teniéndole de vecino yo era el más indicado para ayudarle en las cuestiones prácticas durante los primeros días. Toru llegaba con una beca para estudiar filología. En el Colegio pronto empezaron a llamarle Totoru. Eso fue unos diez años antes de que se estrenara la película “Mi vecino Totoro”.
   Totoru hablaba ya un buen castellano y no necesitó apenas de mi ayuda. Trabamos cierta amistad, supongo que me intrigaba su procedencia del Japón milenario, aunque luego lo que oía a través del tabique era música de jazz y canciones de los Beatles. Me contó, o le saqué, que en japonés el apellido va primero y que Watanabe es como López aquí. Que era de un lugar muy alejado de Tokio, donde nevaba mucho en invierno. Que su abuelo estuvo en la guerra, pero no hablaba nunca de ello. Que tenía una novia en Japón, Hiroko. Que sí, que allí la floración de los cerezos es todo un acontecimiento. Si le tomaban por chino decía muy serio, “no soy chino, chinos muy distintos”.
   A primeros de Mayo apareció Hiroko. Totoru me explicó que un estudiante japonés no se salta una clase ni bajo tortura, pero que habían aprovechado que el puente del dos de Mayo en Madrid coincidía con “la semana dorada” en Japón. Su plan era ir de mochileros a visitar Toledo. La última noche la pensaban pasar en el Colegio Mayor, pero el Hermano Apolinar le dejó claro que de meter a Hiroko en su habitación, nada de nada. Lo que hicieron fue plantar la tienda de campaña en un jardín lateral y pasar allí la noche.
   Al día siguiente el comentario era general, ¿ya sabes lo de Totoru?. Cuando a mediodía, de vuelta de despedir a Hiroko, entró en el comedor, fue recibido con un clamor unánime: “Totoru samurai, Totoru samurai”. Acabó el curso y nos despedimos con un apretón de manos y una reverencia mutua. Nunca supe más de mi vecino Totoru.

martes, 22 de octubre de 2019

Family Plot

Mi bisabuelo Andrei era cura y nació en Ucrania. Eso fue hacia 1880 aunque entonces aquella zona era parte del imperio austro-húngaro. Era cura y tuvo un hijo, mi abuelo Yuri. Un hijo legítimo, ya que Andrei era miembro de la iglesia greco-católica ucraniana que depende de Roma pero permite el matrimonio de sus sacerdotes.
De mi bisabuela solo sé el nombre, Olena y que murió cuando Yuri tenía tres o cuatro años. Ignoro la causa de su muerte, pudo ser la guerra (la primera guerra mundial), la enfermedad, la miseria o tal vez las tres cosas a la vez. Calculo que sería 1915. Aquel año lo que hoy es el oeste de Ucrania era escenario de encarnizadas batallas entre los ejércitos austriaco y ruso.
Al morir Olena, Andrei quemó todos sus papeles, cargó sus cuatro cosas en un carro y con el pequeño Yuri al lado se alejó de la guerra y de sus recuerdos. Nunca volvió a hablar de su esposa, que se convirtió en tema tabú para Yuri. Durante los siguientes cinco años padre e hijo deambularon por Centroeuropa sin un destino fijo, sobreviviendo a base de trabajos ocasionales.
Uno de esos trabajos fue de mozo de almacén en un comercio de Praga, donde aguantaron todo un invierno. Yuri lo recordaba porque aquel invierno no pasó tanto frío. Pudo ser 1917. Ese año le diagnosticaron la tuberculosis a Kafka. Quiero decir que Andrei, Yuri y Kafka eran tres de los habitantes de Praga en 1917. Pudieron cruzarse alguna vez.
En 1921 llegaron a Lille, en el norte de Francia, cerca de la frontera con Bélgica. Allí se quedaron. Yuri tenía diez u once años y prácticamente se había saltado la infancia. Una vez le oi decir: “no sé que es la nostalgia”. Andrei fue portero en una casa hasta su muerte en 1938. Escribió en varios cuadernos la historia de su viaje, pero, lástima, lo hizo en ucraniano. Yuri pasó a ser Georges y el ucraniano pronto fue solo un eco lejano en su mente.
Con dieciocho años, en un curso de mecanografía, conoció a una pizpireta chica francesa, mi abuela Clothilde. Se casarían cuatro años después. Clothilde era hija de un acomodado industrial que había inventado, no sé si inventar es la palabra, una barrita de caramelo. La había llamado Delibon. Nuestra abuela decía que aquel caramelo era como su creador, duro por fuera y blando por dentro, y seguido, con voz cantarina, repetía la frase publicitaria “Delibon, le délicieux petit bar”.
En 1928 Yuri/Georges entró de meritorio en la sucursal en Lille de Assicurazioni Generali. Aunque él aún no lo sabía en esa misma compañía de seguros había trabajado Kafka. Con los años esa pequeña coincidencia y el hecho anterior de haber pasado un invierno en Praga se convirtieron en una de las anécdotas que mi abuelo repetía de vez en cuando. De niño estuve convencido de que un tal Kafka, escritor famoso, había sido amigo de mi abuelo.
Georges fue ascendiendo en la empresa y en 1934 le destinaron a una filial que abría oficinas en una pujante ciudad al sur de los Pirineos. Allá se trasladó, ahora como Jorge, con su esposa Clothilde y su primer hijo André, mi tío Andrés. El nombre de la filial era “La Previsora Bilbaina”.

Histoire de famille,  dédié à Basile, Valérie et Yuri  

miércoles, 16 de octubre de 2019

Pequeño comentario con dos o tres citas

Sale uno del taller (de literatura) con una marejadilla de ideas en la cabeza. La cuestión más importante, cómo vivir, sí. La visión única del mundo de cada cual, sí. Lo que piensas cerrando los ojos antes de dormir, sí. La primera frase del libro de Sarah Bakewell: El siglo XXI está lleno de gente que está llena de sí misma, sí. Sí a todo, aunque la última ha escocido... Un consejo habitual: Dilo con tus propias palabras. Por un lado no sabría hacerlo de otra forma, por otro no va a poder ser, no poseo ninguna palabra propia, todas son prestadas. Una frase que se atribuye a Abraham Lincoln: "Todos nacemos iguales pero es la última vez que lo somos". Dudo que sea suya, pero me gusta. Nacemos iguales, desnudos y sin una sola palabra que llevarnos al entendimiento. Antes de cumplir el año nos hacemos con la primera, que suele ser "no". Pronto construimos nuestra primera oración y empezamos a ser distintos según nos adentramos en el comunismo primigenio que es el lenguaje. Digo lenguaje y me refiero a todas las lenguas. Cada lengua es también una forma diferente de pensar. Las palabras, la sintaxis, están ahí para todos por igual. El uso del lenguaje es la democracia perfecta del comunismo utópico, lo que seguramente inspiró a Marx y a Engels. Este comunismo no significa café para todos, sino palabras para todos. Si el lenguaje fuera una doctrina su mística sería la poesía y el templo donde su culto tradicionalmente se ha practicado la biblioteca pública. Ursula Le Guin escribió: “Mi definición particular de libertad es tener privilegios de acceso en la biblioteca de la Universidad de Harvard”. Devotos o no de esa religión, todos participamos de su liturgia y con las palabras formamos nuestra visión del mundo, contamos con los dedos antes de dormir, consideramos la cuestión más importante y, supongo que también, nos llenamos poco a poco de nosotros mismos.

viernes, 4 de octubre de 2019

La moneda en el aire

A últimos de julio fuimos de vacaciones a un hotel de la costa. Nuestra hija E. cumpliría dos años en unos días. El uno de agosto llegaron de golpe un montón de nuevos veraneantes. A la hora de cenar se formó un auténtico tumulto a la puerta del comedor, la gente parecía temer que la comida se agotara. Capeando el temporal como pudimos entré al buffet con E. sentada sobre mis hombros. Al rato, nos dimos cuenta de que en el barullo la niña había perdido su chupete. El desconsuelo y los lloros no cesaban. Al final, decidimos salir en busca de una farmacia. La cálida noche, la gente de fiesta y nosotros con nuestra hija llorosa. Pronto encontramos una y pudimos comprar otro chupete. Al cabo de unos días, a media tarde sentimos una calma inusual en el hotel. Nos asomamos al balcón que daba a la piscina y no había nadie en el agua. Cuando bajamos alguien nos dijo que se había ahogado un niño. No vimos nada fuera de lo común, ningún sanitario o alguien llorando, ninguna nota en el tablón de anuncios. Solo la piscina cerrada con la cadena que ponían a diario al acabar el horario de baño. Eso y un silencio mayor de lo habitual. La playa contigua parecía otro mundo, ajeno a cualquier desgracia. A la noche no hubo el baile de costumbre, solo el bar abierto y gente tomando algo en las mesas. Y charlando. El día siguiente a primera hora ya estaban las toallas reservando las tumbonas en torno a la piscina. A las once algunos clientes hacían acuagym siguiendo las animosos indicaciones de un monitor. Ayer se ahogó un niño en la piscina, comentó alguien en voz baja.

domingo, 29 de septiembre de 2019

Las hojas muertas, remix

Llega el otoño y como cada año tengo la tentación de escribir una entrada en este blog comentando la jugada (consúltese el archivo). Acaba el estío (más lírico que verano, ¿no?, es por ir entrando en calor, calentando en la banda) y, cambio o no cambio climático, la naturaleza marca un gol por toda la escuadra y las hojas deslumbran en Vermont. Llega el otoño y qué menos que escribir una poesía. Que melancolía de luna, tan pálida y sola... No, esta no vale que ya está escrita. Melancolía, en septiembre, esto solo me quedó de ti... Tampoco, esta ya esta cantada. Tendría que probar sin melancolía pero no me sale. La melancolía es un must en mi poema de otoño. Tendrá que ser en verso libre (si aún fuera riojano para meter Logroño). O tendrá que no ser. Lo confieso, no soy poeta ni de lejos. No tengo la sensibilidad, la inspiración y el vocabulario necesarios. Cualquier parecido de mis pobres intentos con un poema es pura coincidencia (supongo que nunca engañé a nadie). Así que en vez de producir algún sucedáneo con melancolía de hojas secas en septiembre voy a volver a escuchar "Autumn Leaves" en la versión (voz de terciopelo) de Nat King Cole. The falling leaves, drift by the window... y luego dice, y esto lo digo en serio (I mean it), ...but I miss you most of all my darling when autumn leaves start to fall.

miércoles, 18 de septiembre de 2019

¿Quién dijo miedo?

Me sale al paso la palabra "anomia" y no sé que significa, aunque tengo la sensación de que la conozco de vista. Alguna vez he mirado su significado y luego se me ha olvidado. Consulto a mi móvil, que todo lo sabe, y al rato se me vuelve a olvidar. Pero no del todo, hago un esfuerzo de concentración y me vienen dos palabras "desorden social".  Tal vez no sea el significado exacto, pero los tiros van por ahí (perdón por el símil bélico). No quiero volver a mirarlo para pararle un poco los pies al móvil, ese tirano. El caso es que "anomia" tiene un segundo significado y este sí que se me ha quedado. Anomia es también la incapacidad de llamar a las cosas por su nombre (y me da miedo esa anomia). Dando vueltas a las palabras, los nombres, pienso que al móvil también se le llama celular, y que ahora lo que utilizamos, el tirano, es un smartphone. En castellano "teléfono inteligente". Si se me va a olvidar algún nombre tal vez lo pueda compensar aportando yo alguno nuevo, así que he pensado uno para el smartphone, el teléfono elegante. Ahí va: Tófono, de elegantófono.

jueves, 29 de agosto de 2019

Rerecuerdo

Recuerdo que una vez escribí una entrada citando el libro de Georges Perec (nacido Peretz) "Me acuerdo". También tiene otro titulado "La vida, instrucciones de uso". Gracias al maestro citador Simon Schneider me entero ahora de que Perec se inspiró, y así lo reconoce en una nota de autor, en otro libro anterior, "I Remember" de Joe Brainard. ¿De dónde sacó la idea Brainard? Me tienta escribir mi "Recuerdo", un libro que si bien no tendría ningún interés en general ni tampoco literario en particular, no dejaría de tener interés humano (porque ser humano sigo siendo). Como adelanto he aquí cuatro cosas que recuerdo en casa de mis abuelos. Recuerdo la aldaba de la puerta y la fascinación que me producía. Inciso sobre la forma correcta de llamar con aldaba: hay que dar tres golpes, no muy seguidos. Si das uno te quedas corto, cortísimo, el ruido puede pasar por el de un objeto al caer o por cualquier otro sonido efímero. Con dos golpes la impresión es de timidez, de inseguridad, de duda. Cuatro, o más, es disparar las alarmas, agobiar, meter prisa. Tres es la medida correcta, toc, toc, toc, alguien llama a la puerta. Fin del inciso, sigo con los recuerdos. Recuerdo el filtro para el agua en el grifo de la cocina y cómo el agua, ya potable, o más potable, salía lentamente al vaso. Recuerdo la balanza y el juego de pesas sobre el aparador. Las pesas serían de bronce o latón, con su especie de cabeza para agarrarlas. Recuerdo el perrito de cerámica en el vestíbulo y cómo se apreciaban las junturas después de haber sido reconstruido tras hacerse añicos (en la noche de los tiempos).

lunes, 19 de agosto de 2019

Bucles

Las canciones vuelven, muchas veces en una película, y a veces se olvida su origen. Así "Unchained Melody", "la canción de Ghost" (película de 1990) resulta que fue compuesta para el cine, sí, pero mucho antes, en 1955 (buen año).  La película se titulaba así, "Unchained" (el melody se lo pusieron más tarde), y era "de cárceles". La palabra "unchained" (desencadenado) no aparece en la letra. Desde entonces se han grabado cientos, tal vez miles de versiones, incluida la que se oye en Ghost de los Righteous Brothers . Que no eran hermanos y además en este caso parece que solo cantaba uno de ellos, Bobby Hatfield, al que hay que reconocer el mérito de que cambió la entonación del "I need your love" del último verso, cantándolo mucho más agudo. Todo esto lo he leído en wikipedia y en realidad había empezado a buscar información sobre otra canción que suena en otra película. Brevemente: La peli es Armaggedon (1998) y la canción "Leaving on a Jet Plane" interpretada por su autor, John Denver. Allá en 1969 fue número uno en la versión casi-original de Peter, Paul and Mary (Pedro, Pablo y María, nunca había caído en lo evangélico del nombre). Hacía mucho que no la escuchaba y me ha alegrado el día reencontrarla. Me he acordado de que en la radio traducían el título como "me voy en un aeroplano", cuando "jet plane" debe ser "avión a reacción" más bien. Me ha parecido que ya nadie dice ni "aeroplano" ni "avión a reacción", y que casi nadie traduce ya los títulos de las canciones. Caigo también ahora (en el momento me doy cuenta de pocas cosas) en que John Denver acabó yéndose de verdad en un aeroplano (o avión a reacción), murió en 1997 al estrellarse pilotando uno.

lunes, 5 de agosto de 2019

Dádiva ecuménica

Estaba de pie en la última fila de la sinagoga y se acercó por el pasillo central la mujer que estaba pasando el cepillo. Repaso la grabación en mi cerebro y recuerdo así mis pensamientos del momento. La sinagoga tenía todo el aire de una pequeña iglesia. La mujer iba de gris pero bastante moderna, casi chic. No sabía que se pasara el cepillo en estos sitios (pero lo ignoro casi todo de sus ritos). Pensé que la mujer, y todos los demás, se daban perfecta cuenta de que yo no era judío. Estaba allí por curiosidad y al acercarse la cesta de las limosnas sentí que debía dar algo. Era una forma de decir "no soy judío, está claro, pero respeto a los judíos y sus tradiciones y ya que estoy aquí como usuario (puntual) de la sinagoga quiero hacer una pequeña aportación para su mantenimiento". Eché mano al bolsillo y encontré una moneda de dos euros. Me pareció una cantidad adecuada, aunque al instante dudé y rebusqué a ver que otras monedas tenía. Pero no tenía nada más, así que me reafirmé en la conveniencia de dejar esa moneda de dos euros en el cestillo. Me pareció que estaba contribuyendo, aunque fuera modestamente, a la convivencia entre seres humanos. Voy a depositar la moneda y veo que en la cesta hay varios receptáculos cilíndricos cada uno con una abertura circular de distinto tamaño. Obviamente cada agujero es del tamaño de una de las monedas de curso legal. Los hay de dos euros, de uno, de cincuenta céntimos... Al  hacer el recuento en la "sacristía" (quiero decir en su equivalente judío) ya está hecha la separación previa de las monedas por su valor. No sé si atribuir el sistema a la laboriosidad del pueblo judío o es una ocurrencia poco práctica sin más. Tanteo con mi moneda y de primeras no cabe, debe ser el agujero para los euros. Con una sonrisa rectifico y la introduzco en el cilindro correcto. La mujer mantiene una expresión neutra y serena.

lunes, 15 de julio de 2019

Fake life

No me engaño, no me engaño, no quiero engañarme, me niego (a engañarme). Como deseo (difuso) no está mal. Sobre mi vida (ya, que no te importa, a mí la tuya tampoco), sobre los afectos y las amistades (sobre los amores, uau). No quiero cargar de pasas mi cake, reconozco que es un bizcocho a secas. Me estoy confesando aquí pero sin irme de la lengua, no names, no real events. No por eso (no por no engañarme) voy a ser menos feliz (o infeliz). Pero, siempre hay un, dos o tres peros. O cuatro o cinco (¿esto es un monólogo, un soliloquio, un desahogo o un nada?). Lo he escrito antes, o por lo menos lo he pensado, las vidas humanas se cuentan por fracasos. Tantos fracasos, tantas vidas. El que no está convencido es un iluso (o un sabio). Asumido esto debo aprender a mirar con simpatía esos fracasos que, vaya por dios, son más pequeños que el mío, ¡son tantos! ¿Y si me estoy engañando y soy un triunfador? Afortunado soy, eso seguro, creo. Un afortunado fracasado que no quiere engañarse, pero (pero, pero) ¿cómo saber la medida exacta de mi fracaso? Nunca la sabré. Y tu vida me importa un poquito.

martes, 9 de julio de 2019

Two Faces Have I

Jano era un dios romano que se representaba con dos caras. Digo era y pienso que tanto era entonces como es ahora (y como fue antes). Vamos que no era. Tener dos caras es sonreír a alguien y luego criticarle (mirando para el otro lado). No estoy seguro (no tengo ni idea) de si los romanos interpretaban esas dos caras de Jano de ese modo. El legado de Jano hoy es el nombre del primer mes del año, enero (january en inglés). "Two Faces Have I" , tengo dos caras, no lo dijo Jano, es una canción publicada en 1963 compuesta por Twyla Herbert y Lou Christie e interpretada por el segundo. Una exhibición de falsete con ritmo que a ratos me parece jamaicano. Two Faces es otra canción de 1987 de Bruce Springsteen (parece que le inspiró la de Lou). La letra profundiza en la idea de las dos caras, la que ríe y la que llora, la que acaricia y la que hiere. Eso quería decir, tengo dos caras (aunque aquí procure enseñar solo una). Tú también las tienes, no te hagas el longuis. Todos las tenemos. La segunda es la que nos preocupa, esa que dice Bruce "does things I don't understand", hace cosas que no entiendo, "makes me feel like half a man", me hace sentir  como medio hombre. Las dos caras de la moneda... se aplica a todos y a todo, no te olvides.

lunes, 24 de junio de 2019

In the Still of the Night

Desplazarse a ochenta kilómetros por hora es antinatural para el ser humano. Eso pensaba conduciendo de noche de vuelta a casa. Una noche oscura en la que la luz, también antinatural, de los faros del coche iluminaba el camino de modo muy conveniente. Solo, de noche, sentado en un invento al que no me explico como nos hemos adaptado cuando cualquier pequeño cambio requiere generaciones, cientos, miles de años de evolución. Nadie más en la carretera, atravieso un paraje a todas luces (a la luz de los faros) deshabitado. Por un impulso, seguramente atávico, apago las luces del coche. Quiero comprobar lo oscura que es la noche y el resultado es una negrura deslumbrante (toma oxímoron) y un vértigo instantáneo. Desearía esperar unos segundos y comprobar si mis ojos se van adaptando y puedo ver algo, sombras de árboles, el cielo estrellado. Pero a ochenta kilómetros por hora no puedo hacerlo, en décimas de segundo vuelvo a encender las luces. La carretera sigue en el mismo sitio y estoy solo. Nadie me ve. Ni me oye, así que es un buen momento para pegar un grito. O cantar algo. Dicen que no mueres (en cierta forma, claro) mientras alguien piense en ti. Si ahora mismo, mientras conduzco de noche, nadie está pensando en mí, ¿seguro que estoy vivo? ¿existo de verdad?

miércoles, 5 de junio de 2019

Mientras tanto

"El sonido más dulce del mundo para cada persona es el de su propio nombre", Dale Carnegie. Así somos, sí.. He encontrado la frase cuando buscaba cómo se pronuncia Camus en francés (algo intermedio entre Camí y Camú). Albert Camus escribió que el único problema filosófico verdaderamente serio es el del suicidio. Viene a cuento porque "es noticia" que aunque sea tabú en nuestra sociedad la gente se suicida. O mejor dicho hay gente que se suicida. Viendo los paneles que han puesto en el paso alto sobre la autopista, yo pensaba que eran para que nadie se caiga y resulta que son para que nadie se tire. No soy quien para decir nada al respecto y si hablo es porque tengo boca (y si escribo aquí es porque tengo internet). Por un lado, como decía un amigo, "para vivir así, mejor no morir"; y por otro, como decía Raphael, "¿qué sabe nadie?". Que la vida es absurda (por incomprensible) no hay duda y otra prueba más es la importancia del nivel de litio en un organismo. El suicidio, se me ocurre, es un acto dramático innecesario. Un acto, porque exige acción, un indolente procrastinador no se suicidará nunca. Si suicidarse fuera tan fácil como apagar la luz (nótese el sutil símil) la tasa subiría, sin duda. Dramático, porque no hay mayor drama en esta vida que ese paso de ser a no ser (uno quiere ser original, pero...). E innecesario, porque, amigo, solo estás adelantando lo inevitable. La vida nos va a "suicidar" a todos tarde o temprano. Mientras tanto vuelve a pronunciar mi nombre, haz el favor.

miércoles, 22 de mayo de 2019

Por la paz

En un recorte antiguo, creo que es una entrevista que le harían cuando recibió el Premio Nobel (de literatura), leo el titular, esta frase puesta en los labios de Patrick Modiano: "Nunca consigo escribir lo que quiero decir". Modiano, Premio Nobel, bien dicho. Otras dos cosas difíciles de conseguir, la predicción y el buen juicio. Me refiero a predecir y juzgar (me cuesta escribir lo que quiero decir). La predicción es complicada, sobre todo la del futuro (cita atribuida a Niels Bohr, no está claro que lo dijera). Lo mismo pasa con el juicio referido a los demás. Más accesibles (pero de dificultad no desdeñable) son la predicción concerniente al pasado y el juicio aplicado a uno mismo, no solo eso, sino que ademas es conveniente y recomendable poner interés y empeño en conocer el pasado y en conocerse a uno mismo. En cuanto a predecir el futuro y juzgar a los demás, mejor abstenerse. Nunca sabremos todas las circunstancias, ni para deducir lo que pasará mañana, ni para sentenciar o absolver un comportamiento. Y aún conocidas, recuerda a Modiano, puede que nos falte sabiduría. Más que nada lo digo por la paz.

viernes, 17 de mayo de 2019

Un día lluvioso en primavera

"¡Qué gran momento para estar vivos!", dijo. No dijo "vivo", dijo "vivos", esa es la clave. También dijo (o dijo otro), "la etimología es mi gran pasión". Ahí ya, hay opiniones. No está mal la etimología, no deja de ser una forma de navegar (de zambullirse, de aventurarse) en el mar de las palabras. Aceptamos etimología como bastón de ayuda para adentrarse en una frase procelosa. "Procelosa", de "pro" estar a favor y "celosa" que pone mucho celo, interés. Falsa prima etimológica, nada de eso (en la etimología hay mucho inventor frustrado). "Procelosa" viene de "procella", tormenta en latín, con el sufijo de abundancia "oso". Detrás de cada palabra hay otra(s) palabra(s). Detrás de cada ser vivo hay una gran pasión (o una pequeña pasión). La etimología de "pasión" no le hace justicia. "Pasión" indica un estado pasivo, lo contrario de la acción. Sentir pasión (etimológicamente) es padecer. No dejes que la etimología ciegue tus ojos. Sentir pasión es estar vivos, y desde luego hoy es un gran día para estarlo.

miércoles, 1 de mayo de 2019

Biblioteca personal

Bricolaje intelectual, cómo formar tu biblioteca personal. Empiezo por confesar que la principal característica de mi biblioteca personal es que no tengo biblioteca personal, o por lo menos nada que merezca tal nombre. Me gustan los libros (siempre me han gustado) y me gustan las bibliotecas personales, pero yo no tengo una. En este tema tengo el corazón dividido. Por un lado me encanta husmear en cualquier anaquel de libros, por otro ¿para qué coleccionarlos?, una vez leído que viva su vida donde mejor pueda y si, en el futuro, se me ocurre volverlo a leer, ahí está la biblioteca municipal (y algunas bibliotecas personales cercanas). Y, bueno, lo confieso, ahí están los libros digitales. Sí, el tacto y el olor del papel, también a mí me gustan, pero puedo pasar de ello sin trauma. Por supuesto tengo libros en casa, pienso que más que la media (la media es muy baja), pero no llegan a la masa crítica a partir de la cual podríamos hablar con convicción de una biblioteca personal. ¿Cuál es esa masa crítica? Yo la situaría en dos paredes (mínimo dos metros de largo) cubiertas de estanterías. Menos de eso no es suficiente, lo siento. En números, digamos 400 libros. No vale cualquier libro. Descártense regalos de la Caja de Ahorros, libros de cocina, de rutas turísticas, anuarios, la historia del Athletic y el libro Guinness de los récords. Y similares, ya ves por donde voy. Se trata de reunir los libros que te han gustado y los que crees que te podrían gustar. Ya se entiende que no tienes por qué habértelos leído todos (por definición un lector nunca podrá leerse toda una biblioteca), pero sí bastantes. Un buen número en esa cifra de 400 sería haber leído el cincuenta por ciento, 200. A medida que la biblioteca crece este porcentaje, por lógica, disminuye. Mi biblioteca personal ficticia sería sobre todo literatura, con sus variaciones novela, cuento, diarios, memorias, hasta algo de poesía (ya, que no doy la talla, es cierto). Luego en plan testimonial habría también historia, filosofía, biografías y alguna cosita más. Espero que estas indicaciones te hayan servido de ayuda para montarte en casa esa biblioteca personal que, sin duda, mejora el aspecto de cualquier hogar. La semana que viene en Bricolaje intelectual haremos una comparativa de religiones.

jueves, 18 de abril de 2019

Por no callar

"Está lloviendo" dijo B. al salir a la calle, y sí, estaba lloviendo. Luego en la barra del bar, y mientras se limpiaba el mentón con una servilleta de papel, B. declaró: "Ya me he comido el pincho". Le agradecí, en silencio, que no hubiera añadido "de tortilla". Es majo B.. Si hubiera dicho "llueve" no solo se hubiera ahorrado una palabra, sino que incluso hubiera flirteado con la poesía. "Está lloviendo" es prosa pura y dura. En cualquiera de los dos casos seguía siendo una obviedad. Puestos a imaginar, ¿qué pasaría si toda la humanidad dejara de decir obviedades? ¡Todos unidos podemos!. Aún sin abarcar toda la humanidad se pueden conseguir grandes cosas, ¿no dijo alguien que si todos los chinos saltaran al unísono la Tierra se partiría en dos? Bueno igual exageraba. A lo que iba, si nos pusiéramos de acuerdo y un día dejáramos de decir todas las perogrulladas, desapareciera toda la cháchara inútil, seguramente el silencio originado, la súbita desaparición de ondas de sonido en la atmósfera de la Tierra, originaría una enorme disminución de energía molecular y la temperatura media del planeta caería varios grados. No tanto como para causar una nueva glaciación, pero sí más que suficiente para contrarrestar el actual calentamiento global. Tal vez se pudiera organizar algo desde la ONU, aunque para callar a ese presidente en el que estás pensando... Seamos realistas, no nos vamos a callar. Por cierto que ahora mismo no llueve.

viernes, 5 de abril de 2019

Rebatiendo al profeta

Hay un profesor/filósofo al que le he cogido un truco: sus artículos están llenos de juegos de palabras y de volteretas entre una idea y su contraria (ejemplo: "El optimismo del bien se topa con el tope del pesimismo del mal, y viceversa"). Entender, no entiendo nada, pero me entretengo rastreando sus fuegos de artificio. Me he acordado de él hoy escuchando en el bar al profeta de turno: "Ya lo dijo Jesucristo, dad de comer al hambriento y de beber al sediento", le oía pero no le veía, tapado por una columna. Sí, estoy de acuerdo con el mensaje, aunque no sé si lo dijo Jesucristo (lo miro y no figura así en el evangelio, estas son dos de las obras de misericordia de la Iglesia Católica). El profeta, desatado, seguía hablando de todo, de que muchos al llegar a cierta edad se arrepienten de no haber hecho una carrera (puede ser) y ya de paso proclamando que hay que vivir cada día como si fuera el último. Vaya lugar común, pensaba para mí, deseando dejar de oír su discurso, volviendo a mi periódico. Al de un rato vuelve a captar mi atención: "¿ves esta bala?, es el tipo de bala que usan los asesinos profesionales, no se puede saber de qué arma se ha disparado". Impresionante el profeta. Deseando llevarle la contraria (solo en mi cabeza) vuelvo a lo de vivir cada día como si fuera el último y no acabo de estar de acuerdo, demasiado estrés. Pruebo a darle la vuelta (como haría el profesor /filósofo): "Vive cada día como si no fueras a morir nunca". Mejor, sin duda.

sábado, 30 de marzo de 2019

Ese otro universo

Ayer le oí decir a una chica por la calle "me he pasado la noche haciendo el examen de matemáticas", soñando entiendo. Esta noche la he pasado yo dándole vueltas a una canción. Esa que empieza "de todas las mujeres que habitan en mí, juro que hay algunas que yo ni conozco". Me pasa lo mismo con los hombres y, qué demonios, las mujeres que habitan en . Porque dentro de cada uno tenemos hombres y mujeres en diversas proporciones (menos machoman que tiene una variedad no muy amplia de impresentables, todos muy masculinos). Pensaba esto en el desayuno con el pan tostado en la mano y ha estado a punto de escapárseme y me ha surgido la eterna pregunta, ¿hubiera caído por el lado de la mantequilla (sic) o por el otro? Murphy, Murphy, qué bien conocías al género humano. Debería existir un mundo paralelo donde se cumpliera una ley de Murphy in reverse, o sea una ley que dijera "si algo puede ir bien, irá bien". Me he ido comiendo el pan con margarina y mermelada y como última reflexión para romper el ayuno me he preguntado qué pasa con los sueños de los que no nos acordamos al despertar: los exámenes que hacemos, las canciones que cantamos, las mujeres que besamos, los poemas que escribimos; todas esas cosas que seguramente en el otro universo hacemos despiertos.

miércoles, 20 de marzo de 2019

The Man Who Shot Liberty Valance - Gene Pitney (1962)

No sé por qué el título se ha traducido como "El hombre que mató a Liberty Valance", cuando stricto sensu sería "El hombre que disparó a Liberty Valance". En todo caso la melodrámatica interpretación de Gene Pitney (a la edad de 22 años) de este tema original de Burt Bacharach y Hal David fue un gran éxito y es desde entonces todo un clásico del Oeste. Lo curioso es que no se incluyó en la banda sonora de la película de John Ford del mismo título, no está claro si porque a Ford no le gustó (demasiado pop) o por falta de acuerdo entre compañías. En la película aparecían los buenos, John Wayne y James Stewart, la chica, Vera Miles y el malo, Lee Marvin como Liberty Valance, y aunque la canción dice que "el hombre que disparó a Liberty Valance fue el más valiente de todos" no sabría decir a quién se refería,porque (spoiler) le dispararon los dos...

lunes, 11 de marzo de 2019

Flat Earth

La tierra es plana (y la frase es redonda). Hay una conspiración para hacernos creer que la tierra es redonda. "La tierra es redonda" es una frase plana. La tierra es plana y si nos ponemos a caminar, y navegar algún tramo, acabaremos llegando a la Tierra Media, y preguntando, preguntando a la Comarca y Hobbiton. Tener fe es creer lo que no vemos, y, la verdad, vemos tan poco que hay que tener mucha, mucha fe. Hay que tener fe y ganas para creer en las conspiraciones. Se me antoja más difícil que la NASA simulara la llegada a la luna (y ya puestos que la tierra es redonda) que llegar a la luna de verdad. Las conspiraciones requieren un esfuerzo de tiempo, inteligencia, coordinación, constancia totalmente desproporcionado con el objetivo, porque, vamos a ver, la tierra es plana, vale, ¿y qué?

viernes, 1 de marzo de 2019

Una buena norma

"Hondo" es un western de 1953. Hondo Lane (John Wayne) es un correo de la caballería americana en medio de una revuelta apache. Hay buenos diálogos y los indios no salen mal parados; aunque no desdeñan cortar unas cuantas cabelleras queda claro que los que rompen los tratados son los blancos (y se dice que en su lengua no existe la palabra "mentira"). Un perro, Sam, acompaña al duro Hondo y este recalca: no es mío, viene conmigo. Hay una idea recurrente que Hondo repite hasta tres veces. La primera cuando Mrs Lowe quiere despertar a su hijo Johnny (Lee Aaker, ¡el cabo Rusty de Rin Tin Tin!) para que se despida y Hondo le dice que no hace falta, que los chicos crecen mientras duermen, pero que haga lo que quiera (but you do what you want to). La segunda es cuando Johnny le pregunta: ¿puedo jugar con Sam ahora? y le responde: te he dicho dos veces que no, pero haz lo que quieras (but you do what you wanna do). La tercera es ya la definitiva, y se explaya un poco más. Es cuando le recomienda a la señora Lowe (Geraldine Page) que no se quede en su rancho sola con su hijo, y termina filosófico: Well, a long time ago I made me a rule, I let people do what they want to do (Bien, hace mucho que me puse una norma, dejo a la gente hacer lo que quiera hacer). Desde que vi la película hace unos meses me viene a menudo esa idea a la cabeza, por ejemplo cada vez que un político de la oposición declara que "lo que el presidente (president, lehendakari) tiene que hacer es tal o cual"... digo yo que hay que dejar al presidente hacer lo que quiera hacer, y el opositor podrá opinar lo que él haría y esperar a ser presidente para hacerlo. Como pensaba Hondo, que tenía una parte india.

miércoles, 13 de febrero de 2019

Cifras y letras dentro de un orden

Hace poco un amigo me dijo que él era de letras y no sabía contar hasta cien. Claro que sabe, ¡no va a saber!. Pero, bueno, es cierto que no le van los números. Para compensar le van muchísimo las palabras. Yo soy de ciencias, oficialmente, pero en la vida cotidiana soy bivalente o mixto o como se diga (pero de perfil bajo en todo caso). La prueba de mi congenialidad con las letras, y que pongo sobre la mesa del jurado como evidencia número uno, es este blog que nos contempla. Pero no puedo negar que, no sé por qué, tengo tendencia a cuantificar o medir la realidad. Por ejemplo a calcular los euros que gasto para hacer cien kilómetros con el coche o cuántas páginas de un libro leo en una hora o a contar las plazas de un aparcamiento o las galletas que entran en un paquete, Eso sí, limitándome a usar las cuatro viejas y buenas reglas. Al enterarme de que también había números negativos fruncí el entrecejo y cuando supe que también había números imaginarios y su unidad era la raíz cuadrada de menos uno tuve que resistir la tentación de decirle al profesor: ¿no lo dirá en serio?

lunes, 4 de febrero de 2019

La verdad de Caronte

Dice Canetti que escribir implica siempre esperanza. Bueno, esto es escribir, ¿no?; me place Canetti, muy bueno lo tuyo (a ver si te leo). Además de dar esperanza otra misión de los escritores es contar (o cantar) las verdades del barquero. Cuenta Javier Cercas que charlando con un amigo sobre los requisitos a cumplir para que una sociedad resulte medio decente han llegado a la conclusión de que hay tres figuras que son imprescindibles: la figura del maestro, la del médico y la del que dice "no". Cercas apunta sobre todo a la tercera, a ese Pepito Grillo que cuando todos tiran por un lado se sube a una silla, pega un grito y cuando se vuelven a mirarle dice "¡no!, es por el otro lado". Sin duda esa voz es, o sería, necesaria, pero mi duda es cómo sabríamos reconocerla (con tanto visionario diciendo que ¡no! y que ¡sí! y que ¡según!). Pero lo que quería comentar se refiere a las otras dos figuras previas, al maestro y al médico (si son mujeres mejor que mejor). Dice Cercas que el maestro nos enseña a vivir, y sí, no puedo estar más de acuerdo. Llevo un tiempo, bastante, pensando que todo es cuestión de educación, Si no nos educamos, si no aprendemos a vivir, todo irá mal (o irá peor). Y dice seguido, y esto es lo que de verdad me llama la atención de la teoría, que el médico nos enseña a morir. Algo sospechaba. La respuesta a la pregunta "¿qué hace el médico?" suele ser "curar", o matizando "intentar curar", y la sensación que percibo en el ambiente es que cada muerte se ve, en parte, como un fracaso del médico. Me parece a mí que andamos despistados, que cuando se habla de tasas de supervivencia nos olvidamos, a propósito, de que la tasa de supervivencia a un poco más de plazo es cero (médicos incluidos). El maestro enseña a vivir y el médico a morir, así debería ser, ¿ya lo saben ellos?

miércoles, 16 de enero de 2019

Familia

Puede que "hablar de alguien" y "hablar mal de alguien" sean expresiones sinónimas. Algo que les pasa mucho a los escritores, y así lo confiesan en sus libros, es que cuando hablan de la familia los aludidos (padres, hermanos, primos, tíos, sobrinos) se enfadan. A ver por qué tenía que ir contando eso, y que además no fue así para nada. Me parece que el comentario más inocuo puede molestar. Si alguien escribe, "el primo Juan tenía un sarpullido que le hacía rascarse continuamente el sobaco", apuesto a que el primo Juan se molesta. Y no digamos si se menciona un defecto (¡y hasta yo tengo defectos!). Si "hablar de la familia" es lo mismo que "hablar mal de la familia", es porque me temo que no existe la familia perfecta. Cada familia tiene sus propios demonios (familiares). Una familia perfecta sería la única de la que un escritor podría hablar sin que se le enfadara algún pariente, y aún así no estoy seguro del todo.

miércoles, 9 de enero de 2019

Testigo de la Historia

Ferenc Puskas, uno de los futbolistas más grandes de todos los tiempos, murió dos veces. En la película alemana "La revolución silenciosa" se cuenta cómo en 1956 durante la revolución húngara se difundió la noticia de que Puskas había muerto. No era cierto, se trataba de una fake new. La realidad era que el mítico futbolista húngaro, ídolo de la juventud socialista tras el telón de acero, había abandonado el país con el resto de su equipo, el Honved de Budapest. Días más tarde jugaría en San Mamés en partido de la Copa de Europa (el Honved fue eliminado por el Athletic). Seis años más tarde, un ya veterano Puskas jugaba de nuevo en San Mamés en partido de liga con el Real Madrid. Cerca del final, con el marcador 0 a 1, el árbitro señaló penalty a favor del Madrid en una falta que había sido un par de metros fuera del área. La lluvia de almohadillas hizo parar el encuentro durante unos minutos y el portero del Athletic, un joven Iríbar de 19 años, se acercó a Puskas, que iba a tirar el penalty y le dijo algo así: "oye, tíralo fuera que si no de aquí no salimos". La contestación fue un "sí, hijoputa, sí". Luego le explicaron al sorprendido Iríbar que lo primero que aprendió Puskas en España fueron los tacos, que usaba constantemente. Metió el penalty, claro. Otros dieciséis años después, durante el mundial de Argentina, el 7 de junio de 1978, España se enfrentaba a Brasil. En Madrid, la desaparecida emisora Radio España invitó a sus oyentes a ver el partido en sus instalaciones. No sé por qué se me ocurrió ir. Yo era un estudiante residente en un colegio mayor que solía escuchar los programas de música de la emisora. Cuando, minutos antes del kick off, entré en el auditorio todas las sillas estaban ocupadas. Ni corto ni perezoso me fui a la primera fila y me senté en el suelo debajo de la pantalla. En la tercera fila junto al pasillo estaba sentado Puskas. A los 51 años el orondo ex-futbolista era ahora entrenador. El partido acabó empate a cero, aunque España pudo haber ganado si Cardeñosa hubiese acertado a meter su no-gol. Estando en el punto de penalty le llegó una cesión de cabeza con el portero fuera de sitio y solo un defensa, Amaral, en la línea de gol. Cardeñosa avanzó unos metros mientras se cambiaba el balón a su pierna buena, la izquierda, remató voluntarioso y Amaral alargando la pierna desvió el balón hacia el lateral. Puskas y yo estábamos allí (allí en la radio). Veintiocho años después (en 2006) murió Puskas por segunda y definitiva vez, hacía quince años que había vuelto a su país de nacimiento.