lunes, 24 de junio de 2019

In the Still of the Night

Desplazarse a ochenta kilómetros por hora es antinatural para el ser humano. Eso pensaba conduciendo de noche de vuelta a casa. Una noche oscura en la que la luz, también antinatural, de los faros del coche iluminaba el camino de modo muy conveniente. Solo, de noche, sentado en un invento al que no me explico como nos hemos adaptado cuando cualquier pequeño cambio requiere generaciones, cientos, miles de años de evolución. Nadie más en la carretera, atravieso un paraje a todas luces (a la luz de los faros) deshabitado. Por un impulso, seguramente atávico, apago las luces del coche. Quiero comprobar lo oscura que es la noche y el resultado es una negrura deslumbrante (toma oxímoron) y un vértigo instantáneo. Desearía esperar unos segundos y comprobar si mis ojos se van adaptando y puedo ver algo, sombras de árboles, el cielo estrellado. Pero a ochenta kilómetros por hora no puedo hacerlo, en décimas de segundo vuelvo a encender las luces. La carretera sigue en el mismo sitio y estoy solo. Nadie me ve. Ni me oye, así que es un buen momento para pegar un grito. O cantar algo. Dicen que no mueres (en cierta forma, claro) mientras alguien piense en ti. Si ahora mismo, mientras conduzco de noche, nadie está pensando en mí, ¿seguro que estoy vivo? ¿existo de verdad?

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