sábado, 28 de noviembre de 2020

En Ginebra

Estaba en Ginebra; en Ginebra, Suiza, que no he estado nunca. Lo más cerca en Lausana, junto al mismo lago Leman; o Lemán, con tilde. Mencionar Ginebra me recuerda el géiser que tienen, o falso géiser. Siempre me había parecido sospechoso, un chorro de agua gigantesco, ¿para qué? Ahora más, con el cambio climático; aunque es bonito, eso sí. Estaba en Ginebra y veía el géiser (mal llamado géiser, lo sé) y pensaba en la reina Ginebra y la duda que tengo de si consumó, o no, la infidelidad con Sir Lancelot. Bueno, es agua pasada, o leyenda pasada. Estaba en Ginebra, ciudad de habla francesa pero suiza, qué raro. Suiza es un país multilingüe; pero, ojo, multilingüe de uno en uno, me parece. El que habla francés no habla alemán, ni italiano, ni romanche y multiversa. Me ha salido así, lo de multiversa, por viceversa pero con varios factores contra uno, que va rotando; no sé si valdría (¿algún filólogo en la sala?). Estaba en Ginebra, en un parque junto al lago, con la fuente exuberante de fondo, y, paseando, vi un hombre sentado en un banco. Un anciano, muy tieso, que sostenía un bastón; con la mirada perdida en la distancia. Pero no, la mirada no, no había mirada, el hombre no veía, el hombre era Borges. Borges anciano y yo joven; o, me di cuenta, más bien al revés, yo mortal y Borges eterno. “Maestro”, le dije, “¿me permite que me siente a su lado?” Borges sonrió de modo exagerado, como le había visto sonreír en grabaciones. “Cómo no, es un parque público”. Me senté, emocionado de estar con Borges, pensando qué decirle, convencido de que él me diría algo fulgente (solo estar a su lado y ya se me estaba pegando algo). Caí en la cuenta de que la situación me era familiar: dos hombres sentados en un banco y uno de ellos, como mínimo, es Jorge Luis Borges. ¿Era yo “el otro”? No, no era el otro, y se lo dije. “Ah, conoce la historia, me gustó escribirla”, me contestó Borges con la voz de R., un amigo argentino. Eso me desconcertó, me quedé en silencio. Borges giró la cabeza hacia mí, hacia donde había oído mi voz; y sonriendo, exagerando de nuevo, añadió: “Sabe, María me dejó plantado, ya me voy sintiendo árbol”.

miércoles, 25 de noviembre de 2020

Me viniste a ver

Me viniste a ver y no estaba.
Me dio pena, te hubiera invitado a la sala de estar,
con la luz de la tarde suavizada por las cortinas.
Te he traído el sol y la lluvia, me dirías,
y yo te ofrecería un café, o un té si lo prefieres.
Luego voy a la cocina a prepararlo,
y al volver con la bandeja,
estás junto a la ventana, ojeando un libro.
Sacaría del aparador las tazas y los platillos,
con sus figuras de flores y su tintineo.
Tú, moviéndote suave, me ayudas a disponer la mesa.
Colocarías, cómplice, las cucharillas, las servilletas, el azucarero.
Te sirvo el café, o el té si fuera el caso,
y un breve chaparrón repiquetea en los cristales.
Beberíamos a pequeños sorbos,
mientras nos sonreímos sin saber bien por qué,
diciendo poco o no diciendo nada.
Saldría de nuevo el sol
y hasta puede que, a través de la ventana, luzca el arco iris.
Solo entonces, despacio, te doy un beso que sabe a queso;
no por nada, solo por el gusto de tu compañía y de las palabras rimadas.

sábado, 21 de noviembre de 2020

Queda pendiente

Una vida, estoy ya convencido, no es suficiente. Lo que no sé es cuántas hacen falta para poder decir que has vivido. Tampoco creo que sean muchas, pero solo una, qué putada. En el auditorium había un piano de pared. Allí íbamos, sobre todo, a ver cine. El piano estaba a la derecha de la pantalla, como para acompañar una película muda. Solo una vez había visto a alguien tocarlo. Fue al acabar una peli; mientras íbamos saliendo (con pereza de volver al mundo real), Tulio, al que siempre asocio con Cicerón, claro, levantó la tapa y, de pie, interpretó algo veloz, digno de un salón del oeste. Por lo demás, allí estaba el piano, más un mueble que otra cosa. Una tarde lo oí sonar a través de las puertas. Me asomé. Los cortinones estaban descorridos y la sala llena de luz. Había unos cuantos chicos y chicas en las primeras filas. Un hombre mayor, sería el profesor, estaba sentado en la escalera del escenario. La pianista tenía el pelo corto y, a pesar de su apariencia frágil, irradiaba energía. La pieza era lenta y me pareció tristísima, la melodía más triste del mundo. Se repetía una frase musical, creo que se dice así, y luego unas variaciones que a ratos se me antojaban disonantes, como si errara al elegir las teclas, como lamentos. La velocidad y la intensidad variaban. Como se ve, hablo de piano y música y solo sé los nombres de las notas. Me sentí afortunado de vivir aquel momento, la luz de la tarde y las notas vibrantes. ¿Por qué unas notas te pueden tocar el corazón? Pensé en cómo lo contaría, si sería capaz de confesar que me había emocionado, que había imaginado que la chica tocaba para mí. La pieza terminó con unos acordes menguantes. El profesor dijo: “Bien, cuida el tempo; coge aire y desde el principio”. La chica se relajó, encogió los hombros, estiró el cuello hacia atrás y flexionó los dedos. Entonces miró de reojo y me vio. Intenté sonreír y ella levantó las cejas en un gesto que me pareció amistoso. Luego, recuperó su postura cara al piano, pasó las páginas de la partitura y empezó de nuevo. La misma ola lenta de música, las discordancias, la pena y el consuelo al mismo tiempo. La vida es triste y preciosa a la vez, me estaba diciendo, tienes suerte de estar aquí, guárdate este momento. Luego he vuelto a oír la melodía en otros contextos, y he sabido que es la Gymnopédie nº 1 de Erik Satie, una pieza muy popular (y de tristeza reconocida). La compuso en 1888, a los veintidós años, y el mismo Satie añadió al título, “lent et douloureux”, lento y doloroso. Sigo sin saber nada de música, tal vez en otra vida...

domingo, 15 de noviembre de 2020

Ni esperes, ni desesperes

Paula Fox en “Personajes desesperados” cita una frase de Thoreau: “La mayoría de los hombres lleva vidas de tranquila desesperación”. Cuando lei “Walden” no me fijé en ella (ni en casi nada), y resulta que es de las más conocidas de Thoreau y hasta sale en la película “El club de los poetas muertos”. La busco ahora y ahí está, al principio del libro. Hay discusiones sobre qué quiso decir. Pesimista es, desde luego, y le encuentro cierto sentido: si nada tiene remedio mantengamos la calma al menos. Al citarla en inglés muchas veces se añade: “y se va a la tumba con la canción aún en su interior”, aunque este añadido es apócrifo (y puede que suene mejor en la versión original: ...and go to the grave with the song still in them). Es discutible lo de la canción que se queda sin salir a la luz. Henry James tiene un cuento, “Los años intermedios”, donde un escritor en sus últimos días llega a la conclusión de que pensar que le quedaba por escribir algo mejor, sublime, no era sino una fantasía. Lo que tenía que escribir ya lo había escrito. Igual sucede con esas supuestas canciones, son ilusiones que nos hacemos. Personalizando, me parece que mi canción es esto que lees, no guardo nada más en la manga. Esta segunda parte de la cita, insisto, es un pegote. Lo que dijo, escribió, es lo de la tranquila desesperación; o silenciosa, en otra traducción. Claro que escribió tantas cosas. Leo ahora la frase justo anterior: “Como si se pudiera matar el tiempo sin herir a la eternidad”. O al final del párrafo: “Es una característica de la sabiduría no hacer cosas desesperadas”. Será por frases. Una impresión que saqué de “Walden” es que Thoreau, sin desmerecerle, no vivió aquel año y medio en soledad. El pueblo, Concord, estaba cerca, y cada dos por tres charlaba con uno o con otro; la soledad no era su problema. Otra cosa que dice Paula Fox, así de pasada, es que las palabras solo sirven para decir lo que se puede decir con palabras. Oración algo capicúa y algo retorcida a la que me acojo en el caso de que no se me entienda.

jueves, 12 de noviembre de 2020

Metempsicosis

    Me gusta trabajar en Urgencias, por lo menos ahí se conocen hombres. Hombres de verdad, héroes. Y mujeres de verdad; héroes también, no me gusta “heroína”, ni “poetisa”; son palabras que, de alguna manera, nos hacen de menos. En mi caso; “médica”, “médico”, las dos son aceptables. Urgencias es un punto de convergencia del sufrimiento; un campo de Marte donde, si te fijas, verás héroes con bata y también héroes postrados.

    Me acabo de sentar con un café de la máquina cuando mi compañera Blanca viene con un aviso.

    —En camino un posible infarto con insuficiencia respiratoria, he sacado el historial.

    Le echo un vistazo; mujer, 83 años, varias patologías, media docena de medicamentos habituales.

    —Espera, este nombre lo conozco, la dirección coincide. Es Nina, mi profesora de Lengua.

    ¿Nina?, pero el nombre es Ana.

    Sí, pero le llamaban Ana Karenina, y luego ya Nina.

    Apoyo los codos en la mesa y me cubro la boca con las manos entrelazando los dedos. Nina...

    El primer día de clase entró en el aula y, en medio del guirigay, se puso a escribir en la pizarra: “LA LITERATURA”, el jaleo se hizo murmullo, “ES LA MEDICINA”, ya solo se oía el rascar de la tiza, “DEL ALMA”. Sentí que el mensaje era para mí. Yo quería ser médico y ese verano había leído “Cuerpos y almas”. Mis héroes, Nina fue una de ellos.

    Cuando llega estoy con otro paciente. Termino y Blanca me indica un box y me dice en voz baja:

    —Tu profesora está muy malita.

    Entro y reconozco sus rasgos en un cuerpo consumido, pequeña en la camilla, un ser humano a merced del tiempo. El box tiene una ventana, arriba, pegada al techo. Está entreabierta y se ve un rectángulo de cielo. Por ahí se irá el alma; aparecerá una alondra y el alma de Nina transmigrará, y saldrá volando. Ha sido un pensamiento reflejo; he asociado el recuerdo de cuando leímos en clase un fragmento del Ulises de Joyce y aprendí esa palabra, metempsicosis.

    Nina ha abierto los ojos. Le cojo la mano, le sonrío y le digo:

    Nina, Ana, eres una de mis héroes. ¿Recuerdas cuando escribiste “La literatura es la medicina del alma”? Fue maravilloso.

    *Agradecimientos: a Lucia Berlin, Íñigo Larroque y el taller de escritura.


viernes, 6 de noviembre de 2020

Asediados

“I feel it in my fingers, I feel it in my toes”, el maldito virus está en todas partes, como el amor en la canción de Los Troggs (Love Is All Around, 1967). Por cierto, la movilidad se justifica por dos de las tres cosas que hay en la vida, salud y dinero (o sea trabajo), ¡falta el amor! Muy ligero he empezado, pero hay que quitar hierro. Pienso en algunas personas a las que no va a afectar la pandemia, porque ya no están. A mí mismo me llega tarde, sin estar muerto. Me afecta, cómo no, pero no me puede agobiar como lo han hecho antes otras circunstancias, estoy vacunado contra este agobio. Peor sería una guerra. Peor es una guerra ahora mismo en muchos sitios. El toque de queda, una medida sanitaria, y van algunos y protestan quemando contenedores. El motivo, supongo, es que no les dejan salir a divertirse por la noche. Tienen casa, vestido, comida, y diría que hasta dinero en el bolsillo. Y sanidad pública. ¿Qué ha fallado? La educación; la solidaridad y los valores. Lo digo sabiendo que hasta estos tienen su cuota de razón, y que nadie la tiene del todo, ni Angela Merkel. Todo esto es algo que da qué pensar; los tiempos, la esencia de la sociedad humana, la fugacidad de la vida. Es complicado. Me ha llamado la atención la expresión “municipios colindantes”. “Co-lin-dan-te” es una palabra musical, suena a campanilleo; pero podrían haber dicho “municipios vecinos”. Esto me recuerda algo que le leí a Ursula K Le Guin: en inglés las palabras de una o dos sílabas son la inmensa mayoría. Luego están las de tres, más especializadas, pero comunes, y luego las de cuatro o más, que suelen requerir para su uso de un profesor universitario. En español la tendencia es la contraria. La prosa castellana es más pesada, está cargada de polisílabos. Me estoy yendo por las ramas. Una cosa sobre los gestores de la pandemia, los políticos. No creo que sea un colectivo mucho más desastroso que otro cualquiera; los panaderos, por ejemplo. Lo bueno de los panaderos es que no nos gobiernan. Ni a los panaderos les sale siempre bien el pan, ni los políticos se equivocan siempre. Y sobre Angela Merkel; que quede claro, Angela, te admiro.