martes, 12 de febrero de 2013

El papa renuncia

No dimite, ni abdica, ni mucho menos apostata. Y como todo el mundo tiene algo que decir, yo también escribo esta entrada. Con siete años en mi Primera Comunión, el cura, don José Luis, mantuvo hasta la misma mañana de la ceremonia la incógnita de si sería mi primo J. o yo mismo quien hiciera las preguntas de rigor al resto de los nuevos comulgantes. Aquel día nos hicieron ir un poco antes a la sacristía para hacer una última prueba y decidir entre los dos. A mí, andar así  me parecía absurdo y si por una parte me sentía halagado por estar en la "final" de aquel "concurso" (sin haber puesto ningún interés especial), por otra no quería salir delante de todos en la iglesia a hacer aquellas preguntas. Al final fue mi primo el elegido y fue él quien nos preguntó entre otras cosas: ¿Renunciáis a Satanás, a todas sus pompas y sus obras?. Y yo, amparado en el anonimato, afirmé "sí, renunciamos". ¿Hubiera cambiado mi vida si el elegido hubiera sido yo?. No sé. Tampoco sé si sigo dentro de la Iglesia más allá de los papeles. En todo caso renuncié a Satanás, cosa que me parecía más retórica que otra cosa, sobre todo en lo referente a sus "pompas". Ahora Benedicto XVI renuncia a su apostolado (¿lo he dicho bien?). Los partidarios de la teoría de la conspiración darán mil razones e incluso escribirán alguna novela para explicárnoslo, pero yo prefiero aventurar que la culpa la tienen las rodillas de Ratzinger. Y digo las rodillas porque si así fuera sentiría más cercano al todavía papa: Yo mismo siento mis rodillas como un punto débil. Ese no subir y, sobre todo, no bajar las escaleras como antes. Así que el papa ha renunciado porque es un hombre mayor, un anciano, y lo ha hecho hablando en latín. A las pocas horas un rayo impactó en la cruz que corona la basílica de San Pedro. La foto, preciosa, viene en el periódico. He sentido la emoción de las palabras, de los idiomas semiolvidados, de los símbolos, de la humanidad falible del papa.