lunes, 31 de octubre de 2022

Últimas frases

    Supongo que hay libros enteros dedicados a las últimas frases; no la tuya o la mía que no interesan a nadie, y además aún no las hemos dicho, sino las de personas que han alcanzado notoriedad en esta vida. En general hay que tomarlas con reservas, no siempre son fidedignas y el contexto se suele obviar. Confiemos en que estas dos que he encontrado por casualidad sean de las auténticas.
    Van Gogh, nuestro amigo Vincent, murió en 1890 a los 37 años un par de días después de dispararse un tiro (se supone, no hubo testigos y por lo visto no se acertó bien del todo). Su hermano Theo menciona esa última frase en una carta a su hermana Elisabeth: La tristeza durará siempre. Lo dijo en francés, la tristesse durera toujours, porque Vincent aunque era holandés (neerlandés) se pasó poco a poco a ese idioma. Atenuante, los problemas mentales del artista. Lo digo por lo deprimente de la frase, aunque también se entiende que la dijera, por qué iba a estar animado si se estaba muriendo. Lo piensas y la tristeza es un valor seguro, se puede apostar por ella, siempre habrá tristeza.
    El poeta irlandés Seamus Heaney murió en 2013 a los 74 años y conocemos sus ultimas palabras porque un hijo las desveló en el funeral. Lo curioso es que no las pronunció sino que las escribió en un mensaje de texto a su mujer: Noli timere fueron esas dos últimas palabras en latín que significan no temas. Parece que el precedente está en la traducción de la Biblia conocida como la Vulgata cuando Jesús les dice a sus discípulos, regocijaos, soy yo, no temáis (nolite timere, en plural). Tiene su cosa mandar ese mensaje minutos antes de morir, de alguna forma es consolador para los que nos quedamos un rato más en este mundo.

viernes, 28 de octubre de 2022

Escribe, que algo queda

    Cada vez estoy más convencido de que el que escribe esto no soy yo sino otro más listo, más divertido, más sociable y seguramente más alto que yo. Pero claro, de alguna forma también tengo que ser yo porque son mis dedos los que teclean. Debe de ser que estoy suplantando a alguien o me lo estoy inventando o es él quien toma el control y no lo puedo evitar. Escribir es despertar a ese otro yo que se esconde en nuestro interior. O es hacer frases.
    Todo lo bueno que se pueda decir de escribir me parece bien, estoy de acuerdo. Es aclararse, es hacer terapia, es conocerse, es confesar; es ser honesto, porque no hay cosa más tonta que engañarse a uno mismo. También es traicionarse porque los pensamientos y los sentimientos no están hechos de palabras; son una sucesión de imágenes y sensaciones, un caudal imposible de encauzar por escrito. La mente es un tren de alta velocidad y la escritura hace lo que puede persiguiéndolo. Las palabras son el gran invento humano y la mejor forma conocida de comunicarse pero por muchas que haya no son suficientes, hacen falta más.
    Escribir es como pintar un retrato; unas veces el parecido es sorprendente, otras ni en el blanco del ojo y de vez en cuando, con suerte, el cuadro supera al original. La escritura se realimenta y cada línea escrita sugiere nuevas ideas, por eso a veces escribir es como abrirse paso con un machete en la jungla sin saber muy bien si vas hacia el río o hacia la montaña. Me atrevo a decir, ahora que he entrado en calor, que en realidad para escribir solo hay un requisito imprescindible. Lo he mencionado antes de pasada: la honestidad­, solo eso; si se cumple lo escrito es siempre válido. Además, escribir es barato y no requiere ninguna titulación.

martes, 25 de octubre de 2022

Otra posible división del mundo

    Todo es mejorable. La respiración, por ejemplo. Hay mucho escrito sobre el tema, principalmente en el campo de la meditación, el yoga y todo eso, y en el de la música, donde hay que aprender a respirar para cantar o para tocar algún instrumento; con alguno dicen que es necesario coger y soltar aire a la vez, cómo será eso.
    Por mi parte, de momento, me arreglo con mis habilidades innatas. La respiración consta de dos o tal vez tres partes, Está la inspiración, luego la espiración y finalmente la, digamos, contención. Esta última es opcional, en teoría se puede vivir sin aguantar nunca la respiración a base del manido y elemental inspira-espira, aburrido pero efectivo.
    Sin embargo a veces hay que echar mano de la contención. Hay casos de estricta necesidad, como en el buceo a pulmón libre o en medio de una humareda o en la atmósfera irrespirable de un planeta alienígena, caso este improbable pero que he apuntado por ver cómo sonaba. Luego hay situaciones más sutiles como enhebrar una aguja o hacerse el muerto.
    Dos momentos clave son el primer y el último aliento. Al nacer y salir del útero con los pulmones debidamente formados pero inmaculados y sin ningún entrenamiento previo podría suceder que al cerebro en un rapto de ofuscación se le cruzaran los cables y decidiera que lo primero es espirar, echar aire, aire que no existe porque aún no ha entrado en el neonato. Imagino la angustia de tal situación. La solución ancestral ha sido una palmada en las nalgas y, la verdad, ese recurso a la violencia no me parece adecuado. Habría que darle una vuelta.
    El último aliento también me plantea una duda. No hay que confundir espirar, con ese, y expirar, con x. No siempre, creo yo, al expirar se espira; podría ser que el último aliento fuera una inspiración. Si esto fuera así, que en realidad no lo sé, en el mundo habría dos clases de personas, las que expiran espirando y las que expiran inspirando. Lo peculiar de esta división es que nadie puede saber a qué grupo pertenece hasta el último instante de su vida aunque reconozco que a efectos prácticos daría lo mismo.

sábado, 22 de octubre de 2022

Annie y Marguerite

    Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde”, qué buena primera frase esta de Marguerite Duras. El libro es “El amante”. Hay película y Jane March sale tan guapa como debía de ser Duras entonces, antes de que fuera demasiado tarde. Solo tenía quince años, o quince años y medio, puntualiza. Me refiero a la protagonista de la novela, personaje de ficción, si bien se supone que el modelo original sigue siendo la autora.
    Tan autobiográfica o más que Duras es Ernaux, Annie de nombre, la última premio Nobel de Literatura. He leído poco a Ernaux y menos aún a Duras, pero las he leído, qué caramba. Eso sí, con el aprovechamiento habitual, poco, pequeño. Ernaux y Duras, dos nombres que no son los suyos de nacimiento. Sus apellidos familiares eran Duchesne y Donnadieu, bien válidos, me parece.
    En su brillante primera frase Duras se refiere a la belleza física, explica que ya a los dieciocho su rasgos se asentaron en una fisonomía atemporal que le duraría durante décadas, un rostro no desagradable pero tampoco estrictamente bello, un rostro que recuerda a los gnomos de los cuentos. Ernaux es poseedora de una belleza más estándar, de un desarrollo un tanto tardío, pienso, justo al revés que Duras, con una fase casi de patito feo durante la adolescencia desgarbada que evolucionó luego hacia una belleza de rasgos nórdicos, belleza que aún hoy, a los 82 años, asoma en las fotos y no poca de la cual se debe la serenidad que transmite.
    En lo literario Duras me parece más descarnada, críptica, salvaje y fantástica; Ernaux más reflexiva, clara, caritativa y sincera. Explica Ernaux en uno de sus libros que cuando escribe no es del todo consciente de que la leerán y su intimidad quedará al descubierto; y el caso es que queda. Me imagino a sus hijos, por ejemplo, pidiéndole encarecidamente que ni los mencione en sus novelas.

miércoles, 19 de octubre de 2022

Starry, starry night

    Starry, starry night”, noche estrellada y tibia envuelta en murmullos generados por las propias estrellas al deslizarse, aunque desde aquí parezca que no se muevan. Hace medio siglo que Don McLean publicó la canción “Vincent”que empieza así, “estrellada, estrellada noche”, y que está dedicada a Van Gogh.
    Ahora le han tirado sopa de tomate, dos botes, a un cuadro suyo. El comentario en la prensa es unánime: que mala es la sopa de tomate de bote (“agua de tomate” dice uno). Pero bueno, el cuadro estaba protegido por un cristal. Los medios han dicho que se trata de “Los girasoles”.
    Resulta que Van Gogh pintó, al parecer, siete cuadros de girasoles. Se entiende la simplificación, cómo explicas en un titular eso de que han arrojado sopa de tomate a uno de los siete cuadros de girasoles que pintó Van Gogh, queda un poco largo. Por otra parte, no creo que el pintor se entretuviera poniendo nombres a sus cuadros. Dicen que pintó unos novecientos. Imagino que en algún momento le diría a Theo, su hermano, ponles tú nombre, yo bastante tengo con pintarlos.
    La protesta de la sopa era contra la industria del petróleo, creo. Los casi únicos perjudicados van a ser los de la limpieza, bien sea la señora que quite lo más gordo bien las restauradoras que retiren con mimo el cristal y limpien cualquier rastro sospechoso que seguramente ya estaba allí de antes.
    Por supuesto que me parece bien salvar el planeta pero eso es como todo, eres libre de hacer lo que quieras mientras no molestes a los demás. También hay que reconocer que todos somos responsables de acciones antiecológicas, incluidas las activistas de la sopa porque supongo que ponen la calefacción, gastan electricidad y tal vez generen residuos de plástico, casi seguro. Todos contaminamos, cada uno dentro de nuestras modestas posibilidades.
    Por cierto, la prensa, y la gente sobre todo, especula sobre lo que pueda haber detrás del ataque (porque es un ataque, ¿no?). Quién está detrás, a quién beneficia, esas cosas; la conspiración, en una palabra. La verdad, no veo la necesidad, prefiero la simplicidad del hecho. Además, en la línea de lo que pudo decirle Van Gogh a su hermano, bastante tengo con aclararme yo para andar imaginando lo que piensen otros.

domingo, 16 de octubre de 2022

Sobre la experiencia

    “Me es inverosímil”, dijo alguien (un testigo protegido) queriendo decir indiferente, un desliz. Inverosímil no es sinónimo de imposible. Veo perfectamente posible pasar por la vida sin mancharse los zapatos y morir completamente inexperto. Estoy siendo vehemente. Para mi futuro diccionario secreto; vehemente, que usa en exceso adverbios acabados en mente. No es lo habitual, ese mirlo blanco que es impermeable a la experiencia. Lo corriente es nacer inocente y poco a poco ir escarmentando.
    La juventud está sobrevalorada. Ser joven es valioso de un modo indirecto, por los futuros logros hipotéticos, no porque sea un valor en sí. Mientras uno es joven se mueve por la vida con poca información (porque acaba de llegar). Para espíritus sensibles la juventud puede resultar estéril, angustiosa, difícil.
    La experiencia también está sobrevalorada; se sobrentiende como algo siempre positivo, y ese es el error. El ciudadano medio pasa de joven a adulto sin ningún esfuerzo por su parte, salvo el que pueda suponer comer y dormir, y en ese trayecto crece su experiencia, según los casos, según la aptitud y la actitud.
    La cuestión es cómo se digiere lo vivido, cómo vamos asimilando la existencia; porque con la experiencia pasa como con el colesterol, la hay buena y la hay mala (recordatorio, HDL es el colesterol bueno, LDL, el malo). La experiencia buena se da por supuesta en demasiadas ocasiones y muy a menudo se sobrevalora, ya que por poco que valores algo que no existe siempre lo estarás sobrevalorando. Cuando de verdad la hay (experiencia de la buena) mirarse en ella es un regalo que debemos aprovechar. Por desgracia es más frecuente, pan de todos los días, que nos hagamos mayores acumulando una gran mala experiencia, una experiencia que nos haga desconfiados y egoístas, una experiencia obtenida a base de malas digestiones de la vida.


jueves, 13 de octubre de 2022

2. Vendetta

    La torre de la corporación, suena a sede del gobierno dictatorial de la galaxia. El plan es infiltrarse, subir hasta la planta de dirección y escribir en la pared del baño con rotulador gordo y en mayúsculas “LADRONES”. Solo eso, un desahogo simbólico pero que les incomode, que sientan que no son invulnerables; y te refieres en especial a él, al capo innombrable que tanto sale en los medios.
    El vestíbulo visto desde fuera parece una pecera con plantas acuáticas y tiburones que se deslizan de un lado para otro. ¿Repugnancia?, no, solo el rechazo instintivo al poder de una multinacional. Has cuidado tu vestimenta, la acción requiere cierto grado de pulcritud que contraste con el aspecto descuidado del cómplice zarrapastroso que ha de distraer al personal mientras tú te escabulles por un lateral.
    Te cuelas en el ascensor más próximo y aguantas la puerta para dejar pasar a una belleza elegante con maletín que te da las gracias y pulsa el 33. Tú pulsas el 35 y le haces una broma inocente sobre ejecutivos. Ella ríe y contesta con otra broma más ingeniosa que la tuya. Estás fascinado, eres así de simple; dejas de toquetear el rotulador que llevas en el bolsillo y os enzarzáis en un intercambio rápido de presuntas agudezas. A la altura del piso 20 sientes un impulso irrefrenable de besarla. Apenas has iniciado el acercamiento cuando las luces parpadean, se apagan y el ascensor se detiene bruscamente. Ella, desequilibrada, se apoya en ti y es entonces cuando recibes de lleno la tufarada de su mal aliento en el que crees discernir una nota de azufre. Te echas hacia atrás sorprendido y confuso. Estoy perdido, piensas, me han descubierto.

martes, 11 de octubre de 2022

1. El menosprecio

    Entras al portal, abres el buzón y entre los envíos de publicidad hay una carta de la compañía eléctrica. Dice que si te descargas su aplicación para móvil te rebajarán un dos por ciento la factura. Solo hay una pega, te das cuenta, la carta llega un día después de la fecha límite para acogerse a la oferta. Bueno, piensas, somos humanos; se lo comento y lo entenderán.
    Te descargas la aplicación y mandas un e-mail explicando el caso. Has sido cliente durante años; el retraso de Correos en entregar la carta
, si lo ha habido, es ajeno a tu voluntad; lo razonable, te parece, es que te apliquen el descuento.
    En pocas horas te llega la respuesta. Estimado cliente, muchas gracias por escribirnos, estamos encantados de atender su consulta. Qué bien empieza, piensas, qué amables; va a ser que sí. Sigues leyendo, en cuanto a su petición no es posible realizar el descuento pues la oferta ya no está en vigor, agradecemos su confianza, etcétera. ¿Cómo? No es la primera vez que te sientes menospreciado por la prepotencia de esa u otra gran empresa o por la administración o por el mundo en general. No way, ni modo, que dicen en México. Tienes que hacer algo.

sábado, 8 de octubre de 2022

No tengo edad

    ¿Quién soy yo? Buena pregunta, que alguien me lo diga. No sé quien soy ni creo que lo sepa nunca pero no pasa nada, puedo hacer como si lo supiera, o puedo obviarlo, no pensar en ello o pensarlo solo con fines recreativos. Así, en general, por una parte soy un ser de carne y hueso para quien el paso del tiempo es una realidad insoslayable, por otra también soy un flujo de consciencia a base de palabras que no tiene edad. He exagerado; un poco, no mucho.
    JRJ, el que escribió sobre el burrito tan blando por fuera que se diría todo de algodón, aspiraba a redondear su mejor poema el último día de su vida; el poema que lo dijera todo de él, el producto sucesivo de escribir y reescribir a lo largo de sesenta años.
    Hace casi sesenta años, cuando JRJ ya había muerto, vosotros no habíais nacido y vuestros padres tampoco, yo era un niño que cursaba Ingreso de Bachiller en el colegio en calidad de mediopensionista, es decir que me quedaba a comer. Un día estábamos cuatro en una mesa comiendo y jugando a hacer preguntas cuando mi primo F, dos años mayor, le preguntó a otro, de apellido Orrantia, por el nombre del estrecho que separa Asia y América.
    —Bering  —dije yo.
    —Y tú por qué dices nada si la pregunta no era para ti —me recriminó mi primo. El estrecho de Bering, no sé de donde lo saqué. Crecí dos centímetros de golpe, yo sabía cosas.
    Ahora, casi sesenta años después, sé más, también sé que no sé y sigo siendo al mismo tiempo testigo y actor de mi vida. Ese testigo ha estado ahí casi desde el principio y a él recurro a la hora de escribir. Aporta la versión objetiva de los hechos y luego mi yo actor añade la emoción y acomoda la historia un poco a su favor. No puedo ser mi yo de veinte años, ni el de cuarenta, ni ningún otro; pero todos ellos están ahí, en la declaración del testigo que lo vio y lo escuchó todo.

miércoles, 5 de octubre de 2022

En el jardín

    La mujer ha salido al jardín y arrastrado una tumbona hasta situarla a la sombra del árbol más frondoso, y casi único, que le han dicho que es un arce. Hace años había allí un sauce llorón, tan reconocible por su peculiar fisonomía que nos recuerda que los árboles también lloran y, en aquel caso, que también mueren aunque ella no se acuerda bien cómo fue aquella muerte vegetal. El arce de ahora, sin la estética decadente del otro, da una sombra estupenda.
    La semana anterior ha hecho un tiempo bastante ful pero hoy, a primeros de octubre, ha quedado un día de verano tardío. A la sombra del arce no hace ni frío ni calor. Ha abierto su libro y se ha puesto a leer pero en seguida lo apoya en el regazo y levanta la vista. Calma sorprendente, no es lo habitual. La mujer se concentra en escuchar. Sabe que el silencio nunca es absoluto y lo confirma con algún trino lejano y, ahora que se fija, con un leve rumor de hojas. Alza la mirada y contempla el balanceo de algunas ramas.
    Es una delicia estar en el jardín un día como hoy. Echa una mirada a su alrededor. Ve al otro lado el ciruelo japonés que lleva varios años sin dar fruto, por qué será, se estará secando, no sabe. Más cerca, en el centro del jardín está el macizo de las dalias rodeado de pétalos caídos y pleno de flores en su apogeo. Si te fijas verás que hay además abundantes yemas en diversos grados de floración. Durante todo el verano abejas y abejorros han rondado felices al calor del sol este macizo de dalias. Una hormiga alada se ha posado en el dorso de su mano. Insectos tiene que haber en un jardín, por pequeño que sea. Arañas, piensa, aquí las hay aunque no se vean, sus hilos se renuevan a diario por todos los rincones.
    Otros animales más grandes, gatos, se cuelan de vez en cuando. Sigilosos en su avance se paran de pronto al percibir la presencia humana y luego escapan por cualquier rendija, dejando claro que se van porque quieren, no porque nos tengan miedo. Y los pájaros, auténticos dueños del jardín. Al atardecer forman en el arce una tertulia multitudinaria y escandalosa hasta que algún sonido provoca su estampida acompañada por un batir unísono de alas que semeja el redoble de un tambor. Al evocarlo la mujer esboza una sonrisa. Luego suspira, toma de nuevo el libro en sus manos y reanuda la lectura.

domingo, 2 de octubre de 2022

Amar, querer

    Tenemos un problema con las palabras. O más de uno pero aquí me refiero a entenderlas. Una palabra significa lo que diga la Academia pero también lo que entienda cada uno. Por suerte lo normal es que todos entendamos lo mismo; así un árbol es un árbol, apenas queda margen para la confusión; o pongamos un verbo, comer, tampoco hay dudas con comer, llevamos toda la vida comiendo, sabemos de qué hablamos.
    Sin embargo, otros casos no están tan claros. Desde el principio estaba pensando en la palabra “amar”. Dice la Academia, Amar: Tener amor a alguien o algo. Hay que mirar amor. Amor: Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser. Qué sorpresa ese “partiendo de su propia insuficiencia”, qué buena lectura es el diccionario y qué suerte poder consultarlo en línea. Hay una segunda acepción de amor más concreta y esclarecedora, y luego otras doce acepciones más, como medallas que indican la importancia de la palabra.
    Queda claro el significado oficial de “amar” pero me temo que en la práctica muchas palabras en general y “amar” en particular arrastran otras connotaciones; bien añadidas por la experiencia o la ficción del cine y la literatura bien inventadas por nosotros mismos. En mi percepción decir “te amo” suena ampuloso, excesivo, clásico. “Amar” sería un ideal, una entelequia, algo imposible en la realidad. Enamorarse sí, eso lo comprendo porque mientras un amor de verdad debería ser eterno (como el odio de Aníbal a los romanos) el enamoramiento es, me parece, un bendito trastorno pasajero.
    La alternativa realista a “amar” es “querer”. “Querer” con su carácter polisémico, incluso ecuménico, es más humano, más de tener los pies en el suelo. Lo natural es decir “te quiero” o, en determinadas circunstancias, “te quiero mucho”. Desarrollándolo un poco; te quiero porque todo te interesa, por tu generosidad, por la forma en que miras a la gente; te quiero porque es fácil quererte; te quiero por las razones habituales; te quiero porque me quieres.