sábado, 27 de febrero de 2021

Un mundo mejor

No tengo nada que decir sobre el rapero encarcelado. Nada nuevo, quiero decir. Viejo diré esto: conocida una de sus frases se te quitan las ganas de oír nada más. Gene Hackman, el actor, dijo una vez que la vida era demasiado corta para pasar seis semanas rodando una película con Sam Peckinpah (Sam era un cascarrabias). Adaptación al rapero: la vida es demasiado breve para perder ni medio minuto con sus rimas, y mis disculpas al señor Peckinpah por la comparación. Para quitar el mal sabor de boca necesito pensar en algo positivo, y me he acordado de mi amigo B., un tipo vehemente y sensible, hincha del Athletic, amante de la familia, deportista, buena persona. Una vez, no sé en qué circunstancias, él no se explayó y yo tampoco le pedí detalles, estaba allí cuando un coche, en un despiste se supone, se precipitó a la ría. Pasa de vez en cuando. La buena suerte fue que la marea estaba alta y el impacto no fue grande, por la poca altura de la caída. La mala, que, tras un primer momento en el que parecía que flotaba, el auto empezó a hundirse rápidamente. B., me dijo, se quitó la cazadora con las llaves y la cartera, y pensó en quitarse los zapatos, pero lo descartó sobre la marcha y se tiró al agua. En el coche había dos personas. El conductor, un hombre de unos sesenta años, salió por sus propios medios; así que B. fue al lado del acompañante, ayudó a salir a la única pasajera, que era una monja, y la llevó a remolque hasta la orilla. El mundo debería ser siempre así, sin odio ni cárceles y con explosiones espontáneas de solidaridad, como esta. Lo recuerdo y me sale una sonrisa; es que tiene hasta gracia, con cariño lo digo, mi amigo B. que pescó una monja en la ría.

miércoles, 24 de febrero de 2021

Leal o traidor

“Dejad la literatura; haréis daño a vuestras familias, los avergonzaréis”, dijo una vez John Banville. Es un consejo a tener en cuenta, aunque se puede interpretar de dos formas (al menos de dos). Una, sería que se avergonzarán de lo mal que escribís; que escribes, que escribo. La segunda, que se ofenderán al verse reflejados en un espejo poco favorecedor (como si la culpa fuera del espejo). Me parece que es este segundo caso al que se refería Banville. Les ha pasado a muchos, diría que a todos los que se han atrevido a escribir de la familia con absoluta sinceridad. Le pasó, por poner un ejemplo concreto, a Hanif Kureishi; que se lamentaba de que su hermana le había dejado de hablar. Eres un falso, Hanif, conoces perfectamente los motivos de tu hermana: eres demasiado sincero, nadie quiere que le cuenten la verdad desnuda. Hace poco he conocido un caso cercano, un amigo que, en un bonito texto literario, contaba en una red social recuerdos de las navidades familiares y el pequeño trauma que le suponían los comportamientos de algunos adultos. La reacción de los parientes, en los comentarios, fue unánime: ellos no recordaban ninguna situación traumática, aquellas navidades en familia eran maravillosas. Bueno, esa es también la misión del escritor, desvelar lo que nadie quiere ver (o es incapaz de ver), señalar la desnudez del emperador.

domingo, 21 de febrero de 2021

Basado en hechos reales

Últimamente no hay película que no avise que está basada en hechos reales. A veces se llega a decir, de manera descarnada, “esta es una historia real”; una exageración, no hacía falta, de verdad. Pero es normal, el cine, y la literatura, están basados en hechos reales, en qué si no. Todo, hasta la guerra de las galaxias, porque si bien nos sitúan en esa galaxia tan lejana y aparecen extraterrestres, los comportamientos son cien por cien humanos (ejemplo, la taberna espacial, típica taberna portuaria). La ficción está basada en hechos reales y la autoficción, más. En mi escribir errático me he pasado del cine a la literatura; no importa, ya volveremos. Corrijo lo de antes: la autoficción son hechos reales apenas disimulados y, además, la mayor parte de la ficción es autoficción. También puede ser que yo sea muy crédulo; me creo a pies juntillas todo lo que cuente un narrador en primera persona, ¿por qué iba a mentir? Mentir es difícil e inventar es una forma de mentir. Es mucho más fácil contar la cena de amigos de anoche que imaginar otra. A veces la vida no es sino un ensayo con vestuario para la película (o para la novela). Menos común, me parece, se va haciendo la fórmula complementaria, “cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”. Cuando lees lo de “pura coincidencia”, te dices, vaya, aquí a alguien lo van a poner a parir. El indicio inequívoco es la palabra “pura” (aunque podría ser peor, podría decir “pura chiripa”, ya sería recochineo). En busca de la credibilidad mi consejo de inexperto es cambiar el adjetivo “pura” por otro más razonable, uno que no ponga tanto énfasis en que la tal coincidencia es un escenario remoto que contemplamos solo porque nos ha obligado el departamento legal. Se puede conseguir con un mínimo cambio de dos letras; pasar de “pura” a “mera”; “cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia” (“merita coincidencia” en México). Eso le quitaría mucho hierro; ya sería, de haberla, una mera, simple coincidencia de andar por casa; una coincidencia inocente que silba mirando para otro lado y que disimularía, mal que bien, que la película, después de todo, sí que está basada en hechos reales; solo que no querían reconocerlo.

jueves, 18 de febrero de 2021

Truco

Es pequeño, peludo y suave, como Platero, pero en perro. María lo coge en brazos y le dice a Isabel, su prima, que no tenía que haber.. , que bonito sí es, mucho, qué cosita, pero un perro ahora, vaya lío, ¿no?; y perro no he tenido nunca, no sé si sabré... María, perro siempre has querido, no me digas que no. Acuérdate de Tote, en casa de los abuelos; y sitio tienes, un piso de noventa metros y Enrique y tú, solos. Sí, solos y casados para tener un piso; un compromiso, el piso digo, de por vida o para treinta años, que es casi lo mismo. Y si no es momento para un hijo, los dos trabajando, un perro, no sé. Mira, lo primero pensaos un nombre, tenerlo en casa un tiempo, no querrás que lo sacrifiquen... Isabel, no seas bruta, por dios. Un nombre de perro, a ver; Tote no, cada uno tenemos nuestra personalidad, no va a andar por la vida con un nombre prestado. Además el nombre en realidad era Aristóteles; el abuelo, que era maestro. Enrique le propone Truco; sí, le gusta, un nombre evocador, un perro listo será, con trampas, pero de las entrañables, mira como ladea la cabeza y pone carita de pena; engañador, que eres un engañador. Truco, el rey de la casa, aunque no sea particularmente espabilado, le escondes la pelota y se vuelve loco. Llega María del trabajo y Truco sale como un rayo del cuarto y salta a sus brazos. Truco, un poquito de por favor, compórtate, le dice riendo. Enrique lo saca por las mañanas y ella por las tardes. No se imaginan la vida sin Truco. Hoy, desde la cocina, ha oído a Enrique, en la sala, que le habla al perro: Truco, bonito, ¿a quién quieres más, a papá o a mamá?

lunes, 15 de febrero de 2021

Contra la guerra

El siglo pasado, el veinte, fue buenísimo para las guerras. Lo digo sobre todo por las dos mundiales, aunque hubo muchas otras en las que también se mató con saña. Este siglo veintiuno ha empezado más flojo, sin que se pueda decir que vayamos mal; en el mal sentido lo digo (igual me estoy liando). De pequeño, inocente, pensaba que las guerras eran cosa del pasado. La última había sido la Segunda Guerra Mundial; acabada esta, el género humano, escarmentado, habría decidido no caer más en ese horrible vicio de matar a lo grande (otra cosa es al detalle). Bueno, aún había habido excepciones, la guerra de Corea por ejemplo. Y la del Vietnam, y la de Biafra, y la de los Seis Días... o sea que no, las guerras no se habían terminado (y me había hecho mayor). No es cinismo, es resignación; el ser humano lleva la guerra en el adn (escrito con mayúsculas canta mucho): sin embargo, casi todo el mundo se declara partidario de la paz. Creo que es un mecanismo de autodefensa; quién querría la guerra, nosotros no, muchas gracias. La guerra sería el último recurso, los ejércitos no están para hacer la guerra sino para prevenirla, “si vis pacem para bellum” decían los romanos (y mira que guerrearon). Ya, no cuela; eso de “el último recurso” nos deja en evidencia, es la confesión de que, llegado el momento, la guerra es inevitable; aunque, como ya habíamos dejado más que claro, nosotros no eramos nada partidarios. La primera obra literaria de la cultura grecolatina es una guerra, la de Troya; y fue por un quítame allá esas pajas (Elena fue seducida por Paris, vaya motivo). Los hombres más admirados de la historia han sido los que han dirigido ejércitos con más éxito: Alejandro, César, Napoleón. La guerra se ha considerado un arte, nada menos. Desde los albores de la humanidad los cachorros humanos hemos jugado a la guerra. Somos así, crucemos los dedos para no encontrarnos nunca con un arma en la mano y otro congénere asustado enfrente. Mientras los niños jueguen a disparar y matar enemigos, lo raro, raro, raro será que no haya guerras. Por mi parte, estoy en contra.

viernes, 12 de febrero de 2021

La conciencia y la carne

Supongo que viene de antes, algo así no surge de la noche a la mañana; de hecho recuerdo algunos episodios de la adolescencia que ahora me parecen premonitorios. Aquella propensión latente se concretó durante el confinamiento; el primero, el de verdad, el de no salir de casa para nada. La presión psicológica del encierro influiría, sin duda. Una tarde estaba mirando por la ventana la calle vacía cuando de pronto, en una especie de proyección mental, me encontré paseando por la acera. Una evasión inocente, pensé. En días posteriores se repitió la experiencia con paseos y meditaciones que se me antojaban especialmente lúcidas. Me parecía alcanzar una plenitud desprendida del lastre de lo material. Quiero aclarar que no eran sueños, estaba despierto y bien despierto. Empecé a darle vueltas. ¿Qué era aquello?, ¿un desdoblamiento del cuerpo y la mente? No sé nada de viajes astrales o similares, solo cuento lo que me ha pasado. “La conciencia uncida a la carne” es un libro de Susan Sontag, sus diarios. No lo he leído, pero el título me sirve. La conciencia uncida a la carne es una buena descripción de lo que somos, se intuye lo incómodo de la situación; la conciencia quisiera liberarse de ese yugo. La mía estaba haciendo buenos progresos, y sin necesidad de ninguna sustancia extraña (salvo que fuera cosa del virus, también lo pensé). Pero era demasiado bonito; si la mente viaja libre y etérea, el cuerpo debería pagar algún precio. Es como la euforia del alcohol y la resaca posterior, para entendernos. Y así fue pasando, después de cada uno de esos estados, no sé como calificarlos, soñadores, iluminados, empecé a experimentar una exacerbación de la percepción física, una sobredosis de realidad. Sentía mi corporalidad de manera abrumadora, me pesaba el cuerpo, los sonidos eran estridentes, los olores nauseabundos. Han pasado unos meses y sigo subido a esa montaña rusa. Desde hace unos días, alterno estados mentales de sutil inspiración con otros terrenales en los que vivo pendiente de la mandíbula, del juego de la mandíbula, con la lengua vigilante para evitar que se cierre y me rechinen los dientes. La conciencia y la carne, cada una por su lado. Así estamos.


martes, 9 de febrero de 2021

Inconexo

“Pega, muga, pega”, así, por sorpresa, me han venido estas palabras; como un mensaje críptico. La memoria es un mar de profundidad desconocida y el pasado un mundo que quedó bajo las aguas. A pesar de haber surgido de mis recuerdos, reales o inventados, he tenido que hacer un esfuerzo para interpretar esa extraña oración, o construcción gramatical, o lo que sea. A primera vista se podría tomar como parte de una retahíla infantil sin sentido; pero no, “pega” es el imperativo de pegar. El “muga” sí que desconcierta. Pero este “muga”, en seguida me doy cuenta, va con mayúscula, es un nombre propio. O, puntualizo, un apellido. También conviene añadir signos de exclamación; así que la frase, si es que llega a frase, es esta: “¡Pega, Muga, pega!”. El recuerdo se aclara en mi cabeza. Es un torneo de verano y Muga, el lateral izquierdo, ha recuperado el balón. El que pronuncia esas tres palabras, con cierta premura, es el extremo de su banda. Muga levanta la vista y lanza el pase al espacio libre. No sabemos el nombre del extremo; y del mismo Muga, bien poco. La familia tiene un bar en la plaza, El Pulpitillo. Lo llaman así porque está en un rincón y hay que subir unos peldaños. Este recuerdo inconexo no va a ninguna parte, y dudo que sirva de gran cosa para reconstruir mi ciudad submarina; pero ahí está. Muga el del Pulpitillo, no he oído ese diminutivo en ningún otro contexto. Ignoro si siguió con el bar o se dedicó a otra cosa, si se casó y tuvo hijos; solo sé que esa escena ha llegado hasta aquí; una demanda que resuena en mi memoria, “¡pega, Muga, pega!”.

sábado, 6 de febrero de 2021

Todos los momentos

El presente es, poniéndonos en plan estricto, un instante que se va renovando de modo vertiginoso. Este presente oficial me marea, no puedo con él. “El instante es un tiempo sin tiempo”, dijo Kierkegaard. Un tiempo sin tiempo es nada, digo yo. No estoy a gusto con el instante, porque cada vez que lo quieres atrapar ya se ha esfumado. Un instante viene a ser el reverso del infinito, y ni tanto ni tan calvo. Por eso, aunque soy consciente de que pierdo en rigor intelectual, he decidido olvidarme del instante. Lo científico sigue siendo el instante, pero es tan breve... No sé si Kierkegaard habló alguna vez del momento (nota mental, preguntar a F&C). El momento es un tiempo también muy pequeño, pero factible. En una estimación personal y subjetiva diría que la duración del momento está entre uno y tres segundos. En un momento caben sin problemas una mirada, una pregunta, una bofetada, un gol, un beso o una frase musical. El presente sería entonces una sucesión de momentos, igualmente vertiginosos, pero menos. La vida pasaría de ser un conjunto infinito de instantes a uno finito de momentos paladeables. Por otra parte, este momento concreto en que estamos ahora mismo, siendo como es de rabiosa actualidad, no tiene, si lo pensamos, nada de especial. Momentos similares, mejores y peores, brillantes y opacos, felices e infelices, los hay a miles en la vida. Quiero denunciar aquí la tiranía del momento presente, de ese “yo” de ahora mismo, que es pasajero, efímero, y que un día, cuando todo esté dicho y hecho, no tendrá mayor relevancia. De alguna manera, cada uno de nuestros momentos, los que hemos vivido y los que aún nos quedan por vivir, vale tanto como este de ahora mismo, particular, único y, sin embargo, corriente y vulgar; y que ya es otro distinto al del principio de este escrito. Seamos prácticos, seamos demócratas, seamos más que humanos; consideremos nuestra existencia como un caleidoscopio de muchos momentos que han sucedido y que sucederán (I hope), y sintamos todos ellos en igualdad de condiciones, cada uno perenne presente. Eso quiero ser, el suceder simultáneo de todos mis momentos, que se reivindican iguales ante las leyes de la naturaleza y ante el engaño del tiempo.

miércoles, 3 de febrero de 2021

Una ventana al mundo

He oído que en los países nórdicos no ponen cortinas en las ventanas. Una vez estuve en Copenhague y no me fijé, la verdad. Se entiende que allí quieran que entre en casa toda la luz que sea posible. También es estupendo que, en apariencia, no tengan nada que ocultar y que, además, no sean vergonzosos. Igual es la mejor forma de prevenir el voyeurismo. Si ya, de por sí, nadie oculta nada, para qué andar espiando. Tampoco me parece que, en otros sitios, detrás de las cortinas pase nada del otro mundo; aunque vergonzosos, somos; algunos. Había pensado escribir esto como preámbulo de algo, pero me he quedado en blanco... Ah, sí, ya me acuerdo. Es una fotografía que he visto en el periódico. La prensa tradicional tiene, al menos, una ventaja sobre el móvil o el ordenador: el toque slow que se consigue. Te sientas en la sala y vas pasando hojas y leyendo lo que te interese, sin mayores agobios. También es mejor para la vista, frente a las pantallas, aunque la letra cada vez me parece más pequeña. Importante la luz natural, y si el día está gris se abre la cortina (ahí quería llegar). Cada vez más el periódico es un descanso del ruido mediático, del insoportable cacareo de las redes sociales. Si algo sobra en el mundo son opiniones desinformadas, que son casi todas. En un periódico decente todo viene más ordenado, aunque esté pasado por un filtro, coloreado por la línea ideológica que sea. El periódico siempre te da algo en qué pensar. Hoy viene una foto de un funeral en Jerusalén. Es el de un rabino de 99 años contagiado del virus. Se ve una multitud de judíos ultraortodoxos, todos varones y vestidos con sus ropajes negros, sus sombreros de ala ancha, sus barbas y sus tirabuzones. No me parece mal, de todo tiene que haber; el mundo es ansí, que dijo Baroja. Una observación: ¿por qué esa vestimenta específica?, ¿por qué esos sombreros? Supongo que se dan perfecta cuenta de que es una elección totalmente aleatoria y lo mismo podrían llevar boina. Me llama la atención esa comunidad, con muchos jóvenes, dedicados al estudio de un único libro, la Torá, que contiene, al parecer, las instrucciones precisas de cómo vivir en este mundo. Qué bien si fuera así de fácil.