martes, 9 de febrero de 2021

Inconexo

“Pega, muga, pega”, así, por sorpresa, me han venido estas palabras; como un mensaje críptico. La memoria es un mar de profundidad desconocida y el pasado un mundo que quedó bajo las aguas. A pesar de haber surgido de mis recuerdos, reales o inventados, he tenido que hacer un esfuerzo para interpretar esa extraña oración, o construcción gramatical, o lo que sea. A primera vista se podría tomar como parte de una retahíla infantil sin sentido; pero no, “pega” es el imperativo de pegar. El “muga” sí que desconcierta. Pero este “muga”, en seguida me doy cuenta, va con mayúscula, es un nombre propio. O, puntualizo, un apellido. También conviene añadir signos de exclamación; así que la frase, si es que llega a frase, es esta: “¡Pega, Muga, pega!”. El recuerdo se aclara en mi cabeza. Es un torneo de verano y Muga, el lateral izquierdo, ha recuperado el balón. El que pronuncia esas tres palabras, con cierta premura, es el extremo de su banda. Muga levanta la vista y lanza el pase al espacio libre. No sabemos el nombre del extremo; y del mismo Muga, bien poco. La familia tiene un bar en la plaza, El Pulpitillo. Lo llaman así porque está en un rincón y hay que subir unos peldaños. Este recuerdo inconexo no va a ninguna parte, y dudo que sirva de gran cosa para reconstruir mi ciudad submarina; pero ahí está. Muga el del Pulpitillo, no he oído ese diminutivo en ningún otro contexto. Ignoro si siguió con el bar o se dedicó a otra cosa, si se casó y tuvo hijos; solo sé que esa escena ha llegado hasta aquí; una demanda que resuena en mi memoria, “¡pega, Muga, pega!”.

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