domingo, 30 de agosto de 2020

Discurso sincero

La verdad no se puede decir. “Di la verdad” es una proposición indecente, por lo imposible del encargo. “Sé sincero” es lo máximo que podemos pedir. Ser sincero, por supuesto, no garantiza nada. Podemos ser sinceros y estar equivocados por completo. Nos pasa el cincuenta por ciento de las veces (seamos optimistas). A grandes rasgos se deduciría que la mitad de las veces decimos la verdad, aunque casi siempre somos sinceros. Casi siempre, hay que dejar un margen a la duda y a la mentira. Un escritor no puede decir mentiras, o si las dice tienen otro nombre. Un escritor cuenta algo que le ha pasado y lo mismo le ha pasado a otro. Hay un columnista que a menudo intercala una anécdota y empieza “me acuerdo de una novia que tuve...”. No pudo tener tantas novias, es un recurso que utiliza, no es que mienta. O lo que cuenta fue lo contrario de lo que pasó, porque hubiera sido tan bonito así. El escritor, en definitiva, piensa que está creando. Eso creía yo también hasta que he leído una opinión de Julio Ramón Ribeyro (la i griega en la segunda i, acuérdate). Dice, escribe, algo así: “Algunos escritores piensan que están creando, cuando lo que hacen es discurrir”. Discurrir es como lo de ser sincero, no garantiza nada. Con total sinceridad lo digo, lo que estoy haciendo ahora mismo, lo que hago casi siempre, mal que bien, es discurrir. 

jueves, 27 de agosto de 2020

Curios-casual-idades

Casualidades. Pensándolo un poco, creo que no lo son tanto; la casualidad no es tan casual cuando está causada por la curiosidad. Puede, digo. Lo bueno de contarlo por escrito es que no rompo el silencio, tan hermoso (sabiendo también que, como dijo Azaña, la mejor manera de guardar un secreto en España es escribir un libro). Inciso, idea para salas de bibliotecas: desarrollar una tecnología que permita convertir en energía la actividad mental de los cerebros durante la lectura, importante que el proceso no genere ningún ruido (que sería un zumbido, en principio). Casualidades, que no salga de aquí, dos de ayer (del diario de un erudito ignorante). En una novelita de Pío Baroja (sin ánimo de ofender, es una novela breve de sus últimos años, lo diré: “Los amores de Antonio y Cristina”) el protagonista es un aspirante a pintor, y en un momento se dice que si bien su estilo preferido es el impresionismo, a veces pinta en plan “pompier”. Pompier es bombero en francés, pero también, lo miro, se puede referir, como en este caso, a un artista convencional, académico (y pomposo, pompeux). Mismo día, más tarde: busco información sobre Fernande Olivier, personaje que aparece en el libro, que acabo de empezar, “Autobiografía de Alice B. Toklas” de Gertrude Stein (quizás la frase más conocida de Gertrude sea la de “Una rosa es una rosa, es una rosa”). Fernande fue la primera pareja de Picasso y encuentro el dato de que escribió unas memorias con el título “Quand Picasso était pompier”; y traducen: “Cuando Picasso era bombero”. Mon Dieu, pues, ¿no acabo de aprender que hablando de pintores “pompier” es otra cosa?. A la tarde veo “Sombrero de copa” (Top Hat), la película de 1935 con Fred Astaire y Ginger Rogers. Por curiosidad, porque alguien la ha nombrado, por cultura general. No me ha gustado, salvo el primer baile de Astaire, espectacular, qué juego de piernas, ni Messi. A una de estas un personaje lee un telegrama:"Come ahead, stop, stop being a sap, stop, you can even bring Alberto, stop, my husband is stopping at your hotel, stop, when do you start, stop (ven, stop, deja de ser una mema, stop, hasta puedes traer a Alberto, stop, mi marido para en tu hotel, stop, cuando sales, stop) y comenta “no entiendo quién puede haberlo escrito”. Ginger Rogers, aludiendo a la confusión generada por las repeticiones y los come, stop, start, stop, contesta: “Suena como Gertrude Stein”. Resumo: Pío, pompier; Gertrude, Fernande, pompier; Top Hat, Gertrude. ¿Qué posibilidades había de que “pompier” y Gertrude Stein aparecieran dos veces el mismo día en mi vida? Curiosidades.

lunes, 24 de agosto de 2020

Los primos

El zoo ha abierto después de varios meses y dice el responsable que los grandes primates han echado de menos a la gente, que necesitan interactuar con los visitantes y que se han alegrado mucho al verlos de nuevo. Los grandes primates, ha dicho, no los monos, que suena algo despectivo. Los grandes primates (y los pequeños) se merecen un respeto, sí. Hace años estuve en el zoo de Hamburgo (con I., entre otros). En un punto vimos gente reunida y cierto alboroto. Nos acercamos y era el recinto de los orangutanes. Había un columpio con un neumático como asiento y un orangután grande, desgarbado, con cuatro pelos largos de chiflado, se columpiaba, se dejaba caer dando una voltereta, movía los brazos con grandes aspavientos, enseñaba su (temible) dentadura en lo que parecía una sonrisa sarcástica, volvía a subirse al neúmatico y, apoyado en un pie y asiendo una de las cuerdas con una mano, giraba frenético agitando las otras dos extremidades con ojos desorbitados. La gente reía a carcajadas, y yo también. El orangután no paraba, se llevaba las manos a la cara, se colgaba cabeza abajo,  su repertorio parecía inagotable y cada nueva monería provocaba la respuesta entusiasta de los espectadores. Había más cosas que ver y allí lo dejamos, con algo de pena, la verdad. Le estoy agradecido a aquel orangután, nos brindó su espectáculo por el simple placer de compartir unos buenos momentos, por oír nuestras risas. Nuestros primos los primates, no sé si nos los merecemos.

lunes, 17 de agosto de 2020

Con el doctor Sueño

El doctor Sueño nos ha pedido que escribamos, como parte de la terapia. Dice que nos planteemos preguntas y las respondamos sin pensar demasiado, que no es un examen. Por qué estamos aquí, qué sentimos, qué queremos... preguntas. Estoy aquí porque me lo propuso el doctor Guijarro. Nombre curioso este, sugiere humildad, un simple guijarro. Más imponente sería un doctor Roca o un doctor Piedra. Esa respuesta ha sido estúpida por mi parte. Hace una semana que ingresé. Ingresar, ese verbo ya da pistas (y lo de la terapia de antes también). Estoy aquí por el insomnio, no estoy mal de la cabeza, lo único que me pasa es que no puedo dormir. No, inexacto; lo único que me pasa es que duermo mal, o muy mal. Por eso estoy aquí, y el doctor Sueño lo sabe de sobra (lo sabes de sobra, doctor Sueño). Me acuesto y me duermo en seguida, esa parte bien, pero luego, después de tener la sensación de haber estado horas dando vueltas, hecho un vistazo al reloj y apenas ha pasado una. Me quedo entonces tumbado boca arriba en la oscuridad, desvelado. Puedo pasarme así media hora, pensando en nada, hasta que me giro y el cambio de postura me relaja y me vuelvo a dormir... para repetir la misma secuencia. Luego durante el día estoy cansado y puede que a veces tenga algún momento malo, pero como cualquiera. La clínica está bien, además de la unidad del sueño hay otras más inquietantes como la de adicciones o la de psiquiatría. Las habitaciones son individuales, la comida buena (aunque la repetición cansa), hay jardines. Creo que es cara, suerte del seguro. Una cosa que hacen es la “cura de sueño”, pasas varios días “dormido” a base de medicación. Me niego en redondo, no quiero drogas, no me duele nada. Así que, en realidad esto son como unas vacaciones en un balneario, solo que sin tomar las aguas (ni las pastillas, espero que no me estén metiendo nada con la comida, me fijo a ver si noto algún sabor raro). Aquí duermo todavía peor que fuera, extraño la cama y me siento vigilado, como una cobaya. Durante el día paseo, observo y asisto a las reuniones de grupo, dos al día, mañana y tarde. Aparte están las sesiones individuales con el doctor Sueño. Dice que debe haber un motivo último, que charlando lo encontraremos, que hay que reconciliarse con uno mismo, bla, bla, bla. Tendrá razón (tendrás razón doctor Sueño), y hay que perdonarse, eso sí. Por otro lado, lo preocupante, me parece, es lo de los incautos que duermen de un tirón.

jueves, 13 de agosto de 2020

Spleen

 “Spleen” es casi literalmente la palabra griega para designar al bazo. El bazo es ese órgano olvidado que tenemos escondido a un lado del estómago. En inglés moderno sigue significando bazo y tiene una segunda acepción que se refiere a la ira. Es típica la expresión “to vent one's spleen”, algo así como expresar el enfado. Es raro, porque el bazo en la antigua Grecia se pensaba que era el generador de la bilis negra y esa substancia se relacionaba con la melancolía. En francés, aún admitiendo que han tomado la palabra del inglés, “spleen” sí se entiende como “melancolía sin causa aparente” (y bazo se dice rate). En castellano bazo se dice bazo, claro, pero en medicina extirpación del bazo, por ejemplo, es “esplenectomía” y “esplénico” es referente al bazo. La RAE, para terminar el repaso filológico amateur, aceptó en su día “esplín”, y define: Adaptación gráfica de la voz inglesa “spleen” (‘melancolía’) (error, la segunda acepción de “spleen” en inglés, itero, es “ira”) con que se designa el estado de ánimo caracterizado por el hastío de vivir. Este “esplín”, algo ridículo, está en desuso y en plan culto, me parece, es más común el uso del spleen francés. Esta prevalencia en castellano de la melancolía sobre la ira inglesa se la debemos, además de a los griegos, a Baudelaire. La primera de las seis secciones de “Las flores del mal” lleva el título de “Spleen et Ideal” y contiene, entre otros, cuatro poemas que titula “Spleen” y numera 1, 2, 3 y 4. Más decisiva fue la publicación, de modo póstumo, de “Le spleen de Paris”, una pequeña colección de poemas en prosa (o sea prosa poética) y cuyo título fue antes el de una sección de Le Figaro donde se habían publicado algunos de esos textos. El colaborador necesario para que la palabra anglo-francesa entrara en el castellano fue Francisco Umbral que la utilizó (Spleen de Madrid) en sus crónicas periodísticas y en el título de hasta tres de sus libros recopilatorios (Umbral publicó más de cien libros, un grafómano y erudito donde los haya). Todo esto, que si non e vero espero que sea ben trovato, es un intento de entender de qué demonios hablamos cuando hablamos de spleen.

domingo, 9 de agosto de 2020

Recordatorio

Si sales de casa pasan cosas (¿aliteración?, por las eses, digo). Hoy, por ejemplo, he visto una rata. Rata, animal, especifico. Una rata hermosa, de buen tamaño, unos treinta centímetros sin contar la cola. De buena pinta también, de aspecto aseado y no estaba gorda. Podríamos suponer una dieta y ejercicio adecuados, una rata en su peso. Entre uno y dos segundos calculo que la he visto, el corto trayecto desde un contenedor al entarimado de la terraza de una cafetería, bajo el que se ha escurrido. No les gusta que las vean, a las ratas, pero están ahí, esperando su momento. Ha pasado la rata de izquierda a derecha y me ha recordado la flecha del tiempo. No hay vuelta atrás. Esta es la tesis de esta entrada: la vida es un viaje de ida. Un viaje que se interrumpe a veces de forma brusca, una enfermedad, un accidente (fundido a negro). La vida dura lo que dura, mañana será otro día, o no. Si a la vida le quitas el tiempo empleado en dormir, limpiarte los dientes, mirar a las musarañas, etc, se te queda en nada. Aún así es sorprendente la de personas que se llegan a conocer y la de cosas que se llegan a hacer. Por eso no es raro caer en la ilusión de creer que sabes algo, que estás de vuelta. Ja. A eso me refería, la vida es un viaje de ida, un viaje sin retorno, nadie nunca ha estado de vuelta de nada. La vida es ir hacia adelante sin saber hasta donde vas a llegar. He encontrado un poema de Omar Jayam (o él me ha encontrado a mí) que habla de ese fluir del tiempo (y de la vida).


La mano en movimiento escribe,

y habiendo escrito sigue adelante:

ni toda tu piedad e ingenio

podrán cancelar ni media línea,

ni todas tus lágrimas

borrarán una sola palabra.


Epílogo. Casi mil años más tarde Neil Sedaka, en la cara B de su éxito “Oh Carol”, hablaba también de un viaje de ida en la canción “One Way Ticket” (billete de ida). La letra dice que su chica le ha dejado y que va a sacarse un “one way ticket to the blues”. Sintiéndolo mucho, así es la vida muchas veces, un viaje de ida a la tristeza.


domingo, 2 de agosto de 2020

Campos de girasoles

Comienzos de agosto, pleno verano y aprovecho para, de noche, atraído por la Luna, mirar de vez en cuando al cielo. Nuestro satélite, en cuarto menguante, preside, abusón. Sabemos que miente, en realidad es un pequeño cuerpo celeste, una roca gorda, que solo nos parece enorme porque es lo más cercano que tenemos (y porque es enorme). A la izquierda de la Luna, un poco más abajo, está la estrella más brillante. También miente, no es una estrella. Con los medios de hoy en día, busco, comparo y encuentro que lo que brilla es Júpiter, el planeta gigante y gaseoso que por sus condiciones atmosféricas hace que Marte, con su aspecto de desierto de Atacama, resulte de lo más acogedor. Los días por venir prometen más cielos estrellados, amaneceres frescos y algún que otro (re)descubrimiento. Hoy, aunque el sueño que he recordado al despertar era muy poco prometedor (he soñado que me había olvidado la mascarilla al salir de casa) he tenido una visión de las que te alegran el día: los campos de girasoles. Ya, que es sabido, los girasoles orientan sus flores hacia el sol, gira-sol, si lo dice la misma palabra. También sabemos que la Luna gira en torno a la Tierra y no deja de ser un espectáculo brutal cada noche. Hoy, desde el camino, a ambos lados, veía los campos de girasoles, y todas, todas, todas las flores, como pequeñas parabólicas sintonizando luz y calor, apuntaban al sol. Qué bobada y qué milagro (imagino a Facundo, de niño, embobado en medio de una plantación). Un lago de girasoles, una coreografía en verde y amarillo . Si eso no es extraordinario, qué entonces.