lunes, 24 de agosto de 2020

Los primos

El zoo ha abierto después de varios meses y dice el responsable que los grandes primates han echado de menos a la gente, que necesitan interactuar con los visitantes y que se han alegrado mucho al verlos de nuevo. Los grandes primates, ha dicho, no los monos, que suena algo despectivo. Los grandes primates (y los pequeños) se merecen un respeto, sí. Hace años estuve en el zoo de Hamburgo (con I., entre otros). En un punto vimos gente reunida y cierto alboroto. Nos acercamos y era el recinto de los orangutanes. Había un columpio con un neumático como asiento y un orangután grande, desgarbado, con cuatro pelos largos de chiflado, se columpiaba, se dejaba caer dando una voltereta, movía los brazos con grandes aspavientos, enseñaba su (temible) dentadura en lo que parecía una sonrisa sarcástica, volvía a subirse al neúmatico y, apoyado en un pie y asiendo una de las cuerdas con una mano, giraba frenético agitando las otras dos extremidades con ojos desorbitados. La gente reía a carcajadas, y yo también. El orangután no paraba, se llevaba las manos a la cara, se colgaba cabeza abajo,  su repertorio parecía inagotable y cada nueva monería provocaba la respuesta entusiasta de los espectadores. Había más cosas que ver y allí lo dejamos, con algo de pena, la verdad. Le estoy agradecido a aquel orangután, nos brindó su espectáculo por el simple placer de compartir unos buenos momentos, por oír nuestras risas. Nuestros primos los primates, no sé si nos los merecemos.

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