domingo, 2 de agosto de 2020

Campos de girasoles

Comienzos de agosto, pleno verano y aprovecho para, de noche, atraído por la Luna, mirar de vez en cuando al cielo. Nuestro satélite, en cuarto menguante, preside, abusón. Sabemos que miente, en realidad es un pequeño cuerpo celeste, una roca gorda, que solo nos parece enorme porque es lo más cercano que tenemos (y porque es enorme). A la izquierda de la Luna, un poco más abajo, está la estrella más brillante. También miente, no es una estrella. Con los medios de hoy en día, busco, comparo y encuentro que lo que brilla es Júpiter, el planeta gigante y gaseoso que por sus condiciones atmosféricas hace que Marte, con su aspecto de desierto de Atacama, resulte de lo más acogedor. Los días por venir prometen más cielos estrellados, amaneceres frescos y algún que otro (re)descubrimiento. Hoy, aunque el sueño que he recordado al despertar era muy poco prometedor (he soñado que me había olvidado la mascarilla al salir de casa) he tenido una visión de las que te alegran el día: los campos de girasoles. Ya, que es sabido, los girasoles orientan sus flores hacia el sol, gira-sol, si lo dice la misma palabra. También sabemos que la Luna gira en torno a la Tierra y no deja de ser un espectáculo brutal cada noche. Hoy, desde el camino, a ambos lados, veía los campos de girasoles, y todas, todas, todas las flores, como pequeñas parabólicas sintonizando luz y calor, apuntaban al sol. Qué bobada y qué milagro (imagino a Facundo, de niño, embobado en medio de una plantación). Un lago de girasoles, una coreografía en verde y amarillo . Si eso no es extraordinario, qué entonces.


No hay comentarios: