sábado, 28 de mayo de 2022

Tao

    Cada vez somos más sabios porque cada vez sabemos menos, o cada vez somos más ignorantes porque cada vez comprendemos más. La claridad siempre está en lo contrario, o el viaje siempre es en círculo. No lo digo yo, lo dice el Tao, creo, no sé si lo habré entendido bien.
    El Tao es el camino. El camino en el sentido de vía, doctrina o método. Lo que da de sí el camino, lo mismo vale para Kavafis que para el Opus Dei, pero mucho antes valió para el Tao y antes, no me extrañaría, pudo valer para otros.
    El camino casi siempre te lleva a Roma y alguna que otra vez a Santiago. El Tao es misterioso y poético. El taoísmo es lo contrario del Tao, o no. ¿A dónde lleva el camino? Qué más da, el caso es andar; Lao-Tse, Machado, el mencionado Kavafis, Cecilia.
    La mejor forma de hacer es no-hacer. Esto no lo pillo, pero voy a intentarlo. La mejor forma de hacer es hacer como que no haces, es hacer sin darle importancia, es intentar hacer con buen ánimo y sin pensar en éxito o fracaso. El mayor éxito es no tener éxito. O igual tenerlo solo en tu fuero interno. El mayor fracaso es tener éxito y que se te suba a la cabeza.
    El Tao habla y tú entiende lo que quieras. Ese es el camino, ser fiel a ti mismo. El camino es conocerte y reconocer que no te conoces ni te conocerás nunca y que lo aceptes y te parezca que está bien. Son impresiones, no sé.

jueves, 26 de mayo de 2022

El día y la noche

    Me pregunto a qué género literario podría pertenecer esto que escribo. Aunque solo tenga la idea inicial puedo imaginarme cómo va a quedar, más o menos. Esa idea inicial es muy sencilla, sencillísima, tan sencilla que se podría expresar en una frase, ahora bien, dónde quedaría la literatura. Se supone que los géneros literarios ya están inventados pero me hace ilusión pensar que este y otros ciertos escritos previos pertenecen a uno nuevo, uno que me ha salido, que he inventado sin querer.
    Esto seguramente es un disparate, aún así también es algo acorde con la tendencia humana de ver el mundo no como es sino como nos gustaría que fuese. Así, por ejemplo, aunque sabemos que el sol es una bola de fuego que ni siente ni padece, hemos querido creer que estamos en deuda con él, que le debemos la vida y ahí está, en plan místico, el saludo al sol del yoga. Sería muy aburrido vivir ateniéndose a las leyes de la física y a los géneros literarios preexistentes, llamando al pan, pan, al cuento, cuento y al sol, estrella de tamaño mediano.
    Lo que sí es cierto es que la vida se ha desarrollado al calor del sol y al ritmo de los días y de las noches. Por eso durante los últimos doscientos o trescientos mil años el homo sapiens, con buen criterio, ha dedicado la noche a dormir. Esto ha sido así hasta la invención de la luz eléctrica, que se ponga como se ponga no puede competir con la natural.
    La sencillísima idea que decía es esta: la noche es ideal para dormir y el día para andar por ahí, viviendo sin más o de celebración de vez en cuando. La hora ideal para una fiesta, un concierto o lo que sea, es el atardecer de un día de verano; cuando ya va bajando el calor, el sol se inclina sobre el horizonte y la luz se vuelve un tanto misteriosa. En esa hora mágica del crepúsculo el cielo se llena de colores que se apagan poco a poco y las luces de bombillas y neones, al encenderse, engañan por un rato a las sombras. Luego, cuando el sol ya ha desaparecido y solo quedan las luces artificiales tristes en su soledad, es el momento, como sabían nuestros antecesores, de dejar la noche para los de la noche.

lunes, 23 de mayo de 2022

Listo, tonto

    Una vez en el trabajo llegué al departamento justo a tiempo para oír a un compañero que en medio de una discusión le decía al jefe: “Tú, o es que eres muy listo o es que eres muy tonto”. Por suerte la cosa no fue a más. Me dio qué pensar. Le estaba llamando tonto pero antes, como distracción, admitía la posibilidad de que fuera muy listo.
    Ya comprendo que tonto y listo son dos palabras propias del lenguaje infantil que contagian de ingenuidad todo lo que tocan, pero bueno. Creer que uno es bastante listo es lo normal. Seguro que os pasa a casi todos; creéis que sois listos, y seguramente lo sois. Yo estoy convencido, pero a la vez sé que también soy bastante tonto. De esto último me he ido dando cuenta poco a poco.
    Ser listo no es lo mismo, entiendo, que ser inteligente. Hay un matiz. Un listo tiene algo de espabilado, de estar atento. ¿No os ha pasado alguna vez que sois la primera persona en darse cuenta de algo? Una madrugada iba conduciendo y en la radio emitían uno de esos programas nocturnos donde la gente llama y cuenta confidencias, que suelen ser de lo más extrañas. Llamó una mujer y al rato comprendí que estaba anunciando su suicidio. Decía, llamo para despedirme, y el locutor, ah, sales de viaje, a la vuelta nos contarás, y ella, no, es un viaje sin retorno. Qué tragedia, pensé, está pidiendo ayuda y este tipo no se entera.
    Eso en cuanto a la listeza; ahora la tontería, porque hay veces que el que no se entera soy yo. Me pasa, lo he deducido a partir de pruebas circunstanciales. En esos casos vendría bien una aplicación en el móvil que nos fuera avisando, eh, se te acaba de escapar algo. Si eres el último en entender un chiste puedes salir del paso diciendo que no le ves la gracia, pero hay otras situaciones en las que sencillamente no eres capaz de interpretar un gesto o una inflexión en la voz y cuando llegas a ser consciente de ello, si es que llegas, tienes, tenemos, tengo que reconocer que después de todo no debo de ser tan listo.

viernes, 20 de mayo de 2022

Cualquier tiempo pasado

    Conozco un Mikel que fue apasionado seguidor de Juego de Tronos. Durante la última temporada veía cada capítulo en tensión y acompañaba los momentos culminantes con exclamaciones tipo ¡eso es! o ¡toma ya! Ese fervor me recuerda una novela de Paul Auster que leí hace diez años, Sunset Park.
    La tendría que volver a leer porque ya he olvidado casi todo. Lo que sí recuerdo es la sensación en varios pasajes de que aquellas palabras explicaban también mi alma, por decirlo de alguna forma. Mi estado de ánimo no estaba lejos del de Mikel. En esa misma novela Auster aprovecha que el río Hudson pasa por Nueva York para incluir camuflado todo un ensayo sobre una película de 1946, “Los mejores años de nuestra vida”.
    El título es lo bastante sugerente para que al oírlo y evocar algún recuerdo entrañable a los sensibleros se nos humedezcan los ojos. La palabra clave es “nuestra” porque el uso del plural hace que incluyamos personas queridas en esas evocaciones. Excavando un poco más hay también una canción con ese mismo título, “los mejores años de nuestra vida”, y que sigue diciendo, “abrázame fuerte que ninguna noche es infinita”. Así es, ninguna noche es infinita.
    Todo esto apunta a tiempos añorados, lo que me parece bien y normal pero no aclara si los tiempos pasados fueron mejores o peores. La única verdad incontestable, mientras no viajemos en el tiempo, es que cualquier tiempo pasado ya pasó. Sí parece, en general, que la vida va mejorando, aunque a veces demos pasos atrás. Yendo a lo práctico, al día a día, a lo que nos conviene, diría dos cosas: una, nada de “en mis tiempos”, los tiempos son los mismos para todos; y la otra, los mejores años de nuestra vida pudieron ser otros pero también son estos.

martes, 17 de mayo de 2022

El apéndice

    He sentido un pinchazo, o una punzada, en el abdomen; en la parte derecha. Al rato he sentido otra, u otro, y ya me he alarmado un poco. La parte que digo es la del apéndice. Por qué se llamará así, apéndice, que es un término genérico para referirse a cualquier añadido, prolongación o suplemento. Algo que bien puede estar de más.
    Estar de más va en consonancia con lo que sabemos del apéndice-órgano (¿llega a órgano?). Sabemos que sobra, que puede que sobre o esa es la opinión general. Habrá quien discrepe; negacionistas del apéndice o, en positivo, vindicadores del apéndice que defienden que es muy importante, que sin apéndice se puede vivir pero peor.
    El apéndice pudo tener su función; una que no se sabe cual es y que tal vez siga teniendo, no es descabellado. O habrá quien confiese que no sabemos nada del apéndice salvo que a veces se infecta y hay que extirparlo. Así me sucedió y ahora no tengo apéndice, se supone. Nadie me enseñó el apéndice extirpado, ni ganas que tenía de verlo.
    He pensado que igual se ha reproducido, por qué no. En el cuerpo humano hay partes que se regeneran; la piel, el pelo, las uñas o el mismo hígado. Nuestro organismo casi siempre funciona en piloto automático; no hacen falta, por ejemplo, actos volitivos para hacer la digestión. Así que por qué no iba a regenerarse el apéndice y así ejercer de nuevo su función misteriosa o provocar pinchazos en el abdomen o, puestos en lo peor, volver a infectarse; caso este último que, de darse, me podría hacer pasar a la historia de la medicina como el presunto único ser humano al que se lo habrían extirpado dos veces.

sábado, 14 de mayo de 2022

Dónde estabas entonces

    Todo el mundo se acuerda de donde estaba en ciertos momentos de la historia. Por ejemplo, cuando el atentado de las Torres Gemelas. Yo estaba en casa, primera hora de la tarde, vi en directo el impacto del segundo avión y me preguntaba ¿qué más puede pasar? También me acuerdo del día de la muerte de Lady Di, cómo es el mundo o cómo somos los humanos.
    Pero lo que quería contar es donde estaba el 23 F, el día del intento de golpe de estado. Fue hace 41 años, comprendo que es un suceso lejano y difícil de calibrar para las nuevas generaciones pero en su día asustó mucho. Era lunes y estaba en el cine. Sé que era lunes porque era el día de la sesión semanal del Cineclub Fas. Este cineclub, nacido a la sombra de la iglesia, pasaba las películas en el cine San Vicente, lo que hoy es el Kafe Antzokia y que entonces era el salón de actos de la vecina parroquia. Fui socio durante unos años y ese día acudí como siempre a las siete y media, que era la hora de la proyección. La irrupción de Tejero en el congreso había sido poco más de media hora antes, a las 18.43 (esto lo acabo de mirar) y la noticia se estaba difundiendo de un modo soterrado, en voz baja, mientras entraba la gente con caras de preocupación. La película, que no me acuerdo cual era, se proyectó como de costumbre pero a su término no tuvo lugar el coloquio habitual. Nadie dio ninguna explicación, los asistentes fuimos saliendo de manera un tanto furtiva en medio de un rumor apagado de pasos y asientos de butacas que se levantan.

miércoles, 11 de mayo de 2022

Deseando amar

    Pocos se acuerdan hoy de Somerset Maugham a pesar de que en su momento fue el número uno. Esta es una de sus citas: La gran tragedia de la vida no es morir, sino dejar de amar.
    Es el tipo de frase que dicha por Megan Maxwell te da vergüenza ajena, pero –mira– la dijo Maugham y la dijo en serio. Lo piensas y te dices, seguramente tiene toda la razón, aunque le encuentras una pega, o varias porque eres un quisquilloso. Te preguntas si lo que quiso decir es que la tragedia es ineludible, que tarde o temprano se deja de amar por más que uno se empeñe en evitarlo; porque amar no depende del todo de la voluntad, o no depende nada, ya que el amor es así, como llega se va, sin avisar; o por el contrario hay casos en los que la tragedia no se llega a manifestar debido a que hay gente, sin duda privilegiada, que nunca deja de amar, que solo deja de amar con la muerte y, por tanto, al producirse al mismo tiempo ambos hechos, dejar de amar y morirse, la tragedia queda atrapada en ese instante del tránsito de la vida al más allá o de la vida a la nada –según opiniones– y tal vez en esos casos se muere uno feliz o en paz o resignado o se muere sin más sin darse cuenta de nada.
    Sea como sea, se consuma o no la puñetera tragedia, al leer la cita de Somerset Maugham –William de nombre– lo primero que he pensado ha sido que para dejar de amar antes hay que haber amado; y, saltándonos la explicación de en qué consiste el amor exactamente, amar no parece tan sencillo y la eventualidad de no haber amado es más que posible; así que si no has llegado a amar, a amar no sé a quién, a la familia, a los amigos, a la vida misma o acaso eso no es suficiente y hay que amar a Julieta, a Isolda, a Ofelia o a Olivia; si–como digo– no has llegado a amar te quedas sin la opción de dejar de amar, ya no puedes comparar y, si no lo remedias, mueres tan ignorante como nacis
te.

domingo, 8 de mayo de 2022

Animales gregarios

    El profesor de ciencias estaba explicando la lección, Miguel se llamaba, y decía que las abejas y las hormigas son buenos ejemplos de animales gregarios, por como dependen entre sí para subsistir; por otro lado los osos serían un paradigma de los animales solitarios, o igual, reflexionó en voz alta, sería más apropiado decirlo en singular, el oso es un paradigma de animal solitario.
    Entonces se paró en medio de la clase y preguntó si nosotros, los humanos, somos animales gregarios o no. Que somos animales estaba claro, risas, pero éramos además gregarios, que a ver qué opinábamos. Como solía pasar nadie decía nada, la gente miraba a los lados y hacia atrás por ver si se levantaba alguna mano. Miguel ya iba a continuar, resignado, cuando Luis levantó titubeante la suya con una media sonrisa que ya nos avisaba que iba a soltar una de las suyas.
    Sí, Luis; le dio la palabra el profesor, y Luis, algunos le llamaban Sito de Luisito, se levantó y dijo: Las abejas y las hormigas serán animales gregarios pero los humanos seremos en todo caso animales gregorios, como por ejemplo mi abuelo, aunque todo el mundo le llama Goyo.

jueves, 5 de mayo de 2022

Somos lo que somos

    Hay un instinto básico que es lo que parece, es el instinto de reproducirse, común a todas las formas de vida que conocemos, sea vegetal, animal o alienígena. Bueno, esta última no la conocemos, pero el instinto se le supone igual. En Hispanoamérica “Instinto básico”, la película, se estrenó como “Bajos instintos”, un disparate. El instinto es el instinto; ni bajo, ni alto; ni bueno, ni malo. Almodovar lo dijo de otra forma, “La ley del deseo”, que al final es lo mismo.
    Luego, como una corriente secundaria de la vida, late en nuestro interior un ansia de trascendencia, de hacer algo que nos sobreviva al margen de lo que nos tiene que sobrevivir de verdad que son los hijos. Me pregunto si el afán de los filósofos no ha sido siempre demostrar que somos más de lo que somos. Se trataría de alcanzar, a base de darle vueltas al tema, un nivel de sabiduría que amplíe nuestros horizontes, que deje clara nuestra excepcional condición de seres que trascienden la mera naturaleza física. La autoestima nos pide ser algo más que el sencillo animal racional que también somos, o que solo somos aunque no queramos aceptarlo.
    No sé si iba de esto (pero me gusta pensar que sí) el superhombre de Nietzsche. A tener en cuenta que Nietzsche fue un iluminado al que que por lo que dicen las conexiones neuronales le funcionaban de aquella manera. La última verdad, sospecho, es que estamos aquí para lo que estamos y el destino más cruel es el de la extinción, que es a lo que se refería García Márquez cuando escribió que las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra.

lunes, 2 de mayo de 2022

Ellas aman más

    Tengo la impresión de que las mujeres aman más que los hombres. No soy un experto, es lo que me sugiere mi experiencia, que por otra parte no es muy amplia. Alguno dirá que las generalizaciones son engañosas. De acuerdo, pero también se dice que los alemanes son metódicos y todo parece indicar que efectivamente lo son. No sé si vale la comparación. Hay de todo, claro, pero me parece que las mujeres aman y también se enamoran más que los hombres. No más veces, sino con más intensidad.
    Un caso que conozco, Patricia, una mujer inteligente. Hablábamos y mi sensación era que ella siempre estaba un paso por delante en la conversación. Estaba casada y tenían dos niños pequeños, creo que eran dos. Cuando el menor de sus hijos tenía poco más de tres años enfermó y murió. Un golpe demoledor para cualquier madre. Patricia se derrumbó e incluso estuvo varios días ingresada. En los años siguientes, una esquela en el periódico recordaba la pérdida. Primer, segundo, tercer aniversario. Me viene la imagen de ese angelito, una cabeza de niño con dos alas, que ponen en las esquelas infantiles.
    Pasaron así una decena de años y un día me entero de que Patricia se ha separado. No por su voluntad, deduzco; un día le oigo este comentario: Mis amigas me dicen que no estoy bien de la cabeza, debo de ser la única separada que sigue enamorada de su marido; bueno, ex-marido. Igual me engaño pero yo diría que las mujeres, por lo que sea, por el hecho de la maternidad tal vez, aman más que los hombres.