jueves, 26 de mayo de 2022

El día y la noche

    Me pregunto a qué género literario podría pertenecer esto que escribo. Aunque solo tenga la idea inicial puedo imaginarme cómo va a quedar, más o menos. Esa idea inicial es muy sencilla, sencillísima, tan sencilla que se podría expresar en una frase, ahora bien, dónde quedaría la literatura. Se supone que los géneros literarios ya están inventados pero me hace ilusión pensar que este y otros ciertos escritos previos pertenecen a uno nuevo, uno que me ha salido, que he inventado sin querer.
    Esto seguramente es un disparate, aún así también es algo acorde con la tendencia humana de ver el mundo no como es sino como nos gustaría que fuese. Así, por ejemplo, aunque sabemos que el sol es una bola de fuego que ni siente ni padece, hemos querido creer que estamos en deuda con él, que le debemos la vida y ahí está, en plan místico, el saludo al sol del yoga. Sería muy aburrido vivir ateniéndose a las leyes de la física y a los géneros literarios preexistentes, llamando al pan, pan, al cuento, cuento y al sol, estrella de tamaño mediano.
    Lo que sí es cierto es que la vida se ha desarrollado al calor del sol y al ritmo de los días y de las noches. Por eso durante los últimos doscientos o trescientos mil años el homo sapiens, con buen criterio, ha dedicado la noche a dormir. Esto ha sido así hasta la invención de la luz eléctrica, que se ponga como se ponga no puede competir con la natural.
    La sencillísima idea que decía es esta: la noche es ideal para dormir y el día para andar por ahí, viviendo sin más o de celebración de vez en cuando. La hora ideal para una fiesta, un concierto o lo que sea, es el atardecer de un día de verano; cuando ya va bajando el calor, el sol se inclina sobre el horizonte y la luz se vuelve un tanto misteriosa. En esa hora mágica del crepúsculo el cielo se llena de colores que se apagan poco a poco y las luces de bombillas y neones, al encenderse, engañan por un rato a las sombras. Luego, cuando el sol ya ha desaparecido y solo quedan las luces artificiales tristes en su soledad, es el momento, como sabían nuestros antecesores, de dejar la noche para los de la noche.

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