jueves, 30 de marzo de 2023

Laudable

    Pensando en la vejez siempre me acuerdo de lo que decía Philip Roth cuando se estaba adentrando en ella: la vejez no es una batalla, es una masacre. Me temo que es así. En sus últimos años Roth escribía de pie frente a un atril, la espalda le estaba matando (de modo figurado). Leí el otro día que según algunos estudios el deterioro del cerebro comienza más tarde de lo que se pensaba. Siendo optimistas incluso se retrasaría hasta los cuarenta años. Bien, hace mucho que los dejé atrás, mi cerebro lleva tiempo deteriorándose. Añádele a eso el dicho de que quien mucho habla mucho yerra y tendremos un cuadro más completo de la insignificancia de lo que escribo.
    Roth murió a los 85 años y Tamames ha intervenido en el Congreso a los 89. Verle dirigirse dubitativo al escaño apoyándose en el ujier ha sido triste. También ha sido un poco verse a uno mismo a los noventa años (si llegáramos). El hecho en sí de la moción de censura es un desatino digno de Abundio, el que vendió la barca para comprar los remos, pero, como todo, tiene su parte laudable. Su actuación no habrá sido beneficiosa para el bien público, pero sí para él mismo. Le ha reafirmado, le ha hecho pensar que él importa, que es alguien que sigue contando en la sociedad, que a su edad todavía tiene algo que decir.
    Pero, al margen de que estas pudieran ser falsas ilusiones y haya podido quedar como un abuelo Cebolleta, lo realmente importante es que ha salido de casa y ha vivido del modo más intenso que puede hacerlo (no está para jugar al fútbol, por ejemplo). Ya ha sacado a la venta su discurso (que no pienso leer ni harto de grifa) y tiene la intención de escribir un libro sobre la experiencia. Eso es lo que más me ha gustado, que vaya a sentarse —no creo que escriba de pie como Roth— y a plasmar lo vivido en la mejor prosa de la que sea capaz. Vivir para contarla como decía García Márquez o, en este caso, contarlo para vivir, para seguir viviendo. Y eso a punto de alcanzar los noventa años, ¿es o no es laudable?

lunes, 27 de marzo de 2023

Nuevas divagaciones sobre la muerte

    Si hay algo al alcance de todos es morirse, es lo que han hecho los seres humanos a lo largo de la historia, leyendas aparte. Lo extraordinario es la vida, lo ordinario es lo anterior a la vida en el pasado y lo que venga tras la vida en el futuro. Cada uno de los interesados, todos nosotros, ni se enteró de nada anterior a sí mismo ni se enterará de nada de lo posterior; así que nada hay de qué preocuparse (esto ya lo dijo Epicuro). Creer otra cosa es libre, por supuesto.
    La muerte es el punto final de algo que se va cociendo a fuego lento durante toda la vida. Llega la muerte —en un instante— y esa conciencia que vivió ya no es. Otra cosa es la materia de la que estamos hechos, que puede que sea eterna junto a la energía (no sé si va de eso la teoría de la relatividad general).
    Cuando nosotros ya no seamos, materia y energía seguirán combinándose y se formarán otras conciencias, otras vidas, pero no serán las nuestras. O sí, porque lo bueno de la eternidad es que da tiempo para todo (si damos por buena la idea de un Universo infinito en el tiempo). La eternidad daría de sobra para que tarde o temprano acabe concretándose otro ser viviente igual a cada uno de nosotros —y ya puestos otro y otro más— aunque, me temo, sin nuestros recuerdos; serían clones sin memoria.
    Si quieres ser original de verdad no te mueras. Es broma, lo siento, no quisiera herir ninguna sensibilidad. Lo habitual es no querer morirse, admitido. También es habitual sentir miedo a la muerte —a dejar de ser, en realidad— o si no miedo angustia, pero también pasa que ese miedo, esa angustia, tiende a disminuir con la edad; lo dice la experiencia, cuanto mayor es una persona, cuanto más envejece menos teme a la muerte porque aprende en propia carne a aceptarla como la culminación natural de la vida.
    Porque la muerte no es nada, es un parpadeo; es el corazón que se para, el oxígeno que deja de llegar al cerebro y la luz que se apaga. Se pierde la consciencia de una forma similar, sospecho, a como tantas veces pasa a lo largo de la vida —al dormirse, un desmayo, incluso cuando “se queda uno en blanco”— solo que esa vez será la buena, digo la mala.

viernes, 24 de marzo de 2023

Pequeñas maldades

    Pequeñas maldades humanas. Tres palabras trisílabas que confío hablen bien de mi sentido del ritmo. Estoy leyendo un best seller. Tenía un miedo agazapado antes de empezar: tenía miedo de que me gustara. Por pura definición de best seller (lo que gusta a la mayoría) que te guste un best seller sería lo normal para una persona normal. Pero uno no quiere ser de la mayoría, uno aspira a ser especial, más sofisticado, de gustos minoritarios; por eso lo del miedo al best seller, tonto de mí. Algo me decía que era mejor no comprobarlo, no poner a prueba mis gustos literarios; exquisitos mientras no se demostrase lo contrario.
    Voy por la mitad y ya estoy más tranquilo. No es que me disguste, es muy entretenido, con un buen puñado de heroínas entrañables mucha acción y diálogos ingeniosos. O sea, lo que gusta a todo el mundo y también a mí pero menos. No me llena del todo, hecho en falta algo más sutil, más cercano a la vida real. Así que el miedo se ha disipado al precio de cometer una de esas pequeñas maldades a las que aludía al principio; la mencionada de sentirme superior a la masa lectora de best sellers. Ah, sé que no lo soy, tranquilos. Lo que pasa es que cada uno tiene sus trucos de supervivencia. Este de la literatura es uno de los míos y estoy seguro de que los lectores de best sellers tendrán los suyos y soy consciente de que hay otras (muchas) actividades en las que no les llego a la suela de los zapatos.
    Por otra parte me felicito de no perpetrar otra pequeña maldad, la de hacer de menos al autor de este best seller. Estoy convencido de que si él quisiera podría escribir una novela tan literaria como la que más, una novela que haría que su nombre figurara en las listas de genios literarios desconocidos. Sin embargo ha elegido escribir esta, que es casi tan difícil de redactar como la otra pero tiene la apreciable ventaja de la fama y el dinero.

martes, 21 de marzo de 2023

Del cuerpo

    Está el mundo material y está el mundo de las ideas. La materia es lo que se puede tocar, más o menos. Afinando también será materia lo que se puede oler, o percibir en general. El cuerpo es materia, eso seguro; y nosotros somos un cuerpo, esto casi seguro; siempre hay que dejar un resquicio a la duda. En cada cuerpo va incluida de fábrica una mente. Como dice el falso adagio romano, Mens sana in corpore insepulto.
    Estamos condenados de por vida a cargar con un cuerpo, el genuino y auténtico cuerpo del delito; del delito de vivir, en opinión de algunos. Por fortuna, como pasa con todo, donde unos ven un problema, o un valle de lágrimas, otros ven una oportunidad, que tantas veces se desaprovecha y queda en nada pero hemos pasado un buen rato. El cuerpo, por cierto, ha muerto. Raquel Welch fue conocida por ese sobrenombre que hoy sería considerado lamentable. Su apellido de nacimiento era Tejada, su padre era boliviano, no lo hubiera adivinado en mil años.
    Nuestra principal actividad, o nuestra única actividad si llevamos el razonamiento hasta sus últimas consecuencias, es manifestarnos, expresarnos, y relacionarnos con otros cuerpos. Cada uno se mide a sí mismo en su relación con los demás, nadie es nada solo.
    En mi concepción del mundo, que no sé si llega a tanto como para merecer ese nombre, siempre había pensado en el cuerpo como algo con entidad definida, algo que evoluciona desde el nacimiento hasta la muerte pero en todo momento conserva su carácter entero y autocontenido.
    Ahora lo pienso y me doy cuenta de que no. El cuerpo nunca es el mismo, empezando por la respiración, el aire que entra y sale de nosotros, y que compartimos como buenos hermanos, con su aderezo de partículas suspendidas, sus virus y sus humos; suma a eso lo referente a la alimentación, apartado escatológico incluido —esto es la entrada y salida de desayunos, comidas y cenas en y de nuestro organismo—; las secreciones varias, como el sudor, y las excrecencias como el pelo o las uñas, la caspa que vamos desparramando; y en el otro sentido, para adentro, las ondas que absorbemos por la piel, ultravioletas incluidas, y otras ondas que a veces, supongo, nos atraviesan como si tal cosa.
    Y lo más importante, la llama que es la vida y que en una especie de combustión espontánea nos va consumiendo poco a poco. Intento una definición: El cuerpo humano es un amasijo pluricelular anárquico e inestable que, quién lo diría, alberga una conciencia que se mantiene en el tiempo.

sábado, 18 de marzo de 2023

Solar

    Hace un par de meses no muy lejos de aquí se quemó un edificio junto al río. Era un antiguo pabellón industrial en el que se habían habilitado media docena de viviendas. Gente humilde, ni qué decir. En la planta baja había un taller mecánico que también ejercía de concesionario. El incendio comenzó de madrugada y por suerte no hubo víctimas, todos pudieron salir antes de que el fuego arrasara con todo. En la investigación posterior se descubrió que en el sótano había una plantación de marihuana.
    No sé cuál pudo ser la causa; si un cigarro en la cama, un cortocircuito en la instalación eléctrica o, incluso, una desavenencia a cuenta de la maría; quién sabe y ya qué más da. Fuera como fuese el resultado ha sido que lo que quedó del edificio se ha derribado y el terreno, una franja más bien estrecha a la orilla del río, es ahora un solar vacío.
    Esta mañana he pasado por allí y me han venido imágenes del ajetreo de antaño; veo a un mecánico frotándose las manos con un trapo mientras le explica al cliente que es el embrague, a una vecina mayor que llega renqueante con la bolsa de la compra, al bohemio del segundo piso fumando en la ventana.
    El taller ha reabierto en un polígono cercano, los vecinos se han desperdigado y la marihuana se sigue cultivando en otros sitios, supongo. No tiene pinta de que se vuelva construir. Calculo que en el próximo plan urbanístico el terreno pasará a ser declarado zona verde.
    Así es la vida, rumio al pasar; de un día para otro todo cambia y lo que fue ya no es y además su recuerdo empieza a difuminarse. Así es el mundo, una película que se estrena cada día. En la proyección de hoy no aparecen ni la casa que se quemó ni el paseo con bancos al lado del río que tal vez será, solo se ve un solar desangelado y algún que otro despistado que pasaba por allí.

miércoles, 15 de marzo de 2023

Más divagaciones sobre la muerte

    Supongo que no se puede engañar a la muerte con palabras, salvo en los cuentos e incluso entonces no por mucho tiempo; a la muerte se la esquiva siempre de modo provisional. Aún así me gustaría comentar algunas cosas y decir para empezar que la muerte como un estado permanente no existe.
    Lo que llamamos muerte es el tránsito del ser al no ser, las dos alternativas que, muy atinado, proclamaba Hamlet en su monólogo. La duración de ese tránsito es técnicamente un instante. Todo lo que pueda haber a continuación no sé lo que es pero no es la muerte, es otra cosa y es lo mismo que hubo antes de la vida, antes del nacimiento (o de la concepción, sin querer meterme en líos ético-semánticos).
    Por eso, aunque comprendo que se diga que alguien está muerto, he llegado a la conclusión de que es una forma de hablar, de que nadie está muerto por mucho que haya muerto. Una vez hecho el tránsito, una vez pasado el instante de la muerte, el ser deja paso al no ser, y ya no está ni aquí ni allá, no está ni vivo ni muerto, sencillamente ha vuelto a no ser y por tanto ya no es, igual que no era antes de nacer.
    Lo que importa entonces, lo único que importa, es el tiempo en el que estamos vivos. La vida —no ha de olvidarse nunca— es un milagro, en el sentido de que es un hecho maravilloso que va más allá de nuestro entendimiento. Que estemos vivos es el premio gordo, un regalo inesperado de la naturaleza; somos así de afortunados. Adaptando el dicho: de bien nacidos es ser agradecidos por haber nacido. No éramos y ahora somos y por lógica biológica tarde o temprano dejaremos de ser. Ser o no ser, así de sencillo.

domingo, 12 de marzo de 2023

Quoting John Donne

    No es fácil seguir, en “Devociones”, los razonamientos de Donne, que escribe desde la Inglaterra de 1623, pero me he quedado con algunos pasajes que transcribo aquí para poder volver a ellos en el futuro “si surgiera la ocasión”.
    En un momento dice, de pasada, que los años de vida que se podían esperar en aquella época eran setenta, dato interesante ya que el tema nos concierne a todos, me parece. Sin embargo, en su caso, Donne, que había escrito ese comentario a los cuarenta y un años, solo vivió hasta los cuarenta y nueve.
    Una reflexión que también nos interpela, o me interpela, directamente es esta otra: la peor de las enfermedades (es) el miedo continuo de ellas, algo que entiendo también se puede aplicar a la muerte, una emergent occasion donde las haya.
    Otra frase, precursora pero en el sentido contrario de la de Tolstoi en el inicio de Anna Karenina (véase la entrada del 4 de febrero en este mismo blog) dice así: Todos los hombres llaman miseria a la miseria, pero la felicidad cambia de nombre según el gusto de cada uno.
    Aquí abro un paréntesis para incluir otra cita alusiva a lo mismo que recojo de otro libro que nada tiene que ver, la novela “Todo arde” de Juan Gómez-Jurado. Cuando menos te lo esperas, tratándose de un thriller, se puede leer: la única felicidad en esta vida es elegir la mejor infelicidad. Como se ve se alinea en espíritu con lo que escribió Edith Wharton (vuélvase a ver en el mismo sitio), cierra paréntesis.
    Por último, ya a lo grande, he descubierto (con orgullo y satisfacción, como diría el otro) que es en este libro de John Donne donde aparece la que puede ser su cita más conocida, —de la que tomó Ernest Hemingway el título de su novela—, la que empieza diciendo ningún hombre es una isla y termina con la exhortación no envíes a preguntar por quién doblan las campanas, doblan por ti.

jueves, 9 de marzo de 2023

Devociones

    No sé si hay alguna razón objetiva para leer a John Donne, en mi caso hay una subjetiva: era el autor favorito de Helene Hanff (o uno de ellos). Hanff fue una de esas escritoras neoyorkinas de ascendencia judía, una especie en sí mismas: Dorothy Parker, Susan Sontag, Vivian Gornick, Cynthia Ozick, Nora Ephron, Fran Lebowitz, Grace Paley o, ahora mismo, Nicole Krauss.
    Helene Hanff es recordada por un libro curioso, 84 Charing Cross Road (también hay película) que consiste en una recopilación tanto de las cartas que escribió a esa dirección de Londres, sede de una librería, como de las que recibió ella misma, principalmente de Frank Doel, uno de los empleados. El tono de las cartas es humorístico y el tema son los libros por los que Hanff se interesaba, por lo general clásicos ingleses.
    Con esta información macerándose en algún lugar de mi memoria durante años (ver nota), ahora por fin he leído un libro de John Donne, poeta, clérigo y padre de familia —no por ese orden—, autor entre otros de este al que me refiero: Devotions upon emergent occasions. Me gusta el título que traduciría como “devociones a cuenta de cosas que surgen”. En la edición que he leído el traductor, Alberto Girri, no se arriesga a traducir ese título extenso (que lo es aún más: and several steps in my sickness) y se limita a titular Devociones, que por otra parte es como se conoce también el libro en inglés, Devotions.
    Donne lo escribió a partir de una grave enfermedad que padeció, y superó, —él no lo especifica pero debió se ser tifus epidémico— y cuyo desarrollo sigue a lo largo de veintitrés capítulos de “meditaciones” sobre la condición humana. En realidad en el libro original en cada capítulo a la “meditación” le acompañan una “amonestación” y una “oración”; en la traducción leída solo figuran las primeras, la parte más literaria, diríamos. Continuará.

    Nota. Esto es lo que escribí en este blog el 6 de marzo de 2007:
    More than kisses, letters mingle souls, las cartas mezclan las almas más que los besos, es una frase de John Donne. El más grande de los poetas metafísicos ingleses (Wikipedia). ¿Se podría aplicar a los e-mails, sucesores naturales de las cartas? John Donne era también el autor favorito de Helene Hanff, la entrañable solitaria que escribió 84 Charing Cross Road. Una historia de amor en la que no se dijo nunca "te quiero", en palabras de Isabel Coixet. Mi admiración para los tres.

lunes, 6 de marzo de 2023

Lucio

    Escribió Milan Kundera que hay dos fuerzas que trabajan al unísono para separarnos del pasado, la del olvido que lo borra y la de la memoria que lo cambia. Lo tengo en cuenta al evocar algunos recuerdos de cuando tenía siete u ocho años y estaba en tercer grado en la escuela. Son retazos de un mundo distinto, irreconciliable con el de ahora. El maestro era don Ciriaco. A veces nos contaba historias, como la del libro que le salvó la vida. No sé qué libro sería pero quedaría bien que hubiera sido El Quijote. Sucedió en la guerra, cuando era un soldado de veinte años y una bala atravesó el plato para el rancho que llevaba en bandolera y quedó incrustada en el libro que estaba debajo.
    Pero lo que quiero contar se refiere a un chaval llamado Lucio, uno más en la escuela, algo más alto que la media, de piel muy blanca y desgarbado. Poco más puedo decir de él, que era de una familia humilde y que su casa estaba por el camino que remontaba el arroyo más allá del matadero. Un día, después de comer en casa como hacíamos todos, Lucio llegó por la tarde tambaleante y parlanchín. En seguida nos dimos cuenta de que estaba achispado, de que había bebido de más. En aquella época no se le daba ninguna importancia a que los niños bebiéramos un poco de vino con la gaseosa en las comidas. Don Ciriaco se mostró comprensivo, incluso algo divertido, y casi con cariño le dijo a Lucio que lo mejor sería que durmiera la siesta, por no decir la mona, al fondo de la clase. Lucio se dejó llevar y apoyando la cabeza en el pupitre no tardó en quedarse roque mientras la clase seguía como si nada.
    Poco tiempo después, y como era costumbre en torno al día del Seminario, vinieron a la escuela dos o tres seminaristas con sotanas negras y estolas rojas; en busca de vocaciones, se supone. A la semana siguiente Lucio no acudió a clase y alguien nos dijo que no vendría más a la escuela porque había ingresado en el Seminario.

viernes, 3 de marzo de 2023

Algunas divagaciones sobre la muerte

    Respecto a la muerte, en principio, estoy en contra. En mi experiencia, la vida, como los partidos de fútbol, se divide en dos partes. Durante la primera apenas se piensa en la muerte y cuando sale el tema la ves como algo lejano en el tiempo, tan lejano que llegas a dudar de que sea algo que te vaya a suceder a ti en particular. Cuando llega la segunda parte hay un cambio radical: piensas en ella todos los días.
    Como se deduce de lo anterior, no tuve terrores infantiles referentes a la muerte. Lo achaco en parte a una falta de sensibilidad congénita y sin diagnosticar que me parece que tengo, lo que en este caso es una suerte. La muerte me preocupa pero no la temo, creo. Me refiero a la muerte natural, la que se deriva del paso de los años; la otra, la muerte prematura por accidente o enfermedad, sí que me da miedo o algo que se le parece.
    Puede que la mejor forma —que además es la más sencilla— de explicar el difícil tema de la muerte, o intentarlo, sea por medio de la biología; la ciencia que estudia la vida. Hay un estribillo que aprendí de bien pequeño y que ahora me sorprende por lo exacto y premonitorio que resulta. Es ese tan conocido de que el ser humano nace, crece, se reproduce y muere (aunque entonces se decía el hombre en vez de el ser humano).
    Esta idea, más desarrollada, ya aparece en un texto de Aristóteles. Aprendí la frase de memoria y la comprendí un poco por ósmosis, a través de la piel. Ahora, tantos años después, la entiendo cabalmente y la acepto; es así, nacemos, crecemos, nos reproducimos (esto es opcional) y morimos, aunque estemos en contra. Esa es, ni más ni menos, la vida natural a la que podemos aspirar; con su principio y su fin, no hay más posibilidades.