viernes, 3 de marzo de 2023

Algunas divagaciones sobre la muerte

    Respecto a la muerte, en principio, estoy en contra. En mi experiencia, la vida, como los partidos de fútbol, se divide en dos partes. Durante la primera apenas se piensa en la muerte y cuando sale el tema la ves como algo lejano en el tiempo, tan lejano que llegas a dudar de que sea algo que te vaya a suceder a ti en particular. Cuando llega la segunda parte hay un cambio radical: piensas en ella todos los días.
    Como se deduce de lo anterior, no tuve terrores infantiles referentes a la muerte. Lo achaco en parte a una falta de sensibilidad congénita y sin diagnosticar que me parece que tengo, lo que en este caso es una suerte. La muerte me preocupa pero no la temo, creo. Me refiero a la muerte natural, la que se deriva del paso de los años; la otra, la muerte prematura por accidente o enfermedad, sí que me da miedo o algo que se le parece.
    Puede que la mejor forma —que además es la más sencilla— de explicar el difícil tema de la muerte, o intentarlo, sea por medio de la biología; la ciencia que estudia la vida. Hay un estribillo que aprendí de bien pequeño y que ahora me sorprende por lo exacto y premonitorio que resulta. Es ese tan conocido de que el ser humano nace, crece, se reproduce y muere (aunque entonces se decía el hombre en vez de el ser humano).
    Esta idea, más desarrollada, ya aparece en un texto de Aristóteles. Aprendí la frase de memoria y la comprendí un poco por ósmosis, a través de la piel. Ahora, tantos años después, la entiendo cabalmente y la acepto; es así, nacemos, crecemos, nos reproducimos (esto es opcional) y morimos, aunque estemos en contra. Esa es, ni más ni menos, la vida natural a la que podemos aspirar; con su principio y su fin, no hay más posibilidades.

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