viernes, 29 de abril de 2022

Tesis

    Sostiene la doctora que cada episodio de la vida, cada experiencia, cada situación lleva dentro, al margen de lo evidente y de todo lo demás, dos aderezos importantes: un puñado de verdad y una cucharada de terror. Luz y oscuridad, algo que nos ilumina y algo que nos asusta.
    Como casi todo, este no es tema que se pueda explicar solo con la razón. La razón no parece ser suficiente para mantener el tipo en la vida, abarca poco y acaba limitándose a sí misma y convirtiéndose en cerrazón. La razón, ella sola, es deprimente; nos pone botas de plomo como las de los buzos y solo nos sirve para mantenernos bien pegados al fondo del mar de la existencia. Nos tendremos que valer de otros medios si queremos ver más allá de ese cielo encapotado.
    Sostiene la doctora que uno de esos medios es, o puede ser, la imaginación poética, que es una prolongación de la razón más desmadrada, un poco loca. De alguna manera la poesía es metafísica instantánea, como escribió el filósofo. Esa imaginación poética se desdobla en dos fuerzas complementarias en el tiempo que son las que nos ponen alas en los pies, como las de Mercurio el mensajero de los dioses. Esas dos fuerzas son la añoranza y la esperanza, dos hermanas siamesas unidas por la espalda que miran en direcciones opuestas. La esperanza otea el porvenir e inventa el futuro, la añoranza evoca lo vivido y reinventa el pasado.

martes, 26 de abril de 2022

Baile de números

    La riqueza de los idiomas. El misterio de los idiomas. Las palabras que nos sirven para comunicarnos (de aquella manera). Nos comunicamos, sí, y rara vez nos entendemos. Oír, escuchar, entender, comprender. Definitivamente, es complicado. Lo normal es que los hablantes de casi todos los idiomas del planeta aseguren vehementes que su lengua es muy rica, si no la más rica. ¿Cómo se mide eso? Estudiando la sintaxis, supongo. Otra medida para un ranking de idiomas es el número de palabras, el tamaño del léxico.
    Esto era que estaban un inglés, un francés y un español y va el español y dice que su idioma es muy rico y que tiene más o menos, e igual se queda corto, unas 380.000 palabras, la Armada Invencible de los vocabularios, remata ufano. Hala, hala, dice el francés, no está mal pero, mon amie, eso no es nada, mi lengua anda por las 500.000, medio millón de palabras, la Grande Armée verdaderamente. Ah, el continente, aislado por la niebla como de costumbre, concluye el inglés, mi idioma, el que más hablantes tiene del mundo, es más rico, unas 750.000 palabras, aunque bueno, reconozco que no me las sé todas.
    Algo de verdad habrá en esas cifras, ya que las cita Martin Amis en su último libro, de algún lado las habrá sacado, pero deben estar basadas en algún criterio muy muy laxo en lo que se refiere a dar por bueno un vocablo. El cálculo del número de palabras de un idioma es una tarea imposible; a diario nacen nuevos términos, otros muchos están muertos o moribundos y las fronteras entre las lenguas cada vez son más difusas. Dicen que el diccionario de la RAE contiene unas 93.000 palabras, no debo conocer ni la décima parte.

sábado, 23 de abril de 2022

Triste es prohibir

    Me dejé una frase famosa de mayo del 68. Valoré ponerla pero desistí por dos motivos. Uno, ya había citado dos y tres es multitud. Dos, la propia frase me generó dudas. La “frase” es está: Prohibido prohibir. Es una frase, supongo, aunque no le vea el sujeto, una admonición, un aforismo y también una especie de oxímoron. Me recuerda la paradoja del mentiroso que dice que él siempre miente. Esto es, si un mentiroso dice que miente no es un mentiroso porque dice la verdad pero si lo que dice es verdad es que en efecto es un mentiroso. Catch 22, el término que acuñó Joseph Heller, el callejón sin salida.
    Por eso dudé con “prohibido prohibir”, que no sé si llega a frase o es otra cosa, algún tipo de embutido gramatical. Empiezas a darle vueltas y te entra cierta angustia, no se puede prohibir porque al hacerlo estás prohibiendo, pero el caso es que los que prohíben son odiosos y estaría bien que les aplicaran su propia medicina y se les prohibiera prohibir pero entonces seríamos como ellos y todos nos volveríamos odiosos.
    La justificación que se me ocurre es que el “prohibido” habría que entenderlo como una forma alegórica de protesta y el “prohibir” final es el que lleva toda la carga negativa del verbo. O se podría aclarar la frase diciendo algo así “Lo único que debería estar prohibido es prohibir”, con la consiguiente pérdida de concisión e impacto poético.

miércoles, 20 de abril de 2022

Del origen de la fiesta

    La fiesta, la siesta, dos fenómenos simétricos y complementarios. Echar la siesta y salir de fiesta. Quería hablar de la fiesta pero aviso que voy a acabar hablando de otra cosa. Lo primero que he hecho para situarme en el tema fiesta ha sido mirar en Wikipedia. Y me he encontrado con esta frase insuperable: “El término fiesta presenta una naturaleza compleja, extraordinaria y paradójica”. No he querido leer más, he decidido improvisar y si hace falta inventar. Pero, tras una breve meditación, he caído en que el origen del día festivo está en el Génesis, en la Biblia. Improvisar está bien, pero si vas a citar la Biblia mejor cerciórate.
    He consultado ese comienzo del Génesis y he visto algo que no viene a cuento pero que está muy bien. La Biblia está viva, no está escrita en piedra, cambia con los tiempos. Ya no dice nada de la costilla de Adán. Así es como lo cuenta: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó”. Es una mejora, creo. Y luego sí, sigue diciendo, como toda la vida, que una vez culminada su creación al séptimo día Dios descansó y bendijo ese día y lo consagró. Esa es la historia del origen del día de fiesta contada a los niños. Pero no tiene sentido, de qué iba a descansar alguien que no puede cansarse. No sé como ha perdurado tanto esa historia de un dios que se cansa. Algún Padre de la Iglesia lo habrá explicado. Claro está que nosotros sí nos cansamos, igual fueron los humanos, varones y mujeres, los que se inventaron un dios a su imagen (y semejanza).

domingo, 17 de abril de 2022

A la niña que preguntaba por qué

    Haces bien en preguntar; preguntar es saludable, muy mediterráneo. Una pregunta abre todo un abanico de posibilidades y vale más que la respuesta que elige una y descarta las demás. Me preguntas por qué esto y por qué lo otro. Te voy a hacer una confesión, no se lo digas a tu madre, no sé por qué. Podría aventurar alguna hipótesis o inventarme algo pero siendo sincero te diré que en general no sabemos el porqué de las cosas. Hay un libro, de Quim Monzó, que se titula así, “El porqué de las cosas”. Tal vez debería leerlo, por si aclara algo; aunque igual ya lo he hecho y no me acuerdo. Esa es otra razón por la que no sabemos los porqués, porque se nos olvidan.
    ¿Por qué silla se dice silla y mesa, mesa y no al revés? Lo he estado pensando. Pensar en otra cosa es entretenido porque así no pensamos en lo de siempre. Silla se dice silla porque si la llamáramos mesa sería un lío, ¿no? Es broma. Un poco más en serio, puede que no haya una razón convincente para que silla se diga silla pero tampoco debe de haberla para que no se diga. Empate técnico. Ahora, en serio serio, creo que hay una explicación que podría valer para muchos porqués. Silla, como casi todas las palabras, es la flor casual que ha brotado a partir de una raíz lejana en alguna lengua muerta y olvidada. Silla se dice silla por casualidad, la misma casualidad que bien puede estar en el origen de todos los porqués, de todas las cosas, de todos nosotros.

jueves, 14 de abril de 2022

You Don't Know - Helen Shapiro (1961)

    Si piensas en una chica de origen judío nacida en un barrio londinense y con talento para la música el nombre que seguramente se te ocurre es el de Amy Winehouse. Habría que darte la respuesta como correcta pero hay otra mujer nacida 37 años antes que Amy que comparte esos datos biográficos e incluso cierto parecido físico además de una voz grave y poderosa. Me refiero a la gran Helen Shapiro que tuvo un éxito en la música pop tan fulgurante como breve. Helen tenía catorce años cuando su segundo single, “You Don’t Know”, llegó al número uno en Inglaterra en agosto de 1961. Para 1964 su estrella en las listas de éxitos ya declinaba, aunque nunca ha dejado de cantar.
    El autor de la melodía de “Tú no sabes” fue John Schroeder que también fue el que aconsejó su fichaje al sello discográfico Columbia. La letra, de Mike Hawker, comienza con el preceptivo tarareo sin sentido de la época (algo así: Uooo Uo Uooo, Oh Yeee I-ye I-yeee) y habla de un amor no correspondido. Un tema pleno de melancolía para el que no pasan los años.

martes, 12 de abril de 2022

El arte de la repetición

    Si te gusta escribir tiendes a darle vueltas al tema de la escritura y acabas escribiendo sobre ello. Es la pescadilla que se muerde la cola. Personalmente me da cierto reparo hacerlo porque soy un simple aficionado y por el carácter endogámico que tiene ese escribir sobre escribir, una especie de mirarse el ombligo. Pero nos gusta y hasta es necesario; para comparar, para compartir impresiones y para sentirnos parte de algo.
    La primera pregunta es en qué consiste la escritura, qué es la literatura. Se han escrito libros sobre ello, se ha escrito todo sobre el asunto. Esa es una de las características principales de la literatura: repetirse. Repetir siempre lo que han dicho otros y repetir a menudo lo que tú mismo ya has escrito varias veces (con suerte lo habrás hecho de formas sutilmente distintas). La literatura es el arte de la repetición.
    También es muchas cosas más. Por ejemplo, repitiendo lo que dijeron otros y a la vez repitiéndome a mí mismo (como debe ser) evoco dos citas felices. Esta que encontré hace tiempo y de la que hace poco he sabido el autor, Jules Renard, “escribir es una forma de hablar sin que nadie te interrumpa”. Qué razón tenía. Solo matizaría que es algo más que hablar, es hablar después de haber pensado un poco, hablar con más coherencia de lo habitual.
    Otra de Marguerite Duras que se hartó de escribir y que cerca de los ochenta años publicó el libro titulado así, “Escribir”, donde aparece esta cita que me recuerda a un salto mortal con tirabuzón: “escribir es intentar saber qué escribiríamos si escribiésemos”. En eso estamos.

sábado, 9 de abril de 2022

La semilla

    Philip Roth debió de ser un brillante escritor y un muy inaguantable mujeriego, o sea lo que me hubiera gustado ser a mí, de alguna manera. Quiero decir... empiezo a odiar los “quiero decir”. En inglés la palabra es womanizer, que no sé si tiene connotaciones de algún tipo. “Mujeriego” en castellano sí las tiene, negativas, me parece. Dice el diccionario: mujeriego, aficionado a las mujeres; no puede haber nada más inocente. En un sentido general, amplio, de consenso, sin ánimo de ofender a nadie, a un hombre le gustan las mujeres y a una mujer le gustan los hombres y todas las otras posibilidades son igualmente respetadas, comprendidas y admitidas.
    Inspirador el cuestionario mutuo del comienzo de “Engaño” la novela de Roth. Son las preguntas que se hacen, con espíritu lúdico, dos amantes al comienzo de su enamoramiento; una antología de las situaciones probables que se pueden dar en una relación de pareja, un interrogatorio que podemos aplicarnos en primer lugar a nosotros mismos. Las preguntas nacen de la larga experiencia de Roth con las mujeres, aunque me he fijado (cosa que no hago siempre, fijarme) en que todas son un tanto a la defensiva, cada una contiene la semilla de una posible futura separación.
    No me cabe duda de que Roth las enamoraba por su talento más que por su físico, sin ser este desagradable ni nada de eso. Era un tipo alto, delgado, de nariz prominente, tez oscura, cabello negro en retroceso, cejas pobladas y mirada penetrante. Un hombre seguro de sí mismo y un mago de las palabras. También, sospecho, un hombre impaciente con las personas que no estuvieran a su altura intelectual, fueran del género que fueran. Por eso no pasaría mucho tiempo antes de que le pusiera de los nervios alguna particularidad del carácter de la mujer con la que había estado dispuesto a fugarse. Supongo que en el fondo deseaba que cada romance le durara toda la vida pero tarde o temprano alguna de las semillas encapsuladas en las preguntas del cuestionario germinaba y él mismo se volvía insoportable.

miércoles, 6 de abril de 2022

Tiempo a la fuga

    Cuando era joven veía el siglo veintiuno muy, muy, muy lejano. Casi tanto como veo ahora mi juventud por el retrovisor. He leído por casualidad algo que escribió Henry Miller a mediados del siglo pasado. No confundir con Arthur Miller, que era el dramaturgo que se casó con Marilyn, este era Henry, escritor de novelas y otras prosas. Esto que digo que escribió no fue una tesis que defendiera ni nada de eso, solo una exageración ingeniosa, supongo. Al hilo de lo rápido que iba la vida ya en aquella época dice que el próximo milenio iba a ser cosa de un parpadeo. Pensaba a lo grande, en milenios.
    En la velocidad del tiempo hay dos factores. Quiero decir en la percepción por nuestra parte de lo rápido o lento que pasa el tiempo, porque desde un punto de vista objetivo la velocidad del tiempo es siempre la misma, exactamente una hora a la hora. Ese punto de vista cien por cien teórico no existe; o si existe sería el punto de vista de, por ejemplo, una piedra.
    Decía que hay dos factores que influyen en nuestra percepción de la velocidad del tiempo. Por una parte aquello a lo que se refería Miller, la velocidad de la vida moderna para entendernos, por otra la aceleración que apreciamos en el transcurrir del tiempo según cumplimos años (o los dilapidamos miserablemente). Indiferente a todo el tiempo pasa y no solo llegó el lejano año dos mil de mi infancia sino que estamos inmersos de lleno en este extraño siglo veintiuno al que he llegado de inmigrante y donde ando con los papeles siempre a mano por si acaso. Pero bueno, el milenio acaba de empezar como quien dice.

domingo, 3 de abril de 2022

Mayo del 68

    Ha muerto hace poco Alain Krivine, uno de los líderes de Mayo del 68. De entonces va a hacer 54 años. Yo no estuve pero tengo coartada: era un niño. Julian Barnes tenía 22 años y bien pudo haber estado. Christopher Lloyd, su primer personaje, sí estaba y confiesa (en Metroland) que no se enteró de la revolución o no se enteró lo suficiente. En vez de participar en protestas estudiantiles y correr por los bulevares delante de los guardias se dedicó a investigar para su tesis, ver películas de la nouvelle vague y, sobre todo, tener un romance con Annick, una chica francesa razonablemente sofisticada.
    Del mayo francés tengo una vaga idea adquirida a lo largo de los años. Dos buenas frases que recuerdo: “Debajo de los adoquines (de las calles de París) está la playa”. Y esta otra, “seamos realistas, pidamos lo imposible”. Dos bonitos eslóganes que sirven más para levantar la moral que para otra cosa; y me parece bien, ese es el espíritu.
    Me gustaría que en los próximos años si se da el caso de que la mente se me vaya confundiendo (si es que no lo está haciendo ya) y me convenza a mí mismo de que en mayo del 68 yo estaba en París, como debe ser; si se da ese caso preferiría que en mis recuerdos tuvieran preferencia aquellas tardes con Annick, manteniendo en un segundo plano un fondo de lucha idealista, que una cosa no quita la otra.