miércoles, 6 de abril de 2022

Tiempo a la fuga

    Cuando era joven veía el siglo veintiuno muy, muy, muy lejano. Casi tanto como veo ahora mi juventud por el retrovisor. He leído por casualidad algo que escribió Henry Miller a mediados del siglo pasado. No confundir con Arthur Miller, que era el dramaturgo que se casó con Marilyn, este era Henry, escritor de novelas y otras prosas. Esto que digo que escribió no fue una tesis que defendiera ni nada de eso, solo una exageración ingeniosa, supongo. Al hilo de lo rápido que iba la vida ya en aquella época dice que el próximo milenio iba a ser cosa de un parpadeo. Pensaba a lo grande, en milenios.
    En la velocidad del tiempo hay dos factores. Quiero decir en la percepción por nuestra parte de lo rápido o lento que pasa el tiempo, porque desde un punto de vista objetivo la velocidad del tiempo es siempre la misma, exactamente una hora a la hora. Ese punto de vista cien por cien teórico no existe; o si existe sería el punto de vista de, por ejemplo, una piedra.
    Decía que hay dos factores que influyen en nuestra percepción de la velocidad del tiempo. Por una parte aquello a lo que se refería Miller, la velocidad de la vida moderna para entendernos, por otra la aceleración que apreciamos en el transcurrir del tiempo según cumplimos años (o los dilapidamos miserablemente). Indiferente a todo el tiempo pasa y no solo llegó el lejano año dos mil de mi infancia sino que estamos inmersos de lleno en este extraño siglo veintiuno al que he llegado de inmigrante y donde ando con los papeles siempre a mano por si acaso. Pero bueno, el milenio acaba de empezar como quien dice.

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