martes, 30 de enero de 2024

Movie Quiz

    Hay quien dice que hay que exagerar, que de por sí la vida es aburrida. Oigo lo mismo, con una pequeña variante, en una película: me encantan los chismes, mejoran la anodina realidad. No estoy de acuerdo. La realidad es demasiado etérea, inaprensible, errática, para poder decir que es aburrida (el aburrimiento no existe, lo que hay es aburridos).
    Exagerar puede estar bien; incluso puede que sea obligatorio, pero en la ficción. Hasta el gran Henry James exageraba a veces. En un cuento suyo un personaje femenino confirmaba la avanzada edad de su tía asegurando que tenía ciento cincuenta años; y no queda claro si lo dice medio en broma o totalmente en serio. Si lees una novela sabes que no se trata de la realidad; aunque suele pasar, paradoja, que la ficción a menudo se mueve a niveles de sorpresa por debajo de lo real; no por encima como se podría suponer.
    En el cine, como ficción que es, también se exagera. Un caso paradigmático es el del cine clásico, aquellas películas en blanco y negro. El público era más inocente y había que subrayarle las cosas para que quedaran claras. Era frecuente entonces insertar en una escena primeros planos de los personajes poniendo cara de lo que fuera pertinente: asombro, alegría, astucia, codicia, desolación. Viendo ahora esas películas te das cuenta al momento: ese primer plano lo han metido con calzador.
    Por ejemplo, este fotograma de una película de los años treinta (¿quién es esa chica?, ¿ves la chispa en su mirada?). El director le ha dicho: recuerda, no le amas pero le has cogido cariño y no quieres herirle, le miras con compasión y simpatía enigmática, un poco como Monalisa; sí, ¡lo tienes!; aguanta, ¡claqueta!, ¡rodando!


sábado, 27 de enero de 2024

Genji (y2)

    Genji, primera novela de la historia / El Quijote, primera novela moderna. Comparemos ambos comienzos.
    Inicio: En un lugar de la Mancha / En cierto reinado.
    Acotación: de cuyo nombre no quiero acordarme / (¿de quién podría haber sido?).
    Reanudación: no ha mucho tiempo vivía un hidalgo... / alguien de no muy alto rango
    Cierto que Cervantes se mueve en el espacio (donde) y Murasaki en el tiempo (cuando), pero en ambos casos se mantiene esa contraposición de ida y vuelta, de amagar y luego negar, te sitúo en el escenario en general (La Mancha / un cierto reinado) pero seguido te oculto los detalles (el nombre concreto del lugar / la identidad del emperador). A continuación en ambas obras se presenta al personaje (un hidalgo / alguien de no muy alto rango). 
Por desgracia no me es posible consultar la versión en japonés y mucho menos la original en japonés medieval.
    Es prácticamente imposible que Cervantes conociera la novela de Genji (la primera traducción que apareció en Europa es de 1933). Lo que no es tan inverosímil y hasta se podría considerar probable es que Royall Tyler optara por esa forma específica de comenzar su traducción bien fuera como reflejo inconsciente de su cultura occidental o como homenaje consciente a Cervantes. El resultado, en todo caso, ha sido esta discordancia temporal de que el comienzo de la primera novela de la historia (o su traducción al inglés) plagie, de alguna forma, a la primera novela moderna, escrita seiscientos años después.

miércoles, 24 de enero de 2024

Genji (1)

    “Genji Monogatari”, la historia, la novela, el romance o el relato de Genji, es un clásico japonés del siglo XI y en opinión de muchos la primera novela de la historia. Si ya impresiona hablar de una novela de hace mil años (y de más de mil páginas) más sorprendente aún es que la autora fuese una mujer, Murasaki Shikibu, dama de la corte imperial.
    Todo en aquella sociedad era diferente empezando por el idioma y su forma de construir las oraciones. Pasar del japonés a cualquier lengua occidental es complicado, una traducción literal es prácticamente incomprensible para nosotros (dicen). Tal empresa ha sido y sigue siendo un desafío.
    Por lo que he podido ver solo hay una traducción directa de “La historia de Genji” al español (hecha en el Perú hace bien poco, no he podido consultarla). Hay otras dos indirectas que traducen del inglés, idioma en el que existen varias versiones. Estas pueden diferir en casi todo unas de otras y, sospecho, también del original.
    Investigando, he llegado a la del académico inglés Royall Tyler, de 2001, una de las más apreciadas y, por lo que dicen, la más fiel. He curioseado el principio, que dice: In a certain reign (whose can it have been?) someone of not very great rank... que traducido podría ser algo así: En cierto reinado (¿de quién podría haber sido?) alguien de rango no muy elevado... Mi sorpresa ha sido mayúscula, ¿no recuerda al comienzo de “El Quijote”?

domingo, 21 de enero de 2024

La edad de oro de la carta manuscrita

    “Carta de una desconocida” es el título de una novela corta de Stefan Zweig. Se publicó en 1922, en plena edad de oro de la carta manuscrita. Hoy en día ese bonito título sería anacrónico, ya apenas se escriben cartas. Uno siente la tentación de añadir “por desgracia” pero lo piensas un poco y te callas, o casi. Por cierto, el primer sello postal es de 1840, anteayer.
    Antes de eso, sin sellos y todo, a Voltaire le adjudican unas 20.000 cartas. Hay casos peores, de George Bernard Shaw se dice que llegó a escribir un total de un cuarto de millón entre cartas y postales. El atenuante es que en gran parte fueron respuestas —acuses de recibo— a las que el recibía a cuenta de su fama. Culpable sin posible redención, a no ser que lo sea su obvio trastorno psicológico, fue Lovecraft del que se estima que pudo escribir unas 75.000. Otro campeón fue Henry James que ronda las 15.000 (bien es cierto que nunca se casó).
    Ya descendiendo a terrenos casi humanos, Gustave Flaubert escribió cerca de 5000 a lo largo de su vida. Podría pensarse que con este entrenamiento los libros le saldrían solos, pero fue al contrario. A Hemingway se le adjudican 6.000; de R L Stevenson sobreviven 3.000; de Kafka alguien cuenta hasta 1742, de ellas más de 500 a Felice Bauer.
    Tampoco hacía falta ser escritor, llaman la atención las 3500 que intercambiaron a lo largo de treinta años Eleanor Roosevelt y su amiga más que íntima la periodista Lorena Hickok. 820 le escribió Vincent Van Gogh a su hermano Theo. Hace poco ha salido un libro sobre las 865 que cruzaron en quince años Albert Camus y María Casares, actriz. Etcétera, etcétera. Sorprende que nadie, que se sepa, haya muerto a causa de los vapores tóxicos de la tinta.
    La razón obvia para esta fiebre epistolar es la necesidad humana de comunicarse. Durante gran parte de esa edad de oro de la carta manuscrita no había ninguna otra forma de relacionarse a distancia. Tras la invención del teléfono los acontecimientos se precipitaron y para finales del siglo XX ya se podía ir uno a las antípodas sin perder el contacto. A veces llegan cartas, cantaba Raphael, qué tiempos.

jueves, 18 de enero de 2024

A tumba abierta

    Tenía un compañero que de vez en cuando se ensimismaba escribiendo listas de nombres y fechas. Se había licenciado en Historia, aunque ya no tenía ninguna conexión con el mundo académico ni con la enseñanza. Un día le pregunté qué hacía y confesó que era un ejercicio de memoria que repetía de vez en cuando. Aquellas listas que repasaba una y otra vez eran las de los reyes de los distintos reinos peninsulares o, la lista madre de todas las listas, el desafío final a la memoria, la de los papas de Roma; cada uno con los años de inicio y final de su pontificado. Julio II, 1503-1513 —por ejemplo—.
    He intentado un par de veces cosas parecidas —aunque infinitamente más modestas— sin éxito. Así, una vez me propuse aprender los nombres de las nueve musas y sus respectivas artes. Ahora mismo solo me vienen dos, Talía, musa del teatro, y Clío, de la Historia; las dos que, sospecho, ya me sabía de antes. Bueno, y Terpsícore, pero no me preguntes de qué es musa. Lo puedo mirar, claro; igual esa es una de las razones por las que se nos está encogiendo la memoria: porque ahora ya se pueda mirar todo y por instinto renunciamos a hacer el esfuerzo de retener un dato.
    La memoria nace y muere con uno. Desde muy pronto vamos acumulando recuerdos —y modificándolos, para decirlo todo— y al mismo tiempo vamos olvidando parte de lo aprendido —la mayor parte, para seguir siendo sinceros—. Durante años el balance es positivo, se incorporan más recuerdos de los que olvidamos y la memoria va creciendo, hasta que llega un día —que nos pasa desapercibido por completo— en el que empezamos a olvidar más de lo que memorizamos. Ese día debería sonar una campana en nuestro cerebro, o algo, que nos avisara. A partir de ese momento la memoria es como un coche que está bajando un puerto y que poco a poco va perdiendo los frenos. Lo malo, o lo bueno 
no sé, es que a menudo el conductor ni se da cuenta.

lunes, 15 de enero de 2024

Memoria de libro

    Escribió Amos Oz, en su novela autobiográfica Una historia de amor y oscuridad, que de niño no quería ser escritor sino libro; razonaba que un escritor muere y desaparece como cualquiera, en cambio un libro perdura, aunque sea en un rincón olvidado de alguna librería.
    Desde ese punto de vista, el de la supervivencia, un libro es superior a un ser humano —admitido— pero no tanto; sigue siendo un objeto frágil, que acabará sucumbiendo al paso del tiempo. Pero hay otra cualidad que poseen los libros tan digna o más de ser envidiada que esa de la perdurabilidad; me refiero a la memoria.
    Mientras exista, un libro posee la memoria total de lo que contiene. Lo escrito en cada renglón de cada página se mantendrá íntegro hasta el final. Un final que —insisto— llegará algún día; como es lógico, sano y natural. Ser inmortal debe de ser una de las penas —si no la única— que acarrea ir al infierno. Para mí quisiera esa memoria del libro que estoy muy lejos de poseer.
    Pensando en ello me he dado cuenta de que es en este tema de la memoria en el que debo de estar más alejado de Borges. Más alejado, digo, porque en todo lo demás también estoy lejos, claro. Al parecer Borges tenía una memoria excepcional, era capaz de evocar líneas o poemas completos de casi cualquier autor de mérito, fuese este contemporáneo o de siglos pasados. Muchas veces, además, en su idioma original. Por mi parte he desarrollado la habilidad de una vez leído un libro olvidarlo completamente en el plazo de unos pocos meses. 
Lo único que suele quedar es una difusa impresión de si la lectura resultó agradable o no.

viernes, 12 de enero de 2024

Maneras de sentir

    La naturaleza humana, ese misterio. Nunca acabaremos de conocernos a nosotros mismos, y mucho menos a los demás. La verdad es que no aspiramos a que nadie nos conozca a fondo. A lo que aspiramos es a que nos consideren grandes personas, aunque sepamos de sobra que no lo somos (del todo). O que no lo somos en absoluto, según casos. Me estoy desviando.
    Estar vivo tiene el aliciente de estar vivo. Esto debe de ser una tautología (no estoy seguro). El principal síntoma de estar vivo, de vitalidad, es sentir. Sentir lo que sea pero sentir. Quien no siente empieza a sospechar que está muerto. La cruda realidad es aún peor, lo que está es aburrido.
    El ser humano no soporta el aburrimiento. Prefiere cualquier cosa antes que aburrirse. Prefiere una pelea —prefiere incluso el segundo premio en una pelea— antes que estarse quieto mirando la puesta del sol (salvo poetas y espíritus sensibles). Prefiere, de hecho, la guerra antes que el tedio intolerable de una larga paz sin incidentes fronterizos. Se han dado casos.
    Lo mismo pasa en otras facetas de la existencia. Lo contaba A.. Después de separarse y pasarlas canutas a cuenta de los abogados (según él por la tirria que le tenía su exmujer) se apuntó a una de esas aplicaciones para ligar. Funcionan, decía, y la razón, explicaba, es que la gente está deseando sentir algo. Está deseando experimentar el vértigo y el riesgo de lo desconocido, vivir nuevas emociones para poder luego contarlas; está deseando incluso enamorarse (en casos extremos). La gente quiere que pase algo, lo que sea, con tal de escapar del aburrimiento, de la rutina, de una tarde más frente al televisor. También, es cierto, de la soledad. Y les entiendo. A los de la guerra no.

martes, 9 de enero de 2024

Reconsideración

    Al empezar un nuevo año parece que es oportuno pararse un momento y reconsiderar. Ya no se trata, llegada una edad, de que haya que decidir grandes cosas. Suele pasar que la vida, una vez encarrilada, transcurre por la carretera que hayamos tomado sin mayores sorpresas, pasando de largo casi siempre por los sitios, sin detenernos ni siquiera para echar un vistazo en ese afán humano de tirar para adelante y trasladar nuestras expectativas a otro lugar más lejano, como hemos hecho siempre desde que de niños nos montábamos en los caballitos y apenas dada la primera vuelta ya estábamos deseando pasar a la siguiente atracción; que por eso se llaman así, porque atraen (larga me ha salido la frase).
    Lo que tienen los años es que cada uno pasa más rápido que el anterior; como los trenes de ahora respecto a los de nuestra infancia, hasta el punto de que ya es imposible coger uno en marcha —ni bajarse en realidad— sin descalabrarse. O sea, que estamos más o menos atrapados pero contentos; qué remedio.
    Mi experiencia de la vida es limitada, como la de casi todos —me consuelo—. Además diría que ya me han pasado casi todas las dichas y desdichas que me tenían que pasar y que seguramente ya he escrito en este blog más que nada casi todo lo que tenía que escribir. Mis propósitos para el nuevo año son por tanto humildes y como dijo el del chiste: virgencita que me quede como estoy, que lo que tenga que ser sea —aunque nada tenga que ser de por sí—; porque todo llegará, todo caerá por su propio peso y solo confío en que no me caiga encima; es una manera de decirlo. Que el año nos sea leve.

sábado, 6 de enero de 2024

Sin nombre todavía (y2)

    Mientras tanto, querido X (no quería repetir “niño” y no lo he mejorado con este frío “X”, qué útiles son los nombres al final), quería decirte que no escribo “querido” solo porque sea una fórmula habitual; puede resultar sorprendente pero es cierto que te quiero. No te conozco y te quiero por instinto, por lo que tienes de continuación de la vida en general y, un poco también, de mi propia vida.
    “Nací en 2024”, dirás un día. Serás, eres, a 21st century man; o, más exactamente, no un hombre sino un ser humano. Hombre y mujer ya solo son términos relativos. Aunque aún no hayas nacido, querido nasciturus, ya eres un ser, y también eres humano (no vas a ser perruno); un ser humano que se desarrolla en el seno materno, acontecimiento que no por repetido deja de ser maravilloso.
    Querido niño sin nombre todavía, vivirás de pleno en este siglo XXI (donde yo solo soy un invitado de paso) y tienes bastantes probabilidades de picar también en el próximo siglo. Da vértigo nombrarlo: el siglo XXII, que parece ahora tan lejano y que sin embargo, créeme, está muy próximo, está ya casi ahí.

miércoles, 3 de enero de 2024

Sin nombre todavía (1)

    Querido niño todavía sin nombre, te escribo estas líneas antes de que hayas nacido (nasciturus te llamaría un notario). Se espera que lo hagas para la primavera, la estación correcta. Justo cuando todo cobra nueva vida tú serás bienvenido sobre la Tierra.
    Tema peliagudo ese del nombre. Entre los Derechos del Niño está el de tener una identidad pero no queda claro lo del nombre. Se me ocurre que teniendo en cuenta la importancia de llamarse Ernesto, o lo que sea, una posibilidad sería asignarte un nombre provisional, algo aséptico que no comprometa demasiado, y esperar a que seas tú mismo quien elija otro de tu gusto más adelante (como se hace a veces en cuestión de religión). Otro escenario sería que la IA —que puede llegar a dominar el mundo, no lo descartemos— decidiera cuál es el nombre adecuado para ti basándose en algoritmos pertinentes a tu felicidad.
    Pero seamos realistas, querido niño, te van a poner un nombre y no podrás hacer nada para evitarlo. Tampoco podrán los responsables de ese atropello —con cariño lo digo— impedir que llegado el momento te lo cambies. Si lo haces significará que tienes, o tendrás, personalidad suficiente. O igual te aferras a ese nombre impuesto, sea por inercia, por gusto o por respeto y amor a tus mayores. Eso también estaría bien; a veces lo más rompedor y rebelde es creer en la familia.