viernes, 30 de julio de 2021

Del peso de la prosa

    Esto va del lenguaje inclusivo y del hablar de la gente al comprar el pan. Escribió Gonzalo de Berceo: Quiero fer una prosa en román paladino, en qual suele el pueblo fablar a su vecino. Aunque “román paladino” se ha vuelto una expresión enigmática entendemos su significado en ese verso, se refiere a la lengua que hablaba y habla la gente común cuando no está pendiente de algún censor. Era la lengua derivada del latín que no se preocupó gran cosa de si hacía de menos a alguien, que lo hacía, porque la sociedad no era igualitaria ni nunca lo ha sido hasta hoy, que ya veremos. De otro modo Berceo hubiera escrito: Quiero fer una prosa en román paladino, en qual suele el pueblo fablar a su vecino o su vecina. No me he podido callar la gracia. Estoy a favor de que vayamos hacia un lenguaje no sexista, por descontado, pero estos tanteos pesan tanto…
    Las cosas necesitan su tiempo (hasta que van suave como la seda). Veo similitudes con la alimentación; los vegetarianos, los veganos. Que cada uno coma lo que quiera, mientras haya qué comer, por supuesto; pero la especie es la que es, nuestra especie, y tiene la historia que tiene. En cuanto a la alimentación los humanos hemos sido omnívoros de toda la vida, desde que el Homo erectus descubrió el asado, o antes. Esos miles y miles de años comiendo de todo (aprended niños) han dejado su sello en nuestro ADN, supongo. ¿Que ahora quieres comer solo vegetales?, eres muy libre pero no acabo de verlo. Otra cosa es que debiéramos comer menos carne, como dijo el otro. El camino hacia una alimentación sana y equilibrada, con o sin carne, será largo, intuyo.
    De modo análogo, después de cientos de años de castellano y con una tradición literaria a cuestas no es fácil cambiar. La igualdad es fundamental, todos deberíamos ser iguales (todos y todas, qué pereza). Cuando hayamos interiorizado esa igualdad el lenguaje se adaptará, seguro, aunque no tengo ni idea de cómo será. Mientras tanto habrá que padecer ese torpe y pesado lenguaje inclusivo en declaraciones públicas y discursos. No en la panadería, ahí se seguirá hablando en román paladino.

martes, 27 de julio de 2021

Discurso de boda

    Alocución, exordio, panegírico, disertación... estaba buscando una palabra específica para denominar un discurso de boda y he llegado a la conclusión de que esa es la mejor manera de decirlo: discurso de boda. O discursos, porque suele haber más de uno. Puede que hablen los mismos novios, el padrino, la mejor amiga de la novia, cualquiera que se anime o incluso alguno que debería haber callado para siempre. O puedo hablar yo ahora aquí haciendo un discurso para una boda en la que no estuve.
    No estuve en persona, ni tenía por qué estar. Podría haber estado (hubiera estado seguro) otra persona que es el vínculo que me une con la novia. Por esa persona me levanto una vez repartido el pastel y toco la copa con la cucharilla, y alguien, seguramente I., que ya ha hecho su discurso, pide silencio porque nadie se ha dado por aludido. Entonces me dirijo a la cabecera de la mesa y digo…
    Querida A., quiero que sepas la alegría que me da esta boda, este compromiso meditado de vida en común que va unido a que seáis mejores juntos, a que seáis felices (a ratos, no hay otra manera). Yo solo estoy aquí, en este discurso imaginado, para alegrarme en nombre de esa otra persona que hubiera estado seguro y se hubiera alegrado infinito y hasta es posible que hubiera hecho su propio discurso improvisado y valiente con recuerdos comunes confesables, guiños cómplices y miradas cargadas de cariño. Un discurso tontamente sentimental como este y que terminaría con sus palabras, ya leídas por I., lo sé, pero que merece la pena repetir. Estas palabras que valen para todo, que sobre todo valen para vivir: “Sé feliz, sea lo que sea eso. Sonríe, ayuda, da, recibe con humildad, perdona, ama, llora, ríe, sufre también (aunque en su justa medida) camina y, también, a veces, corre muy rápido. Duerme, disfruta comiendo, haz el amor, aprende, crece. Para después morir en el momento justo, habiendo exprimido cada soplo de vida”. Así sea. ¡Brindo por vosotros!


viernes, 23 de julio de 2021

Doble naturaleza

    Dice Piedrahita que no está de acuerdo con aquello de que es mejor estar callado y parecer tonto que hablar y confirmarlo. Razona que el tonto que calla genera expectativas y que la gente se hace ilusiones, que lo mejor es dejarlo claro desde el principio.
    Puede que un tonto sencillamente sea incapaz de quedarse callado. Puede que sea mi caso, por eso escribo aquí (atenuante: una de las formas de guardar un secreto es publicarlo en un blog). Sin descartar del todo que sea tonto hay otra explicación, es la teoría de la doble naturaleza. Montaigne lo apuntó: “somos, no sé cómo, dobles en nosotros mismos, y eso hace que lo que creemos, no lo creamos, y que no podamos deshacernos de aquello que condenamos”.
    Esa doble naturaleza es la madre de todas las contradicciones. Por eso nos tapamos los ojos y atisbamos por entre los dedos aquello que no queríamos ver. Por eso vuelve el asesino al lugar del crimen. Es lo que nos impulsa a hacer o decir algo que, en teoría, era lo contrario de lo que pensábamos. También es un mecanismo de defensa contra la intolerancia, contra el dogmatismo; y eso está muy bien.
    Así que se puede pensar que es mejor estar callado, lo pienso sinceramente, y luego hablar (como la novia del chiste: que hable la novia, que hable la novia y al final la novia habló y dijo: ¿pa qué voy a hablar?, ¿pa cagarla?). Es nuestra doble naturaleza, el doctor Jekyll y mister Hyde que llevamos dentro, lo que nos hace imperfectos y humanos. Lo contrario sería aburrido y exasperante. Oído en una película, una chica consolando a otra: “tranquila, todo el mundo toma decisiones equivocadas, esa es la gracia de la vida”.

miércoles, 21 de julio de 2021

Pienso mientras existo

    Una ventana de buen tiempo, eso es nuestra estancia en la Tierra. O, como se ha dicho tanto, un intervalo de luz en medio de la oscuridad. Y un día, de pronto, llueve y se acaba el recreo. Qué hay después, ni idea; me parece que nada. Pero no deberíamos preocuparnos, son cosas del tiempo, del tiempo tic-tac, y de eso poco sabemos.
    Si no nos preocupa dónde estábamos antes (antes de ser y estar aquí en la Tierra) por pura simetría no nos debería preocupar donde estaremos después. Es curioso, todo el mundo comprende sin problema que antes no existíamos y sin embargo se resiste a admitir que después no existiremos. Dejar de existir nos angustia, no haber existido nos es indiferente.
    Lo pienso, dentro de mis muy limitadas capacidades, y lo único que veo es materia. Que haya materia es un enigma previo que no podemos explicar, como no podemos explicar que esa materia cobre vida y se organice en forma de ser humano y sea capaz de andar, reproducirse y razonar dentro de un límite. Somos materia cambiante e inestable. Antes había materia y después habrá materia y lo único que ya no habrá (ni hubo antes) es mi individualidad. Y la tuya (y lo siento, pero menos que siento lo mío).
    No todo el mundo está de acuerdo, están los que creen que ellos se vienen reencarnando desde hace mucho; qué bobada, es lo que pienso. Si no hay materia no hay nada, salvo que haya algo y yo no lo vea. Eso lo comprendo, que mi materia no me dé para ver mucho. Nuestra existencia, la vida, es esto de ahora; que no es poco, que es muchísimo, que es todo.

domingo, 18 de julio de 2021

Retorno a Liverpool

    Mis sueños de hoy han sido musicales y obsesivos. Dos o tres canciones sonaban una y otra vez en mi cabeza. Digo dos o tres porque dos las tengo claras, pero hay una tercera que ha quedado un tanto nebulosa, sin que pueda certificar con exactitud si la he soñado o no del todo.
    Era consciente, en el sueño, de que las canciones pertenecen a un album concreto (album, un concepto antiguo), el segundo de los Beatles. No sé por qué esa fijación del segundo, porque en realidad es el tercero y lo sé. Se trata de “A Hard Day’s Night”, que coincide en esencia con la banda sonora de la película del mismo título.
    La primera canción (del sueño) es “And I Love Her”, una de esas simples, tontas canciones de amor que no me cansaré de escuchar. En el puente, o break, dice más o menos: “un amor como el nuestro no puede morir en tanto que te tenga cerca”. Pues vaya, en cuanto faltes dos días si te he visto no me acuerdo. Hay en ese album otra balada que asocio a esta, “If I Fell”; pero con esa no he soñado (hay que ser rigurosos).
    La otra canción que tengo clara del sueño es “I Should Have Known Better”. En la película suena en la escena del tren (la peli consistía en los Beatles huyendo de las fans). Repaso la letra y también es bastante pobre. Eran tan jóvenes, no se les podía pedir también poesía; aún así hay que reconocer que sus canciones contribuyeron a elevar el nivel de inglés del mundo, con un toque británico además. En castellano el “I should have known better” se tradujo como “Conocerte mejor” o “debería conocerla mejor”; pero lo que quiere decir es “debería haber sabido” o “debería haberme dado cuenta” (pero qué más da).
    Si tengo que decidirme por cual era la tercera canción que quedaba como flotando en el sueño, que no acababa de reconocer porque se adelantaban las otras dos para reaparecer una y otra vez, me quedaría con la del título, “A Hard Day’s Night”. Esta se tradujo (antes se traducía todo) como “Qué noche la de aquel día”, tiene su gancho, a quién se le ocurriría (una traducción más fiel sería “La noche de un día difícil”, que es la que se utilizó en México). En resumidas cuentas, a los Beatles hay que volver siempre.

jueves, 15 de julio de 2021

En la Región

    Hormigas rojas gigantes, eso son, una hilera de hormigas de patas largas y brillos rojizos que pasan justo por delante de la casa. Tienen su ruta, un éxodo que emprenden cada verano, quien sabe desde cuando. No conocen obstáculos, dice A., si la casa llega a estar dos metros más para acá ahora estarían desfilando por la cocina, como un ejército, como una legión romana.
    ¡Populusque romanus!, exclama L.; ¿son belicosas?, pregunta Á.; los animales estaban aquí antes que nosotros, apunta Í.. Ya pasaban por aquí mucho antes de que S., imbuida del espíritu de una xana buena, reconstruyera la casa en esta aldea colgada en la colina; el último bastión humano ante la naturaleza, compartido con perros, cabras, vacas y gatos; con su caserío y sus muros de piedra, los huertos y frutales y su promesa de frambuesas, higos y ciruelas; con sapaburus y tritones nadando en el agua fría de la fuente.
    Más arriba, no muy lejos, hay un monolito que marca el centro de la Región. Al oeste, a menudo entre la niebla, se encuentra una población de nombre igualmente brumoso y cambiante en boca de los lugareños, unas veces Olvidadizo, otras Encontradizo. Hacia el norte se extiende un territorio poco explorado de bosques, praderas y cimas herbosas habitado por tejones, zorros, ratones y culebras y por donde resuenan leyendas de buitreras y manadas de lobos, de hayedos celestiales plagados de setas.


lunes, 12 de julio de 2021

En la terraza

    Me he encontrado a J. al pedir el café (vive al lado). Hablamos un momento y luego me dirijo con el café y el periódico a la terraza de la parte trasera. No hay nadie todavía, las mesas están debidamente separadas y con los rastros de humedad de haber pasado la bayeta.
    Estoy ya enfrascado en la lectura cuando notó alguien cerca, es un joven africano que con mucho tacto me pide algo de dinero. Le hago un gesto negativo y se aleja. Me pregunto si no debería haberle dado algo, aunque solo me quedan dos monedas en el bolsillo, un euro y medio.
    Se van ocupando las mesas. En la más lejana se ha sentado una chica que le habla a un perro que no llego a ver. Llega una cuadrilla, sobre los cuarenta años, calculo, hablando alto. Da la impresión de que llevan ya tiempo “alternando”. Para encontrar un bar abierto, lo que cuesta, hay que estudiar, dice uno. Otro: diecisiete coches he tenido, me canso y cambio, por este pagué seis mil euros, una máquina; mi hermano ha tenido cien (vaya con el hermano), compra y vende, pero muchas veces perdiendo dinero (suele pasar, poca cabeza, pienso).
    Vuelve el mismo chico de antes pidiendo. Uno del grupo empieza a explicar que ya le daría pero esto y lo otro, dirigiéndose más a sus amigos que al que pide. El joven negro enseña la mano abierta con algunas monedas y otro del grupo dice con gran alborozo: si tienes más dinero que yo, si a mí solo me quedan tres pavos, me podías invitar tú a mí a desayunar. Siguen hablando en voz alta, vocingleros. Intento concentrarme en el periódico y empiezo a pensar que he tenido mala suerte pero a una de estas me doy cuenta de que ya no están.
    Un hombre maduro se ha sentado en la mesa de al lado. Habla con el camarero del calor que se anuncia por el sur y este responde que justo vino ayer de por allí. Sale del bar uno comiendo un pincho y el de la mesa le dice que cuidado con los dedos. ¿Los dedos?; sí, no te los vayas a morder. Aparecen varios más que se quedan de pie o en algún taburete que hay junto a la puerta. El cachazudo hace más chistes, con sorna.
    Llega otro con aires dando palmadas en la espalda y estrechando manos. Al cachazudo no lo saluda, se me hace raro; este calla. Al rato el de los aires se va, perdiéndose a mi espalda, pero de pronto oigo su voz: José Luis, ven un momento; así, como mandando. José Luis va obediente. Espero algún comentario malévolo, pero nadie dice nada.
    Otro lapso de lectura y cuando vuelvo a levantar la cabeza se han ido todos. Llegan dos niños, niño y niña, jugando por la acera. Detrás la abuela (parece la abuela), ocupan una mesa. En la mesa adyacente a la mía se sienta uno con su café y se pone a fumar. Aunque lo tengo a unos cuatro metros me molesta el humo. Por suerte se va en seguida.
    Sigo ojeando la prensa hasta que se oye una voz cantarina: tengo bordados portugueses, tobilleras. Es un hombre, aunque dudo, por la voz tan melosa. Lleva dobladas sobre el antebrazo algunas muestras, no las veo bien. Hace otro intento de ensalzar sus tobilleras pero nadie le atiende y se va. Estoy terminando de ojear el periódico, dan las doce, se está bien aquí en la terraza.

jueves, 8 de julio de 2021

Si vas a San Francisco

    “El invierno más frío de mi vida fue un verano que pasé en San Francisco”, parece que esta fue una frase que no dijo Mark Twain. No he estado en San Francisco ni en invierno ni en verano. Me he acordado de la frase por la ola de calor en el noroeste de Norteamérica. Miro y la máxima prevista para hoy en San Francisco es de 19 grados, ni rastro de la ola. Está comprobado que cada día hay una ola de calor en algún lugar del planeta y a la vez inundaciones en otro, es así.
    San Francisco, Frisco para los amigos, es una referencia en nuestro paisaje sentimental. Creo que sé más de esa ciudad que de otras muchas de por aquí cerca. Empezando por la fiebre del oro del XIX y el terremoto a principios del siglo pasado, ¿te acuerdas?, lo habrás visto en alguna película. Desde allí se organizaban también expediciones a Alaska. “Las calles de San Francisco” fue una serie policíaca; esas calles en cuesta, los tranvías y, por supuesto, la isla de Alcatraz en la bahía.
    Y el Golden Gate, la puerta dorada, que siempre me ha mosqueado porque me parecía que iba de la ciudad de San Francisco a ninguna parte (a una zona poco habitada). Sin necesidad de hacer el puente, ¿no hubiera bastado con un buen servicio de botes? Por ese puente, creo recordar, es por donde escapan hacia los bosques los monos que se rebelan en la saga del planeta de los simios.
    Luego está la canción, todo un himno, “si vas a san Francisco asegúrate de llevar flores en el pelo”, y los hippies fueron todos y esquilmaron los jardines. Poco después del éxito de esa canción se publicó otra que le enmendaba un poco la plana y especificaba que “Sausalito is the place to go”, como diciendo que San Francisco está bien pero afinando hay que ir a Sausalito.
    Hay otra canción de The Magnetic Fields que hace de contrapeso, “Come Back From San Francisco”, “vuelve de San Francisco”, dice, “no puede ser tan hermosa cuando todo Nueva York te echa de menos”. San Francisco, New York City, no somos de allí pero casi.

domingo, 4 de julio de 2021

Descartados para la gloria (The Wrong Stuff)

    Coincido con Machado en que nunca perseguí la gloria; no me ha parecido a mi alcance, ni en realidad al alcance de nadie (me refiero a la gloria terrenal). La propia naturaleza humana nos preserva de esa gloria, cuanto más lo pienso más dudosa la veo, más la asocio con la fantasía, más me parece deseo que realidad; que haya héroes nos hace sentir bien. En todo caso admitiría una gloria menor, una gloria por departamentos; la gloria deportiva, la gloria artística o la gloria científica. Lo que suele pasar, la condición humana, es que detrás de esa presunta gloria haya una o varias facetas menos memorables o directamente lamentables.
    Bajando un par de escalones confieso que sí me gustaría, como a casi todos, que el mundo tuviera una buena opinión de mí (el mundo, los cuatro gatos que me conocen). Buena opinión o ya, soñando, que me admirara alguien. Reconozco una dependencia emocional de algo tan poco fiable como las opiniones de los demás. Es un fallo que tengo, porque todo esto de la gloria y la admiración está viciado de origen. Para darse cuenta basta fijarse en algunos de los personajes glorificados de la historia que coinciden muchas veces con los mayores criminales. La gloria o la fama (o la infamia) no deja de ser un factor externo imprevisible. Sentirse halagado es una forma falsa de sentirse bien.
    Que te admiren en el fondo es irrelevante. Si lo hacen es muy probable que sea porque no te conocen bien. Lo que cuenta es tu conciencia, lo que tú sientas en tu fuero interno. Cada uno es el más indicado para valorar su propia gloria y su propia miseria, aunque por desgracia no solemos vernos como somos, nos engañamos (porque nos conviene). Lo de fuera, la admiración de los demás, es algo inconsistente, fugaz, fortuito; así que no me explico por qué me importa tanto.

jueves, 1 de julio de 2021

Comparativa

    Escribo “tendedero” como título y lo asocio a “crematorio”. La fuerza de las palabras cuatrisílabas, supongo. No es que tengan nada que ver, en principio, pero les encuentro el mismo aire de melancolía a la intemperie.
    “Crematorio” es el título de un libro de Rafael Chirbes del que se hizo también una serie. Ni he leído el libro ni he visto la serie. Como la ignorancia es atrevida creo que sé de qué va porque leí la novela siguiente de Chirbes, “En la orilla”, considerada “la novela definitiva sobre la crisis de la burbuja inmobiliaria”.
    Esa novela está bien, aunque todo me pareció algo confuso. No digo que la novela fuera confusa. Una vez oí que cuando hablamos de confusión lo que hay casi siempre es confusos (no confusión). Ese dicho confirmaría que el hombre es la medida de todas las cosas; que lo es, desde el punto de vista del hombre. En este caso yo sería el confuso, o uno de los confusos.
    “En la orilla” fue el último libro publicado en vida por Chirbes; fue publicarlo y llegar él a la orilla del país de la memoria y, finalmente, del olvido. Todos nos dirigimos a ese país, por cierto.
    Ahora que lo pienso hubiera sido más lógico asociar “tendedero” con “matadero”, que riman y que también es una serie, un Breaking Bad castizo. Pero “matadero” es una palabra horrible, sin dejar de reconocer que “crematorio” tampoco es la alegría de la huerta de las palabras. “Tendedero” está bien y lleva un bonito sonido asociado: flap, la especie de latigazo de la ropa tendida sacudida por el viento.