jueves, 15 de julio de 2021

En la Región

    Hormigas rojas gigantes, eso son, una hilera de hormigas de patas largas y brillos rojizos que pasan justo por delante de la casa. Tienen su ruta, un éxodo que emprenden cada verano, quien sabe desde cuando. No conocen obstáculos, dice A., si la casa llega a estar dos metros más para acá ahora estarían desfilando por la cocina, como un ejército, como una legión romana.
    ¡Populusque romanus!, exclama L.; ¿son belicosas?, pregunta Á.; los animales estaban aquí antes que nosotros, apunta Í.. Ya pasaban por aquí mucho antes de que S., imbuida del espíritu de una xana buena, reconstruyera la casa en esta aldea colgada en la colina; el último bastión humano ante la naturaleza, compartido con perros, cabras, vacas y gatos; con su caserío y sus muros de piedra, los huertos y frutales y su promesa de frambuesas, higos y ciruelas; con sapaburus y tritones nadando en el agua fría de la fuente.
    Más arriba, no muy lejos, hay un monolito que marca el centro de la Región. Al oeste, a menudo entre la niebla, se encuentra una población de nombre igualmente brumoso y cambiante en boca de los lugareños, unas veces Olvidadizo, otras Encontradizo. Hacia el norte se extiende un territorio poco explorado de bosques, praderas y cimas herbosas habitado por tejones, zorros, ratones y culebras y por donde resuenan leyendas de buitreras y manadas de lobos, de hayedos celestiales plagados de setas.


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