viernes, 30 de diciembre de 2022

El escritor (no) de Elche

    Hay un escritor de Elche, sin decir el nombre ya estoy dando pistas, que con los cuarenta aún por cumplir ya ha triunfado. No, no es de Elche, rectifico, ha estado allí dando una conferencia o algo así pero ser es de Madrid (lo que no es una gran pista). Digo triunfado y hay que matizar. Vende miles de libros, creo que la mayoría digitales. Vende más que miles —dice— cientos de miles; cifras que empiezan a asustar.
    Se vende muy bien a sí mismo, desde luego. Tiene un secreto y también lo vende, el de como escribir novelas y ganar dinero; no es fácil, seguro que no. Lo admiro por eso. Ha escrito decenas de novelas y las ha difundido al margen de las editoriales. Para estas cada autor viene a ser una potencial gallina de los huevos de oro y como a tal lo mantienen en un corral dándole un poco de grano y un buche de agua de vez en cuando.
    Nuestro escritor, que no es de Elche, ofrece gratis un opúsculo, una especie de adelanto de lo suyo, que orienta sobre como escribir una novela exitosa y autoeditarse. Al descargar esa guía rápida hacia el éxito he entrado en la lista de correo que a diario recibe un email suyo. Sus correos me gustan, me divierten; parte de alguna anécdota y termina siempre dando el enlace al curso (al que no me voy a apuntar) en el que desvela el secreto, previo pago. Se lo curra, se toma en serio su trabajo: escribe esos correos, da charlas y sigue redactando novelas incansable. Así que —he deducido— ese es el secreto, dedicarse a ello en cuerpo y alma; fórmula que, por otra parte, vale para todo.
    La fama se paga, como decían en aquella serie; o como en el chiste: estaban cargando sacos en un camión y el encargado harto de ver a uno que parecía no poder con el saco va, lo coge él mismo y en un solo y elegante movimiento lo levanta y lo deposita en la caja del camión al tiempo que dice, ves, no es tan difícil. Y le contesta el otro, haciendo fuerza, así cualquiera.

martes, 27 de diciembre de 2022

Humor y exceso de peso

    En un cuento de Amy Hempel una mujer está dejando de fumar y comenta que ha engordado pero no porque esté comiendo más sino porque ha dejado de toser y ese era, toser, todo el ejercicio que hacía. Me pareció un golpe de humor entre brillante y rebuscado.
    En el mismo cuento aparece un personaje con una camiseta donde se lee: Life is uncertain, eat dessert first, es decir, en una traducción literal: la vida es incierta, come el postre primero, o parafraseando y dando más explicaciones: No sabemos qué nos deparará la vida, por lo que pueda pasar aprovecha el momento, olvídate de la dieta saludable y cómete el postre; eso que llevarás ganado.
    Ese dilema de comerse o no el postre es, sospecho, común a todas las sociedades del bienestar, del mal llamado primer mundo (por qué había de ser el primero, el primero en egoísmo acaso). Es un dilema insoluble y la frase de la camiseta puede ser un buen o un mal consejo. No sabemos si abstenerse del postre y ganar en salud compensará el sacrificio o será añadir tiempo de reclusión a una condena. Al final lo conveniente es, me parece, el camino del medio; de vez en cuando date el gusto.
    Estas dos humoradas me han recordado un meme (primera vez en mi vida que escribo esta palabra) que me hizo mucha gracia. Gracia no exenta de una cucharada de remordimiento, porque ni soy mujer ni tengo sobrepeso. En aquel meme Morticia Addams (Anjelica Huston) sosteniendo su taza de café decía: Os veo muy contentas, ¿ya os habéis pesado hoy?

sábado, 24 de diciembre de 2022

Agua en el cuenco de la mano

    Una vez iba en bicicleta y se me acabó el agua. El agua del bidón, y es importante no deshidratarse. Paré en una aldea y le pregunté al único paisano a la vista, un hombre mayor, si había alguna fuente cerca. “Aquí bebemos del río”, me dijo. Me sorprendió, del río, dudé si esa agua sería potable para mí; pero era una experiencia nueva, beber de un arroyo aunque no fuera tan de montaña. El agua estaba fría y no le saqué ningún sabor especial.
    Aprendimos, en su día, que el agua era incolora, inodora e insípida; un poco la plain Jane de los compuestos químicos, el más anodino. Y así era y sigue siendo, más o menos, pero me pregunto si no es también, igual es otra forma de decir lo mismo, transparente, y puede que hasta invisible. Quiero decir que reconocemos el agua cuando la tenemos delante, eso es cierto, pero también me parece cierto que lo que vemos no es el agua en sí misma sino reflejos luminosos sobre ella y también, más o menos distorsionado, lo que sea que haya al otro lado.
    Bebí, llené el bidón y pensé: y estos —los de aquí— cómo beben del río. Con las manos. Cogen agua en el cuenco formado por una o las dos manos y antes de que se escurra beben un sorbo, o dos. Mira, una buena metáfora de la vida, la vida es esa agua que coges con las manos y que si te quedas mirando se te escurre entre los dedos; lo que tampoco está mal, no la has bebido pero la has sentido, te has mojado.
    Por cierto, a propósito de sorbos, justo he leído una novela en la que se dice varias veces “un sorbo corto” (y una vez “un buen sorbo”). Según eso la escala para la cantidad de bebida podría ser, de menos a más: sorbo corto, sorbo, trago y trago largo. En cuanto al agua del río, no sé si fue culpa suya o de unos dulces típicos, el caso es que estuve un par de días con las tripas revueltas.

miércoles, 21 de diciembre de 2022

Extrañas en un tren

    No hace falta ser un aventurero para que pasen cosas. Basta con salir de casa para que algo llame tu atención y te sorprenda. O es que soy muy inocente, que también. El otro día volví a casa en tren. Me senté junto a una ventana y me puse a leer. En la siguiente estación se sentaron a mi lado, cargadas de bolsas, una señora mayor y su nieta. La abuela junto a mí, la chica frente a ella. No tenía más remedio que oír su conversación.
    La señora estaba contenta porque ya había hecho las compras de Navidad. La chica, en las miradas oblicuas que le dediqué, me pareció que tendría poco más de veinte años. Iba sin maquillar, con coleta, abrigo, jersey y pantalones vaqueros. A la abuela, como la tenía al lado no llegué a verle la cara. A una de estas pregunta la abuela:
    —Y qué, ¿ya estás contenta con lo que estás estudiando? —buena pregunta, y señal de la confianza que se adivinaba entre ellas y que me reconfortó.
    —Sí —le contesta la nieta—, mira el otro día, qué gracia, le pregunté a la profesora a ver si era verdad que cuando abres un cráneo y sacas el cerebro… —no sé a la abuela, a mí ese comienzo me alarmó— ...le pregunté a ver si es verdad que después ya no puedes volver a meter el cerebro en su sitio porque ya no cabe, y lo que hacen —en las autopsias, deduje— es colocarlo en la cavidad del tórax.
    La abuela, con naturalidad, apuntó que sería porque se hincha, ¿no? El cerebro está ahí apretado dentro de la cavidad craneal y al extraerlo se expande aliviado y ya no hay forma de volver a meterlo. Así que lo ponen en el tórax, no dio más detalles. La profesora, la supuesta experta, no lo sabía, tenía que consultarlo.
    No deja de sorprender que alguien tan joven estudie algo así. Tuve ganas de apuntar: ¿CSI?, pero no lo hice, no podía traicionar mi camuflaje de lector ferroviario. Rio un poco la abuela y prosiguieron su charla con temas más cotidianos hasta que se bajaron. Me gustó verlas, abuela y nieta comentando semejante cosa y unidas por un vínculo casi visible de cariño.

domingo, 18 de diciembre de 2022

Creatividad

    Estoy confuso respecto a la creatividad. Y respecto a casi todo lo demás en realidad. Empezando por “crear”; qué es crear, hacer surgir algo de la nada, se supone, ya que la referencia primera es la creación; perdón, es con mayúscula, la Creación del Universo (por si acaso también con mayúscula). La Creación puso el listón tan alto que desde entonces no levantamos cabeza, es insuperable. Claro que no la entendemos y tampoco entendemos el Universo. La alternativa es la evolución que puede ser una creación a plazos en la que se progresa poco a poco y se van proponiendo soluciones y resolviendo problemas (método prueba-error).
    El ser humano, en su conjunto, puede ser creativo o, tal vez, la vida sea creativa y cada uno de nosotros seamos peones que hacemos nuestra labor y que, por nuestro propio bien, nos sentimos importantes. Inciso, “es agradable ser importante pero más importante es ser agradable” decía el letrero que tenían en un taller. Desconfío de la creatividad y desconfío más de la creatividad individual. Simpatizo con esto que dice, seguramente entre otros muchos, el Dalai Lama: Somos ocho mil millones y somos uno. Nadie puede crear nada sin los granos de arena que antes han puesto los demás, o hemos puesto entre todos, si dicho así te hace sentir mejor.
    Desconfío, en fin, de mí mismo y de mi exclusiva, supuesta creatividad. En los momentos de mayor desconfianza me parece que tal creatividad propia no existe. Cuando estoy más animado pienso que sí, que de alguna manera soy, somos, capaces de crear algo, pero sin grandilocuencias. Me parece que a lo más que llegamos es a expresarnos de un modo algo diferente al de los demás. Si repito lo dicho o hecho mil veces no estoy creando, si digo o hago algo distinto estoy creando, más o menos.
    Ser creativo sería hacer algo de manera distinta a la habitual. He dicho “distinta”, no nueva ni única ni mejor ni peor. ¿Original?, tal vez. Creatividad, por tanto, definición, es la facultad de hacer cosas de modo diferente, sabiendo que lo más probable es, porca miseria, que esa forma de hacer las cosas ya haya sido utilizada antes en otros ámbitos y en otros tiempos.

jueves, 15 de diciembre de 2022

Un día en la feria

    Podría haber sido una de los Hermanos Marx pero no, es un día en la feria del libro, en la liburu azoka. Me paso todos los años; desde el portal de mi casa al pabellón habrá unos trescientos metros, lo tengo fácil. Fui a las dos de la tarde, pensando que a esa hora, la de comer, habría menos gente. Timorato de mí llevaba mascarilla, y eso que estoy supervacunado. No vi absolutamente ninguna más. Pensé que en cualquier momento dirían algo por megafonía a cuenta de “el tipo de la mascarilla”.
    Mi compromiso con la feria consiste en comprar un libro al año. Tenía uno en mente, uno recomendado por otra escritora. Tuve que preguntar, no figuraba entre las novedades ya que su editorial no ha tenido stand y solo estaba disponible a través de otra casa que lo distribuye. Qué me costará decir el título, pero no quiero hacerlo por si luego no me gusta. Si está interesado el amable lector encontrará pronto noticia del mismo en mi otro blog “Voy cruzando el río” (qué bien me ha quedado esta frase).
    Compré el libro, hojeé otros muchos y vi a tres personas conocidas. Esto de ver conocidos se dice mucho y es cierto, es inevitable encontrarse con alguien. Pasé por el puesto de publicaciones locales para confirmar que estaba mi libro (El tiempo, la ausencia, de hace tres años). El año pasado se vendió un ejemplar, a ver este. Por allí andaba I pero no hablé con él porque es un esaborío que no sé por qué cuando nos cruzamos por la calle me saluda escueto y serio. Así que como él no se dio cuenta, o se dio, no sé, seguí a lo mío como si nada.
    La sorpresa fue encontrarme a J atendiendo otro stand. J fue vecino nuestro aunque desde hace unos años ya no lo es. Compré allí un calendario con fotos antiguas, cinco euros, e intercambiamos algunas amabilidades. Ya me iba cuando apareció R, el tercer conocido, compañero de trabajo como I, aunque más cercano y ahora sí, nos sonreímos y charlamos un rato.
    Esto ha sido un día en la feria, un episodio más de mi autobiografía sin acontecimientos (como no me canso de decir que dijo Pessoa).

lunes, 12 de diciembre de 2022

Sabes qué

    En la vida social toleramos mal el silencio. Nos juntamos y hablamos, aún en los casos en los que no tenemos nada que decir. Los silencios son incómodos y nos las arreglamos para que no prosperen. Tendrá que ver con nuestra naturaleza.
    Otra cosa es la vida íntima. Ahí no hay otra que callarse de vez en cuando. No, al revés, a la larga lo que se hace en la vida íntima es hablar de vez en cuando, porque hay un nivel mínimo de conversación imprescindible para la vida en común, un nivel mínimo de supervivencia por debajo del cual empieza a peligrar nuestra salud mental. Por eso a veces hay que decir algo aunque en realidad no se tenga ni tema ni ganas. Hasta aquí el preámbulo. Por cierto, cada vez me enrollo más a cuenta de cualquier cosa.
    Una fórmula para romper el silencio es comenzar con un “sabes qué”. Es una muletilla, no una pregunta. Si fuera una pregunta sería una pregunta surrealista, con ese “qué” al final, que merecería un “qué de qué” igual de surrealista como respuesta o, más irónico, algo similar al “mañana te digo” del hombre de campo al que le preguntas si va a llover hoy.
    Pero no hace falta contestar nada, ese “sabes qué” es solo el anuncio de que viene algo a continuación, algo novedoso en principio, digno de ese comienzo destinado a crear cierta expectación, algo que suele llevar el valor añadido de una opinión o un sentimiento.
    Así que “sabes qué” no es una expresión neutra, es una especie de control orientado mediante el cual te preparas para continuar la jugada y soltar lo que sea que quieras decir. Aunque haya ocasiones en las que en realidad no quieres decir nada y hablas solo para sabotear un silencio que se estaba espesando demasiado.


viernes, 9 de diciembre de 2022

Gatos

    Este año hay más gatos que nunca en el pueblo. Un desequilibrio, le parece; el cambio de mentalidad, la consideración hacia los animales que antes no existía. Antes una camada de gatos se eliminaba sin más. Una salvajada, probablemente. Ahora no, pobres gatos. Sospecha que el vecino les da de comer. Hambre no pasan, se les ve sanos; son salvajes merodeadores que viven a su aire, se imagina. Una vez sorprendió a uno acomodado en una silla del porche. Con frecuencia cruzan por el jardín como quien coge un atajo. Son hermosos, eso concedido; y ágiles, ha visto a uno encaramarse a una pared de dos metros; pero desconfía de ellos, de sus lealtades; sospecha que tienen parásitos, que les huele el aliento. La verdad, prefiere mantenerse al margen de su mundo.
        Un día al aparcar delante de casa el vecino se acerca señalando algo junto al coche. Es un gato, una cría; echado, herido, no puede moverse. “No lo habré atropellado yo”, le dice al vecino. Este le asegura que no, que ya estaba allí. “No quiero ni mirar” dice el vecino y se va. El gato apenas alza la cabeza, se adivina una mancha de sangre en el asfalto. Si el vecino, amante de los gatos, considera que no es su responsabilidad; tampoco es la mía, piensa. Además, qué puede hacer con un gato callejero atropellado. Porque supone que alguien lo ha atropellado, quizá él mismo; antes, al salir. Hay muchos gatos y no todas las crías llegan a adultos, seguramente las menos. Se mete en casa. Se olvida del gato. O no.
    A la mañana siguiente, mientras acomete las rutinas del día, desea con fervor que el gato ya no esté, que se haya ido, que siga vivo, o si no que se haya muerto bien lejos. Cuando sale lo primero que ve es otro gato adulto que al verle se mete debajo del coche. El gatito sigue allí, está muerto. De alguna forma el otro gato lo estaba velando. Sí, claro que le da pena pero la vida es así y más la de los gatos. Tiene que afrontarlo, deshacerse de él antes de que se convierta en un despojo desagradable. El cuerpo está boca abajo y despatarrado. Busca un trapo viejo y lo cubre con él. Luego, valiéndose del trapo, coge al gato por el cuello y lo mete en una bolsa. Está rígido, como era previsible. No ha sido tan difícil, piensa mientras camina hacia los contenedores.

martes, 6 de diciembre de 2022

Sinsabor

    Tenía sus dudas cuando le llegó la convocatoria pero entre que el sitio estaba cerca y tampoco quería desairar a nadie dijo que sí, que contaran con él. Llegó con tiempo, se juntarían unos treinta, casi todos jubilados, dos o o tres a punto de hacerlo. Sonrisas, apretones de mano, algún que otro abrazo, besos a las dos únicas mujeres y los intercambios habituales, cómo va la jubilación, la familia, etcétera.
    Se hicieron unas fotos de grupo a la entrada del restaurante. Luego, tarde para él que suele comer pronto, pasaron al comedor y se distribuyeron más o menos al azar. Esa colocación, confiesa, es algo que le pone nervioso, no te llevas igual con todo el mundo. La comida, la verdad, estuvo muy bien; es decir, lo que sacaron para comer. Y la charla también, no tiene queja. Sin que se dijera nada destacable, se comentan noticias de los ausentes y anécdotas del pasado, esas historias compartidas que nos confortan, no se sabe bien por qué.
    Todos contentos y todos más viejos. Los que mejor se conservan son los que ya eran calvos de antes y por tanto se han librado de eso, de la decadencia del pelo. Uno le ha dicho: estás igual, y le ha contestado: sí, igual que ayer. A una hora prudente la gente empieza a desfilar y él también se retira despidiéndose de los más próximos.
    Bien entonces, le digo. Sí, sí, confirma, pero espera que ahora viene el detalle tragicómico. Pasan unos días y el organizador le manda un enlace para acceder a las fotos que ha recopilado. No es que le haga mucha ilusión verlas pero bueno. Las visualiza, fotos sentados en torno a la mesa, otras de pie, sonrientes, abrazados por los hombros. Las va pasando y empieza a sospechar algo, él no aparece por ningún lado, salvo en una en la que se le ve una oreja de refilón. Las termina de ver y lo confirma, solo aparece en las de grupo, una cabecita atrás a la derecha.

sábado, 3 de diciembre de 2022

Memorable

    Memorable, Malvi lee la defensa de su tesis doctoral. Tras el preámbulo sentimental se mete en harina, amasando el pan de pasas de su tesis, con pulso firme, voz melodiosa y un ligero deje peruano. Entiendo todas las palabras o casi todas; bueno, muchas, pero se me escapan los significados, cosa sin mayor importancia ya que estoy escuchando a Sherezade. Debería cometer algún desliz para que no fuera todo demasiado increíble. Ya está, ha dicho renuencia y seguido pertenencia o permanencia; se ha humanizado.
    La doctoranda sigue desgranando oraciones, irresistible. Esto es interesante, el ser humano parte siempre del error y su tarea es corregirlo una y otra vez sin alcanzar nunca la verdad, aunque igual lo he entendido al revés. Platón acaba de expulsar a los poetas de su república y los miembros del jurado han relajado su atención. El de la derecha mira hacia abajo, a la mesa, hasta que la palabra “epistemología” le hace cabecear afirmativo, ahí quería yo llegar, parece decir. El de la izquierda, más disipado, consulta el móvil, lo deja, lo vuelve a coger se quita las gafas y se lo acerca a la nariz.
    Malvina continúa con su voz dulce y su prosa impecable. Capto una frase de Bachelard: el tiempo es al ser lo que el sonido es al instrumento. A esto hay que darle unas vueltas para intuir algo. Es tan profundo que me hundo, me río para dentro. Y esta otra que me gusta mucho y es de Paul Valery: un hombre solo está siempre en mala compañía. Ya está Malvi, indesmayable, en la última hoja de su defensa. Hay una leve desaceleración hasta la parada del punto final. Tras un breve intervalo de silencio reverberante me parece oír la voz de Íñigo, a mi derecha, que dice: Muy bien, Malvina; léelo otra vez.

miércoles, 30 de noviembre de 2022

Mitad y mitad

    Excavando se llega a la Troya de Aquiles; vale, de acuerdo, tiene lógica, aunque no lo vea del todo. Está demostrado que pasa, localizaron una colina, empezaron a cavar y aparecieron unas piedras. El inductor fue un alemán, Schliemann (estoy de enhorabuena, lo he escrito bien a la primera). Siguieron cavando y surgieron más ruinas, trozos de cerámica, monedas perdidas por los rincones, hebillas de sandalias; puntas de flecha también, alguna que otra estatuilla, quién sabe qué.
    Los arqueólogos siguen escarbando y comienzan a hablar de niveles, y dicen que el nivel 7 (siete, número cabalístico, ¿por qué no siete?), creemos, no lo aseguramos tajantemente porque solo somos humanos pero creemos que este nivel, el siete, corresponde a la Troya que se canta en La Ilíada, que puede que sea toda inventada, o casi, pero en cualquier caso hay indicios que apuntan en esa dirección. Los restos de un gran incendio, por ejemplo. ¿Y el caballo de madera?, bueno, estamos en ello, no descartamos nada.
    Bien, pero la lógica me dice que eso de que el pasado está enterrado bajo nuestros pies no puede ser siempre así porque la cantidad de tierra es limitada y de donde saldría toda esa materia necesaria para ir enterrando el pasado. Del fondo del mar, dice uno, ja, no, la tendencia natural sería, pura lógica gravitacional, que los mares se fueran rellenando y la tierra firme rebajándose. Los movimientos tectónicos que levantan cordilleras no dejan de ser episodios puntuales en la larga trayectoria geológica del planeta (como habréis notado me estoy esforzando por meter palabras técnicas).
    Lo normal sería, me parece y volviendo a nuestro tema de la falsa teoría del pasado enterrado siempre, lo normal sería que en unos lugares, como Troya, el pasado quedara, en efecto, enterrado y en otros sucediera al revés, que el pasado fuera barrido de la faz de la Tierra una y otra vez (¿por el viento de la Historia?). La conclusión que se me ocurre es que, grosso modo, la mitad del pasado está esperando a los arqueólogos y la otra mitad se ha perdido para siempre. Pero bueno, tampoco me hagáis mucho caso.

domingo, 27 de noviembre de 2022

Aprendiz de brujo

    Una profesión con ventajas, me parece, es la de psicoanalista. Me baso en los que he visto en las películas, como la doctora Melfi, la psiquiatra de Tony Soprano; salvando que tal vez sean pacientes como ese, algo psicópatas, el único inconveniente de dedicarse a ello. Pero son los menos, la mayoría son locos normales, como tú o como yo, inofensivos en principio.
    Ya comprendo que debe de haber un largo camino hasta esa consulta con las paredes revestidas de madera, el diván y los sillones tapizados en cuero, la estantería repleta de libros y las luces tenues indirectas, pero ese no es el tema de este escrito. Mi idea es que una vez instalados en esos sillones no son imprescindibles ni la preparación académica ni la experiencia previa.
    En la práctica los requisitos para ejercer de psicoanalista serían básicamente dos, saber escuchar y tener dos dedos de frente; la pipa es opcional. Cumplir esos dos requisitos tampoco es tan sencillo. Oír es fácil, e inevitable si no eres sordo, escuchar no tanto. Una cita conocida: lo contrario de hablar no es escuchar, lo contrario de hablar es esperar. Lo dijo Fran Lebowitz; exagerando un poco, la gente habla y luego espera hasta poder hablar de nuevo, nadie escucha.
    Bueno, sí, alguien escucha, el buen psicoanalista, que escucha y apenas habla, ese es el truco, los silencios largos y los comentarios puntuales hechos con un mínimo de sentido común para tirar del hilo o para demostrar que sigues atento y no te has dormido. Me estoy metiendo en el papel. Lo bueno es que no tienes que dar respuestas, solo carrete al paciente para que saque sus propias conclusiones. Prisa no hay, las sesiones pueden prolongarse durante años, y esa es la primera ventaja porque todos los testimonios coinciden en que las tarifas habituales son altas, incluso extravagantes.
    La otra gran ventaja son las historias, los secretos que se cuentan, pura literatura oral. Como toda literatura esas historias pueden ser instructivas y entretenidas, mostrar otras vidas y otros puntos de vista. El beneficio es mutuo. Lo que quiere la gente, lo que queremos y no solemos conseguir en la vida ordinaria, es contarlo todo y quitarnos un peso de encima. Volvemos a Fran Lebowitz, lo que quiere la gente es hablar. Si nadie está dispuesto a escuchar que menos que cobrar algo a cambio. Salvo a los amigos, claro.

jueves, 24 de noviembre de 2022

Pedro

    “Me daba pena” decía Juan hablando de su hermano Pedro. Aunque fuera mayor que él, era Juan el que le defendía siendo niños. Pedro apenas hablaba y estaba siempre como ausente. Sin duda padecía algún trastorno, algún tipo de autismo; pero eran otros tiempos y nunca fue diagnosticado.
    La primera vez que coincidí con él fue en una boda. Digo “coincidí” porque no puedo decir “conocí”. Estábamos en el pórtico de la iglesia con los novios a punto de salir y al verlo a mi lado, por amabilidad, le hice un comentario. Ni respondió ni me miró, permaneció serio y con la mirada perdida. Me dio que pensar.
    De joven se fue de casa. Pasó años, décadas, fuera. Vagabundeó, pedía en las esquinas rasgueando en una guitarra lo que había aprendido de oído. Trabajó un tiempo en una fábrica en Vitoria. Acabó regresando, tampoco tenía otro sitio donde ir. Juan lo visitaba a menudo y decía que siempre lo encontraba o en la ventana fumando o dentro tocando la guitarra. Esa era su vida; no hablaba con nadie, fumaba y tocaba, no sé si bien o mal, la guitarra. Me impresionaban todos esos años de soledad; me preguntaba qué pasaría por su cabeza, si es que llegó a tener algún amigo, si conoció a alguna mujer.
    Unas Navidades, contra todo pronóstico, como un destello de vida en un planeta inhóspito, Pedro le compró un regalo a la nieta de Juan, que tendría entonces cuatro o cinco años. Fue algo inusitado que no se había dado antes ni se daría después. El regalo, que por otra parte no casaba con la edad de la niña, era un órgano electrónico Yamaha a pilas.
    En sus últimos años estuvo varias veces ingresado en Santa Marina, se ahogaba pero seguía fumando. Al final, dijeron los médicos, murió de cáncer, de un cáncer sin tratar que ocultó y que le tuvo que provocar grandes dolores de los que nunca se quejó. Un día llegué al hospital y Juan me recibió diciendo “acaba de morir”. Salimos al pasillo y un sanitario le entregó un reloj de pulsera, el reloj, normal y corriente, que había sido de Pedro. Juan lo miró y me dijo, “si lo quieres para ti”. Sorprendido le contesté que no; entonces, y eso me sorprendió aún más, Juan se lo ofreció al mismo sanitario. Este, incómodo, también lo rechazó.

lunes, 21 de noviembre de 2022

El asterisco

    Os presento al asterisco: *. Lo tenéis ahí, en el teclado del ordenador, en la fila superior de la botonera numérica. Botonera, una palabra melodiosa, igual no la había escrito nunca; aquí lo he hecho por no repetir teclado. Tampoco es tan grave la repetición; a veces es un arma literaria, hay más de un autor que a base de insistir convierte en mantras términos, sintagmas o frases enteras. Llamaríamos a declarar a Thomas Bernhard pero ha fallecido.
    Asterisco viene del latín asteriscus, no es broma; significa estrella pequeña y como tal levita dramático sobre el renglón. De alguna manera un asterisco eleva el nivel poético de un texto. En el ordenador es una estrella de seis puntas, escrito a mano se convierte en otra de ocho, al menos en mi caso aunque hace siglos que no trazo uno.
    La función tradicional del asterisco ha sido hacer de llamada para una aclaración o nota a pie de página, pero cada vez menos por la proliferación de dichas notas. Puedes señalar la primera con un asterisco, la segunda con dos, la tercera con tres y la cuarta ya olvídate de ella, demasiados asteriscos. Así, se han ido sustituyendo por números que van en pequeño y un poco encaramados sobre la palabra concernida como si esta lo hubiera atropellado y el número estuviera a punto de rodar sobre el capó.
    Otro uso es el de ocultar claves de acceso o números de cuenta o como unidad de valoración de películas. En estos casos aprecio una tendencia a reemplazarlos por círculos negros, deben de tener alguna ventaja tipográfica.
    Hay una tercera función hasta hace poco exclusiva de gramáticos y filólogos que aplicada a la mensajería instantánea podría contrarrestar esa progresiva ausencia del asterisco en nuestras vidas. Me refiero a cuando uno se da cuenta después de dar al enviar de que ha escrito una palabra mal, cosa por otra parte casi más frecuente que lo contrario. Si alguien tuviera el tiempo y las ganas una forma elegante de subsanar el fallo es repetir la palabra precedida de un asterisco y escribir a continuación el término correcto.

viernes, 18 de noviembre de 2022

Café con leche

    El otro día me tomé un café con leche en un bar, un café con leche en vaso; lo pido así a veces si tengo sed. Al día siguiente volví al mismo bar y antes de abrir la boca el barman me preguntó, ¿café con leche en vaso? Iba a pedirlo normal, o sea en taza, un café con leche, sin más. La situación me planteó un pequeño dilema. El hombre me mostraba su deseo de agradar, de darme a entender que me conocía y que se acordaba de lo que había tomado el día anterior. Si le decía que no, que hoy no lo quería en vaso, también le estaría insinuando que se había equivocado; si le decía que sí le complacía pero a costa de mi propio interés. En todo caso sería un sacrificio incruento, por no alargar el trámite me tomaría el café con leche en vaso y punto; y eso es lo que hice sin que sirva de precedente.
    El café con leche me gusta tomarlo muy caliente y a sorbos. Hasta ahora a menudo he dicho que me gustaba beberlo “a pequeños sorbos” o también, y ahora al repetirlo me suena algo ridículo, que lo tomaba “a sorbitos”. Como eximente añado que nunca creo haber afirmado que me gustara tomarlo “a pequeños sorbitos”. Me he dado cuenta de que no estaba haciendo un uso preciso del lenguaje. La palabra sorbo significa “cantidad pequeña de bebida”, decir “sorbo pequeño” es redundante. Lo mismo pasa con “sorbito” que además añade la cursilería que acompaña con frecuencia a los diminutivos, aunque esto último sea opinable. En general, añadir adjetivos o adverbios innecesarios es un intento, bastante inocente y muy humano, de hacer interesante nuestro relato, dejando asomar a la vez el temor de que no lo sea en absoluto.

lunes, 14 de noviembre de 2022

De la migraña

    Me cuenta que ha salido de casa porque no le duele la cabeza. O igual es solo que no le duele mucho. Migrañas, se llaman. Por suerte no tengo. La naturaleza será muy sabia pero el dolor es un mal invento. El dolor es una exacerbación del sentido. No sé de qué sentido, del sentido del dolor, supongo. No estoy seguro de que lo contrario del dolor sea el placer, lo demostraría el hecho de que ambos puedan darse a la vez.
    Alguna vez me habrá dolido la cabeza, creo que sí, pero no para quejarme demasiado. He sentido otros dos dolores cercanos, vecinos del mismo barrio. Me refiero al dolor de muelas y al dolor de oído. Infecciones en ambos casos. Dolores absorbentes que te impiden atender a nada más que al mismo dolor. Nunca dejaré de estar agradecido al Nolotil y la bendita sensación del dolor remitiendo.
    Hasta que te duele algo de veras no te das cuenta de lo fácil que es ser feliz. Asegúrame que no me dolerá nada y estoy dispuesto a vivir muchos años. No para siempre, eso sería una locura; la Tierra se disolverá un día y podría acabar flotando en el espacio infinito mortalmente aburrido. Quiero decir inmortalmente aburrido. Pero la migraña debe de ser otra cosa, te duele en la misma CPU, en la unidad central de procesos, en el mismísimo cerebro; te duelen los pensamientos y te duele esa materia de la que están hechos los sueños, te duele el halcón maltés.

jueves, 10 de noviembre de 2022

El Veintiuno

    Los lunes grabábamos exteriores. Alguien descubrió no lejos de las localizaciones habituales El Veintiuno, un restaurante peculiar de la parte vieja. Solo daban comidas y limitadas al menú del día. A media mañana la dueña y cocinera colocaba junto a la entrada una mesita redonda con un tapete y unas flores en un jarrón en el que se apoyaba la lámina plastificada con el menú. Cuatro platos a elegir de primero, otros tantos de segundo y los postres.
    No conozco la historia anterior del local, lo único que sabía era que lo llevaba esa mujer, Isabel, cercana a la jubilación y al parecer viuda, con la sola ayuda de una sobrina callada, guapa y diligente que servía las mesas. Nos sentábamos en una mesa con bancos corridos cercana a la cocina. Solíamos ser tres o cuatro, a veces algún otro parroquiano se sentaba circunspecto junto a nosotros. En las paredes colgaban cuadros de tema deportivo, ciclismo, fútbol, y una curiosa colección de fotos antiguas con personajes carlistas de uniforme. La comida era sencilla y buena: lentejas, macarrones, ensalada, pechugas, anchoas, arroz con leche, una naranja. También, el que quería, café y/o chupito.
    Me intrigaba un tanto el nombre, El Veintiuno. Primero pensé que podía ser el número de la calle, pero el portal más próximo era un diecisiete. Conocía de algún libro la existencia de otro famoso Veintiuno, el Club Veintiuno de Nueva York, un local con restaurante de alta cocina frecuentado por presidentes y que, lo acabo de mirar, cerró hace dos años por la pandemia. En la trama de una novela quedaría bien que Isabel, la dueña de este Veintiuno, le hubiera puesto el nombre en recuerdo de cuando de joven vivió en Nueva York y conoció por el motivo que fuera aquel otro Veintiuno de la Gran Manzana.

miércoles, 9 de noviembre de 2022

Entendimiento menguante

    He leído la columna de “el joven Z”, como lo llamaba otro periodista, y hasta en dos ocasiones no he entendido si una afirmación iba en serio o era una ironía. No sé si debo preocuparme o tomarlo como lección de las bondades de la ambigüedad. Igual tiene que ver con otro síntoma que me he observado y que por otra parte creo que es bastante común. Me refiero a la calidad de efímera de la memoria inmediata. Doble inciso: uno, efimeridad es un término correcto aunque está poco documentado; dos, la tercera acepción de efímera es cachipolla, insecto parecido a la libélula “que apenas vive un día”. Vuelvo a la memoria con un ejemplo de no hace mucho: en una novela, de cuyo nombre sí quiero acordarme pero ahora no me viene, se mencionaba repetidamente la temperatura ambiente en grados Fahrenheit. Un engorro porque setenta grados Fahrenheit no me dicen nada y además me desasosiegan. Así que me informé y memoricé una fórmula para pasar el dato a grados centígrados. Mientras terminaba el libro tuve oportunidad de utilizarla dos o tres veces. Treinta grados es calor, quince fresco, cuatro frío; ahora sí que nos estábamos entendiendo.
    Han pasado unos meses y la fórmula, maldita sea, se ha borrado de mi memoria. Puede que la culpa no sea mía sino del móvil que siempre está dispuesto a aportar información incluso cuando pregunto por lo mismo más de una vez. Antes tecleaba mis consultas, ahora empiezo a hacerlas por voz. El otro día la asistente de Google me sorprendió con una broma y estuvimos charlando un rato. Me di cuenta de que solo se sabe un chiste.

sábado, 5 de noviembre de 2022

Para un guion

    La protagonista es una mujer, las mujeres tienen más matices, me parece. Lleva años con su pareja, se quieren o se tienen mucho afecto aunque cada vez les queda menos margen para la sorpresa y de forma natural, los dos se han ido dando cuenta, es menor el tiempo que comparten; a ella le parece que hay veces que él se escaquea. Además lleva tiempo pensando en la maternidad y él es reacio, como poco; crece el conflicto.
    Profesiones liberales, un poco de alegría, siquiera económica, de gente que juntando dos sueldos no vive mal. Ella puede trabajar en una editorial o en una agencia de publicidad, algo glamuroso, ideal para que una mujer relativamente joven destaque. Relativamente joven, he escrito, se puede añadir una compañera joven del todo que le haga sentirse amenazada.
    La pareja, ¿le ponemos profesor de universidad o está muy visto?, si eso están las alumnas, el flirteo y la sospecha del engaño; cualquiera diría que es inevitable. También salen los padres de ella y una hermana un poco loca para los momentos distendidos; luego la abuela que está en una residencia y morirá en algún momento, cuando convenga a la trama. La casa en la playa de las vacaciones de la infancia, hay que meterla, ya veremos como; una escapada, una vecina que ve algo que no conviene. Me está saliendo una película francesa.
    Nuestra protagonista tiene que acudir a un congreso. Él la lleva al aeropuerto y aunque le dice que ya la está echando de menos, “ya te estoy echando de menos”, a ella le parece que no puede disimular una media sonrisa y un brillo en los ojos que lo delatan. No puede mosquearse porque entonces ella sería la mala, así que coge aire e intenta una sonrisa que le sale a medias. Al final se pone seria y se despide con un “ya eres mayorcito”.

jueves, 3 de noviembre de 2022

Del autoengaño explicado a los niños

    Es difícil explicárselo; no solo eso, el autoengaño, sino casi cualquier cosa referente a las ilusiones o desilusiones de los mayores. Tal vez porque es lo natural, verlo todo diáfano de niño y luego poco a poco desengañarse. Autoengaño, desengaño. Te estás autoengañando, desengáñate. Los juegos de palabras, un peligro.
    Imaginando a Álvaro, siete años, sorprendido por la posibilidad de que alguien pueda engañarse a sí mismo me he acordado de mi propio desconcierto una vez cuando era cinco o seis años mayor que él ahora. Téngase en cuenta que entonces todo iba más despacio y la inocencia duraba bastante más. Estábamos en clase en un tiempo muerto y alguien preguntó en qué consistía la actividad de las prostitutas. O igual dijo putas, no me acuerdo, en todo caso se habló de ellas con respeto, me parece. Otro compañero, más informado y visto con perspectiva más maduro, le contestó que una prostituta lo que hacía era vender amor.
    No sé hasta qué punto sabía yo algo del tema, creo que los elementos básicos los conocía. La definición me pareció incongruente. Mi argumento en contra fue preguntar si es que el amor se vendía a peso, si es que iba alguien a donde una prostituta y le preguntaba a cuanto estaba el kilo de amor. En mi opinión el amor era algo abstracto que no se podía vender.
    Con el tiempo fui dándome cuenta de que lo de vender amor es una forma elegante de decirlo e incluso puede que sea la verdad última que subyace detrás del crudo comercio sexual. Qué tiene esto que ver con el autoengaño, nada, o solo eso, que Álvaro entenderá perfectamente en pocos años que engañarnos a nosotros mismos es nuestro deporte favorito, algo que practicamos como mecanismo de supervivencia y que suele ser inconsciente, porque cuando es consciente volvemos a la casilla de salida y nos parece, como a Álvaro, la cosa más tonta del mundo.

lunes, 31 de octubre de 2022

Últimas frases

    Supongo que hay libros enteros dedicados a las últimas frases; no la tuya o la mía que no interesan a nadie, y además aún no las hemos dicho, sino las de personas que han alcanzado notoriedad en esta vida. En general hay que tomarlas con reservas, no siempre son fidedignas y el contexto se suele obviar. Confiemos en que estas dos que he encontrado por casualidad sean de las auténticas.
    Van Gogh, nuestro amigo Vincent, murió en 1890 a los 37 años un par de días después de dispararse un tiro (se supone, no hubo testigos y por lo visto no se acertó bien del todo). Su hermano Theo menciona esa última frase en una carta a su hermana Elisabeth: La tristeza durará siempre. Lo dijo en francés, la tristesse durera toujours, porque Vincent aunque era holandés (neerlandés) se pasó poco a poco a ese idioma. Atenuante, los problemas mentales del artista. Lo digo por lo deprimente de la frase, aunque también se entiende que la dijera, por qué iba a estar animado si se estaba muriendo. Lo piensas y la tristeza es un valor seguro, se puede apostar por ella, siempre habrá tristeza.
    El poeta irlandés Seamus Heaney murió en 2013 a los 74 años y conocemos sus ultimas palabras porque un hijo las desveló en el funeral. Lo curioso es que no las pronunció sino que las escribió en un mensaje de texto a su mujer: Noli timere fueron esas dos últimas palabras en latín que significan no temas. Parece que el precedente está en la traducción de la Biblia conocida como la Vulgata cuando Jesús les dice a sus discípulos, regocijaos, soy yo, no temáis (nolite timere, en plural). Tiene su cosa mandar ese mensaje minutos antes de morir, de alguna forma es consolador para los que nos quedamos un rato más en este mundo.

viernes, 28 de octubre de 2022

Escribe, que algo queda

    Cada vez estoy más convencido de que el que escribe esto no soy yo sino otro más listo, más divertido, más sociable y seguramente más alto que yo. Pero claro, de alguna forma también tengo que ser yo porque son mis dedos los que teclean. Debe de ser que estoy suplantando a alguien o me lo estoy inventando o es él quien toma el control y no lo puedo evitar. Escribir es despertar a ese otro yo que se esconde en nuestro interior. O es hacer frases.
    Todo lo bueno que se pueda decir de escribir me parece bien, estoy de acuerdo. Es aclararse, es hacer terapia, es conocerse, es confesar; es ser honesto, porque no hay cosa más tonta que engañarse a uno mismo. También es traicionarse porque los pensamientos y los sentimientos no están hechos de palabras; son una sucesión de imágenes y sensaciones, un caudal imposible de encauzar por escrito. La mente es un tren de alta velocidad y la escritura hace lo que puede persiguiéndolo. Las palabras son el gran invento humano y la mejor forma conocida de comunicarse pero por muchas que haya no son suficientes, hacen falta más.
    Escribir es como pintar un retrato; unas veces el parecido es sorprendente, otras ni en el blanco del ojo y de vez en cuando, con suerte, el cuadro supera al original. La escritura se realimenta y cada línea escrita sugiere nuevas ideas, por eso a veces escribir es como abrirse paso con un machete en la jungla sin saber muy bien si vas hacia el río o hacia la montaña. Me atrevo a decir, ahora que he entrado en calor, que en realidad para escribir solo hay un requisito imprescindible. Lo he mencionado antes de pasada: la honestidad­, solo eso; si se cumple lo escrito es siempre válido. Además, escribir es barato y no requiere ninguna titulación.

martes, 25 de octubre de 2022

Otra posible división del mundo

    Todo es mejorable. La respiración, por ejemplo. Hay mucho escrito sobre el tema, principalmente en el campo de la meditación, el yoga y todo eso, y en el de la música, donde hay que aprender a respirar para cantar o para tocar algún instrumento; con alguno dicen que es necesario coger y soltar aire a la vez, cómo será eso.
    Por mi parte, de momento, me arreglo con mis habilidades innatas. La respiración consta de dos o tal vez tres partes, Está la inspiración, luego la espiración y finalmente la, digamos, contención. Esta última es opcional, en teoría se puede vivir sin aguantar nunca la respiración a base del manido y elemental inspira-espira, aburrido pero efectivo.
    Sin embargo a veces hay que echar mano de la contención. Hay casos de estricta necesidad, como en el buceo a pulmón libre o en medio de una humareda o en la atmósfera irrespirable de un planeta alienígena, caso este improbable pero que he apuntado por ver cómo sonaba. Luego hay situaciones más sutiles como enhebrar una aguja o hacerse el muerto.
    Dos momentos clave son el primer y el último aliento. Al nacer y salir del útero con los pulmones debidamente formados pero inmaculados y sin ningún entrenamiento previo podría suceder que al cerebro en un rapto de ofuscación se le cruzaran los cables y decidiera que lo primero es espirar, echar aire, aire que no existe porque aún no ha entrado en el neonato. Imagino la angustia de tal situación. La solución ancestral ha sido una palmada en las nalgas y, la verdad, ese recurso a la violencia no me parece adecuado. Habría que darle una vuelta.
    El último aliento también me plantea una duda. No hay que confundir espirar, con ese, y expirar, con x. No siempre, creo yo, al expirar se espira; podría ser que el último aliento fuera una inspiración. Si esto fuera así, que en realidad no lo sé, en el mundo habría dos clases de personas, las que expiran espirando y las que expiran inspirando. Lo peculiar de esta división es que nadie puede saber a qué grupo pertenece hasta el último instante de su vida aunque reconozco que a efectos prácticos daría lo mismo.

sábado, 22 de octubre de 2022

Annie y Marguerite

    Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde”, qué buena primera frase esta de Marguerite Duras. El libro es “El amante”. Hay película y Jane March sale tan guapa como debía de ser Duras entonces, antes de que fuera demasiado tarde. Solo tenía quince años, o quince años y medio, puntualiza. Me refiero a la protagonista de la novela, personaje de ficción, si bien se supone que el modelo original sigue siendo la autora.
    Tan autobiográfica o más que Duras es Ernaux, Annie de nombre, la última premio Nobel de Literatura. He leído poco a Ernaux y menos aún a Duras, pero las he leído, qué caramba. Eso sí, con el aprovechamiento habitual, poco, pequeño. Ernaux y Duras, dos nombres que no son los suyos de nacimiento. Sus apellidos familiares eran Duchesne y Donnadieu, bien válidos, me parece.
    En su brillante primera frase Duras se refiere a la belleza física, explica que ya a los dieciocho su rasgos se asentaron en una fisonomía atemporal que le duraría durante décadas, un rostro no desagradable pero tampoco estrictamente bello, un rostro que recuerda a los gnomos de los cuentos. Ernaux es poseedora de una belleza más estándar, de un desarrollo un tanto tardío, pienso, justo al revés que Duras, con una fase casi de patito feo durante la adolescencia desgarbada que evolucionó luego hacia una belleza de rasgos nórdicos, belleza que aún hoy, a los 82 años, asoma en las fotos y no poca de la cual se debe la serenidad que transmite.
    En lo literario Duras me parece más descarnada, críptica, salvaje y fantástica; Ernaux más reflexiva, clara, caritativa y sincera. Explica Ernaux en uno de sus libros que cuando escribe no es del todo consciente de que la leerán y su intimidad quedará al descubierto; y el caso es que queda. Me imagino a sus hijos, por ejemplo, pidiéndole encarecidamente que ni los mencione en sus novelas.

miércoles, 19 de octubre de 2022

Starry, starry night

    Starry, starry night”, noche estrellada y tibia envuelta en murmullos generados por las propias estrellas al deslizarse, aunque desde aquí parezca que no se muevan. Hace medio siglo que Don McLean publicó la canción “Vincent”que empieza así, “estrellada, estrellada noche”, y que está dedicada a Van Gogh.
    Ahora le han tirado sopa de tomate, dos botes, a un cuadro suyo. El comentario en la prensa es unánime: que mala es la sopa de tomate de bote (“agua de tomate” dice uno). Pero bueno, el cuadro estaba protegido por un cristal. Los medios han dicho que se trata de “Los girasoles”.
    Resulta que Van Gogh pintó, al parecer, siete cuadros de girasoles. Se entiende la simplificación, cómo explicas en un titular eso de que han arrojado sopa de tomate a uno de los siete cuadros de girasoles que pintó Van Gogh, queda un poco largo. Por otra parte, no creo que el pintor se entretuviera poniendo nombres a sus cuadros. Dicen que pintó unos novecientos. Imagino que en algún momento le diría a Theo, su hermano, ponles tú nombre, yo bastante tengo con pintarlos.
    La protesta de la sopa era contra la industria del petróleo, creo. Los casi únicos perjudicados van a ser los de la limpieza, bien sea la señora que quite lo más gordo bien las restauradoras que retiren con mimo el cristal y limpien cualquier rastro sospechoso que seguramente ya estaba allí de antes.
    Por supuesto que me parece bien salvar el planeta pero eso es como todo, eres libre de hacer lo que quieras mientras no molestes a los demás. También hay que reconocer que todos somos responsables de acciones antiecológicas, incluidas las activistas de la sopa porque supongo que ponen la calefacción, gastan electricidad y tal vez generen residuos de plástico, casi seguro. Todos contaminamos, cada uno dentro de nuestras modestas posibilidades.
    Por cierto, la prensa, y la gente sobre todo, especula sobre lo que pueda haber detrás del ataque (porque es un ataque, ¿no?). Quién está detrás, a quién beneficia, esas cosas; la conspiración, en una palabra. La verdad, no veo la necesidad, prefiero la simplicidad del hecho. Además, en la línea de lo que pudo decirle Van Gogh a su hermano, bastante tengo con aclararme yo para andar imaginando lo que piensen otros.

domingo, 16 de octubre de 2022

Sobre la experiencia

    “Me es inverosímil”, dijo alguien (un testigo protegido) queriendo decir indiferente, un desliz. Inverosímil no es sinónimo de imposible. Veo perfectamente posible pasar por la vida sin mancharse los zapatos y morir completamente inexperto. Estoy siendo vehemente. Para mi futuro diccionario secreto; vehemente, que usa en exceso adverbios acabados en mente. No es lo habitual, ese mirlo blanco que es impermeable a la experiencia. Lo corriente es nacer inocente y poco a poco ir escarmentando.
    La juventud está sobrevalorada. Ser joven es valioso de un modo indirecto, por los futuros logros hipotéticos, no porque sea un valor en sí. Mientras uno es joven se mueve por la vida con poca información (porque acaba de llegar). Para espíritus sensibles la juventud puede resultar estéril, angustiosa, difícil.
    La experiencia también está sobrevalorada; se sobrentiende como algo siempre positivo, y ese es el error. El ciudadano medio pasa de joven a adulto sin ningún esfuerzo por su parte, salvo el que pueda suponer comer y dormir, y en ese trayecto crece su experiencia, según los casos, según la aptitud y la actitud.
    La cuestión es cómo se digiere lo vivido, cómo vamos asimilando la existencia; porque con la experiencia pasa como con el colesterol, la hay buena y la hay mala (recordatorio, HDL es el colesterol bueno, LDL, el malo). La experiencia buena se da por supuesta en demasiadas ocasiones y muy a menudo se sobrevalora, ya que por poco que valores algo que no existe siempre lo estarás sobrevalorando. Cuando de verdad la hay (experiencia de la buena) mirarse en ella es un regalo que debemos aprovechar. Por desgracia es más frecuente, pan de todos los días, que nos hagamos mayores acumulando una gran mala experiencia, una experiencia que nos haga desconfiados y egoístas, una experiencia obtenida a base de malas digestiones de la vida.


jueves, 13 de octubre de 2022

2. Vendetta

    La torre de la corporación, suena a sede del gobierno dictatorial de la galaxia. El plan es infiltrarse, subir hasta la planta de dirección y escribir en la pared del baño con rotulador gordo y en mayúsculas “LADRONES”. Solo eso, un desahogo simbólico pero que les incomode, que sientan que no son invulnerables; y te refieres en especial a él, al capo innombrable que tanto sale en los medios.
    El vestíbulo visto desde fuera parece una pecera con plantas acuáticas y tiburones que se deslizan de un lado para otro. ¿Repugnancia?, no, solo el rechazo instintivo al poder de una multinacional. Has cuidado tu vestimenta, la acción requiere cierto grado de pulcritud que contraste con el aspecto descuidado del cómplice zarrapastroso que ha de distraer al personal mientras tú te escabulles por un lateral.
    Te cuelas en el ascensor más próximo y aguantas la puerta para dejar pasar a una belleza elegante con maletín que te da las gracias y pulsa el 33. Tú pulsas el 35 y le haces una broma inocente sobre ejecutivos. Ella ríe y contesta con otra broma más ingeniosa que la tuya. Estás fascinado, eres así de simple; dejas de toquetear el rotulador que llevas en el bolsillo y os enzarzáis en un intercambio rápido de presuntas agudezas. A la altura del piso 20 sientes un impulso irrefrenable de besarla. Apenas has iniciado el acercamiento cuando las luces parpadean, se apagan y el ascensor se detiene bruscamente. Ella, desequilibrada, se apoya en ti y es entonces cuando recibes de lleno la tufarada de su mal aliento en el que crees discernir una nota de azufre. Te echas hacia atrás sorprendido y confuso. Estoy perdido, piensas, me han descubierto.

martes, 11 de octubre de 2022

1. El menosprecio

    Entras al portal, abres el buzón y entre los envíos de publicidad hay una carta de la compañía eléctrica. Dice que si te descargas su aplicación para móvil te rebajarán un dos por ciento la factura. Solo hay una pega, te das cuenta, la carta llega un día después de la fecha límite para acogerse a la oferta. Bueno, piensas, somos humanos; se lo comento y lo entenderán.
    Te descargas la aplicación y mandas un e-mail explicando el caso. Has sido cliente durante años; el retraso de Correos en entregar la carta
, si lo ha habido, es ajeno a tu voluntad; lo razonable, te parece, es que te apliquen el descuento.
    En pocas horas te llega la respuesta. Estimado cliente, muchas gracias por escribirnos, estamos encantados de atender su consulta. Qué bien empieza, piensas, qué amables; va a ser que sí. Sigues leyendo, en cuanto a su petición no es posible realizar el descuento pues la oferta ya no está en vigor, agradecemos su confianza, etcétera. ¿Cómo? No es la primera vez que te sientes menospreciado por la prepotencia de esa u otra gran empresa o por la administración o por el mundo en general. No way, ni modo, que dicen en México. Tienes que hacer algo.

sábado, 8 de octubre de 2022

No tengo edad

    ¿Quién soy yo? Buena pregunta, que alguien me lo diga. No sé quien soy ni creo que lo sepa nunca pero no pasa nada, puedo hacer como si lo supiera, o puedo obviarlo, no pensar en ello o pensarlo solo con fines recreativos. Así, en general, por una parte soy un ser de carne y hueso para quien el paso del tiempo es una realidad insoslayable, por otra también soy un flujo de consciencia a base de palabras que no tiene edad. He exagerado; un poco, no mucho.
    JRJ, el que escribió sobre el burrito tan blando por fuera que se diría todo de algodón, aspiraba a redondear su mejor poema el último día de su vida; el poema que lo dijera todo de él, el producto sucesivo de escribir y reescribir a lo largo de sesenta años.
    Hace casi sesenta años, cuando JRJ ya había muerto, vosotros no habíais nacido y vuestros padres tampoco, yo era un niño que cursaba Ingreso de Bachiller en el colegio en calidad de mediopensionista, es decir que me quedaba a comer. Un día estábamos cuatro en una mesa comiendo y jugando a hacer preguntas cuando mi primo F, dos años mayor, le preguntó a otro, de apellido Orrantia, por el nombre del estrecho que separa Asia y América.
    —Bering  —dije yo.
    —Y tú por qué dices nada si la pregunta no era para ti —me recriminó mi primo. El estrecho de Bering, no sé de donde lo saqué. Crecí dos centímetros de golpe, yo sabía cosas.
    Ahora, casi sesenta años después, sé más, también sé que no sé y sigo siendo al mismo tiempo testigo y actor de mi vida. Ese testigo ha estado ahí casi desde el principio y a él recurro a la hora de escribir. Aporta la versión objetiva de los hechos y luego mi yo actor añade la emoción y acomoda la historia un poco a su favor. No puedo ser mi yo de veinte años, ni el de cuarenta, ni ningún otro; pero todos ellos están ahí, en la declaración del testigo que lo vio y lo escuchó todo.

miércoles, 5 de octubre de 2022

En el jardín

    La mujer ha salido al jardín y arrastrado una tumbona hasta situarla a la sombra del árbol más frondoso, y casi único, que le han dicho que es un arce. Hace años había allí un sauce llorón, tan reconocible por su peculiar fisonomía que nos recuerda que los árboles también lloran y, en aquel caso, que también mueren aunque ella no se acuerda bien cómo fue aquella muerte vegetal. El arce de ahora, sin la estética decadente del otro, da una sombra estupenda.
    La semana anterior ha hecho un tiempo bastante ful pero hoy, a primeros de octubre, ha quedado un día de verano tardío. A la sombra del arce no hace ni frío ni calor. Ha abierto su libro y se ha puesto a leer pero en seguida lo apoya en el regazo y levanta la vista. Calma sorprendente, no es lo habitual. La mujer se concentra en escuchar. Sabe que el silencio nunca es absoluto y lo confirma con algún trino lejano y, ahora que se fija, con un leve rumor de hojas. Alza la mirada y contempla el balanceo de algunas ramas.
    Es una delicia estar en el jardín un día como hoy. Echa una mirada a su alrededor. Ve al otro lado el ciruelo japonés que lleva varios años sin dar fruto, por qué será, se estará secando, no sabe. Más cerca, en el centro del jardín está el macizo de las dalias rodeado de pétalos caídos y pleno de flores en su apogeo. Si te fijas verás que hay además abundantes yemas en diversos grados de floración. Durante todo el verano abejas y abejorros han rondado felices al calor del sol este macizo de dalias. Una hormiga alada se ha posado en el dorso de su mano. Insectos tiene que haber en un jardín, por pequeño que sea. Arañas, piensa, aquí las hay aunque no se vean, sus hilos se renuevan a diario por todos los rincones.
    Otros animales más grandes, gatos, se cuelan de vez en cuando. Sigilosos en su avance se paran de pronto al percibir la presencia humana y luego escapan por cualquier rendija, dejando claro que se van porque quieren, no porque nos tengan miedo. Y los pájaros, auténticos dueños del jardín. Al atardecer forman en el arce una tertulia multitudinaria y escandalosa hasta que algún sonido provoca su estampida acompañada por un batir unísono de alas que semeja el redoble de un tambor. Al evocarlo la mujer esboza una sonrisa. Luego suspira, toma de nuevo el libro en sus manos y reanuda la lectura.

domingo, 2 de octubre de 2022

Amar, querer

    Tenemos un problema con las palabras. O más de uno pero aquí me refiero a entenderlas. Una palabra significa lo que diga la Academia pero también lo que entienda cada uno. Por suerte lo normal es que todos entendamos lo mismo; así un árbol es un árbol, apenas queda margen para la confusión; o pongamos un verbo, comer, tampoco hay dudas con comer, llevamos toda la vida comiendo, sabemos de qué hablamos.
    Sin embargo, otros casos no están tan claros. Desde el principio estaba pensando en la palabra “amar”. Dice la Academia, Amar: Tener amor a alguien o algo. Hay que mirar amor. Amor: Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser. Qué sorpresa ese “partiendo de su propia insuficiencia”, qué buena lectura es el diccionario y qué suerte poder consultarlo en línea. Hay una segunda acepción de amor más concreta y esclarecedora, y luego otras doce acepciones más, como medallas que indican la importancia de la palabra.
    Queda claro el significado oficial de “amar” pero me temo que en la práctica muchas palabras en general y “amar” en particular arrastran otras connotaciones; bien añadidas por la experiencia o la ficción del cine y la literatura bien inventadas por nosotros mismos. En mi percepción decir “te amo” suena ampuloso, excesivo, clásico. “Amar” sería un ideal, una entelequia, algo imposible en la realidad. Enamorarse sí, eso lo comprendo porque mientras un amor de verdad debería ser eterno (como el odio de Aníbal a los romanos) el enamoramiento es, me parece, un bendito trastorno pasajero.
    La alternativa realista a “amar” es “querer”. “Querer” con su carácter polisémico, incluso ecuménico, es más humano, más de tener los pies en el suelo. Lo natural es decir “te quiero” o, en determinadas circunstancias, “te quiero mucho”. Desarrollándolo un poco; te quiero porque todo te interesa, por tu generosidad, por la forma en que miras a la gente; te quiero porque es fácil quererte; te quiero por las razones habituales; te quiero porque me quieres.

jueves, 29 de septiembre de 2022

Telenovelas

    Se han puesto de moda las telenovelas turcas. Nunca he podido con las telenovelas. Por falta de paciencia, creo. Recuerdo aquellas mexicanas o venezolanas que tenían más de cien capítulos; no les veo sentido, está claro que en ese largo periplo a los protagonistas les pasará de todo, incluida la aparición de una hermana gemela. Eso, que pase de todo, es lo mismo que lo contrario, que no pase absolutamente nada, los amores y desamores se anularían entre sí.
    Como digo nunca las he seguido, solo he visto fragmentos. Me hacía gracia el clasismo de las sudamericanas, cuando decían una y otra vez cosas como “el señor licenciado”. Gracia, dentro de lo lamentable de esas diferencias sociales donde los personajes de rasgos indígenas son irremediablemente miembros del servicio: doncellas, cocineras, jardineros, chóferes.
    Por lo poco que he curioseado tengo la impresión de que estas turcas también muestran una sociedad elitista, de gente adinerada, casas lujosas y muchas horas de peluquería y maquillaje en la trastienda. La explicación sería que los espectadores, la gente normal, bastante tiene con su vida diaria y para ellos las telenovelas son una fantasía que les hace olvidar las penas por un rato.
    En el caso turco me llama la atención que la estética de los apuestos galanes y las bellas protagonistas sufridoras sea la misma que en el caso latino, una elegancia un tanto cutre con un exceso de nuevo rico de collares y pulseras de oro. Las primeras veces que tropecé con alguna de estas telenovelas orientales me costó darme cuenta de que no eran de procedencia americana. Deduzco que debe de haber dos Turquías, la de las telenovelas, más urbana, que quiere ser moderna y sofisticada y la otra, más rural, donde un rebaño de cabras es una preciada posesión; dicho sea con todo el respeto para los turcos (y para las cabras). Otro día hablamos del velo.

lunes, 26 de septiembre de 2022

Relato intermitente

    Hemingway comenzó su carrera como periodista y aprendió a ser conciso y ceñirse a los hechos, dicho sea con las habituales reservas respecto a la naturaleza misteriosa de los hechos. Esto en la ficción se traduce en una prosa ágil que huye de las frases tortuosas, elimina lo superfluo, no da explicaciones innecesarias y evita, en lo posible, las opiniones; lo que no quita para que también haya grandes autores que se valgan de oraciones largas y sinuosas, plenas de cadencia, brillo y lo que sea que echen a su guiso literario. Debe de ser muy difícil escribir así, me parece más asequible lo otro, el estilo escueto, ahorrador de palabras.
    Luego Hemingway dio un paso más allá y formuló su teoría de la omisión. Esa teoría consiste, como se deduce del nombre, en omitir una o varias partes de la historia. La idea es que el lector rellene los huecos con sus propios pensamientos y sentimientos, algo así. Hay un ejemplo que me desconcierta, él mismo lo contó; en una de sus narraciones, en la que partía de un hecho real, omitió el final en el que el protagonista, un anciano, se ahorcaba. Hay que reconocer que fue una omisión en toda regla.
    Dicha teoría también se conoce como teoría del iceberg. El nombre viene de esta metáfora que dejó escrita Hemingway: la dignidad del movimiento de un iceberg se debe a la parte que no se ve, a la parte sumergida (y que es casi toda). La comparación es demasiado buena; la dignidad del iceberg..., casi te olvidas de lo otro. Pero hay un requisito imprescindible y sutil para que la teoría funcione: lo que se omite deben ser hechos constatados, hechos auténticos pero no narrados que reforzarían la historia. Por el contrario lo que se deja fuera del relato porque se desconoce la debilitaría. Una idea fascinante pero que te deja perplejo: el autor asegura que las cosas que no cuenta son completamente ciertas.

viernes, 23 de septiembre de 2022

La fecha

    Uno de los mejores métodos para vender libros que tiene un escritor es morirse. El truco, obviamente, solo puede utilizarse una vez (sería un último recurso). Aunque a él no le hacía falta, la eficacia del método se ha vuelto a comprobar en el caso de Javier Marías. También se están citando frases suyas. Por ejemplo, me gusta esta, extraída de su novela “Los enamoramientos”: “Nadie objeta la fecha de su nacimiento, luego tampoco habría de objetar la de su muerte, igualmente debida a un azar”.
    Somos fruto del azar y a los que objeten alguna de las dos fechas (porque también se puede objetar la de nacimiento) les recordaría que el azar podría haber determinado que no tuvieran ni la una ni la otra, que no hubiesen existido como seres mortales. Objetar es oponer una razón en contra de algo y el azar no admite razones.
    Visto así tampoco yo voy a poner pegas a la fecha de mi muerte, salvo que encuentre una lámpara y al frotarla salga un genio de los que conceden deseos. En ese caso le pediría que el día de mi muerte no fuese hoy, solo eso, que no fuese hoy (guiño). Así cuando llegara la fecha y, como pasa en los cuentos persas, tropezara con la muerte en el mercado, ya fuese el de Bagdad o el de Ispahan, podría apelar al genio.
    —Me lo prometiste —le diría—, hoy no; no habría problema si hubiera sido el mes pasado o si es un día de la semana que viene; el día que quiera el azar, el sultán, la señora muerte o tú mismo, genio de la lámpara; cualquier día menos hoy.
    Supongo que el genio contestaría:
    —Eres un bromista.
    Si todo eso sucediese, siquiera en mi imaginación, el deseo se habría cumplido, quiero decir el deseo real que he pedido al genio de la lámpara o a quien corresponda: que en tanto llegue esa fecha dictada por el azar no me falte el humor.

martes, 20 de septiembre de 2022

Proposición

    Si hay algo que me gustaría entender (y llueve sobre mojado) es el tiempo, el de Cronos digo. Me da la impresión de que el tiempo es la clave de todo. Por qué será que podemos mirar hacia adelante en el tiempo y comprender, más o menos, la idea de eternidad, o de esa mitad de la eternidad venidera, pero no podemos, no puedo, entender la otra mitad, la que quedó atrás.
    Una ramificación de ese enigma es la que concierne a las almas. Esto afecta más a la imaginación que a otra cosa pero quería contarlo porque me ha hecho gracia. Es que si las almas son inmortales no solo existirán para siempre, compañeras inseparables de la eternidad, sino que también habrán existido desde siempre. De ahí supongo que, por economizar en almas y para que no estuvieran ociosas, se deriva la teoría de la reencarnación y el hecho concreto, según algunas doctrinas, de que las almas de los bebés puedan elegir a sus padres antes de nacer. Me ha hecho gracia.
    En fin, estaba pensando que si tenemos la mitad de la eternidad a cada lado, antes y después, va a resultar que estamos justo en el punto medio del transcurrir del tiempo. Vaya casualidad, esto debería haberlo estudiado Einstein; igual lo hizo, no sé; si no es así propongo un axioma o apotegma o principio: “El momento presente, el ahora en que vivimos, es exactamente el punto central de la eternidad”. Esto vendría a confirmar algo que ya sospechaba: la importancia de este instante en que vivimos, la auténtica piedra angular del tiempo.
    Claro que visto de otro modo tal vez el tiempo no pasa, solo está ahí quieto y es la vida la que se mueve, y el pasado y el futuro son dos inventos para entendernos. Fuera como fuese cabe imaginar que ese movimiento que es la vida cesará algún día. El universo no es una máquina de movimiento perpetuo, lo siento; así que tarde o temprano todo se irá ralentizando hasta que la última partícula subatómica se detenga y, aunque en teoría la eternidad continuará impasible, en la práctica esa quietud absoluta y sin solución será lo que se conoce como el fin de los tiempos.

sábado, 17 de septiembre de 2022

Bebés

    Ah, los recién nacidos, los bebés de pocos meses. No hay uno feo o hace mucho que yo no he visto ninguno, todos son bonitos. Las líneas suaves del rostro son un esbozo idealizado libre aún de defectos. En lugar de las futuras arrugas tienen pliegues que dan la impresión de que habría que inflarlos un poco más. Nada más entrañable que un bebé haciendo sus ruiditos. Lo siento por el diminutivo pero no puedo decir que un bebé haga ruidos, lo que hace son ruiditos y gorgoritos y globitos de saliva que suenan pop pop.
    También lloran, claro, pero todo lo arreglan con una sonrisa o, en los mejores casos, con su risa de bebé. Poco o nada tienen que hacer para provocarnos una emoción que se hace física, una ternura infinita, unas ganas locas de protegerlos, de quererlos sin condiciones. Ese instinto maternal/paternal es, me parece, el más fuerte de todos los instintos junto con el sexual, que no deja de ser su aliado natural cuando los dos colaboran según el plan original.
    En el fondo los bebés nos inducen también una nostalgia soterrada de nuestra propia primera infancia. No hay otro periodo de la vida en que seamos más hermosos, más adorables e incluso me atrevería a decir más felices, aún sin saberlo. En esos primeros meses no hacemos otra cosa que comer, dormir y sobre todo, en el mucho o poco tiempo libre que nos quede, inaugurar el mundo.

miércoles, 14 de septiembre de 2022

Los pequeños detalles

    He visto estos días imágenes de la carroza dorada que exhiben en algunas celebraciones en Inglaterra. Me recuerda la de Cenicienta, se dan cierto aire (etéreo). He escrito dorada porque pensaba que estaría hecha de madera (muy noble, eso sí) y luego recubierta de una capa, o varias, de color oro, pero ahora me entero de que no es que esté pintada sino que es de oro.
    El responsable de mantenimiento de las cocheras reales habrá andado de cabeza queriendo saber cuanto antes qué vehículos tomarán parte en las próximas ceremonias y por si acaso seguro que ha ordenado una revisión y una limpieza a fondo de esa carroza. Un lacayo, elegido por su lealtad a la corona, estará sacando brillo a cada elemento de la exuberante decoración. No querría estar en su lugar si alguno de esos detalles, por ejemplo una hoja moldeada en oro, se quebrara en la operación. Imagínate la escena:
    —Señor
    —Sí, William
    —Lamento comunicarle, señor, que al frotar una de las hojitas de la carroza, y le aseguro que no estaba ejerciendo más presión de la necesaria, esta se ha roto.
    —Roto, qué quiere decir exactamente, William, qué significa eso de que se ha roto.
    —Roto, señor, en el sentido común de la palabra en el idioma inglés. Lo siento de veras señor, no era mi intención.
    —Se da usted cuenta, William, de la trascendencia de lo que me está diciendo. Un más que probable record mundial de audiencia en televisión y me dice que la carroza de oro está mutilada... Está usted poniendo en peligro la institución, William; haga algo inmediatamente. Avise al joyero, al orfebre, al filigranero... avíselos a todos. Muévase por dios y con la máxima discreción, William, por mucho menos han rodado cabezas.

domingo, 11 de septiembre de 2022

Y si no, nos enfadamos

    A veces hay que enfadarse, dicen. El equilibrio mundial lo exigiría. Eso tal vez sea cierto, qué sería de nosotros si nadie se enfadase jamás, no habría discusiones solo charlas civilizadas, irían desapareciendo las armas, las familias serían una piña, resumiendo el aburrimiento se iría reconcentrando hasta hacerse sólido y paralizar completamente la civilización.
    Motivos para disgustarse no faltan, desde luego. Porque es imposible que todo vaya siempre bien y además nosotros tampoco colaboramos. Yo también me enfado a veces, lo reconozco a regañadientes, no me veo bien enfadado, luego me arrepiento. En todo caso admitiría un poco de ira santa pero siempre sin perder la dignidad. La verdad es que las injusticias abstractas me producen más tristeza que enfado, otra cosa son las concretas, las que me afectan; claro que, ¿qué es una injusticia?
    Al final enfadarse es como intentar salir de unas arenas movedizas moviéndote frenéticamente (te hundes más rápido, lo he visto en películas). Enfadarse, por muy humano que sea, no es lo práctico. Lo práctico es serenarse. O enfadarse serenamente, eso debe de ser. Que fea estás cuando te enfadas y qué guapa estás cuando te enfadas serenamente.
    La otra forma de enfadarse, el enfado vehemente, la indignación, me parece más bien un defecto que arraigado desde siempre (como el machismo) es difícil de erradicar. Es que no sé si la indignación puede ser digna (oxímoron) o es irreparablemente indigna y redundante.
    Una puntualización: una cosa es enfadarse en voz alta y otra hacerlo por escrito. A esto último le veo menos sentido. Despotricas y luego lo relees y piensas que no queda bien, que no había necesidad, que es más elegante dejarlo caer como si nada, como si estuvieras por encima de esas minucias, de esas pequeñas miserias de los pobres humanos; que tú también eres humano, claro, pero te gusta pasar por elegante.

jueves, 8 de septiembre de 2022

No sé lo que hicisteis el último verano

    Va siendo hora de saber qué hicisteis el último verano, o si no hicisteis nada qué leísteis o qué aprendisteis. Por mi parte estoy en una fase en la que se olvida más de lo que se aprende aunque trato de convencerme de que cada año que pasa comprendo mejor el mundo, sabiendo que ese comprender en valor absoluto es molto piccolo, piccolissimo.
    El verano es una estación que cada vez pasa más rápido. El verano es una estación y Aranda de Duero es otra y antes pasaba el tren por Aranda y daba tiempo de todo mientras ahora pasa el tren y Aranda de Duero es una imagen fugaz que te pierdes si parpadeas.
    Lo que nos queda es dar importancia a las cosas pequeñas, sobre todo si no hay grandes. Una pequeña gran cosa es la luz del día. El día más largo del año es el 21 de junio, creo, y ese día empieza el verano. A las siete de la mañana en junio ya ha amanecido. Esto es curioso, ahora que estoy jubilado me levanto mucho antes que cuando trabajaba. También me acuesto antes porque en la tele no hay nada así que hago un rato zapping, me pongo a leer y en seguida me entra el sueño; a las once a la cama. Eso es, más o menos, lo que he hecho el último verano.
    Entramos en septiembre y técnicamente todavía es verano, y lo será pero también es melancolía y otoño, y además el mundo va mal. De eso me he dado cuenta, no de que el mundo vaya mal sino de que en agosto el día acorta bastante. Habría que cambiar los límites del verano. Podría empezar el uno de junio y acabar el treinta y uno de agosto. Por cierto, hablando de límites, hablan en los noticiarios de “topar el precio del gas”. Para mí que está mal dicho. “Capar” tendría más gracia y lo correcto sería, me parece, “limitar”.

lunes, 5 de septiembre de 2022

Vivieron, vivimos

    No creo que se pueda hablar de un primer ser humano. Cómo poder decir que ese homínido no era aún humano y este otro sí, ¿porque era un poco más cabezón? Los homo sapiens, me temo, solo somos animales algo más espabilados y una más de las especies que pueblan la Tierra. Como somos muy orgullosos nos consideramos especiales; y tal vez lo seamos, yo qué sé.
    Dicen los estudiosos que la cifra de seres humanos muertos desde los albores de la humanidad (expresión bonita aunque sobada) se acerca a los cien mil millones. Es un número que solo puede aumentar. Como redondo es redondísimo así que no sé si creérmelo del todo, demasiada felicidad. Pero bueno, en todo caso esa es la mayoría silenciosa, la auténtica, la que forman todos los congéneres que han habitado la Tierra y ya no están aquí.
    Ya no están pero lo lógico, me parece, no es decir que esos cien mil millones estén muertos. Muertos están, pero solo de alguna manera alegórica porque a estas alturas ya serán, como está escrito, solo polvo, enamorado o no. Lo que sí tiene todo el sentido es decir que esos cien mil millones de seres humanos vivieron. Eso es lo que importa de ellos y lo que importa también ahora de nosotros, de los casi ocho mil millones, otro número grande y redondo, que vivimos y habitamos la Tierra.

viernes, 2 de septiembre de 2022

Luna azul

    Titular en una revista: ¿Llegaron los vikingos a la Luna? Visualizo un drakkar surcando el espacio camino de la Luna merced a inopinados avances tecnológicos que han permanecido ocultos hasta ahora. No puede ser, releo y lo que dice es: ¿Llegaron los vikingos a la India? Claro que llegarían, por qué no iban a llegar, no hacía falta más que aprovechar los vientos y, si fuera necesario, remar; compara eso con llegar a la Luna.
    Nuestro pálido satélite errático. Sabiendo que está siempre ahí arriba la Luna sorprende apareciendo en sectores diferentes del firmamento y con distintos tamaños y brillos. Hablaba un poeta de la luz que ilumina de noche los árboles en torno a un lago, esa luz es el reflejo en el agua del reflejo en la Luna de la luz del Sol; esto es, una luz indirecta de tercera mano que, además de poética, es ecológica al cien por cien.
    La otra cara de la Luna es igual de soleada que la que vemos. De haber habido allí, en esa cara oculta, hombrecillos verdes no hubieran visto nunca la Tierra, aunque sus astrónomos podrían haber deducido su existencia a base de observar y calcular.
    El color auténtico de la Luna, según los expertos, es el gris; si la vemos amarillenta o rojiza es por la atmósfera terrestre. Difícil será que la veamos azul. Lo digo por la canción, el clásico americano. “La orquesta tocaba Blue Moon” es una broma recurrente en la película de Woody Allen “Blue Jasmine”. La escritora Barbara Kingsolver también se había fijado; contaba que iba para concertista de piano pero decidió dejarlo al darse cuenta de que de cada cien pianistas solo uno llegaba a dar conciertos, los otros noventa y nueve acababan tocando “Blue Moon” en el salón de un hotel.


martes, 30 de agosto de 2022

Más sobre la memoria

    Según nos hacemos mayores todas nuestras facultades van a menos, lo mismo las físicas que las mentales; es evidente. A pesar de ello no estoy de acuerdo con esa creencia tan extendida de que con la edad se olvida lo reciente mientras se recuerda con nitidez el pasado más lejano. Lo reciente se olvida, desde luego; justo sé lo que comí ayer y lo de anteayer ya me cuesta, pero por otra parte no tengo ni idea de lo que comí hoy hace un año. Aunque alguien podría acordarse; hay gente pa tó y en algún sitio de la parte del olvido de mi memoria estarán guardadas todas las comidas que he hecho en mi vida; es una posibilidad.
    El caso es que en general, y en contra de aquella creencia, me parece que recuerdo mucho mejor lo reciente que lo antiguo; además es lo lógico. Otra cosa será en casos de enfermedades que afecten a la mente. De lo antiguo estoy por decir que no recuerdo nada, pero nada de nada. Esto lo digo en un sentido distinto al de Nora Ephron (con el que también me identifico). Lo que tengo más o menos grabado no son los hechos originales sino los recuerdos de recuerdos de los recuerdos. Son los recuerdos fosilizados, recuerdos atrapados en una gota de ámbar. La memoria, la mía al menos, es un museo de historia natural personalizada, una colección de fósiles no demasiado vistosa.
    Por supuesto nada garantiza que esos fósiles correspondan a sucesos auténticos. Pueden ser medio inventados, estar mezclados con sueños o ser solo sueños, pueden ser recuerdos que se han adaptado a mis conveniencias; nada de lo que me pueda fiar del todo.

sábado, 27 de agosto de 2022

Recuerdos en la recámara

    “No me acuerdo de nada” es un libro de Nora Ephron. Un libro que podía haber pasado inadvertido pero que por alguna alienación caprichosa de los astros está teniendo cierto éxito. Es curioso porque el original en inglés, “I Remember Nothing”, se publicó hace ya doce años y hasta ahora a nadie se le había ocurrido traducirlo y publicarlo aquí. Por cierto, siempre me intriga esa doble negación en castellano como la del título. Se dice así y estamos acostumbrados pero, digo yo, lo mismo podría decirse “me acuerdo de nada”, y nos ahorramos el "no"; o como a veces se dice, y bien dicho, a la inversa, “nada recuerdo”.
    Yo tampoco (también), en general, me acuerdo de nada o de casi nada. Sin embargo luego Ephron, que fue periodista, guionista y directora de cine, empieza a contar cosas y no para. Recuerda mucho y sobre todo lo hace con coherencia; porque una cosa es recordar algo, una foto, y otra contar una historia completa.
    En una serie documental decía otro que bajo los efectos del LSD había recuperado una vivencia de cuando estaba en el vientre de su madre y se le había enredado al cuello el cordón umbilical. Como era de suponer la sensación había sido angustiosa. A mí no me ha pasado nada ni parecido (sin haber probado el LSD) y a lo más que he llegado es a experimentar muy de vez en cuando esa sensación de déjà vu, de que lo que está pasando, o algo parecido, ya te ha sucedido antes alguna vez. Pero en teoría, sí, por qué no, tiene lógica; todo lo que hemos experimentado en la vida puede estar ahí almacenado en alguna parte recóndita del cerebro, cada sensación que hemos vivido esperando el momento de que algún mecanismo haga de percutor y el recuerdo se dispare.

miércoles, 24 de agosto de 2022

Verosimilitud de la ballena

    La ballena se come. No es un juicio moral, solo constato (que raro me suena “constato”). Todo se come mientras no se demuestre lo contrario. Luego están las circunstancias y las costumbres, por ese orden. No es un alimento fácil de obtener, me parece. Hay que pescarlo (o cazarlo) y además tiene que llegar en condiciones al consumidor. Antes era aún mucho más complicado y por eso se aprovechaba de otra forma, escurriendo aceite de la mucha grasa que deben de tener las ballenas considerando lo fría que está el agua en Terranova. También se utilizaban las barbas como material flexible para usos que ignoro más allá de la ropa interior femenina de otros tiempos. Creo que se dice barbas.
    ¿Las ballenas además de huesos tienen espinas? Por mamífero les corresponden huesos pero por pez tendrían espinas. La ballena se come pero nunca la he probado ni visto ninguna en una pescadería. De la cantidad de pescado (o carne, por mamífero) que se supone tiene una ballena adulta se deduciría que el sabor no puede ser muy exquisito, cantidad y calidad no suelen ir juntas. Me estaba acordando ahora del elefante, que también tiene mucha carne. Larga vida al elefante.
    Donde puedo asegurar que se come ballena sin ninguna duda, o con la duda mínima razonable que hay que tener en cualquier tema, es en Japón. Conociéndolos (que no los conozco) apuesto a que también, a veces, la comen cruda. Con un ejemplar cortado bien finito bastaría para dar un canapé de ballena a todos y cada uno de los habitantes de Osaka (por decir un sitio).
    En Japón comen ballena cogiendo cada trozo con palillos y untándolo en alguna salsa (pon que sea de soja). Ahora, imagínate a una mujer sentada en la barra de un local de comidas que echa un vistazo al plato de su vecino y afirma que ese plato contiene un pedacito de ballena. Es una escena de una novela de Hiromi Kawakami (goraintziak E). No dejo de preguntarme como es posible que viendo un pequeño trozo de pescado se pueda decir que es ballena y no, pongamos por caso, tiburón (que también se come).

domingo, 21 de agosto de 2022

Arcos de piedra

    Hay aquí cerca un portón de piedra plantado en el medio de una zona verde aislada en un nudo de carreteras. No he encontrado ninguna información sobre él, imagino que es un resto, no muy antiguo, de alguna construcción cuyo emplazamiento original era otro en realidad. Solo los jardineros deben de visitarlo de vez en cuando. Verlo es asomarse al pasado, da paz y un poco de melancolía.
    Una vez que estábamos de vacaciones por el Mediterráneo iba conduciendo camino de algún pueblo de la costa, deduzco ahora que sería Oropesa del Mar, cuando me sorprendió ver de pronto en medio de la llanura un arco de piedra. Luego me he enterado de que era un monumento romano, el Arco de Cabanes, y que por allí pasaba la Vía Augusta, la autopista romana que iba de Cádiz a los Pirineos (como admitía las dos direcciones, bien pensado, también iba de los Pirineos a Cádiz).
    Sabía, aprendido en clase, de la existencia del Arco de Bará en Tarragona. Sospecho que cosas así ahora ya no se enseñan. No se considera importante conocer el dato y seguramente no lo es. De este otro arco que digo no tenía ni idea. Es mucho más modesto que el de Bará pero visto allí en medio de ninguna parte me impresionó. Tendría que ver el hecho de que fuera un hallazgo inesperado. A menudo lo que ya se espera decepciona. Ahora lo miro en fotografías y no parece gran cosa. Falta parte del monumento original, justo se mantienen las dovelas del arco. No me extrañaría que estuviera en parte reconstruido.
    El gran mérito más que erigir un arco puntual fue trazar aquella calzada y pavimentarla piedra a piedra. Por allí pasarían ciudadanos romanos, legionarios, comerciantes y todo tipo de gente durante siglos. Poco queda a la vista; parte del trazado coincide con la red de carreteras actuales, otros tramos son ahora caminos rurales. El arco de piedra es un testigo mudo que nos interpela y que parece dispuesto a seguir allí otro buen puñado de siglos.

jueves, 18 de agosto de 2022

Cosas que mejoran

    No sé si alguien se acordaría de Tom Ewell si no hubiera actuado junto a Marilyn Monroe en la película de Billy Wilder “La tentación vive arriba” (que repusieron el otro día). En aquella época, 1955, los títulos no se solían traducir; alguien se inventaba uno nuevo para atraer más espectadores. A veces los resultados eran discutibles; como en el caso de “Colorado Territory” que se distribuyó como “Juntos hasta la muerte”, todo un spoiler, a quién se le ocurre, porque los dos protagonistas al final, efectivamente, mueren dándose la mano. En el caso de “La tentación…” el cambio está más justificado porque el original “The Seven Year Itch” es un dicho inglés que alude a una hipotética crisis en el séptimo año de matrimonio y aquí puede que no se hubiera entendido del todo.
    Tom Ewell tenía 46 años entonces y Marilyn 29. La diferencia de edad se mantenía en la ficción aunque con menos años. Marilyn tenía una cara angelical acorde con los 22 que confesaba, Ewell en cambio aparentaba más que sus presuntos 38. Esto de la diferencia de edad, veinte años o más, entre las dos estrellas que se emparejan, era algo muy habitual y ahora choca bastante.
    He leído que debido a la censura americana de la época (el código Hays) la versión cinematográfica de esta “picazón del séptimo año” es mucho más pudorosa que la obra de teatro original. Sin embargo hay un guiño al principio que dejaron pasar y me ha llamado la atención. Es cuando la voz en off de Tom Ewell cuenta como la casa está dividida en tres apartamentos, “el nuestro, los Kaufman del primer piso y los dos chicos de arriba, decoradores de interiores o algo así”. La película es una comedia y el comentario “inocente” referido a los dos chicos que viven juntos y además son decoradores (pudiendo haber sido estibadores) sin duda buscaba provocar la risa del espectador. Aún así no deja de ser un reconocimiento de la homosexualidad en unos tiempos de intolerancia bastante mayor que la actual.

lunes, 15 de agosto de 2022

Señales

    Primero fue la pandemia, luego la guerra y ahora la sequía y los incendios; esto empieza a parecerse al libro del Apocalipsis. O tal vez solo se trate del cambio climático, que puede que sea peor porque de momento nadie ha separado a los justos de los pecadores y todos nos achicharramos más o menos por igual. El calor agobia y el calor absoluto agobia absolutamente.
    Atribuyo a esta hecatombe progresiva que se está cociendo dos hechos inquietantes. El primero es el número de esquelas del periódico. Las esquelas constituyen un pequeño tratado sociológico que aporta mucha información sobre como somos. Además de lo básico, dar noticia de quién se ha muerto, incluyen otros datos sobre sentimientos, relaciones familiares, costumbres o curiosidades (el otro día venían dos Gervasios en esquelas colindantes). Leo con gusto las esquelas, lo declaro sin tapujos. Reconforta saber que no vas a encontrar la tuya (si la encuentras, tranquilo, ha habido algún error, la has leído y los muertos no leen luego no estás muerto). Bueno pues estas últimas semanas el número de esquelas es mayor de lo habitual, puede que el doble, está muriendo más gente. No me digas que no es un muy buen motivo para preocuparse.
    La otra señal, el otro hecho incontestable, por lo menos en mi experiencia, es que de un tiempo a esta parte casi no hay moscas. Las moscas han caído como moscas, confirmando el dicho. Por el calor, supongo, no lo sé. Personalmente las moscas siempre me han resultado molestas, más las que zumban pero todas en general, y ahora veo muy pocas y esas pocas además dan la impresión de estar aturdidas, tocadas del ala. Olas de calor, esquelas, menos moscas, a este paso no va a hacer falta ni que haya una triste conspiración.

viernes, 12 de agosto de 2022

Tantas opiniones

    Hablar por hablar, ¿no es más elegante el silencio? No podemos estar callados y opinamos, es superior a nuestras fuerzas. Uso la primera persona del plural no por modestia sino por convicción de pertenecer al rebaño. Por cierto he leído que las ovejas, en contra de la creencia extendida de que no hay animal más estúpido, son en realidad muy inteligentes (define muy) y capaces, por ejemplo, de crear lazos de amistad entre sí. Igual es que se hacen las tontas, será un mecanismo de defensa.
    Opinar por no callar, decía. Lo mismo se puede aplicar a escribir en un blog, en este por ejemplo. Habría que aclarar, homenaje a Groucho, que estas son mis opiniones pero si no te gustan tengo otras. Vamos, que este blog no está tallado en piedra y uno solo aspira a equivocarse con naturalidad.
    Estar cargado de opiniones es una forma de sobrepeso. Opinar, lo justo; es una opinión. A veces se acierta pero suele ser por casualidad. Opinar es meterse en tinglados que casi siempre resulta que no conocemos, o no conocemos lo suficiente; es la forma más rápida de dejar al descubierto nuestra ignorancia; es quedar retratados con la boca abierta o los ojos cerrados o ambas cosas. A pesar de todo opinamos de modo inopinado (con perdón); opinamos con reincidencia, alevosía, nocturnidad (según horario) y, todo hay que decirlo, con menos premeditación de lo aconsejable. Porque en este caso la premeditación no es una agravante, al revés, ejercerla sería muy conveniente (alternativa, contar hasta diez). Alguna vez en la vida todos deberíamos pedir perdón por opinar tanto.

martes, 9 de agosto de 2022

La chica ciega

    Hacía mucho que no la veía y ahora lo he hecho varias veces en poco tiempo. Ya no es la chica ciega sino la mujer ciega. Sigue llevando el pelo corto, ya cano. Por lo demás no ha cambiado gran cosa, el mismo porte y el mismo andar discreto y decidido a la vez, acompañada por su perro guía, que tampoco será el de antes, supongo, pero sigue siendo un Labrador Retriever. Nota, es mi perro favorito. Nunca he tenido perro ni lo pienso tener pero si me obligaran a tener uno, qué tontería, por qué me iban a obligar, ese sería el perro que elegiría. Es el que más noble me parece, el más pacífico y amigable sin volverse empalagoso, creo.
    La chica ciega, prefiero llamarla así, con su perro y su bastón. Con sus gafas, aunque alguna vez, a lo largo de los años, la he visto sin ellas y me ha parecido que sus ojos no delataban la ceguera, o solo la delataban en la mirada algo perdida a una lejanía hipotética.
    Puede que perciba la claridad, eso sería importante. Habrá un grado de ceguera en el que uno note si es de día o de noche y ya sentirá, la persona ciega, que no es ciega del todo porque puede distinguir grados de claridad e incluso diferencias, si bien serán tenues, de color. Ojalá sea el caso de la chica ciega, que no lo sé. Igual es lo contrario, igual es y ha sido ciega siempre, ciega de nacimiento, y nunca ha visto nada ni conoce los colores más que de nombre y entonces te preguntas con qué derecho vemos los demás. Aunque no es cuestión de justicia, solo son las fuerzas, las fuerzas ciegas, de la naturaleza.