domingo, 11 de septiembre de 2022

Y si no, nos enfadamos

    A veces hay que enfadarse, dicen. El equilibrio mundial lo exigiría. Eso tal vez sea cierto, qué sería de nosotros si nadie se enfadase jamás, no habría discusiones solo charlas civilizadas, irían desapareciendo las armas, las familias serían una piña, resumiendo el aburrimiento se iría reconcentrando hasta hacerse sólido y paralizar completamente la civilización.
    Motivos para disgustarse no faltan, desde luego. Porque es imposible que todo vaya siempre bien y además nosotros tampoco colaboramos. Yo también me enfado a veces, lo reconozco a regañadientes, no me veo bien enfadado, luego me arrepiento. En todo caso admitiría un poco de ira santa pero siempre sin perder la dignidad. La verdad es que las injusticias abstractas me producen más tristeza que enfado, otra cosa son las concretas, las que me afectan; claro que, ¿qué es una injusticia?
    Al final enfadarse es como intentar salir de unas arenas movedizas moviéndote frenéticamente (te hundes más rápido, lo he visto en películas). Enfadarse, por muy humano que sea, no es lo práctico. Lo práctico es serenarse. O enfadarse serenamente, eso debe de ser. Que fea estás cuando te enfadas y qué guapa estás cuando te enfadas serenamente.
    La otra forma de enfadarse, el enfado vehemente, la indignación, me parece más bien un defecto que arraigado desde siempre (como el machismo) es difícil de erradicar. Es que no sé si la indignación puede ser digna (oxímoron) o es irreparablemente indigna y redundante.
    Una puntualización: una cosa es enfadarse en voz alta y otra hacerlo por escrito. A esto último le veo menos sentido. Despotricas y luego lo relees y piensas que no queda bien, que no había necesidad, que es más elegante dejarlo caer como si nada, como si estuvieras por encima de esas minucias, de esas pequeñas miserias de los pobres humanos; que tú también eres humano, claro, pero te gusta pasar por elegante.

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