lunes, 26 de septiembre de 2022

Relato intermitente

    Hemingway comenzó su carrera como periodista y aprendió a ser conciso y ceñirse a los hechos, dicho sea con las habituales reservas respecto a la naturaleza misteriosa de los hechos. Esto en la ficción se traduce en una prosa ágil que huye de las frases tortuosas, elimina lo superfluo, no da explicaciones innecesarias y evita, en lo posible, las opiniones; lo que no quita para que también haya grandes autores que se valgan de oraciones largas y sinuosas, plenas de cadencia, brillo y lo que sea que echen a su guiso literario. Debe de ser muy difícil escribir así, me parece más asequible lo otro, el estilo escueto, ahorrador de palabras.
    Luego Hemingway dio un paso más allá y formuló su teoría de la omisión. Esa teoría consiste, como se deduce del nombre, en omitir una o varias partes de la historia. La idea es que el lector rellene los huecos con sus propios pensamientos y sentimientos, algo así. Hay un ejemplo que me desconcierta, él mismo lo contó; en una de sus narraciones, en la que partía de un hecho real, omitió el final en el que el protagonista, un anciano, se ahorcaba. Hay que reconocer que fue una omisión en toda regla.
    Dicha teoría también se conoce como teoría del iceberg. El nombre viene de esta metáfora que dejó escrita Hemingway: la dignidad del movimiento de un iceberg se debe a la parte que no se ve, a la parte sumergida (y que es casi toda). La comparación es demasiado buena; la dignidad del iceberg..., casi te olvidas de lo otro. Pero hay un requisito imprescindible y sutil para que la teoría funcione: lo que se omite deben ser hechos constatados, hechos auténticos pero no narrados que reforzarían la historia. Por el contrario lo que se deja fuera del relato porque se desconoce la debilitaría. Una idea fascinante pero que te deja perplejo: el autor asegura que las cosas que no cuenta son completamente ciertas.

No hay comentarios: