sábado, 17 de septiembre de 2022

Bebés

    Ah, los recién nacidos, los bebés de pocos meses. No hay uno feo o hace mucho que yo no he visto ninguno, todos son bonitos. Las líneas suaves del rostro son un esbozo idealizado libre aún de defectos. En lugar de las futuras arrugas tienen pliegues que dan la impresión de que habría que inflarlos un poco más. Nada más entrañable que un bebé haciendo sus ruiditos. Lo siento por el diminutivo pero no puedo decir que un bebé haga ruidos, lo que hace son ruiditos y gorgoritos y globitos de saliva que suenan pop pop.
    También lloran, claro, pero todo lo arreglan con una sonrisa o, en los mejores casos, con su risa de bebé. Poco o nada tienen que hacer para provocarnos una emoción que se hace física, una ternura infinita, unas ganas locas de protegerlos, de quererlos sin condiciones. Ese instinto maternal/paternal es, me parece, el más fuerte de todos los instintos junto con el sexual, que no deja de ser su aliado natural cuando los dos colaboran según el plan original.
    En el fondo los bebés nos inducen también una nostalgia soterrada de nuestra propia primera infancia. No hay otro periodo de la vida en que seamos más hermosos, más adorables e incluso me atrevería a decir más felices, aún sin saberlo. En esos primeros meses no hacemos otra cosa que comer, dormir y sobre todo, en el mucho o poco tiempo libre que nos quede, inaugurar el mundo.

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