lunes, 25 de septiembre de 2017

Ecuación emocional

Cuando la tuve en mis brazos le ofrecí el dedo índice para que lo asiera con su manita. Sentir la ligera presión me hacía feliz, me hacía pensar que el lazo que nos unía era aún mayor. Conté sus deditos, cinco, perfecto. Busqué la otra mano para asegurarme de que también estaba en orden, me estaba entrando un recelo irracional. Sí, otros cinco pequeños dedos, todo bien. ¿Y los pies?. Un dedo del pie parece menos transcendental, pero aún así no quisiera... Con mucho cuidado, tan delicadamente como pude, empecé a palparle un piececito sobre el patuco. Los dedos eran tan pequeños que era difícil distinguirlos. Se me estaba ocurriendo una ecuación que relacionaba mi amor por ella con el número de dedos de sus extremidades y la felicidad a la que estaba destinada en la vida. Miamor x númerodededos = felicidadvital. Si por lo que fuera le faltara un dedo, estaba más que dispuesto a incrementar mi amor para que su felicidad no se redujera ni un ápice.

jueves, 21 de septiembre de 2017

Las cosas dos punto cero

IoT, la antepenúltima sigla en nuestras vidas. Digo antepenúltima porque data de 1999 (una sigla del pasado siglo). Para mí es de anteayer. Es el internet de las cosas (Internet of Things) y consiste en que tu frigorífico contacta con tu supermercado, o con otro de su elección, y encarga unos yogures. Tú solo tienes que comértelos y pagarlos. Hace poco vino esa noticia tan sugerente de que dos bots (programas que realizan tareas repetitivas en internet  y también contestan automáticamente a la gente) se habían puesto a charlar entre ellos en un inglés incomprensible para los técnicos. Estos, desbordados, optaron por apagar el sistema. Una inquietante interpretación del hecho sería que los robots estaban inventando una gramática más eficaz que la del inglés para comunicarse mejor entre ellos, y tal vez tramando hacerse con el control del universo. Yo me inclino por pensar que lo que hacían los bots era no entenderse en absoluto y balbucear palabras al azar.

viernes, 8 de septiembre de 2017

Esto no es un sermón

Cuando Saulo de Tarso se cayó del caballo, menuda costalada se debió de dar. Caerse es serio y de un caballo, uf. No especifican los evangelios si el golpe fue en la cabeza... solo se indica que le rodeó una luz venida del cielo y cayó... vamos que ni tan siquiera se dice que fuera a caballo. Un deslumbramiento, y desde entonces se asocia el ver claro algo que hasta entonces estaba de lo más oscuro con ver la luz. Y si el cambio de opinión implica volverse atrás de un empecinamiento muy persistente, se utiliza el símil de caerse del caballo (¿pero qué caballo?) Tenía yo hasta esta mañana una idea limpia, inocente, positiva, de aceptación universal. Pensaba que para acabar con la violencia bastaría con que todos viviéramos en paz, respetándonos, tolerándonos al menos si no pudiéramos llegar a amarnos. Y esta mañana, sin caballo mediante, sin luz repentina desde el cielo (salvo los habituales y sin embargo nunca suficientemente valorados rayos del sol) me he dado cuenta de que  no, así nunca lograremos la paz mundial. O no así solo. Hace falta más, mucho más. Hace falta que si matan a tu hermano tú no hagas nada, no intentes matar al homicida, a poder ser ni le mires mal. Parece difícil, sí. No se ha conseguido hasta ahora. Hay indicios positivos en Noruega. Me refiero a Breivik, claro... Ahora, que si me lo dejaran a mí... ¡Es broma!